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viernes, junio 27

El caftán azul: Amor, deseo, miedo, generosidad, renuncia.... Emoción

Disfrutar con una obra de arte. Es lo que pienso tras el visionado de esta hermosísima película, dirigida por una mujer: Maryam Touzani. El caftán azul, la cineasta marroquí  convierte el escenario principal del film, la medina de Salé (una de las más antiguas de Marruecos), en una suerte de jaula de oro en la que sus tres protagonistas conquistan una cierta libertad, a pesar de la represión del sistema en el que viven. 
Por un lado, tenemos al matrimonio formado por Halim y Mina, quienes regentan una sastrería en la que él prolonga el legado de su padre, quien dedicó su vida a la confección de caftanes. No obstante, Mina parece estar más capacitada para defender ciertos valores, como la importancia del mimo en la confección, frente a las presiones del personal que en un mundo contemporáneo valora otras cosas, como el dinero y el tiempo. Así ella pelea diariamente con las clientas que intentan sobrepasar ese tiempo de cuidado en la costura para conseguir la prenda deseada. Mientras tanto, él mantiene su postura de ir haciendo, sin ninguna prisa, porque lo único que le interesa es realizar una obra de arte que perdure.   
Halim disfruta del tacto y la sensualidad de las hermosas telas y de la punzada perfecta, que intenta traspasar en sus enseñanzas al aprendiz, Youssef, un joven que poco a poco se va impregnando del espiritu de su maestro y se convierte en un puntal en el negocio del matrimonio y hasta en la vida privada, cuando la situación de salud de Mina se complica. 
Y como fondo emocional la homosexualidad de los dos hombres, que, aunque reprimida, va influyendo en la relación de los tres, ya que Mina es plenamente consciente de lo que está ocurriendo. Sin embargo, nada o casi nada es explícito. Las miradas, los sutiles contactos de las manos, el respeto que impone la cotidianeidad y el amor conyugal, está muy presente, mientras Halim busca salidas puntuales en sus visitas al Haman de la medina, donde puede dar rienda suelta a sus apetitos sexuales, sin ser descubierto y sin sentir que está traicionando a su esposa.    

 
En cierto sentido, parece que la directora busca establecer un paralelismo entre el virtuosismo del trabajo artesanal de Halim y su propia delicadeza a la hora de capturar, con la cámara, los gestos en los que se juega el destino de los personajes: las miradas furtivas de deseo entre el sastre y su aprendiz, o los cuidados que el marido dedica a su esposa. Las escenas del proceso irreversible de la mujer, son hermosísimas, llenas de ternura por ambos lados, con momentos de un respeto admirable a la intimidad de una persona moribunda que requiere ayuda para vestirse y asearse diariamente. 
El caftán azul deja por el camino algunas enseñanzas valiosas. 
    “Un caftán debe sobrevivir al transcurso del tiempo”, le explica Halim a su amado aprendiz. Esta reflexión apela al valor de la tradición, que guía y a la vez lastra la existencia de unos personajes tocados por el deseo de amar y por la sombra de la muerte. 
    "No hay que tener miedo al amor". Es el mensaje de Mina a su esposo, cuando está a punto de morir. De esa forma, Halim se siente liberado de la culpa con la que ha vivido tanto tiempo: su condición homosexual, que no puede expresar en una sociedad en la que tal orientación se castiga con pena de muerte.  
Maravillosa película en la que los gestos de amor entre un hombre y una mujer hacen reflexionar sobre las diferentes formas de amar y la  sobrevaloración del sexo cuando hablamos del amor conyugal o de pareja.   

lunes, mayo 5

La buena letra. Una memoria que estremece

Un crítico muy conocido ha usado un adjetivo que explica bastante bien la emoción que provoca esta película: perturbado. A mi no se me ocurre otro más sencillo que tristeza. Una historia tristísima sobre las consecuencias de la Guerra Civil en un pueblo valenciano. La memoria emocional, las cosas que ocurrían en el día a día de las familias trabajadoras, el hambre, el ahorro de luz, la olla con su chuf chuf, cociendo para poder comer un plato caliente con poquísimos ingredientes, el uso de cáscaras de naranja para poder hacer una tortilla, sin huevo, el miedo a las palabras. Hasta los olores domésticos tan presentes en nuestra memoria cuando ha pasado el tiempo, parecen tener un protagonismo invisible. Es lo cotidiano, lo que en cada casa sucedía sin que nadie se quejara excesivamente.

Personajes hermosos, especialmente la protagonista, esa Ana silenciosa, sacrificada, cosiendo muchas horas, arreglando piezas de ropa a la luz de las velas, único trabajo para una mujer que tenía que cuidar de su familia, guardando secretos para para no provocar dolor innecesario, consciente de sus renuncias, aunque en su interior estaba claro que bullía una pequeña esperanza...Quizás algún día podría viajar con su marido a París. Loreto Mauleón interpreta a esta mujer de forma extraordinaria.

No era la única que renunciaba, que se sacrificaba. Su marido, un hombre bueno que al final de la guerra ha conseguido que lo contraten en una empresa, a pesar de haberse señalado como cercano a la República, o al menos es lo que intuimos, porque hay muchos vacíos en esta obra, que tienes que imaginar. Tomás y Ana se quieren, pero una vida tan prosaica, tan al límite, no da lugar a gestos íntimos de cariño. Quizás lo único que se permite la directora es la escena del baile del matrimonio, en el que Ana lleva la voz cantante y ese hermosísimo abrazo, regalo a su marido, doblemente herido y callado. Secuencia que me ha impactado sobremanera, quizás porque he vivido algún momento parecido.

El amor se expresa de otro modo, cuando todo es tan extremo, cuando el hambre y la necesidad están en el centro de la vida. Ayudando a los más débiles, a ese hermano que se esconde tras su mala suerte, y en el fondo sólo busca algo mejor que pasarse los días con el único placer del aroma del puchero. Los ideales han muerto y al final acaba aliándose con los ganadores.

La lección está clara. No parece haber recompensa a tanto sacrificio y bondad. Sin embargo, Ana ya ha dejado su huella en la niña que le prepara el desayuno, cuando ella se ha quedado sin fuerzas. Así es como se hereda la ética del cuidado.

Lo dicho. Cuando se enciende la luz, lo que queda es tristeza, pero vale la pena verla. Una obra de arte, bella y profunda, dirigida por una mujer. CELIA RICO. Y se nota.

lunes, marzo 10

Casa en LLamas

 Dani de la Orden (42 segundos) no echa el freno. A la espera de que ATRESplayer lance su próxima serie A muerte, el director estrena este viernes 28 de junio Casa en llamas, una película llena de caras conocidas que quizá sea su mejor trabajo hasta la fecha.

Este largometraje es complicado de catalogar por la mezcla de géneros que conviven en él y en función a quien le preguntes te dirá que es una comedia o una película dramática, pero lo más probable es que también te cuente que le ha gustado, porque ante todo es una historia notable.

Casa en llamas narra el encuentro de una familia en la casa de Cadaqués que la madre tiene intención de vender. Ella, su exmarido y sus dos hijos adultos (al menos fisicamente, quizá no tanto en lo emocional) van allí acompañados para guardar las cosas en cajas, pasar tiempo juntos y reencontrarse. 

Casa en llamas

Montse es quien impulsa este encuentro en el que tiene grandes esperanzas de pasarlo bien, que sean unos días especiales. El personaje interpretado por Emma Vilarasau es el centro de la película, aunque todos cuentan con su propia trama que se desarrolla regalando una mirada amplia de los conflictos personales y familiares.

Alberto San Juan tiene el personaje de exmarido que se presenta allí sin ser llamado, con sus propias intenciones y una pareja desconocida para el resto, que además fue su psicóloga. Los dos hijos están interpretados por Maria Rodríguez Soto, madre frustrada en un matrimonio insatisfactorio, y Enric Auquer (El maestro que prometió el mar), eterno Peter Pan que va con su última pareja, Macarena García.

Tal como se puede ver, el reparto está lleno de intérpretes de calidad que además vuelan a gran nivel en la historia de la familia, que se comunica entre ellos en catalán: casi todos los diálogos son en este idioma.

Como es de esperar en un guion que bien podría ser teatral, las intenciones se tuercen desde el primer momento y no dejan de hacerlo durante los 105 minutos que dura, con sus giros cómicos y dramáticos. 

Lo teatral del espacio también se puede aplicar al sólido trabajo de Eduard Sola con el texto que suma subtramas, gags y revelaciones con buen dominio del tiempo y sin caer en la fórmula fácil del flashback. Todo se explica con naturalidad y cada detalle tiene su porqué.

Quizá confunda a algunos espectadores la concatenación de momentos cómicos con otros personales que hablan de dramas vitales tan comunes como la incomunicación y el síndrome del nido vacío. Seguramente habrá quien eche en falta una mayor apuesta en una dirección u otra, algo totalmente entendible.

En mi caso me ha resultado interesante el equilibrio que se sustenta en los ágiles diálogos y el reparto. Es cierto que algunos momentos parecen haber sido eliminados en la sala de montaje, pero al finalizar la Casa en llamas las sensaciones han sido positivas.

Uno ya piensa en los próximos premios Goya y aquí se pueden encontrar posibles nominaciones. Sin ser una gran película tal como se entiende hoy día, donde prima la larga extensión y se evita la comedia, en mi opinión estamos ante una obra notable para todos los públicos que no decepcionará. Algo nada fácil de conseguir.

miércoles, marzo 5

Discursos que levantan ampollas

  Desde hace semanas me reprimo las ganas de escribir públicamente sobre la película que está dando tanto de que hablar, sobre todo por el personaje que, magistralmente ha interpretado Eduard Fernández: Se trata de El 47. Aunque no viví en primera persona las fatigas que sufrieron las personas que llegaron como migrantes a ese barrio tan extremo de Barcelona, he conocido la experiencia de ser una adolescente recién llegada a una ciudad, donde todo era diferente a lo aprendido en un pequeño pueblo, mi lugar de origen. Entre otras cosas, me vi casi obligada a disimular mi propia forma de hablar para pasar desapercibida y no ser menospreciada por pertenecer a esa masa de gente “ignorante y muerta de hambre” procedente del sur; tal era la percepción general de los nativos ante la avalancha de recién llegados. Antes y ahora, siempre se repite. Los otros, no sólo son diferentes, sino incultos y sospechosos de querer arrebatarnos lo que es nuestro. 

Hacía mucho tiempo que el término “Xarnego” no se utilizaba, pero es bien conocido para todos los que emigramos a Cataluña entre los años 50 y 60 del siglo pasado. Fue Eduard Sola, al recibir el Premio al mejor guion por Casa en Flames, en los premios Gaudí quien, al referirse a sí mismo como orgullosamente Xarnego, destapó la caja de los truenos. Inmediatamente se produjo un fenómeno muy curioso.

Muchos aplaudieron sus palabras, el alegato a sus raíces como nieto de inmigrante en Cataluña en los años sesenta despertó muchas simpatías entre sus compañeros de profesión, pero a continuación ¡Oh cielos! levantaron sus voces los bienpensantes y progresistas catalanes “de tota la vida” o no tanto, que se sintieron señalados porque entendieron que eran acusados de haber tratado con desprecio y hasta con rechazo a los recién llegados, especialmente andaluces y murcianos. 

La cuestión del Xarneguismo, como digo, se ha despertado por obra y gracia de esas palabras pronunciadas en los premios Gaudí por un miembro de la segunda generación de migrantes. Y me ha sorprendido la reacción de algunos, especialmente de aquellos que, sin haber tenido mucho contacto con la dura experiencia de emigrar, resulta que se ofenden cuando alguien recuerda un fenómeno tan importante en la historia última de España y Cataluña: la llegada masiva de más de un millón de personas desde el sur a las zonas industrializadas del Estado. Pero parece que no se quiere recordar cómo cambiaron las ciudades y los pueblos del cinturón de Barcelona, cómo fueron aquellos años en los que resulta difícil diferenciar entre el rechazo al no catalán, o la repulsa al pobre. Diría que un poco de todo hubo. Y aquí hablo en primera persona, porque he padecido esa circunstancia.

Pero sería más justo decir que la historia se repite. Antes fueron unos y ahora son otros los que emigran a diferentes lugares de España y Europa; allá donde les dejan o donde pueden conseguir trabajo. Quiero decir que no estamos hablando sólo de una herida producida por el contacto entre catalanes y andaluces en un tiempo lleno de dificultades. Me temo que ocurre siempre y en todos los lugares. Si pudiéramos ser más receptivos a la vivencia que tienen aquellos que emigran, el acento no lo pondríamos tanto en la sociedad receptora, sino en el fenómeno de la emigración y lo que significa para aquellos que con maletas o sin maletas llegan a un lugar en el que no es fácil encontrar brazos abiertos,  rostros amables, o miradas comprensivas y  compasivas. 

Esta susceptibilidad con la que responden algunos al discurso de un hombre joven, que se atreve a recordar su procedencia y el gran salto que se ha producido entre sus abuelos, llegados del sur, sin apenas escolarización, y gente como él, que se dedican a una profesión intelectual y artística con éxito, francamente no lo entiendo. ¿A quien ofende algo tan evidente y que forma parte de la memoria personal y colectiva? ¿Quién tiene interés en correr un tupido velo sobre esa historia?  

¡Cuánto olvido! De unos y de otros. Los que tuvieron que emigrar y los que, de pronto vieron con recelo a los recién llegados, con sus maneras de hablar y de comportarse, con tantas necesidades. He visto comentarios sobre la película El 47 en las redes sociales que justifican la llegada de andaluces o extremeños porque, los pobres, estaban muertos de hambre. Eso me duele, porque no es real. Forma parte del desconocimiento y el estereotipo que tanto daño nos hizo y nos sigue haciendo y por eso no es de extrañar que hijos y nietos de aquellos migrantes quieran quitarse ese “san Benito”. Bueno… Tampoco era eso. No siempre era tan grande la necesidad. Los que han estudiado los procesos migratorios saben que los que emigran, generalmente son los más preparados y buscan no tanto poder comer, como tener un horizonte más amplio para ellos y para sus hijos. No siempre nuestras familias estaban muertas de hambre. No siempre eran analfabetas. Tenemos casos como Jordi Évole, un estupendo periodista,  J.A. Bayona, un gran director de cine, con premios internacionales, o Eduard Sola, un guionista que tiene mucho que decir. Ellos proceden de esas familias; familias trabajadoras y esforzadas que consiguieron que sus hijos pudieran acceder a la universidad con mucho éxito. Y otros muchos que ni siquiera conocemos, como Javier Pérez Andújar, que escribe desde los márgenes de la ciudad, junto al rio Besós, en la época de los bloques de pisos baratos. Una mujer muy comprometida, de pensamiento crítico, como Brillitte Vasallo, ha reflexionado mucho sobre la experiencia de emigrar con su familia desde Galicia y de sentirse “xarnega”. Vale la pena escucharlos o leer sus textos. Son un ejemplo de discurso desde el otro lado, desde la vivencia de formar parte de los suburbios barceloneses, los barrios sin asfaltar y sin servicios básicos para vivir en condiciones, lejos del centro. Vasallo suele hablar en sus artículos y conferencias públicas sobre la experiencia de una hija de campesinos que tienen que dejarlo todo y entrar un mundo nuevo, donde no sólo se habla otra lengua, sino que existen referentes distintos, una historia, una identidad labrada a golpe de siglos de convivencia en un mismo territorio. Ahora son otros los que ocupan ese espacio de menosprecio del diferente, del pobre, del que hay que mantener apartado porque la sospecha se cierne sobre ellos. Y pronto veremos como esos otros van a poder hablar por ellos mismos. 

                                     Teresa recién llegada a Barcelona
Ciertamente, los que migramos en los años sesenta del siglo pasado, salimos de un mundo agrario y tuvimos que adquirir las formas y los contenidos de una sociedad industrial. Hay una experiencia interna, subjetiva, un duelo que tienes que elaborar, la vergüenza de no sentirte nunca adecuado, que no se note de donde procedes y de hacer grandes esfuerzos para ser parte de otra cosa. Y nunca lo eres. E
l antropólogo Ignasi Terrades, habla de la irreparabilidad del daño, que es un daño percibido sólo por una parte y por eso hay que hablar, siempre que te dejen y no tener miedo a las respuestas, casi siempre faltas de conocimiento del otro lado. Estas palabras de Vasallo me resultan muy esclarecedoras: “Yo quiero la venganza, porque esto que nos ha pasado a nosotros es irreparable. ¿Por qué no hay reparación posible? Porque hemos mutado. Lo que me ha pasado a mí en mi casa, ¿cómo se repara ahora? ¿Cómo se repara que mi madre pasara por la vergüenza de tener que migrar? ¿Y quién repara mi vergüenza de adolescente? ¿Quién repara todo esto? Entonces, mi venganza es hablar, a pesar de que todo el mundo me ha dicho que calle” 

Ponerme a escribir sobre este tema, me ha hecho pensar y ser más consciente si cabe de todo lo vivido cuando con catorce años me enfrenté a una nueva vida, lejos de la seguridad de mi pueblo, de mi habla andaluza, de mis referentes. He pensado que sentirse Xarnega, saber que eres de “los otros”  no es algo que sea tan simple. Ni siquiera es sólo un asunto de clase. Quizás sea eso lo que siente Eduard Sola, cuando ha tomado la palabra en las ocasiones que este año le ha dado su éxito profesional. Y muy pocos lo han entendido. Porque tal vez él mismo no puede entenderlo. 

domingo, enero 19

La aceptación del otro

 El futuro del último pub que queda, The Old Oak, en un pueblo del noreste de Inglaterra, donde la gente está abandonando la tierra a medida que se cierran las minas. Las casas son baratas y están disponibles, por lo que es un lugar ideal para los refugiados sirios. Ken Loach parece que se despide con esta película que pone ante nuestras narices el sufrimiento de tantos y tantos inmigrantes y refugiados, que tienen que huir de sus países, siempre con razones más que justificadas, y se encuentran con el rechazo entre racista y clasista de una población tan pobre o más que ellos. Una

historia que rezuma crítica al racismo y a la insolidaridad de la clase obrera, que en lugar de rebelarse por las injusticias del sistema que los deja al margen, se ensaña con los de abajo, con los desgraciados que, como ellos, tratan de sobrevivir, pero mucho peor, porque tienen que dejar sus vidas, sus posesiones, todo lo que han sido durante generaciones en lugares del mundo azotadas por la guerra o por el hambre, para construirse algo parecido a otra identidad, ya que son rechazados y maltratados por unos miserables que ni siquiera son capaces de dar de comer a sus hijos y se pasan el día bebiendo cerveza en el pub. La lección que reciben por parte de una muchacha Siria, la única de su familia capaz de comunicarse en otra lengua y dispuesta a luchar por los suyos, el dueño del PUB el Viejo Roble, y unos cuantos vecinos solidarios con los refugiados, todos ellos decididos a implicarse en la situación social que vive toda la población obrera de la ciudad, demuestran que los problemas no los han traído los de afuera, sino que ya estaban allí, pero nadie hacía nada para ponerse frente a las autoridades y conseguir que los niños de la vecindad pudieran comer cada día. Un final quizás un poco utópico, propio de un director con una gran sensibilidad social, pero también posible, si todos pusiéramos algo de lo que tenemos al servicio de los que lo necesitan. Y no hablo sólo de algo material.

Chinas. La integración en otra cultura

 En un colegio coinciden al comienzo de curso dos niñas chinas de 9 años. Todo el mundo da por hecho que se harán amigas, pero absolutamente nada las une. Lucía pertenece a una segunda generación de inmigrantes. Se siente absolutamente española y solo piensa en integrarse con el resto de sus amigas del colegio. Desearía tener unos padres “normales” como el resto de sus amigas, pero los suyos le avergüenzan constantemente porque no hablan español, trabajan más de 14 horas en el bazar y ni siquiera le permiten celebrar su cumpleaños en el Burger King. La otra niña es Xiang. Es adoptada y con su rostro delata allá donde va que no es hija de sus padres. Donde va con sus padres españoles, llama la atención. Xiang se pregunta por su familia biológica, y ni se siente china ni aceptada por los demás niños en el colegio. Las dos niñas se cruzarán, separarán y acabarán siendo vitales la una para la otra en la búsqueda de su identidad.

Una película muy bonita, con momentos encantadores y otros muy duros, pues retrata muy bien lo que supone llegar de una cultura tan lejana a la nuestra como la China y tener que adaptarse a nuestras costumbres. Y son los niños y los jóvenes los que salen malparados porque luchan por ser aceptados en el colegio y entre los amigos. El sufrimiento de los padres no es menor, porque no pueden entender que hayan hecho el esfuerzo de salir de su país para que sus hijos tengan una vida mejor y éstos los rechacen, al compararlos con los padres de sus amigos españoles. Hay un pequeño apunte al drama de los niños adoptados. Un tema muy interesante, digno de ser tratado en profundidad. Película recomendable. Por cierto: actrices maravillosas de origen chino, sin ninguna formación, totalmente naturales.

martes, febrero 28

As Bestas: una historia que parece de otro tiempo

 


Tenía la impresión de que no me gustaría mucho, por la violencia que más o menos explícita sabía que acompañaba a esta historia rural. Su oscuridad y su violencia latente, y muchas veces explícita no invita a una tarde agradable frente a la pantalla. Sin embargo, es una película que mantiene el interés desde el principio, el interés y el suspense. No puedes más que sentir la rabia por la falta de salida, por la impotencia, ante la horrorosa situación a que está sometido el matrimonio francés, que llega al valle para iniciar un cambio de vida.

martes, mayo 31

Cinco lobitos. La realidad de ser madre en el mundo actual

 

Todavía estoy digiriendo esta historia tan natural, tan cotidiana y a la vez tan hermosa. Desde luego no podría haber sido escrita y dirigida por una mano y una sensibilidad masculina. Está claro que hay una mujer detrás de este relato de vida en el que podemos vernos tantas personas. 
Una joven de 35 años acaba de dar a luz y, acompañada de su pareja y de sus padres, vuelve a casa. Y una vez allí es cuando se le viene el mundo encima. Un bebé que llora continuamente, como todos los bebés, claro está. El dolor de los puntos de la episiotomía, el cansancio de no poder dormir, la incomodidad y la esclavitud que supone tener que amamantar, etc.  En definitiva, los cambios que introduce en la vida de cualquier pareja la llegada de una criatura. La nueva mamá estalla por cualquier cosa, trata mal a su compañero, las expectativas que podría tener sobre la ayuda de los abuelos, se le vienen abajo. Ellos no entienden la situación y no se muestran muy dispuestos a sacarla del atolladero. Especialmente la madre no es la madre amorosa y comprensiva que cualquier mujer desea para ese momento tan especial en el que hay tanta necesidad de apoyo emocional. Ella misma pasó por esa situación y lo resolvió como pudo cuando era joven. ¿Por qué ahora su hija no puede? No lo entiende y no está dispuesta a sacarle las castañas del fuego. 
Es una madre y punto. Una madre que nunca ha tenido gestos de cariño hacia su familia, que no necesita decir "te quiero" ni que se lo digan. Es así como ha vivido y no sabe hacerlo de otra forma. Una mujer resolutiva en las situaciones que exigen sentido común y no andarse con medias tintas. 

lunes, enero 11

Un cine como de estar por casa

     «En el cine normalmente se contaría la historia del infiel, del que vive una     aventura, y en último caso del que rompe la familia. Yo cuento lo no     vivido, lo que se reprime, lo que a menudo ni se cuenta». (Cesc Gay).

Hay peliculas que, sin ser obras maestras, dejan huella. No necesariamente recuerdas toda la trama; tampoco en qué epoca la viste, ni a todos los actores. Sin embargo, un pequeño detalle puede impactar a algunos espectadores, no a todos, claro. Anoche volví a ver una película de un director catalán que me gusta mucho, Cesc Gay: Ficción. Buscando en una de esas plataformas que nos están salvando del aburrimiento de un televisión insufrible y de estos largos días de seudoconfinamiento, la encontré y no recordaba si la había visto.

Los actores protagonistas me interesaban: Eduard Fernández y Javier Cámara. Las actrices son unas desconocidas en el cine español, pero yo estoy harta de verlas en las series de TV·3 en Cataluña. Son muy buenas. Seguro que valía la pena volver a verla, pensé. A los pocos minutos empecé a recordar, y enseguida vino a mi memoria la última escena y sólo por ese momento me quedé a verla.

La historia presenta a un tímido director de cine llamado Álex, que intenta finalizar su último guion a la vez que lucha por dejar su timidez e introversión para dar la cara en el mundo del cine. Para poder terminar su guion, decide alejarse de su familia y de la ciudad y se instala en un  pequeño pueblo de los pirineos en la casa de un amigo. Allí conoce a Mónica, una violinista de Madrid, que está pasando las vacaciones en la casa de una amiga. Tras unos dias de convivencia, de paseos por la montaña y apenas unas conversaciones íntimas, se dan cuenta de que algo se ha producido entre ellos. Nada que quede explicitado en sus encuentros; sólo miradas huidizas, largos silencios, gestos torpes y sonrisas nerviosas. La tensión sexual es evidente, pero no pasa nada. Hay mucho miedo por parte de ambos a dar el paso y que ya no sea posible la vuelta atrás. Mónica tiene proyectos con su pareja con la que lleva pocos años pero con quien quiere establecer ya una relación estable. Él es padre de dos niños y está casado, aunque su historia de amor ya está un poco gastada por el tiempo y la lucha cotidiana por salir adelante en una gran ciudad como Barcelona y en una profesión tan insegura como la de guionista de cine. La semana se acaba y ella tiene que volver a Madrid. Alex necesita despedirse de ella y hace un gran esfuerzo para poder llegar a tiempo. Cuando se encuentran, te preguntas qué va a pasar porque él ha dado muestras de ser un tímido incapaz de mostrar con palabras o algún contacto físico sus deseos o sentimientos hacia ella. Y es Mónica quien se atreve y suelta la gran frase, esa que no puedo dejar escrita aquí, a riesgo de fastidiar al público que quiera ver la pelicula. Es esa frase y lo que ocurre después lo que recordaba perfectamente. Me emocionó la primera vez y volvió a emocionarme y a parecerme genial el desenlace. Real como la vida misma, sin un ápice de idealismo o de querer agradar a cierto tipo de espectador "sentimentaloide".

sábado, enero 9

“Brokeback Mountain” Amores difíciles

 Verano de 1963. Dos vaqueros, Ennis Del Mar y Jack Twist, se conocen mientras hacen cola para ser contratados por el ranchero Joe Aguirre. Los dos aspiran a conseguir un trabajo estable, casarse y formar una familia. Cuando Aguirre les envía a cuidar ganado a la majestuosa montaña Brokebac. Al concluir el verano, tienen que abandonar Brokeback y seguir caminos diferentes, aunque su relación dura veinte años.

Cuando se estrenó esta estupenda película se publicitó como un 'western gay. Eso me quitó las ganas de verla. Me pareció una estupidez que se diera tanta publicidad a ese tema y me temí que se tratara de una película escandalosa llena de estereotipos. Hace unos días la encontré en Netflix y me decidí a verla. Tenía curiosidad porque sabía que le dieron muchos premios y más de un Oscar. Enseguida me di cuenta de que, efectivamente, tal y como se difundió en su momento era una simplificación. A medida que avanzaba la historia de ese primer encuentro íntimo de dos hombres solitarios en medio de la naturaleza, me daba cuenta de que aquello era algo más. 

domingo, noviembre 22

La homosexualidad femenina y el amor


La belle saison (Un amor de verano) narra la historia de amor entre Carole –interpretada por Cecile de France- una activista y feminista parisina aburguesada y Delphine –Izïa Higelin- una labriega del sur de Francia que nunca ha pisado la ciudad. El guión perfectamente documentado en las etapas de las revueltas feministas, cuya escena dentro de la asamblea en la Sorbona pone la primera mirada a las mujeres como propulsoras de la revolución, cuenta con dos personajes muy bien definidos y que gracias a los diferentes giros del guión y los contrapuntos acabarán formando el desarrollo y la identidad de ambas y encontrando finalmente su propia libertad. Quizá el mayor eje dramático por el que discurre la historia sea la contraposición y la mirada puesta en las diferentes circunstancias que forman la identidad de las dos protagonistas y la pertenencia a dos mundos y tradiciones completamente diferentes.
Delphine, consciente de su homosexualidad y de sentir la necesidad de liberarse del marco patriarcal que define la vida en la granja, se muda a París a trabajar en una fábrica. Allí conoce a Carole que mantiene una relación heterosexual con Manuel y quien le descubre a Delphine el mundo universitario y activista.

domingo, agosto 2

Los grandes dilemas de la vida

    

¿Cómo nos sentiríamos cualquiera de nosotros si en un momento trágico en el que nuestro hijo de once años está a punto de morir, si no le trasplantan un órgano vital, nos enteramos de que su ADN no coincide con el que supone que es su padre?

miércoles, junio 24

Verano del 93. Sobre como abordar las pérdidas de los niños.


Qué película tan triste y a un tiempo tan poética, dulce, natural y bien tratada. Había escuchado a su directora cuando se estrenó y me impactó que quisiera llevar a las pantallas su historia personal. Cuando tenía sólo seis años, su madre murió de SIDA. Su padre había muerto mucho antes. Después de estas experiencias, ella fue adoptada y tuvo una vida feliz con sus nuevos padres, pero siempre quiso escarbar en aquellos primeros años, tras el drama de la pérdida de la madre.

domingo, septiembre 9

El viaje de Nisha: el patriarcado islámico impone sus reglas

Después de unos meses de sequía cinematográfica, he tenido que trasladarme a Cádiz para poder ver algo interesante, ya que en Jerez nos han dejado a merced de una programación cinematográfica insufrible. Hace días llamó mi atención un título: El viaje de Nisha, una película dirigida por una mujer de origen asiático, pero nacida en Noruega. Es en ese país donde transcurre la historia que nos cuenta Iram Haq. Una familia paquistaní, aparentemente integrada en una sociedad culturalmente tan diferente y tan distante como la noruega, pero que de puertas para adentro mantiene los cerrojos echados a las costumbres que ya ha asumido de forma natural su hija adolescente. De pronto, Nisha, con 16 años, toma conciencia de esa distancia, cuando no tiene ninguna posibilidad de tener unas relaciones normales con sus compañeros de colegio, concretamente con un muchacho que parece enamorado de ella. Las circunstancias que dan lugar al drama no pueden ser más inocentes, pero los padres, incluso el hermano mayor, reaccionan de forma totalmente desmedida. Nisha se ve expulsada de la casa familiar y acogida por los Servicios Sociales de la ciudad donde vive, que tratan de mediar sin conseguirlo, porque el padre, de forma obstinada, se niega a entablar un diálogo. Simplemente impone sus reglas, a las que la chica tiene que doblegarse, a riesgo de ser expulsada del núcleo familiar.
Las conversaciones que mantienen los miembros adultos de la casa, incluido el hijo mayor giran en torno al honor, la vergüenza, el qué dirán, etc. etc. Algo que no resulta tan extraño en nuestra cultura, si volvemos unos años atrás. Y es que, tal y como se narra, las familias paquistaníes forman una especie de grupo compacto a través del cual parecen estar defendiendo su identidad, frente a los valores y las costumbres de la nueva sociedad. Se visitan, se aconsejan, se apoyan… En definitiva, reproducen en el norte de Europa sus tradiciones comunitarias y no muestran ningún interés por cambiarlas. Eso, naturalmente la generación adulta. Mientras tanto, sus hijos e hijas se están socializando en una cultura totalmente abierta, laica e individualista. Hay un momento en el que el padre recrimina a Nisha su conducta con una frase que lo dice todo: ¿Qué quieres, vivir sola como estos desgraciados? Con esta pregunta el hombre está señalando una característica de la sociedad nórdica: el individualismo.Miedo a ser absorbidos, a ser señalados y abandonados por su comunidad de origen. Miedo a perder las tradiciones que les hacen sentirse seguros, reconocidos e integrados en su grupo de origen.
El padre es el brazo ejecutor de los castigos, algunos de ellos desproporcionados a todas luces y poco creíbles. Lo mismo que algunas conductas de Nisha tienen algo de insensato, aunque son comprensibles si pensamos en una joven de 16 años, nacida en Noruega y que ya no comprende que sus actos puedan ser castigados con ese nivel de crueldad.
Pero quiero destacar el papel de la madre. Resulta curioso la poca capacidad de empatizar con una hija que, antes de estallar el drama, era una niña modelo que preparaba su ingreso en la Facultad de Medicina. No, la madre, así como las demás mujeres adultas de la película, no sólo son transmisoras de los valores culturales, sino las que los reproducen a través del control y del apoyo a la figura patriarcal y tremendamente intolerante, hasta el fanatismo. Ambos, padre y madre, así como el resto de la familia, están dispuestos a sacrificar la vida y el futuro de Nisha para no traicionar sus viejos principios morales. Tal vez al final, sólo al final, el padre duda, aunque la directora nos deja con el interrogante.
Una película que hace pensar en los conflictos de tantas y tantas familias que dejan un mundo en el que la obediencia a la ley del padre es incuestionable, y la vida familiar un bunker donde nadie tiene derecho a entrar. En ese sistema, las hijas especialmente son objeto de una continua vigilancia por los varones de la casa. Son ellas las que públicamente deben seguir guardando el honor familiar.
Educadas en otro sistema de valores, vestidas como sus compañeras de colegio, con un móvil en el bolsillo y escuchando a Beyoncé, es difícil que no se produzca un choque, ya no generacional, sino cultural. Pero lo más grave es lo que emocionalmente supone para todos. Ni los Servicios Sociales, que en el caso de la película tratan de mediar, ni los jueces, aplicando las leyes que pretenden proteger a los menores de padres intolerantes, podrán evitar una ruptura traumática dentro de un núcleo familiar que, en su medio, era perfectamente funcional, y en contacto con otra civilización se rompe en mil pedazos.
Es inevitable que historias como éstas, quizás menos dramáticas, pero igual de conflictivas y dolorosas para sus protagonistas, ocurran cerca de nuestras casas. Me temo que no somos conscientes de lo que supone para la segunda generación de inmigrantes, nacida en los países europeos, esa transición entre lo que aprendieron de la tradición familiar y los nuevos valores en los que ya están inmersos. No es suficiente, creo yo, con decir eso de “donde fueres haz lo que vieres”, o quejarse de que ellos no quieren integrarse” La sociedad de acogida tiene que estar preparada para asumir estas nuevas realidades humanamente muy duras y complejas. Europa es ya un mosaico multicultural, eso es inevitable y no nos queda más remedio que aprender a gestionar esa realidad. El Estado y sus instituciones se tendrán que dotar de herramientas que vayan más allá de lo estrictamente legal, porque judicializar los conflictos familiares no va a producir más que traumas y sufrimiento y no ayuda a un proceso de integración en el que todos tenemos una parte de responsabilidad. No hay integración donde no hay acogida, diálogo y comprensión del otro. El esfuerzo debe ser de doble dirección.
¿Acaso es tan fácil ver que tu mundo se desmorona sin poder evitarlo? ¿No deberíamos intentar ponernos en la piel de quien tiene que sufrir ese desgarro? ¿O acaso pensamos que los padres de otras culturas no sufren por las mismas cosas que nosotros?

lunes, julio 2

Un drama sobre el descubrimiento de la sexualidad


A pesar de las risas a destiempo, de la luz de algún móvil que otro, y de las conversaciones de esa gente que se cree sentada en el sofá de la sala de estar, a pesar de todo, pude disfrutar de una película sobre la que no sabía nada, pero que supo mantener mi interés durante más de una hora y media. 


“En la playa de Chesil”, es una adaptación de la obra “Chesil Beach” del escritor británico Ian Mcewan. Desconozco la novela, pero lo primero que pensé al salir del cine es que probablemente me va a gustar incluso más que la película. Quizás algunos puntos de la historia, que no quedan suficientemente explícitos para poder comprender a sus protagonistas, en el lenguaje literario estén mejor narrados. No obstante, se trata de una historia bien contada, excepto en el tramo final.

martes, mayo 10

El olivo, ¿una fábula ecologista?

¿De verdad que es necesario ese lenguaje grosero, salpicado de tacos, uno tras otro, sin motivo, únicamente como una forma habitual de relacionarse las personas? Me estoy refiriendo a la película El olivo de Iciar Bollain.  No lo comprendo, y menos tratándose de una directora inteligente y sensible. Si he de decir la verdad, en esta ocasión, me decepciona. Curiosamente, una historia llena de sensibilidad, cae en el exceso de violencia y grosería en el lenguaje. Totalmente prescindible, en mi opinión.
                           

viernes, enero 22

El amor y La chica Danesa

Desde que me senté en la butaca hasta que me levanté, no pude quitar mis ojos de la pantalla; casi no respiraba. Estaba delante de una hermosa historia de amor. Más allá de la temática central con la que se ha presentado la película, una historia de transexualidad, lo cierto es que lo que más me atrajo desde el primer momento fue la relación tan especial que había entre los protagonistas.
Einar Wegener, un artista danés nacido en 1882 y casado con la también artista, Gerda Wegener. Dos seres tan poco convencionales, que consiguen mantener vivo su profundo amor, a pesar de las circunstancias.
La trama es la siguiente: Por casualidad, la modelo que Gerda tenía contratada para sus cuadros, cancela la cita que tiene con ella y para finalizar su trabajo se le ocurre una pequeña trampa, que se convierte primero en un divertido juego, y finalmente en el despertar de la feminidad, que era su auténtica naturaleza y que Heinar no había descubierto hasta ese momento. No se trataba de ningún capricho, ni una necesidad de experimentar nuevas emociones o experiencias sexuales; no era eso. Heinar, de forma muy sutil, fue tomando conciencia de cuánto había en él de mujer y de la necesidad que tenía de que esa naturaleza se hiciera una realidad en la vida cotidiana y social.

lunes, octubre 12

El cine que me gusta

El sábado, en tv2, dentro del ciclo Cine Europeo, proyectaron una película que no conocía: Le week-end. Como otras veces, cuando una historia me hace pensar,  sentir y pasar unos días hablando del tema con mi pareja o con alguna amiga que coincide conmigo, me quedo con las ganas de poder escribir acerca de esa experiencia, que no es sólo cinematográfica, sino intelectual y sobre todo emocional.  Pero he aquí que he encontrado un comentario-crítica sobre el film en una página de internet y he pensado que yo no podría decir más y mejor. Así que he optado por compartirla aquí. 

CRÍTICA

Roger Michell se ha propuesto hacernos reflexionar sobre la veracidad de los sentimientos que tanto nos esforzamos en demostrar. Hasta qué punto esos actos son espontáneos, y qué parte es un completo engaño autoimpuesto con motivo de la obtención de una vida lejos de esos cambios que tanto nos aterrorizan, y con el objetivo de aparentar una relación insanamente normal frente a la estereotipada sociedad.

El director inglés, aclamado por su comedia Notting Hill, 1999, nos muestra la cara más desagradable de la vida en pareja, la humillación, la sumisión, el desprecio, el —Eso no nos pasará a nosotros, dicho desde la más triste inseguridad, todo sin apartar la cámara ni un solo segundo. Seremos testigos de los problemas, las discusiones, y el terrible autocompadecimiento en la soledad de nuestros pensamientos con una honestidad brutal, como dijo Calamaro. Tanto es así, que será difícil no retirar la mirada o taparse los oídos en ciertos momentos, y esto va a desagradar a mucha gente que no está dispuesta a que se les recuerde que las relaciones no son tan perfectas y bonitas como las suele pintar el cine, al menos no sin una extenuante lucha y sacrificio..
Hanif Kureishi escribe un fantástico guion en el que se mezcla un agudo sentido del humor con la más dolorosa de las sinceridades. El libreto narra de qué manera la supervivencia de la relación de una pareja de sesenta años depende de un fin de semana. Un fin de semana de confesiones y temores mientras se tratan sin reparo los temas más controvertidos que el amor lleva implícitos. Visión introspectiva del desgaste que suponen treinta años de matrimonio, de la mano de Nick y Meg, una pareja que ha decidido realizar un viaje con motivo de su aniversario para intentar avivar la pasión perdida durante estas tres décadas de convivencia. La completa falta de romanticismo, la tosquedad del diálogo, y la comentada amarga sinceridad del guion, contrastan por completo con el escenario escogido, la ciudad romántica por antonomasia: París.
Los actores:
Geniales actuaciones de la pareja sexagenaria, gracias a las cuales Jim Broadbent consiguió la concha de plata en San Sebastián mostrando la simplicidad, fragilidad e inseguridad de su personaje, que realmente nos lleva a preguntarnos si el amor tiene fecha de caducidad. Meg no tiene ninguna duda, hace tiempo que dejó de pensar en el amor como motor de su relación, justificando la continuación de la misma por motivos mucho más pragmáticos, sin embargo, los fantasmas de la separación rondarán por su mente mientras se plantea si los esfuerzos por conservar el cariño que pueda quedar es realmente la causa de su lucha, o por el contrario es más fuerte el miedo a enfrentarse a la soledad. ¿Amor o dependencia?
En el otro extremo está Nick, un hombre que quiere a su mujer con los ojos cerrados, uno de esos locos que creen en el amor único y verdadero, y que no tiene ninguna intención de plantearse cómo se vería el mundo sin la venda que cubre sus ojos y le impide ver el sufrimiento de su propia esposa. Un amor alimentado de recuerdos, el miedo al abandono inunda su vida de ansiedad y hará tambalear sus convicciones mientras la sinceridad de Meg le impedirá levantarse y resguardarse en su mundo de felicidad prefabricado.
Magistral comparación del antes y el después, un simple tropiezo que origine una caída mientras se pasea por la calle, antes suponía los cuidados, los mimos y las caricias de ella, mientras él restaba importancia al asunto, reía y respondía a esas caricias atrayéndola al suelo junto a él, qué magia, qué felicidad, qué brillantemente lo definió Pedro Salinas, “¡Qué alegría tan alta: vivir en los pronombres!” Hasta que llega el después, y la misma situación implica la exagerada reacción de él (yo) y la fría indiferencia de ella (tú) que, con un reproche haciendo referencia a su falta de madurez u hombría, camina con paso firme alejándose y dejando a su compañero abatido, gimoteando en el suelo. Sus pasos decididos nos abruman hasta que por fin se detiene, da media vuelta y sonríe, el premio, su sonrisa, el precio, la dignidad. Sólo el tiempo y nada más que el tiempo es lo que ha pasado entre ambos escenarios, porque precisamente del tiempo trata esta película, una de las historias de
amor disfuncional más atractivas y a la vez incómodas de los últimos tiempos
 FUENTE: http://www.filmaffinity.com/es/reviews/1/492114.html