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martes, agosto 1

Cartas sin respuesta

Un mes no es nada, comparado con la eternidad que es ese concepto tan incomprensible para los humanos. Pensar en algo que no tiene fin resulta raro. Y más pensar en que alguien ha vivido cerca de mi y de pronto ya no está, sin que nadie pueda explicar adonde ha ido a parar su espíritu. El cuerpo es algo tangible y sabemos que la muerte acaba con él, pero qué fue de esa persona que hasta hace poco más de un mes era capaz de hablar conmigo desde una habitación hospital donde esperaba entre triste y esperanzada que todo acabara. Eso no es fácil explicarlo. 

Viaje a Cantabria 

Querida amiga: Con tu marcha he tenido la misma sensación que ya viví en otras ocasiones. Especialmente he recordado a mi amiga Ángeles, de la que te hablé muchas veces. La distancia física ha impedido que pueda acompañar tu declive en los últimos meses y claro, de pronto no puedo hacerme la idea de que nos has dejado. Contigo se ha ido una amiga, sí, pero también una especie de cordón umbilical que me unía a la memoria de mi infancia. Recuerdo que cuando escribía algo sobre nuestro pueblo, acababas poniendo la guinda para completar mi relato. Tú recordabas los motes, los pequeños detalles que yo he perdido porque me fui muy pronto de allí y tú, sin embargo estuviste volviendo bastantes años, hasta que perdiste la costumbre, o simplemente preferías no tener que dar muchas explicaciones sobre tus problemas a la gente que preguntaba. Ya tenías bastante con  sufrirlos. Cuando tus padres desaparecieron,  dejaste de ir. 

Esa conexión con mi origen la he perdido.  Sólo me consuela saber que se ha cumplido lo que machaconamente pedías en los últimos tiempos. Yo no lo podía aceptar. Bueno, no comprendía que quisieras marcharte tan pronto, y es que yo tengo tu misma edad y me gusta vivir. Decías que sólo te motivaba lo que todavía podías hacer por tus hijos, a los que aún considerabas con necesidad de una madre donde apoyarse. Y eso me enfadaba. Cuando hablé contigo la última vez por teléfono te eché una bronca. Quería hacerte reaccionar y considerar tu postura de madre a la antigua; una madre que su único vínculo con la vida son sus hijos. Y sin embargo, yo te veía como una mujer interesada por los problemas de la gente, dispuesta a ser un puntal para amigas y compañeras de la asociación en la que estabas tan implicada; una persona que leía con interés y que le gustaba comentarme sus descubrimientos literarios: autores, novelas, ensayos... Aún tenías cosas que resolver para poner tu  nueva casa tal y como a ti te gustaba. Pero era triste escuchar que apenas tenías aliento para desplazarte entre la cocina y la sala de estar. Y entonces es cuando podía entender que no quisieras vivir, que te costara depender de que te llevaran de un lugar a otro. Pensaba en nuestras madres, siempre diciendo que no querían molestar a sus hijos; algo que no creía que una mujer de nuestro tiempo pudiera pensar. Pero así era. Te lo escuché muchas veces: "No quiero que mi Javi se tenga que ocupar de mi" - 

Si hay algo positivo en tu viaje a la eternidad es que no tendrás que pasar por el proceso de declive que ya se veía venir. Me refiero a la pérdida de capacidad cognitiva. Yo lo veía. Ya lo creo. Cuando pasaba un cierto tiempo y no me llamabas, o no me ponías un mensaje en el whasap, sabía que no era sólo tu estado de salud, sino esa maldita memoria, el despiste, seguramente un cúmulo de sensaciones que yo soy incapaz ni de imaginar y que te alejaban del mundo para llevarte a quien sabe qué lugares de tu mente. Tenías miedo de llegar a la situación de tu madre, a la que tuviste que cuidar aquejada de Alzheimer y, afortunadamente, no has llegado a sufrir ese deterioro, pero estabas en camino. Todos nos dábamos cuenta y no sé si tú preferías negarlo y quedarte sólo en esa sensación de miedo a que llegase el momento. De eso sí me alegro. Así esa cabeza tan bien amueblada que tenias es el recuerdo que nos vas a dejar. Una mujer inteligente, que le buscaba explicación a todo y sabía argumentar para defender sus posiciones. Por eso nunca entendiste que el sistema médico no te explicara el porqué de todo lo que te estaba pasando y la razón de que, a pesar de los avances científicos, no pudieran dar solución a tus problemas de salud. 

Querida Juanita. Sigo pensando en ti y recuerdo tu ancha y preciosa sonrisa. Me gustaría, lo mismo que hice durante unos años con mi amiga Ángeles, escribirte una carta de vez en cuando, para que sepas de mí y puedas ponerte al día de lo que pasa en este loco mundo en el que espero vivir todavía un tiempo largo. 

Un fuerte abrazo      

   

jueves, marzo 15

El mandil de mi amiga Ángeles


Querida Ángeles: Decía el poeta Ángel González que escribir es siempre reescribir, volver a decir lo que han dicho otros, aunque con una luz nueva y una voz que siempre es única. Y es verdad, pero a mí me da un poco de reparo repetir lo que tanta gente ha dicho estos días, en los que todo hijo de vecina ha opinado algo sobre la huelga feminista. Sin embargo, esta mañana, cuando recogía la ropa del tendedero he visto tu mandil y esa imagen me ha llevado a escribirte esta carta, que como otras, será una carta sin respuesta. ¿Recuerdas aquel mandil tan bonito que me bordaste hace ya algunos años? Me emociona ver esos dibujos que representan mi vida: una imagen femenina leyendo un libro y alrededor de ella objetos del mundo doméstico; todo lo que suele haber en una cocina. Así me veías tú, amiga, y seguramente era así más que ahora, que peino canas y mi cotidianeidad es completamente diferente.

jueves, junio 27

Curiosamente, después de tres años, tiene total actualidad

Querida Ángeles: Hoy voy de Maruja Ilustrada. Ya sabes que en el fondo soy eso: una mujer muy normal que le gusta mirar la tele y entretenerse con esos culebrones que nos llegan desde distintas cadenas. En eso consiste mi siesta diaria. Pero lo que desde luego no soporto son los latinoamericanos, ¡son horrorosos!, aunque no dudo que sociológicamente muy instructivos. Pero no soy capaz de quedarme mirando y escuchando tanta sandez reunida. No aguanto a las muchachitas pintarrajeadas hasta la saciedad; que se levantan por la mañana con los ojos y los labios maquillados, como si fuera algo natural, vaya, como si hubiesen nacido así. Son la viva imagen del tópico: la mujer fatal, o la tontorrona; o una u otra. Sin término medio. Demasiado simple, para mi gusto.
A mi me enganchan las Teleseries españolas... digamos que de personajes más cercanos, con los que me pueda identificar de algún modo, o que al menos me resulten creíbles. Desde hace años soy una fans de las que se emiten en la tele catalana y cuando me vine a Andalucía seguí viéndolas. De ese modo no pierdo ese contacto con la lengua y el paisaje humano y cultural en el que he pasado tanto tiempo.
Personajes de El cor de la ciutat 
Hace pocos meses acabó una de mis preferidas: El cor de la ciutat. No me acuerdo bien, pero quizás se han emitido dos mil y pico capítulos. Unos seis años de historias de gente corriente de un barrio barcelonés, aunque para dramatizar los relatos, los guionistas se pasaban un pelín, o introducían temáticas no tan cotidianas. Lo normal en estos casos. Llegó un momento en que veía a los actores como alguien de la familia, y ahora, cuando actúan en teatro o en cine, los identifico con su personaje de la serie. No lo puedo evitar. Es curioso, pero me alegro muchísimo cuando veo a muchos que iniciaron su carrera siendo aún casi niños y han encontrado un lugar en el cine español. Son como mis hijos. Qué tontería, ¿verdad?
Bueno, pues ahora estoy enganchada a La Riera. Te aseguro que aunque sólo sea por ver a Mercé Sanpietro, valdría la pena. Yo diría que la serie tiene más elementos del culebrón clásico que la anterior, porque hay gente mala muy mala, y tramas llenas de situaciones moralmente deplorables. Luego, están esos personajes que, como la mayoría de nosotros, son buenos y malos, vaya que no son de una pieza; lo que se entiende que somos los humanos. 
La familia al completo
Hace unos días me llamó la atención una de esas afirmaciones que te hacen abrir el ojo, cuando, como en mi caso, te has quedado traspuesta en el sofá. El que hablaba era uno de los hijos de la Mercé, auténtica matriarca de un clan; una familia que se dedica a la hostelería. Claudi, el hijo mayor, y también uno de los protagonistas más despreciables, soltó lo siguiente: “El mundo está lleno de pobres con ética”.
Lo escribo en castellano para que todo el mundo me entienda, aunque la lengua que se utiliza es el catalán. Pero sigo, que se me va el santo al cielo. ¡A lo que vamos! El tipo ese de la frase lapidaria, el Claudi, es un personaje que podríamos definir como un cínico. Va por la vida arrasando; vaya,  que pasa por encima de cualquiera con tal de conseguir sus objetivos. Lo que suele llamarse un individuo sin escrúpulos. Su principal motivación, lo que lo mueve en la vida es el dinero, pero claro, no se trata de que vaya por ahí dilapidando, o haciendo alardes, sino que lo que persigue con ello es poder; poder en un sentido muy amplio, especialmente ese que hace que tengas a la gente a tus pies.
Pere Arquillué es el Claudi de la serie
Algunos ricos, creo yo, no persiguen llevar una vida disoluta, ni ser unos horteras a quienes se les ve el plumero por la vida que llevan o por lo que se ponen encima. Lo que más les atrae es esa posibilidad de manejar los hilos de la vida de los demás.
Este es uno de esos. Vive en una población pequeña de la costa catalana, en una vivienda nada ostentosa y se dedica día y noche a hacer negocios; o sea que trabaja muchísimo y dispone de poco tiempo para pasarlo bien, para el ocio y la diversión. Pero… ¿en qué consiste su trabajo…? Pues en idear, en maquinar, en tramar a quién puede engañar; con quien tiene que quedar a comer en el mejor restaurante, con el sólo objetivo de proponerle un buen negocio.
Naturalmente, la persona con la que se asocia, no tiene por qué ser amiga, incluso puede ser un enemigo declarado, con el que congenia a la perfección en eso de los escrúpulos, o de la falta de escrúpulos, vaya. Por lo que refiere a su vida amorosa, se orienta por los mismos valores. Vive con una compañera que, como él, está motivada por la acumulación de propiedades y los negocios especulativos; una mujer fría y calculadora, con la que tener hijos y aumentar el patrimonio. Pero eso sí, no desaprovecha “echar un polvo”, como dice él con quien se le ponga a tiro, aunque también en eso siempre hay una segunda intención, una oportunidad para ganar algo, más allá del simple placer. Para colmo, en este caso se trata de la concejala de Urbanismo. Ya se sabe que el ladrillo da para mucho. En fin, como estarás pensando, tipos de estos debe haber unos cuantos, pero más vale mantenerlos bien lejos, porque si te colocas en su camino, seguro que vas a salir perjudicado por algún lado.

La serie tiene varios de estos personajes, que, por otro lado, tienen una parte simpática. Se trata de esos individuos que usan todos sus atractivos con tal inteligencia, que resultan ser unos seductores. De ahí esa capacidad de engañar al más pintado, mostrando su mejor sonrisa, halagando, engatusando…, o sea, siendo el más encantador del mundo mundial. Además reparten besos y regalos entre sus jóvenes vástagos, siempre, eso sí, que éstos sigan el camino que él ha trazado para ellos. Un amor de padre, en serio.
El otro que me tiene estupefacta es un honorable señor de unos setenta años, de voz grave y bien modulada, elegante, sin estridencias y con la sonrisa siempre a punto.

Fermí Reixach, encarna al cínico Filántropo 
El hombre está forrado, especula y engaña, si puede; pero eso sí, hace Meditación Zen, porque él cuida su vida espiritual. Además, envía dinero a alguna ONG de la India, porque es un buen ciudadano; un Filántropo como Dios manda. Es de esos que tiene muy claro que el negoci es el negoci. Quiero decir que sabe separar perfectamente lo legal y lo moral y jamás lo van a pillar, porque sabe utilizar todos los resortes que le proporcionan las normas escritas. No se le mueve un pelo, aunque esté ante un adversario que lo acaba de traicionar. Sabe jugar sus cartas con total frialdad y espera la mejor ocasión para devolver las malas jugadas que le hacen. Me alucina, Ángeles. Es el colmo de la desvergüenza.
También en este caso, se trata de un hombre que ama a su hija, con la que se entiende a la perfección, puesto que es su alumna más aventajada. Otro padre respetable y ejemplar.
Estos individuos, de los que me temo hay muchos en el mundo, y todos conocemos a unos cuantos, aunque sólo sea a través de las noticias, son conscientes de la diferencia entre lo moral y lo legal; saben además que sus actos están muy alejados de la ética, y lo confiesan sin avergonzarse. Diríase que son alumnos aventajados del gran Maquiavelo; es más, no sienten ningún respeto ni admiración por esa gente llena de escrúpulos y manías, que nunca saldrán del agujero, que se pasan la vida currando como unos “pringaos”, total… ¿para qué….? , pensarán ellos. Y así nos va…
Pero qué quieres que te diga, hay una cierta honestidad en estos personajes, en el sentido que son capaces de reconocer que ellos pasan de esas zarandajas de la ética: o los tomas o los dejas, pero lo tienes claro. Sabes a quien te enfrentas. A mí me parece peor tener dos caras; dártelas de algo y engañar a la gente con buenas palabras; vaya ser una hipócrita mosquita muerta, como se suele decir.
Amiga mía, esto que te cuento me ha hecho recordar una conversación que tuvimos una vez, en la que tu mensaje era completamente opuesto al del personaje del que te hablo. Dijiste exactamente: “La ética es para los ricos” Es curioso, ¿verdad? Son dos posturas y hay algo de verdad en ambas. Lo que tú querías decirme es que hay gente que puede permitirse ser escrupuloso, ser éticamente estricto, porque tiene la vida resuelta. Sin embargo, cuando hay que ganarse la vida; cuando lo único que tienes es tu trabajo, y gracias…, entonces la cosa se pone más fea. Vamos, que ser pobre y tener unos principios muy estrictos, te parecía que era pedir demasiado. En consecuencia, lo que se deduce de eso es que hay dos varas de medir la honestidad de las personas, en función de su situación económica.
No sé si querías decir que los pobres, la gente corriente como nosotras, tenemos permiso para actuar según nos viene en gana, o según la situación. Total, ¿qué importancia tiene que yo defraude quinientos euros a la Hacienda Pública, cuando hay tantos que se llevan millones a Suiza...? El que más y el que menos piensa así, ¿no…?
Hasta el Evangelio de San Mateo lo decía: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre al Reino de los Cielos”. Una manera como otra cualquiera de consolar a los pobres, dirás tú…, que te conozco. Y quizás tengas razón. Pero también me pregunto qué pueden hacer esos “pobres ricos”. Si resulta tan difícil ser aceptados en el lugar donde van los justos, digo yo que para qué se van a esforzar, ¿no? Así que casi resulta comprensible ese cinismo de mi personaje preferido de la tele. ¡Vaya!, si va a resultar que hasta me cae simpático el tipo. ¡Teresa, Teresa… que se te va la olla y aquí hay mucha tela que cortar! Si quieres, podemos seguir en otro momento.

¡Santo cielo, Ángeles! Acabo de enterarme que hace treinta años que mataron a John Lennon. No puede ser, y yo con estos pelos… y casi sesenta tacos.


Hasta muy pronto.

viernes, abril 13

¿Llegar a viejos...? Si nos dejan...

 Querida Angeles: Esta carta te va como anillo al dedo. Nadie como tu, que no ha podido llegar a vieja, por culpa de eso que llaman eufemísticamente larga y penosa enfermedad. ¡Lo que faltaba, amiga! Ahora resulta que los técnicos del Fondo Monetario Internacional están muy preocupados por el aumento de la esperanza de vida más allá de lo previsto.
 Me pregunto qué quiere decir eso de "más allá de lo previsto" y qué quieres que te diga, me da un poco de miedo esta afirmación que no sé cómo calificar. Ahora resulta que ya no podremos asumir el costo de una población envejecida gracias al interés que han puesto en estas últimas decadas todos aquellos que tenían la capacidad de intervenir en los procesos naturales de la vida y de la muerte. Que yo sepa, hasta ahora nadie se ha quejado de eso. Todos contentos. En España las mujeres tienen una media de esperanza de vida de 84/85 años y los hombres un poco menos. Pero no era suficiente, había que forzar más la situación. La omnipotencia de la medicina; esa aspiración de querer ser como dios nos ha llevado a esto.

lunes, abril 2

Yo, tú, ellos, ellas, nosotros…nosotras... todos somos un poco fundamentalistas

Querida Ángeles: Desde hace unos días estoy pensando en escribirte esta carta, precisamente esta. El tema central es un poco "peliagudo" y por eso me lo he pensado; le he dado vueltas porque tengo la impresión de estar fuera de lo políticamente correcto. Si pudieras contestar a mis cartas probablemente ni siquiera nosotras estaríamos de acuerdo…, no lo sé… porque, que yo recuerde, nunca hablamos de estos temas.
Me explico: Desde hace unos días, la prensa, la radio y la televisión están tratando el tema del derecho o no derecho a que las jóvenes o adolescentes musulmanas que viven en España, puedan llevar cubierta la cabeza en lugares públicos, como la escuela o la universidad

viernes, marzo 23

¡Socorro... apaga la teleeeee!


Querida amiga:
¡Quien me lo iba a decir a mí! Últimamente, cuando acabamos de comer me dirijo a la cocina,  como alma que lleva el diablo, echo un vistazo al fregadero y decido que sí, que prefiero ponerme a limpiar la vajilla, mientras el telediario sigue  vomitando una sarta de tonterías, mentiras y obviedades tal, que, francamente, ya no soporto.  
Bien sabes tú que no me apasiona eso de la “marujería”; más bien me fastidia. Si puedo, me escaqueo, y procuro pasar esa tarea a mi compañero de vida y de fatigas,  que, como bien sabes, es un santo barón.

domingo, enero 1

Los miedos que nos invaden


Mi querida Ángeles: ¡Cuánto tiempo sin hablar contigo! Seguro que me has echado de menos, y espero que no me lo tengas en cuenta. Por aquí, como siempre, andamos un poco liados y a mí, concretamente, el tiempo se me escapa… Y la verdad es que no tengo tantas cosas totalmente obligatorias, pero mi naturaleza, ya sabes, es un poco curiosa y dispersa, así que cuando me he querido dar cuenta… ¡plaf! Que se me ha pasado el año 2011.
Imagen de la Ciudad Condal
Después de unos días de Navidad en Barcelona, vuelvo a la vida sencilla, a mi casa del sur, lejos de esa horrible sensación de estar en peligro, de que al menor descuido puedes ser atracado, atacado, o tal vez algo peor. No te puedes imaginar en lo que se están convirtiendo las grandes ciudades. Por ejemplo, los altavoces del metro advierten continuamente a los viajeros sobre las normas de seguridad, con mensajes más o menos de este estilo: “Para su seguridad le informamos que tenemos cámaras instaladas en los pasillos y andenes”, o también algo así como… “Tengan cuidado con bolsos, los carteristas tienen habilidades que usted desconoce”. Total, que la sensación que tienes es de que estás rodeada de delincuentes, aunque, eso sí, las autoridades cuidan de tu seguridad con cámaras que te graban, con vigilantes, ayudados de enormes perros, dispuestos a atacar, si es necesario, y en fin, que a pesar de todo, no pasa nada, porque todo está controlado... o eso es lo que pretenden hacernos creer, mientras me pregunto quién vigila al vigilante...  
carteristas en el metro
policia en el metro
Sí, querida amiga, he encontrado la ciudad algo diferente, y quizás por ello me he fijado en detalles que antes me pasaban desapercibidos: las caras largas de los dependientes de El Corte Inglés, como si te estuvieran haciendo un favor, la actitud cansada y triste de la gente que vuelve a casa después de la dura jornada…, o el gesto huraño y maleducado de un hombre, delante de mi cámara, que sólo trataba de captar el cambio que se ha producido en los barrios. Se debió sentir vigilado, o qué sé yo… ¡Qué paranoia!  La gran urbe, la metrópoli multicultural y superpoblada y llena de miedos, no siempre justificados, pero eficaces, muy eficaces para quienes nos gobiernan y nos cuidan. Aquí vendría bien eso de... "No me quieras tanto..." Lo de los controles del aeropuerto no me cabe en esta carta, que quiero que sea liviana, pa no cansar al personal. Otro día te hablaré de esos momentos antológicos en los que la gente se desprende de cinturones, relojes, medallas de la virgen, botas... Ya te digo, que hay que ir preparados, como antiguamente, cuando las madres decían que había que cambiarse de bragas por si te pasaba algo y te tenían que llevar al médico.  
Plaza de Jerez
Por eso, antes de que se me contagie el histerismo y la paranoia colectiva, me voy pa´l sur; me piro, estoy loca por llegar a mi casita de Jerez. Aquí, si algo sobra, es la sonrisa. Porque, a pesar de todo, parece que la gente por estos lares, es fiel al tradicional refran: "al mal tiempo buena cara"   

 Deséame un buen año, querida, que no puedes imaginar la que tenemos liada por aquí. Ya te contaré.

Prometo escribir más a menudo y te mando un abrazo.

Teresa

jueves, febrero 24

Dichoso San Valentín

¡Dichoso San Valentín! Desde que enchufé la radio esta mañana no parece que haya nada más importante en este día 14 de febrero... ¿será que me estoy haciendo mayor…? Lo digo porque me parece algo tan pasado, tan ñoño, tan lleno de topicazos, tan a medida de las tiendas de El Corte Inglés… que me sorprende que haya tanta gente que lo celebre, y para más INRI, se atrevan a compartir con el personal poesías y dedicatorias, a cada cual más cursi, por no hablar de las más cutres. No vale la pena transcribirlas, porque dan un poco de vergüenza… o quizás pudor… no sé, pero me ha llamado la atención tanta gente “enamorada” .
Estas celebraciones me recuerdan a mi adolescencia; y de hecho también yo caí alguna vez en la trampa de pensar que el amor había que celebrarlo un día especial. Por eso soy comprensiva con esos jovencitos que se escriben SMS con mensajes, o se regalan una piruleta de color rojo y forma de corazón. En el fondo, me parece algo bastante normal en una cierta época de la vida; en esa edad del pavo en la que sientes que ese chico que te hace tilín es el gran amor que te salvará del tedio y, sobre todo, te hará feliz. ¡Ah, cuántas veces habré escuchado esto de “te haré feliz”, o “me hará feliz”, y cómo no: ¡No me haces feliz! Cuánta inocencia hay detrás de esta idea de que somos responsables de la felicidad del otro. Por eso,  escucharlo de un adolescente o jovencita me produce una ternura muy especial. Al fin y al cabo es lo que yo pensaba cuando tenía esa edad.
Para colmo, los periodistas de la tele nos regalan reportajes sobre el consumo amoroso en estos días. Esto ya me hace abrir los ojos como platos, especialmente cuando hablan de que las parejas se regalan cenas románticas, fines de semana románticos en hoteles carísimos, con jacuzzi y demás pamplinas, a las que curiosamente califican como “románticos”.Se comprende la confusión tan tremenda que hay en el uso de palabras como ésta. ¿Por qué se asocia el calificativo romántico a algo tan carente de ese espíritu? Me pregunto, y no encuentro la respuesta. ¿Acaso lo romántico no tiene más que ver con lo pasional, lo tormentoso, lo aventurero, lo trágico…? Quizás me equivoque, pero es lo que yo tengo entendido. Aunque he buscado imágenes muy típicas y tópicas del Romanticismo en el arte pictórico y que resultan muy reveladoras de ese espíritu dramático.
Friedrich: Caminante sobre el mar de nubes
Esos novios, amigos, parejas sentimentales, como eufemísticamente se suele decir ahora, no me parecen en absoluto románticos. Yo tengo entendido que el Romanticismo es algo así como un canto a los espíritus libres en todos los sentidos; eso significa un estilo de vida y un tipo de relaciones amorosas muy alejadas de las cenitas con velas, de la comodidad del hotel con jacuzzi…, en definitiva, de todo lo que conlleva una vida convencional y desde luego acomodada. Una persona romántica, para mí, debe ser excesiva, extravagante, bohemia, idealista, pasional… vamos, bastante transgresora y un punto irracional. Todo lo contrario de alguien ponderado, pragmático, miedoso, cómodo, convencional y realista. Por eso en la literatura y el arte en general (me refiero a la tradición romántica) las historias de amor suelen acabar trágicamente. ¿Por qué? Porque tratan de amores imposibles, desesperados, en los que los protagonistas arriesgan mucho y están dispuestos incluso a perderlo todo, hasta la vida.
Madame Bovary, por ejemplo, fue una de esas ilusas que, no se conformaba con vivir una vida cómoda y sin pasión. De forma poco racional, desde luego, emprendió un camino peligroso que le llevó a la perdición y a la muerte. Enma Bovary, influida por su afición a la literatura, quería vivir la vida como las heroínas de las novelas, con riesgo, con pasión y saltándose la moral de su tiempo. También Ana Karenina vive ese tipo de pasión transgresora que la lleva a la muerte. Y es que la muerte es una forma de redimir a los personajes de estas historias, y si no, recuerda a Don Juan de Zorrilla, o Violeta, en la Traviata de Verdi. Todos ellos acaban bastante mal, por su mala cabeza, porque de alguna manera tienen que pagar su gran pecado: amar fuera de las reglas que marca la sociedad; todos ellos sufrieron por amor, algunos se sacrificaron, como Violeta, y en general arrasaron con todo lo que se les ponía por delante para lograr sus fines. Nada que ver con las jovencitas y jovencitos que salen cada mañana de la casa de sus padres hacia la oficina, que esperan pacientemente a tener un trabajo fijo, o una oposición para poder comprarse un piso y casarse? ¿Hay algo en común entre los cómodos jóvenes actuales, que, confunden sexo con pasión amorosa, que cambian de amor como de camiseta, y que el mayor riesgo que suelen correr es comprarse un billete de avión para marcharse a Nueva York, o buscarse un hotelito en la sierra donde cenar a la luz de las velas y con una buena calefacción? Si esto es Romanticismo, ¿Que venga Dios y lo vea, o mejor que venga Gustavo Adolfo Bécquer, por poner un ejemplo de poeta atormentado y muerto prematuramente. Se echaría las manos a la cabeza.Y no digamos Espronceda, de quien voy a transcribir uno de los poemas más desgarradores, en los que llora la muerte de su amada: Canto a Teresa. 
Gustavo Adolfo Becquer
                                                                   Canto a Teresa

¿Por qué volvéis a la memoria mía
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?

¡Ay!, que de aquellas horas de alegría
le quede al corazón sólo un gemido,
¡y el llanto que al dolor los ojos niegan
lágrimas son de hiel que el alma anegan! (…)

¿Quién pensará jamás, Teresa mía,
que fuera eterno manantial de llanto,
tanto inocente amor, tanta alegría,
tantas delicias y delirio tanto?

¿Quién pensará jamás llegase un día
en que perdido el celestial encanto
y caída la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?

Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas,
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves ¡ay! como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono, y de amor, y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaban a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura,
las horas ¡ay! huyendo nos miraban
llanto tal vez vertiendo de ternura,
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.

Y llegaron en fin: ¡oh!, ¿quién impío,
¡ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo un cristalino río,
manantial de purísima limpieza;
después torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza,
y estanque, al fin, de aguas corrompidas,
entre fétido fango detenidas. (…)

Mas ¡ay! que es la mujer ángel caído
O mujer nada más y lodo inmundo,
hermoso ser para llorar nacido,
o vivir como autómata en el mundo;
sí, que el demonio en el Edén perdido
abrasara con fuego del profundo
la primera mujer, y ¡ay! aquel fuego
la herencia ha sido de sus hijos luego (…)

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
un pesar tan intenso…! Embarga impío
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu nombre el labio mío;
para allí su carrera el pensamiento,
hiela mi corazón punzante frío,
ante mis ojos la funesta losa,
donde vil polvo tu beldad reposa.

Y tú feliz, que hallaste en la muerte
sombra a que descansar en tu camino,
cuando llegabas mísera a perderte,
y era llorar tu único destino;
cuando en tu frente la implacable suerte
¡grababa de los réprobos el sino…!

¡Feliz la muerte te arrancó del suelo,
y otra vez ángel te volviste al cielo. (…)
¡Oh! ¡Cruel! ¡Muy cruel!... ¡Ah! Yo entretanto
dentro del pecho mi dolor oculto,
enjugo de mis párpados el llanto
y doy al mundo el exigido culto,
yo escondo con vergüenza mi quebranto,
mi propia pena con mi risa insulto,
y me divierto en arrancar del pecho
mi mismo corazón pedazos hecho.

Gocemos, sí: la cristalina esfera
gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
los campos pinta en la estación florida:
truéquese en risa mi dolor profundo…
Que haya un cadáver más ¿qué importa al mundo?

(José de Espronceda)

miércoles, enero 12

Prejuicios y cantos de sirenas

Querida amiga: Hay personas que prefieren creerse aquello de lo que afirman estar seguras. Cada vez estoy más convencida. No comprendo el interés que puede tener alguien por seguir pensando algo que sólo le sirve para mantenerse en una postura; para seguir anclado en sus prejuicios. Quizás nos pase un poco a todos, a cada cual con un tema determinado, puede ser, pero hoy tengo muy reciente una conversación con amigas donde se ha producido este fenómeno que tanto me sorprende.
Esta vez se trataba del tan traído y llevado tema de la lengua catalana. Me refiero a las dificultades y las trabas que, según muchos medios y demasiados discursos interesados, los castellano hablantes se encuentran en tierras catalanas. Como ya sabes, no soy nada, pero nada nacionalista, o sea, que no puedo ser sospechosa de manipulación o interés particular en la cuestión. Así que de lo único que hablo cuando me encuentro en una tertulia donde se trata el tema, es de mi propia experiencia. Cuarenta años viviendo y trabajando en Barcelona, creo que me avalan, ¿no te parece….?
Pero antes, voy a explicarte algo que me pasó hace algunos meses, cuando asistí a un acto literario donde surgió esta cuestión. La escritora marroquí Najat el Hachmi presentó su libro El último patriarca.
Se trata de una novela, en la que la autora relata las peripecias de una familia marroquí que emigra y se instala en la zona de Vic, en los años ochenta, más o menos. Como es natural, casi todos pensamos que en el libro hay mucho de autobiográfico, así que, cuando invitaron al público a intervenir, muchas preguntas tenían que ver con la curiosidad que despertaba la historia de una muchacha joven que llegó a Catalunya y que se ha convertido en una pequeña celebridad. ¿Cómo puede ser…? Se debían preguntar algunos, ¿no es cierto que en esa comunidad se discrimina tanto a los que no hablan catalán…? Bueno, pues ocurrió algo inaudito: un señor del público se dirigió a la escritora y le hizo la siguiente pregunta:
─ ¿Usted debió pasarlo muy mal en los primeros años de llegada a Cataluña, no es cierto…? Como verás, más que una pregunta era casi una afirmación, una seguridad que él tenía y que pretendía confirmar. Najat, con una gran serenidad, propia de una persona más adulta, se dirigió al hombre y le respondió:
─ Pues la verdad es que no lo recuerdo de ese modo. Yo era pequeña y tenía tanto interés por aprender, que no me costó mucho. Yo desde luego no tengo una mala experiencia, se lo aseguro. Pero el hombre no se quedó satisfecho con la respuesta. Él quería escuchar otra cosa, era evidente. Necesita confirmar lo que pensaba sobre las calamidades de las personas que tienen que introducirse en una nueva cultura y en otra lengua. Y ni corto ni perezoso volvió sobre el tema, haciendo la misma pregunta, dándole la vuelta para que pareciera otra cosa. Y la joven volvió a insistir en que no fue así en su caso; o sea, que hablaba de sus vivencias y no de lo que había escuchado por ahí. Pero no lograba satisfacer la necesidad del hombre.
Y entonces explicó a todo el público cómo para una niña marroquí como ella, criada en una sociedad rural, era mucho más fuerte el choque entre las costumbres del campo, y las de una sociedad industrial como la catalana, que tener que aprender a hablar en otra lengua. Recuerdo que yo asentía, mientras la escuchaba con atención. También a mi me pasó lo mismo y por eso lo entendí perfectamente. Pero me temo que nuestro caballero, por cierto, un jerezano que dudo tenga muchas experiencias de contacto con otros mundos ajenos a su propia cultura, diera por buenas las respuestas de la protagonista de la tarde. Seguro que debió pensar que era una renegada, o peor, una enchufada de la Generalitat Catalana, a la que estaba haciendo propaganda. Peor para él, ¿no crees…?
Pues otro tanto me pasó a mí en la reunión con mis amigas. Una de ellas se empeñó en que la gente que vive en Barcelona, o en cualquier otro sitio de Catalunya, no puede expresarse en castellano. Vaya, de forma más tajante, algo así como que está prohibida esa lengua. La forma como lo justificó fue con los típicos ejemplos y anécdotas de siempre: “yo fui a una tienda y me atendieron en catalán y cuando les dije que me hablaran en castellano, se negaron en rotundo”. Por más que intenté convencerla de lo contrario con la única prueba de que yo viví cuarenta años en Barcelona y que incluso di clases en un centro universitario, y en castellano, ella seguía en sus trece. Así que llegué a la conclusión de que no valía la pena esforzarme por convencer a alguien que está convencido.
Y es una pena Ángeles, es una pena que los intereses políticos, las noticias de la TV y las luchas absurdas entre distintas comunidades, dé como resultado este tipo de posturas cerradas. Así no hay manera de conocernos y de relacionarnos de una manera abierta y sin prejuicios.
Amiga mía, te aseguro que, en La Ciudad Condal, y mucho más en lo que llaman el cinturón barcelonés, la vida se hace indistintamente en las dos lenguas. Claro que hay barrios donde la población es más antigua y nacida en Catalunya, por lo tanto, se escucha mucho más la lengua de esa comunidad, pero si te desplazas por Sta. Coloma, San Adrián del Besós, Hospitalet, Cornellá, etc., mayoritariamente se habla en castellano. Ahora bien, la cuestión no es cual se habla más o menos, sino que en general la convivencia es buena. La gente respeta al vecino y cada cual se expresa en la lengua que le resulta más fácil. Yo he pasado la Navidad en el barrio donde viví más de veinte años y me sorprendió en el supermercado, por ejemplo, que la gente hablaba generalmente en castellano; me sorprendió porque era gente bastante joven, que seguramente ha nacido allí, pero claro que su lengua materna debe ser el castellano.
Esto que te explico estoy segura de que si lo leyera mi amiga María, la enfadaría mucho. Ella es una catalana militante y no estaría de acuerdo en que estos jóvenes nacidos en Catalunya no se expresen en catalán. De eso no hay duda; hay personas que mantienen una postura de lucha política por mantener la lengua vernácula, potenciar su uso en todos sitios y que no sea aniquilada por otras. Sin embargo, María es amiga mía y nos relacionamos en ambas lenguas desde hace más de veinte años. Nos respetamos mutuamente y valoramos las respectivas culturas. Ella, y otras personas que piensan así, como es lógico, tratarán de facilitar que los que llegan escuchen el catalán para que vayan aprendiéndolo, pero nunca se negarán a dirigirse a un recién llegado, o a un turista en otra lengua, la que éste comprenda. Claro que personas necias, fanáticas o impresentables hay en todos sitios, o sea, que las anécdotas que algunos cuentan deben ser ciertas, lo cual no las convierte en verdad universal.
Es cierto que si quieres trabajar en la administración, o en la enseñanza pública, sobre todo en los niveles obligatorios, te exigen que puedas entender y hablar el catalán. Eso es así. Quizás es lo que ha producido esta confusión y el rechazo generalizado que hay en el resto de España hacia esta cuestión. La gente seguramente tiene razón en eso de que todos en el Estado Español deberíamos poder movernos y trabajar en distintas comunidades, sin ninguna traba. Es verdad que con eso se limitan los intercambios culturales y de conocimientos en general, especialmente universitarios. Sería una pena que en las universidades no se aceptaran personas con talento de otros países, o del resto de España, por no poder dar las clases en catalán. Eso desde luego.
Pero lo que no se comprende es esa cerrazón de algunos porque a las criaturas se les enseñe dos lenguas. ¿Me quieres decir a quién le perjudica algo así…? Yo creo que al contrario. Los niños son una esponja y están capacitados para aprender sin esfuerzo varias lenguas. Mis hijos son un claro ejemplo de lo que te explico. Desde pequeños aprendieron castellano y catalán, y ahora, no sólo son capaces de hablarlas indistinta y naturalmente, sino que han demostrado una gran capacidad para aprender francés e inglés. ¡Ay amiga! Ojalá la gente de nuestra generación hubiéramos tenido estas posibilidades. A mí por lo menos me hubiera ido mejor con el inglés. En fin, querida, que no voy a seguir, porque para mí está claro que si alguien quiere saber qué pasa en un lugar determinado, lo que tiene que hacer es relacionarse de algún modo con la gente de allí, vivir el día a día y no fiarse de los cantos de sirenas, que no hacen más que distraer al personal, pero sobre todo enfrentarnos con el único fin de sacar partido político de ello.
Te mando un abrazo de año nuevo
TERESA

jueves, noviembre 4

Cartas a Angeles: Víctimas, verdugos y pequeñas corruptelas cotidianas

Querida Ángeles: Ayer me acordé de ti especialmente. Una prima vino a visitarme y me contó el calvario que está pasando. Otro caso de acoso moral, o mobbing, como le dicen ahora. Seguramente estas cosas pasaban hace años; quiero decir que el que los psicólogos le hayan puesto nombre al fenómeno no significa que sea nuevo, sino que somos más sensibles al tema; que alguien, o mucha gente al mismo tiempo se ha dado cuenta de que no son aceptables este tipo de actitudes y conductas. Bueno, querida, tú sabes mucho de eso. No en balde tuviste que acompañar a tu pareja en ese larguísimo proceso, que muy probablemente fue el origen de su mortal enfermedad. Ella sufrió el vacío durante varios años, en una administración que nunca pudo perdonarle su valentía. El poder no está acostumbrado a que se le cuestione públicamente y Geli era una ilusa; una mujer que no podía cerrar los ojos ante ninguna injusticia, pero sobre todo si afectaba a su cometido profesional dentro del Área de Medio Ambiente. Recuerdo perfectamente mi estupor y mi indignación por todo lo que tuvo que aguantar: una mesa en un rincón, vacía de papeles. La dejaron sin trabajo, simplemente… Ignominia, descrédito, deshonra, desprecio… no se me ocurren más adjetivos. Nada se pudo hacer con la ley en la mano.
También mi prima es una funcionaria, que se ha pasado media vida hasta conseguir una plaza fija en un centro de formación musical. Pero… mira por dónde, cuando pensaba que se habían acabado sus penas y por fin era una profesora con todos sus derechos, aparece una desaprensiva que no soporta cerca a alguien que le pueda hacer sombra, o ponga en cuestión su trabajo. Así es como lo interpreto yo, porque la pobre no acierta a comprender cómo puede haber alguien que se ensañe de ese modo con ella, que lo único que hace es hacer su trabajo lo mejor que puede y sabe.
Cierto que, en esta ocasión, la cuestión parece más personal. En una administración mayor, como era el caso de Geli, la responsabilidad de los actos se diluye y nunca se sabe de dónde partió el acoso. Aquí estamos ante un centro de una población pequeña, en la que la directora convierte su lugar de trabajo en una especie de dictadura muy… muy velada, puesto que sobre el papel todo parece otra cosa. Sin embargo, un grupo de profesores, se comportan como súbditos de esta señora y no se atreven a cuestionar nada, supongo que por miedo, simplemente miedo, ¡que es fuerte! Porque digo yo: ¿miedo a qué…? ¿Será que todo el mundo tiene algo que esconder? ¿Será que nadie o casi nadie cumple con su obligación?
Y para colmo, mi prima tiene la teoría de que lo que le ha pasado a esta mujer es que no ha podido soportar su rechazo; un rechazo no abierto, pero sí evidente. Vaya, como los pretendientes que se sienten despechados ante la indiferencia de su objeto de amor. Se trata de un asunto personal; una falta de autoestima; una herida narcisista, que tiene que ver con una gran necesidad de ser reconocida por alguien a quien se admira. Los psicólogos dicen que los acosadores tienen un trastorno de personalidad narcisista. Una de sus características es que carecen de interés y empatía por los demás, pero fíjate por dónde, no soportan que los demás dejen de interesarse por ellos. Por eso se comportan atacando a quien consideraban amigo, pero que en un momento dado se distancia.

Si eso se lleva a las relaciones profesionales, se convierte en una especie de paranoia o persecución y se extiende a toda la organización como una plaga. Es evidente que un enfermo puede enfermar a la institución entera. Y, por supuesto, siempre hay una víctima; alguien que, inconscientemente, ha colaborado en que el fenómeno se produzca. En este caso, mi prima no sabía cómo decirle a su directora que no le interesaba su amistad, que no le apetecía salir con ella. Es curioso, pero precisamente por no herir, por no ser clara y decir lo que piensa, se ha visto enredada en esta maraña de envidia, que le está afectando en su salud.
Ayer, hablando con ella sobre este problema, recordé no sólo lo que le pasó a Geli, sino otros episodios que he sufrido yo misma y otras amigas o conocidas mías. Desde luego el tema tiene dos dimensiones: una puramente personal y otra que tiene calado social.
Me explico. No podemos evitar que haya personas que tengan este tipo de actitudes; que dediquen su energía a la persecución de alguien, por el simple hecho de haberse sentido rechazadas, por despecho, envidia o, por qué no decirlo: pura maldad. Hasta ahí la cuestión queda en el ámbito de lo privado y la única salida que tiene el perseguido o perseguida es hacer oídos sordos y mantenerse alejada de su perseguidor. El problema mayor surge cuando una persona tiene que convivir ocho horas al día en un ambiente enrarecido por la envidia y la maledicencia. Eso es insoportable; produce un desgaste emocional que no resulta fácil resolverlo, porque hay que seguir en la brecha. El trabajo es obligatorio, de una relación enfermiza, se puede prescindir.
Ahora bien Ángeles, ¿qué pasa con el funcionariado...? ¿Podemos permitir este tipo de actitudes y actuaciones a personas que teóricamente se dedican a educar y además están pagadas por nuestros impuestos…? Estamos hablando de corrupción. Se habla mucho de las grandes corrupciones, pero no de esas pequeñas “corruptelas” cotidianas en las que todos en mayor o menos medida colaboramos. ¿Qué hay que decir de una directora que no asiste a clase porque prefiere estar dando un paseo con una amiga, o tomándose una cerveza; o que organiza el centro en el que trabaja, siguiendo criterios de favoritismos, o búsqueda de lealtades…? Por hablar sólo de algunas de las cuestiones que me explicó mi prima.
Y ahora viene lo peor: si se te ocurre denunciar el caso al inspector, o a los representantes sindicales, te enfrentas a una pared. No me lo podía creer, querida amiga. Todos optan por el silencio y la amenaza. No hay nadie que te apoye en algo que parece tan sencillo y que está avalado por documentos y testigos. De verdad que no veo cual es la salida y cómo ayudar a mi prima, porque ella ya ha decidido tirar la toalla. Ha tenido que ir al médico y pedir una baja, porque la ansiedad se la come viva y no consigue dormir por la noche. Pero claro, ¿Cuánto tiempo podrá estar de baja…? El problema está ahí y si no se resuelve me temo que tenemos otra persona diagnosticada de mobbing laboral. Y me pregunto finalmente, ¿qué deberían hacer los psiquiatras con la información de que disponen sobre tanta injusticia…? ¿Quién le pone el cascabel al gato…?
Bueno, amiga mía, por hoy te voy a dejar, porque estoy preparando un viaje de fin de semana y el tiempo se me echa encima. A la vuelta te cuento.

Un abrazo

viernes, septiembre 17

La tristeza de Lola.

                  Lola tiene los ojos más tristes que yo haya visto nunca. Con apenas setenta años, hay días en que su mirada se oscurece y su gesto se tuerce, dejando en su rostro algo sombrío, que la hace mucho más vieja. El tono de su voz denota un carácter reservado y prudente. Pero, detrás de esa discreción, se adivina una mujer que esconde historias y sentimientos profundos; y, sin embargo, se resiste a abrir ventanas; no quiere tocar eso tan sensible y delicado que guarda dentro de los rincones de un alma herida.
Siento que esta tarde algo la ha hecho dejar entornadas esas puertas; tal vez una ráfaga de aire, al que Lola no teme. Sentada en torno de la mesa camilla, con un hilillo de voz, da comienzo a su relato. 
Su infancia transcurrió en el campo. La mayor de seis hermanos, se ocupó muy pronto del cuidado de ellos y de la casa. Nada de tiempo para la escuela y los juegos. Dice haberse sentido muy querida, no sólo por el padre, un hombre sensible del que habla con adoración, sino por los abuelos y los tíos. Durante muchas temporadas,  la niña se trasladaba al cortijo donde vivía la familia paterna. Era una forma de descargar a sus padres, a los que el trozo de tierra no daba como para alimentar tantas bocas. Pero a pesar de su pena por estar tan lejos de casa, siendo tan chica, recuerda el amor y los mimos que recibía de sus tíos.  
Juntas miramos sus fotos de adolescente. En una de ellas se la ve sentada en una fiesta. Seria y en actitud decorosa, parece esperar a alguien. Le pregunto qué le sugiere esa imagen. Sus palabras me emocionan:
“Me sugiere una muchacha que se siente sola, que no se quiere mucho, que no sabe quién es, que no sabe…”  
Y rompe a llorar desconsoladamente; eso sí, controlada, como temiendo decir más de lo que desea. Me desconcierta y no estoy segura de cuál debe ser mi reacción. Quiero consolarla y al tiempo darle la tranquilidad suficiente para que haga lo que más desee, incluso dejar de hablar de lo que tanto le duele. Lola respira hondo, se recompone y me cuenta:
"Yo aquí tenía unos catorce años y ya tenía novio, pero él estaba en la mili. Desde que empezamos a salir juntos, yo perdí todo mi mundo. Él no me dejaba ni a sol ni a sombra; no quería que tuviese amigas, no podía salir sin alguien de confianza. En ese baile, recuerdo que estaba con su hermana, pero me sentía sola y en cierto modo vigilada…" Y continúa su relato, salpicado de anécdotas que no hacen más que confirmar el maltrato al que ha sido sometida a lo largo de muchos años.
Sí querida Ángeles. Esta es una historia real, como la vida misma. Sé que te va a enfurecer cuando lo leas. El tema no lo había comentado contigo antes y ahora estoy sensibilizada porque en estos últimos meses he conocido varias historias de mujeres que merecerían una novela. Ojalá yo tuviese talento para eso, pero no, soy incapaz. Sin embargo no me resisto a contarte lo que me ha sugerido la de Lola. 
¿Cómo es posible que la gente aguante tanto…? ¿Cómo somos capaces de soportar la humillación y el desprecio de alguien que teóricamente dice querernos? Y que conste que no hablo sólo de mujeres. Yo pienso que esa es un tipo de conducta que no tiene género, aunque no se hable tanto del tipo de violencia más invisible, tan sibilina que resulta complicado identificar y calificar. Hombres y mujeres somos capaces de ejercerla alguna vez en nuestra vida, pero algunos la convierten en un hábito, en su forma de relación cotidiana. Entonces, cuando eso ocurre, creo yo que ha podemos hablar de una conducta patológica y perversa, en la que hay responsable directo, pero claro, no podemos olvidar que la víctima es un ser proclive a buscar este tipo de personas y a aceptar ciertas actitudes y chantajes emocionales. Algo sacarán de eso, digo yo.
En fin, como te digo, no sólo hablo de mujeres, pero la historia que te cuento es de una mujer y por eso me centraré en ella.
Lola no responde al tópico de mujer andaluza, sobre todo porque es de una tremenda sobriedad y discreción. Desde su físico hasta su manera de comportarse. Escucha con atención y sonríe de forma muy cautelosa, como con miedo a mostrarse demasiado. Y ahora ya sé el porqué: desconfía, esa es la razón principal.  
Después de conocer algunos retazos de su vida, comprendo que se sienta avergonzada de algunas cosas, entiendo que se esconda detrás de esa leve sonrisa, y que se esfuerce por ser aceptada y querida. Han sido muchos años de sentirse dentro del cuento de la Cenicienta. Primero en su familia de origen, (aunque le cueste aceptarlo) y después, una vez casada, por el trato al que se vio sometida por un hombre que no sabía controlar su necesidad de beber, que la vigilaba obsesivamente y era dueño de su vida.
Amiga mía, sigo preguntándome cada día, y no encuentro una respuesta. ¿Cuál es la causa de tanto alcoholismo en los hombres de estos pueblos del sur? ¿Cómo es posible que con tanto control sobre la sexualidad de estas mujeres hubiese tanto embarazo antes del matrimonio…? Son aspectos de la vida cotidiana que me llaman la atención porque se repiten en las historias de vida.
Después de dos o tres años en los que me he zambullido en historias de mujeres, de otras generaciones y del mundo rural, empiezo a ver algunas cosas más claras. Aún así la primera de las preguntas no la puedo responder. Necesitaría estudiar el fenómeno en profundidad. Pero me parece excesivo: padres, hermanos, maridos…, en casi todos los casos, uno o más de uno en de la familia están afectados por esta lacra. Lo peor es cómo la bebida ha afectado a la vida cotidiana; cómo las mujeres han tenido que coger las riendas de la casa, de los hijos, de la economía familiar, porque ellos, siendo muy jóvenes aún, se convertían en verdaderos enfermos. Estas mujeres han ejercido de madres y de padres, aunque de puertas para afuera, ellos eran cabezas de familia modélicos, que incluso trabajaban con normalidad. Las admiro, de verdad, pero eso no quita que me enfade su capacidad de aguante y de sufrimiento.
La otra cuestión sobre la que me he preguntado algunas veces es cómo estas muchachas, sometidas a vigilancia continua, se quedaban embarazadas, siendo solteras. Mi hipótesis, basada en alguna de las historias que me han contado, incluso en algunos silencios muy elocuentes, es que eran forzadas por el novio. Había un tipo de presión más o menos explícita, consistente en buscar el encuentro íntimo, en cuanto había la oportunidad. Cosa por otro lado natural, aunque totalmente prohibido por las normas morales del momento. Las muchachas tenían más que perder. Socialmente quedaban marcadas por salirse del camino trazado para ellas. Quiero decir que el deseo sexual estaba ahí; pero era mayor el propio autocontrol, la defensa a ultranza de la honestidad, casi el único patrimonio que se les pedía. Por eso se resistían de esa forma.
Naturalmente, ellos procuraban convencerlas con argumentos que rozaban el chantaje emocional; a veces insistían en confirmar si eran capaces de engendrar un hijo. Ya ves, Ángeles, las mujeres como simples hembras, lo más primario del mundo, aunque claro, fundamental para las sociedades agrarias tradicionales. Y ellas, claro está, ¿qué iban a hacer? Ante la posibilidad de ser abandonadas, cedían. Amiga mía, me juego algo a que ese ceder era un acto de total posesión por parte del hombre y de pasiva aceptación de su destino, por parte de ella. Y luego venía lo que venía. Un embarazo mal visto por toda la sociedad de la época, castigado por los padres, incluso con la expulsión de la joven, y el matrimonio forzado. Mal asunto para empezar una nueva vida, ¿no crees...?
Lola me cuenta cómo tuvo que casarse a las seis de la mañana, sin la presencia de las personas más importantes de su vida; una doble humillación: tener que esconderse y estar sola en un momento tan trascendente. Mientras la escucho, recuerdo aquella imagen de Encarna, otra mujer de la campiña jerezana, que fue al pueblo de al lado a casarse, porque en su parroquia, el cura se negaba a hacerlo. La razón: había sido madre sin pasar por el altar. En bicicleta, fueron los tres hasta San José: su marido, ella y el pequeño Manuel, con poco más de un año de vida. Encantador, pero humillante.
Ya en su casa, Lola me enseña las fotos de sus seis hijos, a los que ha dedicado su vida. Con una de las niñas consiguió eso que a ella le hubiese encantado: estudiar. “Se dedica a la enseñanza y es una artista”, dice, mostrándome orgullosa sus obras.
Lola vive todavía su proceso de duelo. Está empezando a salir del gran agujero en el que cayó hace pocos meses, tras la muerte anunciada del padre de sus hijos. Mientras duró la enfermedad, ella hizo lo que tenía que hacer; pero lo más triste de todo, lo más terrible, querida Ángeles, es que ha tenido que ocurrir esto para sentir que ahora puede ser ella misma. Aún le queda tiempo para conocer, viajar, leer, participar en la vida de su comunidad… poco tiempo, pero piensa aprovecharlo. La soledad no le pesa, porque siempre estuvo sola.
Me dice que no quiere recordar los últimos momentos, preferiría no hablar de ello, si no fuera porque, por fin, quiere abrir las ventanas y dejar pasar aire fresco, nunca se hubiese atrevido: entre terribles gritos de dolor, la llamaba, pero no precisamente para hablarle de su amor, o pedirle perdón, antes de irse,  sino para insistir en su obsesión de siempre. Una pena ángeles. Para llorar y para sentir mucha, mucha rabia.
Y por hoy creo que es suficiente. Por aquí ya se acercan las tormentas y la tarde se presenta fresquita. Hasta otro día amiga mía.

NOTA ACLARATORIA:
Aunque esta historia está sacada de la experiencia real, los datos y el nombre de la protagonista no corresponden a nadie en particular. El relato es un compendio de las historia de vida que he ido recogiendo desde el año 2007, en la provincia de Cádiz.