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martes, marzo 27

Otro cumpleaños, otra primavera...

Repentinamente, aunque esperada, llegó la primavera. Al menos eso dice el almanaque, porque las previsiones meteorológicas siguen anunciando lluvias, vientos y demás fenómenos que nos van a aguar las fiestas, sobre todo a los que esperan la Semana Santa para disfrutar del espectáculo, a medio camino entre lo profano y lo religioso, que tenemos en Andalucía. 
Y como siempre, un año más a mis espaldas. Mi carnet de identidad dice que los cumplo el día 25, pero mi madre, que es la que lo sabía con certeza, siempre dijo que nací el día 22, mientras mi padre asistía a la procesión de Viernes Santo, que ese año también cayó en marzo. Así que ya son 70… ¡Ostras, qué mayor! Ahora ya puedo decir que voy para vieja, sin remedio. 

sábado, julio 8

La parra en el patio abandonado

“Lo que me da más pena es no poder llevarme la parra, el mejor regalo que me hizo mi padre”. Volvían a su memoria aquellas palabras dichas en uno de esos momentos en los que soñaba con marcharse de la casa, irse muy lejos, hacia el sur y cambiar de vida.  Y esta tarde calurosa de finales de junio, contemplando el patio algo desvencijado, falto de una mano de pintura, con la pérgola descolorida de tantos años de abandono, repite, como si de un mantra se tratase, que le da pena, que lo único que no va a poder llevarse es esa preciosa parra que tamiza la luz del sol de mediodía y convierte el patio en un oasis de paz y frescor cuando el calor del verano aprieta. Y presume delante de los inquilinos que, a partir de ahora, van a disfrutar de lo que fue un hogar y ahora es sólo una casa… grande, cómoda y bonita, eso sí, pero ya no es su casa. Mirad… qué jazmín. El invierno pasado lo tuvimos que podar porque estaba muy mal. Ahora, en tres o cuatro meses, ha renacido y este verano podréis deleitaros con el  aroma que desprende al anochecer. Y el limonero… Ahora está triste, pero también volverá a regalaros el perfume del azahar y más tarde sus frutos, unos hermosos limones que podréis saborear.
Echa un vistazo final a la cocina y pasa el testigo a Silvia, la joven que pronto llenará el espacio de nuevos aromas y sabores; que llenará de vida el lugar donde pasó tantos años cocinando, mientras escuchaba, se informaba y se emocionaba con Iñaqui Gabilondo, en los programas mañaneros de La Ser. Evoca las conversaciones alrededor de la mesa cuadrada, a la hora del almuerzo, o la cena. Se alegra cuando la inquilina le dice que le gustaría quedársela. Es una pena perder estos muebles que tienen historia, su historia, la de sus hijos, la de su familia. Cómo me gusta esta cocina, exclama en voz alta, aunque de hecho está hablando para sí misma, mientras rememora tantas cosas...

Sube el primer tramo de la luminosa escalera y de pronto se sorprende dirigiendo la mirada a la pared del descansillo, donde siempre hubo un gran espejo, en el que se daba los últimos retoques. Qué curioso, piensa. Ha sido automático, el mismo gesto de siempre, a pesar de los años… Camina descalza sobre el parqué de madera. Recién pulido, parece nuevo, brilla y da calidad y calidez a las estancias del primer piso. Cuánto hemos puesto entre estas cuatro paredes, piensa. Y ahora está a punto de decir un adiós más definitivo que otras veces. Adiós a un tiempo de juventud y de ilusiones, pero también de soledad y de dolor, por qué no decirlo. Por eso, durante estas semanas de ir desnudando la casa han sido tan intensos en emociones. Y por eso ya no quiere volver a pasar por ese batiburrillo de recuerdos y sentimientos.
La casa está a punto para añadir a su historia otras historias, las de Silvia, Marc y su hija. Los ve llenos de ilusión, abiertos a nuevas experiencias, y siente que, como ellos, cuando aún eran jóvenes y estaban llenos de vida y de esperanza, también darán a estas paredes el espíritu que una casa necesita para convertirse en un hogar.       

domingo, julio 17

De memoria y olvido

Sentados en la confortable cafetería de un hotel en la Gran Vía madrileña, diría que todos esperan impacientemente el turno, sin saber qué es exactamente lo que tienen que contar. Pero no hay precipitación, aunque en algún momento se cruzan dos conversaciones. Hay ganas de compartir, de conocerse y de colaborar en algo que ni siquiera saben qué puede ser. Al final todos escuchan con atención a sus compañeros, que van, poco a poco, entrando en ese rincón olvidado donde las vivencias duermen silenciosas a la espera de ser rescatadas. Alguien las zarandea, sacude el inconsciente con afecto e interés y de pronto surgen anécdotas, retazos sueltos de la infancia, sin un hilo conductor, pero con la suficiente fuerza emotiva como para arrastrar tras de sí la memoria grupal,  que podría llegar a ser colectiva. Hay en el ambiente una especie de hálito que se percibe como un lazo con el que todos se sienten identificados.


miércoles, febrero 24

Aniversario del 23F, algo más que política

Bajo las mantas, con fiebre suficiente como para haber abandonado el trabajo y las clases en la universidad, pasábamos esos días de febrero, acompañados de la bendita radio. A veces, algo de música suave, cuando la frente ardía y la cabeza parecía a punto de estallar. Cuando la temperatura se suavizaba, poníamos oído a las noticias que en esos días preocupaban a muchos ciudadanos.

martes, septiembre 8

Después de diez años

Parecía un verano como cualquier otro, pero no era así. Desde primero de año iba diciendo adiós a la casa que había sido su hogar durante dos décadas. Recorría las habitaciones y recogía todo lo personal para empaquetarlo con cuidado. Cajas y cajas de ropa, de libros, de vajilla y utensilios domésticos, cuadros… Era el momento de hacer limpieza, de tirar todo lo que acumulaba en el sótano. A veces somos incapaces de desprendernos de las cosas y ella tenía un apego grande a sus libros y a tantos y tantos materiales que habían formado parte de su vida en la Universidad y luego como profesora. Revisando aquel arsenal de libretas y papeles, iba comprobando la importancia de todo aquello. Se sentía el resultado de esos años de estudio y de trabajo intelectual. 

¿Cómo desprenderse de eso que consideraba alimento espiritual y que tanto valoraba? Pero lo hizo. Se armó de valor y fue llenando bolsas y bolsas de papel y tirándolo a la basura. Los libros de Historia, que nunca más volvería a usar los regaló a un joven estudiante que los necesitaba, y muchos de Filosofía fueron a parar a las estanterías de su hijo. El pequeño piso donde iba a vivir a partir de ahora no le permitía mantener la biblioteca que había ido acumulando, año tras año… Hoy un libro, la semana que viene tres, el mes próximo unos cuantos más. No veía el final nunca, porque siempre pensaba que tenía que saber más, que tenía que estar al día para poder ponerse delante de su clase y aportar algo interesante. 

martes, enero 7

A pesar de todo... No os guardo rencor, queridos Reyes Majos

Queridos "Reyes Majos": esta vez os habéis pasado comigo. En serio. Que no me he portado tan mal, que sigo siendo la misma buenísima persona de siempre. Que me paso la vida pensando en si he metido la pata con fulanita, o fulanito,  o si debería de haber hecho... o no haber hecho tal o cual cosa; vaya que suelo ser muy consciente de mis faltas y de mis sobras... pero ni así. Está visto que me habéis borrado de vuestra lista de contactos. Menos mal que la vida me compensa con otras alegrías, y que la edad ayuda a relativizar estas ilusiones más o menos mágicas  porque si no, estaría esta mañana llorando por los rincones. Así que esta actitud  de aceptación estoica la considero uno de los regalos de la vida y por eso, aunque suene raro, me siento agradecida por todo lo que he vivido en estos 365 dias del año pasado. 
He repasado en el Facebook el resumen de mis publicaciones, porque, la verdad es cada día me vuelvo más olvidadiza. Me he visto en diferentes situaciones, todas ellas felices;  con distintas personas, algunas nuevas en mi vida, otras, amigas de siempre... celebrando todo lo bueno que me ha ocurrido, cerrando eventos en los que me he sentido agasajada, querida... He acompañado en la soledad, escuchado, compartido... Días de sol, días grises, pérdidas, descubrimientos... He conocido gente encantadora. Algunos me han sorprendido por su cariño hacia mi persona, otros han pasado sin pena ni gloria por mi vida; en más de una ocasión he sentido la emoción de quién no esperaba nada y de pronto le regalan algo muy sencillo, pero valioso e inesperado. Gracias, gracias a todos...

Por todo ello, por muchas cosas que ni siquiera puedo recordar, otras que no sabría cómo expresar y algunas que no quiero revelar públicamente, me siento agradecida a este año que acaba. Así que ni Melchor, ni Gaspar ni Baltasar podrían haberme regalado nada mejor que todo eso. Y por eso no les tendré en cuenta su olvido en este día de Reyes.   
Otros relatos de Reyes: 
http://laventanadeteresa.blogspot.com.es/2013/01/dia-de-reyes-de-2012.html 
 http://laventanadeteresa.blogspot.com.es/2012/01/definitivamente-me-estoy-haciendo-mayor.html
 http://laventanadeteresa.blogspot.com.es/2011/01/noche-de-reyes-un-tiempo-despues.html

domingo, enero 5

Los Reyes de antaño

Definitivamente: me estoy haciendo mayor. Lo único que se me ocurre hoy, día de Reyes, es escribir sobre mis recuerdos de esta fiesta, en lugar de hacer lo adecuado, o sea, pedir que estos magos nos dejen mejor situación que la que han encontrado al llegar con sus camellos.
Pues eso, que no puedo evitar comparar el gran derroche de estos días, y lo peor, los pataleos y malas caras de tantos y tantos niños cuando no encuentran junto a sus zapatos eso que pidieron en sus cartas.
No había pensado en ello, pero me he dado cuenta de que nunca escribí una carta a los reyes. Yo creo que nací sabiendo que no existía la magia. Mi realidad era demasiado prosaica, después de una larga posguerra. Por supuesto nunca llegué a ver algo parecido a un camello, y mucho menos una cabalgata. Sin tele, sin posibilidades para viajar… Había que tener muchísima imaginación y mucha fe. Lo que ha quedado en mi memoria es la visita que hacía a la tienda de Julio el chófer, o la de Valentina, su hija, acompañando a mi madre. Yo debía tener diez o doce años y me convertía en cómplice para que mi hermana pequeña viviera con total inocencia aquel día. Aquellas tiendas, con triciclos colgando del techo, tambores, caballos de cartón, coches y camiones, pelotas y balones de reglamento,  muñecas de cartón, cocinitas, planchas, máquinas de coser... de todo un poco; todo apilado, sin espacio para escaparates. Recuerdo los colores, los olores, los sonidos…. Entrar en la tienda era una fiesta para los sentidos, pero había que ser realista: todo aquello era inalcanzable. Ni reyes, ni nada... No había dinero para esos lujos. Y yo, tan seriecita y responsable, no replicaba.
                            
Lo único que podía esperar era un plumier nuevo de madera, y una cartera; una especie de maletín muy pesado que llevaba todo el año a la escuela. ¡Ah!, se añadían dos elementos importantes: la goma de borrar Milán, con aquel olor tan característico, y la caja de lápices de colores de la marca Alpino. Te podías dar con un canto en los dientes si conseguías renovar el pack escolar cada año.    


Y juguetes… En realidad no los necesitábamos, porque nuestro reino era la calle, el corral, las cámaras (lo que ahora se llama buhardilla) Yo tenía lo que necesitaba para divertirme: muchas amigas, calles, callejones, plazas, el lejio (lejío le llamábamos) los rincones de las grandes casonas, los corralones… Así que no recuerdo haber echado de menos nada. Quizás una muñeca, una pepona de aquellas de cartón tan difíciles de conseguir para la mayoría de niñas del pueblo.
Quizás por eso, mi madre se empeñó en comprarme una el mismo año que nació mi hermana, “Por si me pasa algo en el parto”, decía ella… Sacó de donde pudo el dinero y tuve mi primera y única muñeca de cartón. Aquellas no abrían y cerraba los ojos, ni lloraban, ni nada. Tenían los ojos, la boca y la nariz pintada sobre el cartón, y poco mas. Lo de Mariquita Pérez, ni olerla... vaya, que nunca supe que existiera algo así.  Tenía yo seis años, y todas las muñecas que he tenido luego han sido hechas por mí, de trapo, bien bonitas… Bueno, ¡qué remedio! Le ponía hasta sus trenzas, con el pelo de las panochas de maíz: rubio, o pelirrojo.
Por suerte, había dos juguetes fáciles de conseguir, baratos y divertidos: el saltador y el diábolo. De eso sí recuerdo haber disfrutado; era casi obligatorio que los reyes te lo trajeran.
Cuando aprendes a saltar, o a manejar el diábolo, ya nunca se te olvida. Ahora, cuando veo uno de ellos tengo el impulso de comprarlo y, sobre todo, no me resisto a jugar, a echarlo por los aires y probar mi pericia diabolera.
Y esto es lo único que quiero contar sobre este gran día para los niños. ¡Ah! Y también que fui yo misma quien rompí la inocencia y la fe de mi hermana pequeña. Un día ya no pude resistir más y abrí el arcón antiguo donde guardaba mi madre sus reyes y se los enseñé. Así son los niños, algo perversos e impacientes, ¡qué le vamos a hacer!

jueves, enero 5

Ya casi nada es igual...

Ya casi nada es igual. Han desaparecido los rincones donde nos refugiábamos del rigor del invierno y éramos capaces de pasar la tarde con un café con leche; pero eso sí, charlando hasta por los codos, riendo y filosofando. Ya no existe El Rincón del César, aquel bareto, justo donde terminaba la calle Esteban Grau, testigo de momentos inolvidables. Fina, mi prima Marina, la pequeña del grupo, Virginia, una morena muy guapa, que había vivido en París y ahora formaba parte del grupo. Y los chicos: Antonio y mi hermano eran los que no fallaban.  
No queda rastro de El Quijote, la discoteca que a mi se me antojaba la más elegante de la zona, aunque apenas recuerdo nada de su interior. Y aquella otra: Gogó, cerca de la casa de Virginia, mucho más moderna y minifaldera. De esa me quedan algunas imágenes y aquellas conversaciones tan trascendentes con que nos hacíamos los interesantes, en los escasos momentos en que sonaba una lenta. Y qué decir de los cines: el Navarra, el Florida y el Rívoli. ¡Parece mentira! A menos de un cuarto de hora de nuestra casa tres grandes salas con doble proyección, donde pasábamos las largas tardes de domingo, viendo películas clásicas, casi siempre muy serias y dramáticas, que era lo que más nos gustaba. Todavía recuerdo una de las que más nos impactó, protagonizada por Kil Douglas y Deborah Kerr: El compromiso.
En el cine Navarra se hacían conciertos y era fácil conocer en persona a los cantantes famosos de la época. Allí asistí a una actuación de Toni Ronald y bailé como una loca al ritmo de sus canciones.
Ahora hemos tenido que adivinar exactamente dónde estaban esas salas, porque los bloques de pisos y las cajas de ahorros, han arrasado con todo. Nos ha costado incluso reconocer aquel bar, debajo mismo de mi casa, donde los chicos del grupo se reunían, y donde se forjaron relaciones importantes. Ha cambiado el nombre, pero también sus clientes. Ahora los jóvenes y menos jóvenes que se congregan en el local, han llegado de otros continentes y aunque hablen castellano, la musiquilla de su lengua suena de un modo diferente.
Sus voces y sus rostros morenos, nos han obligado a volver la mirada a nuestra llegada al barrio, por los años sesenta. ¿Recuerdas…? Teníamos las mismas esperanzas; y era fácil, porque había un largo camino por descubrir. Pero también sufríamos la misma extrañeza, el mismo desconocimiento, parecidos prejuicios entre los vecinos de toda la vida, y los nuevos, venidos de toda España, especialmente del sur. 

Parte del grupo de amigos

Los amigos de entonces en un día de piscina

Una tarde de domingo en casa de Virginia

Éramos demasiado jóvenes para preocuparnos de cómo nos veían los demás, pero el libro que acabo de leer: "Els castellans", escrito por Jordi Punti, ha aclarado mi sospecha de aquellos días: para los nativos, los inmigrantes del resto de España éramos diferentes, y lo seríamos durante mucho tiempo, al menos hasta que los matrimonios mixtos rompieran esas falsas ideas, miedos y distancias entre unos y otros… “Nosotros” y los “otros”, siempre lo mismo, pero con distintos protagonistas. 
En El Tibidabo año 1969

Pero claro, nos empeñamos,  nos resistimos a creer que también un día nosotros tuvimos necesidades, nos vimos obligados a dejar nuestra tierra para buscar un lugar donde poder ganarnos la vida y progresar, no sólo económicamente. Nuestros padres deseaban para nosotros sobre todo oportunidades para trabajar, pero también para estudiar y desarrollarnos como personas. Y llegamos en el momento oportuno, en una época que dudo se vuelva a dar. No teníamos nada, pero éramos jóvenes y había trabajo, mucho trabajo.  Fíjate ahora, quizás porque tenemos mucho que perder es por lo que nos sentimos tan invadidos y asustados.    
Y nos enfrascamos en una conversación que nos lleva a lo de siempre, mientras paseamos por la Avenida Miraflores, hasta la iglesia de La Florida, que no ha cambiado nada. Incluso el Centro Parroquial se sigue usando, aunque ha perdido el nombre y ahora lo ocupan grupos de jóvenes anarquistas. No me resisto a pasar por la calle donde vivía mi amiga Mª Rosa y Mª Ángeles, una chica algo más joven que nosotros, que un día se añadió al grupo. Nos conocimos en la academia donde íbamos a estudiar francés y nos hicimos amigas. A ella, como a nosotros, le gustaba la poesía y era encantadoramente sonriente. Un día la perdimos de vista... como a tantos otros que los años han alejado de nuestra vida, pero siguen en el recuerdo. 
Iglesia de La Florida en la actualidad

Allí, justo donde estaba el mercado, se ha abierto una avenida, y los viejos tienen un lugar agradable para tomar el sol y charlar. Por cierto, que pongo el oído..., simple curiosidad… Se sigue hablando en andaluz. Tantos años y no se ha perdido el acento. ¡Es asombroso! He pensado cuántas cosas podrían explicar estos jubilados. Muchos de ellos, como mi propia familia, seguro que estuvieron realquilados durante algún tiempo, hasta que dispusieron de ahorros para la compra de una vivienda de no más de sesenta metros. Te explico por enésima vez cómo vivíamos en el barrio de Horta en el año sesenta y siete. Vuelvo sobre el tema porque yo sí tengo memoria y ojalá que no la pierda nunca. Vaya, que hablo de mi experiencia, y no de lo que se oye por ahí.
Allí vivíamos dos familias de cinco y siete personas respectivamente. Luego se añadieron un tio mío, y dos jóvenes paisanos que llegaron a buscar trabajo y se quedaron. Total, unas catorce o quince personas, entre adultos y niños. El piso era grande, cinco habitaciones, cocina y baño, pero claro, teníamos que compartir habitación, por supuesto, sin apenas intimidad y el uso de los servicios, podrás suponer...  
Bloque donde vivimos un año en el barrio de Horta

Me imagino lo que debían pensar los vecinos sobre aquella troupe. Lo mismo que ahora, cuando la gente se queja de que en el piso de arriba hay por lo menos diez o doce personas. Algunos se echan las manos a la cabeza, como si fuera un fenómeno curioso y completamente inusual, y es que, ya te digo, la memoria es débil.
Por supuesto, como puedes suponer, vivir en aquella situación de estrechez no suponía que fuéramos depravados, pervertidos, o ladrones. De ninguna manera. Hacíamos una vida de lo más sobrio y decente: nos levantábamos a las seis de la mañana y salíamos a trabajar todos. Mi hermano y yo llegábamos casi las cuatro de la tarde, y éramos unos privilegiados, porque otros, sobre todo los hombres, volvían a la hora de la cena, agotados y con ganas de irse a dormir, cosa que hacíamos tempranísimo, porque en el año 67 no tenía tele casi nadie. Me pregunto qué harían los nuevos vecinos si no dispusieran, como nos pasaba a nosotros, de aparatos de música, ni de televisión. Seguramente irse a descansar temprano para volver al trabajo al día siguiente, o a buscarlo, si lo han perdido, como ocurre en este momento, que no deben estar para muchas fiestas… digo yo, vamos.

viernes, octubre 14

Cartas leídas, cartas escritas: una historia real

Este audiovisual lo he presentado en el Congreso Internacional organizado por la Escuela Feminista de Teología de Angalucía, en la Universidad de Sevilla. Este congreso ha tratado sobre la intimidad de las mujeres y cómo esa intimidad ha sido narrada de diversas formas, por ellas, o por otros u otras. Lo comparto con quienes habitualmente entráis a visitarme. Espero que os guste. ¡Ah, que no se me olvide! La persona que ha puesta la parte técnica es Maga, mi amiga, que es una krac de la informática y disfruta muchísimo acompañándome en estas historias.

Esta es la segunda parte de la intervención, donde explico el lazo de unión entre las cartas que leía y escribía mi madre, y mi trabajo actual con las historias de vida de mujeres rurales.   

sábado, agosto 20

Nacidos en 1951: crónica de un encuentro después de muchos años.



 
clicar para ver el video 

El día se acercaba: 14 de agosto de 2011. Hacía meses que veníamos preparando el evento. Una cincuentena de hombres y mujeres, nacidos en 1951 íbamos a encontrarnos en el paisaje que nos vio nacer y crecer. Algunos habían permanecido en el pueblo, no habían roto los lazos con sus amigos, y sus recuerdos permanecían más nítidos. Es lo bueno que tiene lo cotidiano, esa vida monótona, circular, siempre en las mismas calles, cruzándose con las mismas caras, volviendo a ver casi todos los veranos a muchos de los que se fueron un día. 
Con 14 años, paseando y con un metro de distancia entre chicas y chicos
Otros, como yo, apenas recordábamos a los que fueron compañeros de juegos, travesuras y escuela. Demasiados años; demasiado tiempo alejados de Mágina y de sus gentes. Por eso, esas mariposas en el estómago. De ahí el insomnio del día anterior… ¿Cómo iba a resultar la experiencia? ¿Con qué caras iba a encontrarme? ¿Cómo sería el encuentro de las amigas de la infancia…? 
Distintas imágenes (entre 12 y 14 años) 
Encarna, Teresa y Maria José en la actualidad
Me vestí sencillamente. Siempre me pasa lo mismo: prefiero quedarme corta, que resultar recargada o fuera de lugar. Además, quería causar buena impresión entre los que apenas me conocen. Mis pantalones blancos de algodón y una blusa muy sencilla de color azulón, me pareció lo más apropiado. Además los azules hacen juego con el color de mis ojos. ¿Por qué no aprovecharlo?
No eran las dos todavía, pero en la puerta del restaurante ya se apreciaba un pequeño barullo. El corazón saltaba dentro de mi pecho, pero estaba deseando abrazar a mis amigas y volver a encontrarme con tanta gente de la guardaba recuerdos más que borrosos. También era consciente de que para muchos yo sería una completa desconocida. Pero ahí estaba el aliciente: iba a ser un día de reencuentros y de descubrimientos.
Andrea y Sebastiana se encuentran
Veo bajar del coche a Andrea Rodriguez. La verdad es que, como a todos, se le conoce por el apodo: Andrea la de Tobalón y así nos entendemos mejor. Vestida para una ocasión festiva y, por qué no decirlo, todavía atractiva. Una mujer interesante y de carácter, como la recordaba. Fue de las primeras que se acercó a mí.
- Me han hablado mucho de ti, me dijo.
Curioso, pero no me conocía. Bromeé con la situación. Quise quitarle importancia, pero la verdad es que no lo puedo entender, porque yo sé perfectamente quien es ella. Lo dicho: una completa desconocida, o lo que suelo decir muchas veces: la gente es invisible para según quién. Lo he comprobado muchas veces en mi pueblo. Una cuestión de clase. Porque vivir en un barrio determinado, te marcaba y te separaba de “los otros”. Además, es cierto que me marché a Barcelona con quince años recién cumplidos, y cuando he vuelto no he coincidido con muchos de mis contemporáneos. Mi memoria guarda los rostros de muchos de ellos, pero no puedo esperar lo mismo de los demás. Sólo ahora soy consciente de esa realidad.
Roge, su marido, Luis y Encarna
Allí estaba Roge, con su simpática sonrisa, jaleando mi dedicación al evento; Mari me pregunta si he ido a la peluquería, porque me encuentra especialmente guapa con el pelo que me ha quedado después de la ducha del día. Pura casualidad, le digo, agradecida por el piropo. Para colmo, Cristóbal, que, a pesar de los correos,  con los que habíamos intercambiado anécdotas y recuerdos, no me conocía, se sorprende al verme, y de un modo sencillo y directo exclama: ¡Mucho mejor en directo, mucho mejor…! Caramba, debo de tener el día, pienso.  
CristóbaL, Paco y Asunción
Luis Quesada acaba de llegar de Barcelona y vuelve esta misma noche. Todo un detalle. No hay duda de que hay mucha ilusión puesta en este día de encuentros. Angelita, elegante como siempre, ha llegado con su prima Seba. Hace años que no la veía y sigue siendo una mujer con mucho estilo. Más que guapa, tiene atractivo.
El barullo del encuentro

Hay mucho barullo en el grupo y no todos recordamos a todos. Hay que dar explicaciones hasta situar el lugar de dónde venimos, la calle en la que nacimos, o el mote con el que se nos conoce en el pueblo. Han pasado muchos años. Por fin llega Mari, la organizadora, acompañada de Antonio Suárez, al que conozco por las fotos de Facebook. Son más de las dos de la tarde y hay que ir colocándose en las mesas. Dentro, otros grupos afines están saludándose y encuentro a algunas de mis compañeras de colegio: Ani, la de la luz, a la que abrazo con verdadero cariño, porque recuerdo muchos instantes compartidos. Ahora me arrepiento de no haberle preguntado si también ella guarda esos momentos en su memoria.
La animación de las mesas
                                             
Las dos amigas de siempre
 Manolo Rivas, gordito como siempre, me saluda cariñoso con un ¡hola guapísima!, aunque ahora me doy cuenta de que probablemente no me situaba. Yo, sin embargo, a pesar de que hace más de treinta años que no lo veía, lo recuerdo perfectamente. Lali está sentada junto a su marido, como si no formara parte de la pandilla, algo distante, pero alegre y cariñosa con todas nosotras. Y Asunción, sentada junto a Encarna, con la que charla animadamente, pone cara de asombro, como no creyéndose lo que allí estaba a punto de ocurrir. 
Mari, Tere, Encarna y M. José, la organizadora
Me resisto a sentarme, porque me apetece acercarme a mucha gente a la que hace tiempo no veía y sin reparos voy preguntando, presentándome, con la alegría de quien vuelve a recobrar algo muy querido. No consigo recordar quién es Lauren, pero ¡oh sorpresa!, su bonita sonrisa es la que me devuelve a aquel muchacho joven con quien no tuve apenas relación, a pesar de ser de la misma edad.
La sonrisa de Lauren
Manolo Rivas y Antonio Suárez
Eulogio, ¡ah, Eulogio! Mis amigas me hablan de que era el guapo; más de una estaba enamorada de aquel muchachito rubio, y bastante travieso. Ni siquiera recordaba ese detalle, aunque sí la casa donde vivía, y que una vez participó en un concurso de TV: “Cesta y puntos”. Desde luego él no sabe quién soy y no me sorprende.
Aquí estoy con Mari y con Eulogio
Paco, el muchachito que jugaba con las niñas en la Carrera alta, apenas me recuerda, pero consigo devolver a su memoria esas tardes de verano, jugando al mocho y al escondite.
Paco, con camisa a cuadros
Muchas caras que no consigo situar en ningún lugar preciso. Y sorpresas, como la de una mujer que me habla de algo muy bonito: nuestra afición a la lectura de cuentos de hadas y los ratos que dedicábamos a intercambiar títulos. Me confiesa que sigue siendo una gran lectora, y me alegro... Y yo, con esa nube que me impide recordar con nitidez algunas de mis vivencias, hace ya casi cincuenta años...
Pepa, al lado su cuñada y en el centro María, su nieta 
Pepa está ocupada con María, una niña preciosa, su nieta. También Pepe hace de abuelo amoroso, durmiéndola en sus brazos, porque el barullo la ha dejado rendida. Cada cual ha encontrado al compañero, o compañeros con quien compartir recuerdos y realidades más cercanas: hay que ponerse al día. Pero claro, sin olvidar que la mesa está repleta de todo tipo de viandas. ¡Santo cielo, no puedo con todo! Y por eso no hago más que hablar con unos y con otros.
Roge y Sebastiana
Angelita está radiante, porque es su cumpleaños y la sala entera le ha regalado la canción de esas ocasiones. Ella se levanta sonriente y yo, un poco nostálgica, miro a Manolo. No sé qué pensará o sentirá en ese momento. Soy una sentimental y aún recuerdo ese amor inocente de adolescencia, que quedó en nada. Ahora me doy cuenta de que no tengo ninguna foto para ilustrar ese momento en el que ella se levanta para dar las gracias a la sala. ¡Lástima!
Pepa en animada conversación con Mari y Ángel
Después vendrían las sorpresas: Dos poetas aficionados: Juan José y Cati, que han dejado por escrito sus emociones sobre el evento.
Después... las rifas: una foto de Bedmar que ha hecho Juan José Pozo y que le toca a Asunción. Y un precioso grabado de Antonio Suárez, el de la plaza de arriba, como todo el mundo lo conoce. Sin pretenderlo, me convierto en presentadora y trato de divertirme con el papel: Teresa, el escenario es lo tuyo, pienso para mí, mientras algunos me auguraban un futuro prometedor en la tele.  Y hasta el camarero pretende que me convierta en la portavoz de la cocina, invitando a los asistentes al acto a dejar los pasillos libres. Me lo tomo a broma y todo sigue su curso.
Lali, Tere y Asunción
Parejas y amig@s
El broche final lo pone la proyección del audiovisual. Lástima que no hubiese mejor sonido, porque todos estaban encantados. Ha quedado muy bonito y disfrutamos recuperando nuestra imagen de niños buenos y asustados, con el mapa detrás y el libro en la mano. 
Algunos, el día de la comunión; las niñas de princesas, con corona incluida, los niños, de general, por lo menos. ¡Cómo hemos cambiado! Pero, afortunadamente, aquí estamos para disfrutar y contar esas historias ya casi olvidadas, de niños de pueblo.
Ambiente de baile femenino


El grupo de amigas

Pero aún quedaba el baile, al que se apuntaron todas las mujeres, que como adolescentes, acompañamos la música con nuestras voces y nuestro cuerpo, todavía capaz de disfrutar con el Dúo Dinámico, los Bravos, y hasta con una sevillana, a la que nos apuntamos algunas. Mientras, casi todos “ellos” se lanzaban a la barra, a disfrutar de la conversación, con una copa en la mano.
Bailando sevillanas
Y llegan las fotos finales de grupo y el intercambio de direcciones, teléfonos, y el adiós, con deseo de volver a reunirnos, quizás a los 65, decían algunos. Eran ya casi las 9 y el local iba quedando vacio.
El grupo casi al completo
La noche se presentaba calurosa; el bochorno era insoportable, incluso en el parque de La Pililla, lugar fresco por excelencia. Y allí, junto al quiosco, tantas veces recordado, apuramos la última copa, aunque incapaces de probar la tapa, dejamos los platos abandonados en la mesa. Una pena, pero el día ya no daba para más.

Bedmar, 14 de agosto de 2011

martes, abril 12

Crónica de unos días mágicos

Se acabó la algarabía, la euforia… el festival de cariño y emociones; las visitas inesperadas que me han devuelto a un tiempo muy lejano.
Días antes, quizás semanas, Maga, atenta a mis necesidades, se adelantaba y ponía su sello artístico y fantasioso en unas simples servilletas de papel. Luego, me sorprendía con el punto de libro y las invitaciones. Nada que se pueda pagar con dinero: un lujo. 
Manolo, generoso como siempre, aparece con un precioso proyector. Algo que no esperaba en absoluto: sorpresa. La mañana del dia veintidós, el cartero (que no siempre llama dos veces) me entregaba los paquetes que llegan de Barcelona y de Valencia.Como tantas veces, Silvia tiene el poder de dejarme con la boca abierta con sus regalos. Ella no improvisa, busca, investiga. Diríase que un día cualquiera fija su mirada en un objeto siempre bello y delicado y espera la ocasión para sorprender a sus amigas. Una exquisita bandeja de cristal, con una imagen del pintor Checo Alfons Mucha.
La bandeja
De Valencia me llegó un hermoso colgante doble, de mi color preferido: lila. Hay amigos de un tiempo, que luego desaparecen de tu vida, pero hay amigos que, a pesar del tiempo y de la distancia, sabes que están ahí, que tienes un lugar en su corazón, vaya, que te quieren. Esos son Pepe y Marianela. También Teresa ha sabido llegar a mí a través de un libro sobre una mujer especial: Frida Kahlo. “He pensado en ti cuando lo vi”, me dijo por teléfono. Siento un pellizco de afecto y de añoranza, mientras la escucho, como siempre afectuosa y atenta. Montse, Lourdes, Mª Lluisa, Mª Rosa, Mª Antonia, Mª José…mi ahijada Laura y su ensayo de croché color lila...Llamadas cariñosas, alegres… En Facebook Tesa me regala una tarta dibujada por ella misma, en fin,  mis amigas de aquí, de allí, de los lugares en los que ha transcurrido mi vida y que me han ido construyendo como mujer.
Y el broche final.  Sobre las nueve de la noche, el timbre me hace abandonar mi ordenador. Detrás de la puerta de la calle, Eme, Maga, Luana y Ana Hérica sostienen una maceta y una tarta y entre risas entonan el cumpleaños feliz. No salgo de mi asombro cuando me coronan la reina del día, con banda incluida. ¡Qué gozada! Nunca, en toda mi vida me han agasajado de esta forma. Luego, un rato dulcísimo, que compartimos con Manolo. 
El día 25 la casa parece otra: mis hijos, mis hermanos, amigos que llegan, otros que hay que ir a recoger y dejar bien instalados en el pequeño hotel Casa Valeria. Los nervios van dejando paso a la alegría del disfrute. Miro a Manolo y siento que para él ésta es una ocasión excepcional. Está feliz y empieza a relajarse. Unas exquisitas y humildes lentejas colman de felicidad a Pablo, abandonado a su poca o mucha habilidad culinaria desde hace ya cinco años. Es sorprendente con qué poco se puede hacer feliz a la gente. Mi amiga Mari Pepa (ahora ya no se hace llamar así) que siempre será aquella muchachita de rostro redondeado, ojos azules y sonrisa tímida, se mueve con total naturalidad en mi casa y ayuda a Mariana en la cocina. Con ellas seguro que todo funcionará a la perfección, pienso. Una agradable y feliz sorpresa, tenerlas cerca en este momento tan especial. 
Libro
Mariona ha traído a esta tierra a “6qu” Un regalo que se hace a sí misma, tan necesitada de desconexión y de compartir con la persona querida paisajes nuevos y experiencias gozosas. ¡Cuánta generosidad la suya! Y cuánto voy a sentir no poder compartir más tiempo con ella y reírnos… y hablar larguísimamente de lo humano y de lo divino.  Su presencia, lo mismo que la de las otras amigas y amigos que han llegado desde muy lejos, son el mejor regalo. 
María Cos ha viajado durante días por todo el Mediterráneo para poder acompañarme. Esas cosas sólo las hacen las personas que te quieren de verdad. Para colmo, llega accidentada y con menos energía de la que ella es capaz en un estado normal. Pero con su voluntad de siempre y sus ganas de conocer, se propone sacar provecho a esta visita.
La noche me regala la locura de Rafa. No me sorprende en absoluto. Me acerco a recogerlo a la RENFE y me recibe con los brazos abiertos y levantándome desde la cintura por el aire, como si aún tuviésemos 16 años. Treinta y tantos años sin vernos. Mucho tiempo y muchos vacíos que serán difíciles de llenar en veinticuatro horas, que es lo que va a estar con nosotros.
La sonrisa traviesa y vivaracha de Mari, dando, como siempre fuerza y animosidad a Carlos, llena el salón de mi casa, cuando nos dan las diez de la noche. Qué regalo, qué tranquilidad me transmite contar con ese entusiasmo y optimismo. Por eso, cuando salimos a tomarnos una cerveza, todos juntos, ya no estoy nerviosa. Sé que todo va a ir sobre ruedas. 
El día 26 nos regala un cielo casi… casi azul, y una temperatura ideal para disfrutar del jardín. Aunque inicialmente Ana nos brindó la casa de campo de su familia como un lugar fantástico para la celebración, un contratiempo de salud de su padre, a última hora,  nos obliga a cambiar el lugar. La casa de mi hermana en Arcos ha sido todo un hallazgo.
Todos colaboran: unos con los vehículos; otros preparando las ensaladas a primera hora de la mañana; o colocan las mesas... el hielo para las bebidas. Los más hábiles con el cuchillo, cortan el jamón con la maestría que requiere la ocasión.
Las cocineras más apañadas
Hasta Ana, la peque de la familia dibuja un cartel que indica dónde está situado el ropero, mientras, su hermana, aparece y desaparece… ¿qué se puede hacer con la timidez? Mientras, los más hábiles con la tecnología: Maga y mis hijos, se dedican a preparar el proyector y aprovechan para conocerse mejor. La anfitriona, mi hermana, tiene que dejar otros quehaceres, y se une a mí en la recepción de los invitados: Pilar y Pepe, que, por cierto, me han sustituido y atienden con suma amabilidad y encantados, a los catalanes; Mª Carmen y Carlos, Ana Hérica, Luana, Eme, Ana, Juanjo, Hortensia y Jesús, Pedro y Maria Eugenia, Jesús... Cada cual con un detalle, a cual de todos más bonito y adecuado... y Raquel, además nos obsequia con su dulcísimo y exquisito postre. Hay presentaciones, abrazos, algarabía, extrañeza, sorpresas… y calor, amistad, agradecimiento… Luego, el ágape, que todos disfrutan y celebran, hasta quedar bien satisfechos. 
El postre y su creadora: Raquel  
La tarde nos sorprende disfrutando de los audiovisuales: tres nada más y nada menos. La sorpresa para mí es el de mi hermana: un precioso cuento con el que seguramente le resulta más fácil expresar esas cosas que han sido importantes en nuestra trayectoria. La risa se confunde con la lagrimilla de emoción.
El colmo de la diversión llega con el corto que mis hijos nos regalan a su padre y a mí. Se trata de algo tan creativo, divertido, pero a la vez absurdo y loco, que las lágrimas ahora son de la risa. Acabamos a las seis de la tarde comiendo un riquísimo arroz con conejo, cocinado por Pepe y Mariana, al que nadie se resistió. Lo dicho: una locura.
Rafa y Hortensia en pleno baile 


                                                            
Los bailones del grupo
La tarta, portada por mis hijos, llevaba el sello gaditano: Tereza, habían puesto, junto a las consabidas Felicidades. Mientras se perdían las luces del día, la hermosa puesta de sol nos alumbró mientras movíamos el esqueleto, con todo tipo de músicas: pasodobles, sevillanas… hasta llegar al Twist, con el que todos los chicos y chicas ye-yés del grupo disfrutamos de lo lindo.
Mis hijos me traen la tarta
Nadie parecía tener prisa. La noche cerrada era el momento propicio para las canciones de siempre, cantadas a coro, el regalo de la hermosa voz de Eme, el monólogo de Ana Hérica, yo… desmelenada, imitando a Lola Flores y poco a poco la despedida…
El grupo al completo
 El “Hasta siempre, ha estado todo muy bien, la comida exquisita, qué hijos tienes…” Y la generosidad de Pedro y M. Eugenia, que esa noche se prestaron a alojar a mi amigo Rafa, que con su energía, gracia y vitalidad, consiguió animar la fiesta, cuando todos estábamos ya algo cansados.
Gracias a todos, por este día, por otros muchos que me habéis regalado y por tantas y tantas cosas que ni siquiera soy capaz de nombrar.
Con mis hermanos y las parejas respectivas 
Y la vida sigue… Los hábitos, las costumbres, los rituales cotidianos vuelven a la casa; como si nada hubiera pasado. Pero ha pasado. Se cumplió el tiempo: marzo de 2011, sesenta años desde aquel jueves santo del 51.