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martes, enero 7

Día de Reyes: la voracidad organizada



Queridos Reyes Magos: Ya sabéis que no suelo escribir la tradicional carta anual.  La verdad es que suelo pensar que, a pesar de mi indiferencia hacia los regalos, alguno me va a caer. Y no es que me porte muy muy bien. A veces soy bastante borde, muy desconsiderada, broncas,  perezosa, y hasta un pelín envidiosa… en fin, que como cualquier hijo de vecino, hago méritos para llegar a ser mala persona. Eso sí, lo disimulo muy bien; procuro que no se me note, porque lo que de verdad me gusta a mí y me ha gustado desde siempre es ser una buena chica. Seguramente es una estrategia aprendida desde la infancia,  un modo de conseguir que me quieran.  Y lo bueno es que lo consigo. Tengo muchas amigas y eso a pesar de que no me prodigo en abrazos, halagos y pequeños detalles. Soy más de aglutinar, de organizar encuentros, de ayudar en asuntos prácticos, de preparar comiditas y hacer de madre, cuando es menester. 
Una ensalada para un dia de campo
Digo yo que también son necesarias estas cualidades,  que no todas las personas manifestamos nuestros afectos del mismo modo. Pues eso, que esta es mi manera de decir a mis amigas que estoy aquí, que pueden contar conmigo; aunque pensándolo bien, lo que quiero decir es  que me quieran, que me llamen, que las necesito, y  más que las voy a necesitar, porque, queridos Reyes, me estoy haciendo mayor y eso significa que pronto voy a precisar pequeñas ayudas para algunas cosas de la vida cotidiana. Y no es que quiera presumir de vieja, que me va a reñir mi amiga Maga, pero de verdad, cuando se tienen más de sesenta años, lo que se avecina no es precisamente un tiempo de fuerza, energía y juventud. Hasta entonces, mientras esto llega, aquí estoy, todavía de buen ver y rodeada de buena gente. Por eso, el día cinco, sin haber escrito carta alguna, me llegó un “plezzziozzzizzzzimo” cuello de lanas multicolores, diseñado y elaborado por las primorosas manos de una amiga que es un poco hada, un poco maga y muyyyyy  muyyyyy fantasiosa.  ¡Ah!, y unos lindos pendientes de ese color que tanto me gusta: violeta. Total, que se adelantó a los camellos y a las carrozas, y yo no supe qué decir. Pero, ¿qué diréis que hice? Me enfundé en mis pantalones color beige de pana, lo combiné con un jersey de un color azulón que me favorece mucho. Me calcé las botas de tacón y busqué esa boina tan bonita que casi nunca me pongo.  Por supuesto,  estrené el cuello y los pendientes y salí a caminar por mi ciudad, con la intención de encontraros por esas callejuelas.  
El cuello multicolores
¡Queridos Reyes! No tengo palabras para expresar lo que me encontré, mientras me dirigía al centro. Jamás, jamás, había visto algo parecido, y eso que normalmente salgo para celebrar todos los eventos que se organizan en esta ciudad. Las calles eran un verdadero hervidero  de gente. La multitud se agolpaba en avenidas, callejones, aceras, terrazas, comercios… Madres jóvenes portaban los cochecitos de sus bebés, tratando de sortear el gentío, los codazos y empujones… Algunas decidían volver sobre sus pasos, cuando se encontraban con un tapón de gente que imposibilitaba el tránsito normal, pero sobre todo, que amenazaba con convertirse en peligrosa avalancha.  Me pregunto, majestades, cómo se les ocurre salir con esos angelitos a una ciudad literalmente tomada por la masa. ¡Una irresponsabilidad!  Y yo, bueno… tendríais que haber visto mi cara de estupefacción. 
Una terraza al aire libre
La calle de la churrería no tenía hueco ni para un alfiler. El olor a churros y a café con leche invitaba a buscar una silla y disfrutar del manjar, que, dicho sea de paso, me encanta. Pero, francamente, el ambiente era irrespirable y os aseguro que yo estaba asustada ante tanto derroche: las compras, el tapeo, los vendedores ambulantes  ocupando las aceras… y lo peor, la suciedad… papeles, cartones, cáscaras de pipas, envolturas de caramelos…  restos de la bendita cabalgata, que nadie quería perderse; como si les fuera la vida en ello, chicos y grandes, viejos y jóvenes, embarazadas y sillas de ruedas, ¡Santo cielo!  No sólo estaba un poco asustada,  majestades, me sentí muy triste, infinitamente triste porque, pensaba en las noticias, vaya pensaba en las malas noticias diarias en todos los medios de comunicación: que si la crisis, que si los despidos, que si los ERE, que si los comedores sociales, que si las campañas benéficas navideñas, que si los desahucios, etc. etc. 
Cabalgata Jerez
 Y por eso no daba crédito a mis ojos. ¿Qué es esta locura? ¿Qué es esta obscenidad consumista? ¿Por qué esta voracidad, esta ansia? ¿Qué vacío estamos intentando llenar…?    ¿Qué tiene que pasar para que nos comportemos con un poco de cordura? Queridos Reyes Magos: está muy bien que vengáis una vez al año a devolvernos la ilusión y los sueños infantiles, pero el año que viene, por favor, aprovechad el viaje y traed en vuestras alforjas, además de los juguetes de los niños, un poco de mesura, algo de sensatez, sentido de la austeridad, espuertas de civismo...,   en fin,  todas las virtudes que se os ocurran. Ponedlas en saquitos especiales  para que lleguen a los adultos, y quizás un libro de instrucciones para que sepamos usarlas, porque me temo que hemos perdido el norte.

Con mis respetos,  

Teresa


lunes, octubre 28

Aprender del pasado



La señora Carmen nos cuenta por la radio,  el domingo por la mañana, mientras me desperezo, lo que hace ella para ahorrar. Me asombra  un poco cómo se sorprende la gente por algo que ha sido un hábito en todo el mundo rural durante años y años.  Isabel Gemio, la conductora del programa seguro que lo sabe, porque su madre, una extremeña del pueblo,  seguro que lo hacía cuando su hija, hoy famosa presentadora, iba a la escuela.  
 Pues eso, que Carmen, Fermina, Tomasa… las mujeres que han ido llamando al teléfono del programa,  han compartido con toda España esa sabiduría popular consistente en aprovechar absolutamente todo; de no tirar nada a la basura.  Es lo que llamamos  hacer de la necesidad virtud, un refrán muy acertado para el caso.    

Con un buen cocido; algo tan sencillo y barato,  se pueden sacar al menos tres platos:

·        Una sopa con el caldo y unos fideos

·        Los garbanzos con las patatas y las verduras

·        Unas croquetas con la carne  

Y si  todavía sobran garbanzos o verdura, o ambas cosas, una ropa vieja o un puré.  

A ver quién me puede decir que no puede comer, que no tiene suficiente para que sus hijos coman.  Vamos, esto lo he hecho yo,  y no hace tantos años.  Hoy, por ejemplo, he sacado del congelador unas pocas lentejas que me sobraron la semana pasada. Tenía para un plato. He pensado ¿por qué no ponerle un puñado de arroz y de esa forma tengo la comida para los dos?  Y lo he hecho. Tal y como pensaba, me ha quedado un almuerzo estupendo y muy nutritivo, según todos los expertos en el tema. Por lo visto, las legumbres mezcladas con arroz  son el alimento perfecto nutricionalmente hablando.  Yo creo que el costo de la comida  de hoy no supera los dos euros, con ensalada incluida.  
lentejas con arroz
Lo que digo: no hay mejores recicladoras que las madres y las abuelas de los que hoy tenemos cincuenta o sesenta años.  Ellas eran maestras en el arte de vivir con pocas necesidades y mucha imaginación. Y no lo hacían sólo con la comida. ¿Quién, de las personas que nacimos en los años cincuenta, no se ha puesto un vestido de su hermana mayor alguna vez, o un abrigo al que se le ha dado la vuelta, o ha dormido en unas sábanas con piezas sobrepuestas y muy bien cosidas,  de otras que ya estaban para tirar, pero que se les aprovechó el trozo más fuerte.  Seguro que se os ocurrirán un montón de cosas más, como el zapatero remendón, por ejemplo, que nos ponía medias suelas y ¡hala! los zapatos nuevos.
Durante años, en este país no se tiró nada, pero claro, para eso se necesitan  personas que dediquen parte de su tiempo a estar en la cocina, mezclando sabores, creando nuevas recetas con las sobras, cocinando pacientemente para los demás.  ¿Quién sabe hoy coser, remendar, recomponer… darle la vuelta a las piezas de ropa y convertirlas en otra cosa…?  Sí, ya lo sé… Ahora se hace como algo súper especial por algunas personas que se consideran muy creativas, casi unas artistas, vamos. Pero hace unas décadas, cualquier mujer sabía hacerlo y no se daba ninguna importancia. 
 Por eso, cuando escucho por ahí que hay niños que van a la escuela sin haber cenado la noche anterior, porque sus padres están en el paro y no cobran ningún subsidio, me echo las manos a la cabeza. Cualquier madre de otros tiempos,  pero sobre todo, las que no tenían recursos, se inventaba una cena con cualquier cosa. La mía, por ejemplo, estaba harta de hacer gachas, con un poco de agua, harina y azúcar. O una sartén de patatas fritas, sin huevos, por supuesto, pero con un buen trozo de pan para acompañarlas.  Vaya, que me cuesta creer este tipo de cosas. Y que conste que no abogo por volver a esa situación pasada, sino a aprovechar la experiencia hasta que vengan tiempos mejores. De paso, hasta puede que mejoremos la salud de la familia.

Lo mismo que para el desayuno: unos picatostes, hechos con pan duro, frito y con un poquito de azúcar cubriéndolos, si era necesario, o había azúcar. Si no,  tal cual. Un tazón de malta endulzada con miel o azúcar y los picatostes mojaditos… Eran una delicia. Y así me iba yo a la escuela. No recuerdo haber sentido hambre, de verdad.

Más bien tiendo a pensar que no les dan de comer porque no han podido comprar una hamburguesa, o unas pechugas de pollo, o unos filetes de cerdo, o incluso pescado congelado. 

Esas cosas que  son las que gustan a los niños, se hacen en un santiamén y no te tienes que romper la mollera.  Pero claro, hay que tener dinero en el monedero para ir a Mercadona y sacar un carro lleno de comida empaquetada, coca colas, pan Bimbo,  postres lácteos, patatas fritas de esas de sobre,  Petit Suisse  y demás cosas, sin las cuales, os lo aseguro: ¡Se puede vivir!    

lunes, junio 11

Los sabores perdidos de la huerta

He vuelto a recuperar algunos de los aromas y de los sabores de mi huerta. La cesta que me llega cada semana, repleta de hortalizas frescas, recién cogidas, cultivadas muy cerca de mi casa, sin intermediarios ni cámaras frigoríficas,  que acaban con todo eso que es tan evocador: el olor y el sabor de otro tiempo. Hoy, mientras limpiaba la lechuga, se me ha ocurrido pellizcar un trozo y llevármelo a la boca tal cual, sin aditivo alguno. ¡Santo cielo! Ya no recordaba este sabor... y han venido a mi memoria aquellos días, un poco antes de la llegada del verano, cuando mi madre me mandaba a comprar unos "collos" de ensalada, a una casa, detrás de la iglesia, debajo mismo del antiguo castillo, donde las traían cada día muy frescas y económicas.

Son placeres que se pierden, pero que podemos volver a recuperar.  Una simple coliflor con patatas, al vapor, aderezada con una pizca de aceite, en el que, previamente, he frito unos ajos, y no tiene nada que ver con lo que viene del supermercado.  Eso, y una ensalada,  y no necesito más para sentirme llena. Luego, poco a poco, entro en ese estado de relajación tan agradable, hasta que pasa la hora del calor que ya nos está acompañando por estos lares.   

miércoles, mayo 30

Las mujeres maduras.

Soy bastante excéptica respecto a este tipo de mensajes, pero me gustaría pensar que al menos podemos llegar a ser así. Lo que ocurre es que ser madura no es sólo cumplir años y dejar de ser joven; es haber aprendido de la vida, saber asumir los errores, disfrutar de las pequeñas alegrías cotidianas, no esperar que nadie te haga feliz, ni te regale el oido con lo fantástica que eres, aceptar el paso del tiempo sin obsesionarse por la belleza perdida...  En fin, tantas y tantas cosas que cuando tenemos treinta años ni somos capaces de sospechar.  

domingo, mayo 27

El rostro del desprecio


Era como si ya lo conociera; como si lo hubiera visto en algún sitio… Puede tener cerca de ochenta años. Su cuerpo, ligeramente encorvado, se apoya en un bastón de madera y cubre su cabeza con una gorra.  
 A su lado, la mujer,  más o menos de su misma edad.  Han llamado mi atención por la relación que observo entre ambos. Me ha hecho recordar una película: Solas. El desprecio, la falta de respeto con que él trata a su compañera de vida, se asemeja totalmente a la del protagonista del film, cuando su esposa, sumisa y pacientemente, acudía al hospital a cuidar de él.  
En este caso, acaban de salir de una visita médica y el hombre se queja por los dolores del reuma, el corazón, que no le deja respirar bien, el colesterol…  mientras emite todo tipo de juramentos y maldiciones contra todo y responde agriamente a cualquier comentario banal de su mujer.  El horario del autobús... es la conversación de todo el que se acerca a la parada. Y el hombre se encarga de informar con malos modos al personal, como si estuviera enfadado con el mundo entero, o todos los mortales tuviéramos culpa de sus frustraciones e infelicidad. Si su compañera entra a aclarar algo, ni corto ni perezoso le increpa, a gritos: ¡Y tú qué sabes, mujer… si tú no sabes na de na…! Y por si esto fuera poco, levanta el bastón y hace un gesto de clara amenaza contra ella, que no obtiene ningún tipo de respuesta por la otra parte. ¡Es inaudito! Claro que debe de estar acostumbrada a ese trato diario y no le parece fuera de lugar, ni humillante, ni nada: es normal. 
En el autobús, donde viajo con ellos durante más de media hora, sigue la misma tónica. Pienso que el hombre actúa como un animal al que se ha maltratado... Está lleno de odio, de ira… y dirige todo ese rencor acumulado, quién sabe por qué razón, a la mujer que lo acompaña, que lo cuida, que está pendiente de todos sus movimientos, para evitar que se caiga. Es así como responde, cuando descienden del vehículo y ella trata de que él se apoye en su brazo; el viejo, la rechaza airado y ceñudo y caminan uno al lado del otro, pero sin tocarse.  ¡Cuánto desprecio! Es lo que pienso, mientras los miro alejarse. Y me imagino qué clase de vida habrá tenido  esta mujer y me viene a la cabeza esa noticia que a diario escuchamos en los medios de comunicación… “Un hombre de ochenta años ha matado a su mujer y luego se ha suicidado”. Es a lo que nos puede llevar el odio que se cuece día a día en el hogar... dulce hogar...

martes, febrero 28

Hay tiempo para todo...

En otro tiempo acunaba sus sueños a base de historias inventadas, de enormes hipopótamos; de  duendes revoltosos; de larguísimos viajes del héroe, buscando su destino, más allá del hogar familiar, perdido en la inmensidad del mar, rumbo a Ítaca. Cuidar de ellos, aunque sólo fuera en esos instantes de sosiego que le permitía su azarosa vida, le justificaba. En esos momentos, cuando el día invitaba al descanso, podía regalarles una pequeña porción de ternura y fantasía. Ellos, entonces, no tenían miedo a la oscuridad; podían dejarse llevar, confiadamente, por el sueño. 

Como una semilla que tarda en germinar, las historias dan su fruto y brotan exuberantes de la fabulosa imaginación de esos niños, hoy hombres. Devuelven al mundo el tesoro de las palabras aprendidas del padre. Él vuelve ahora,  ya maduro, a regalarles su precioso tiempo; y juntos emprenden un viaje al origen. Regresar a la infancia de la mano de sus hijos, es un modo de re-construir juntos unos años olvidados;  una ocasión para convocar los recuerdos y traerlos a la memoria, o mejor aún, de poder re-crear  una vida de fábula, como las historias que solía inventar para ellos, cuando llegaba la hora del sueño.

 LA OCA LOCA
Doña Oca toca la ocarina,
y prefiere el lago a la piscina.
Este es su marido el Oco,
que no está cuerdo tampoco.
Doña Oca Plumapoca,
en el hueco de una roca,
la ocarina toca y toca.
Esto no hay quien lo soporte,
Dijo el Oco -su consorte-.
Esto no hay quien lo soporte
.¡Al agua patos! (¡Qué corte!)

Esta Oca es la oca,
y nado porque me toca-dijo el Oco-
Nadando se quedó yerto,
por no escuchar el concierto.
Y la Oca enloquecida
puso huevos sin medida...
 -¡Veinte patos! ¡Qué patada!
Y yo sola, abandonada.-dijo la Oca-
La familia numerosa,
era insoportable cosa.
Le piaban veinte patos
y pasaba malos ratos.
¡Tanto pico, tanta boca!
La Oca se volvió loca.

Gloria Fuertes

domingo, febrero 19

Eso de "aquí y ahora..."

Un día más entro en el vestuario. El frío es intenso estos días y me coloco dos calcetines… bueno, quiero decir, uno encima del otro, porque dos calcetines es normal que nos pongamos todos. Aunque mi hijo Pablo, por ejemplo, se los suele poner de colores diferentes. Pero vaya, es que él está un poco loco.
Pues como decía… Me preparo para entrar en mi clase de Pilates, como cada lunes y miércoles. Mientras esperamos, comento con una compañera que eso de hacer ejercicio siempre exige forzar nuestra naturaleza, que en general es muy vaga para todo, y especialmente para eso de darle una paliza la musculatura. 
Ella es una mujer norteeuropea , de un país de esos en que hace frio, pero frio,  frio; y no como aquí,  que nos asustamos en cuanto el mercurio se acerca al cero, y armamos un tremendo jaleo con las alertas de todos los colores.  Me da la razón. Hay que tener disciplina, me dice.
Entro en la sala y busco una colchoneta donde colocarme. ¡Qué fastidio! Hoy nos toca el aro. No me gusta, pienso. Debe de ser porque salgo machacada. En el fondo no es del agrado de ninguna, aunque pocas se atreven a decir lo que piensan.  Nos tumbamos, mientras suena una música de fondo, pensada para crear un ambiente propicio, para que nos ayude a estar tranquilas. Pero hoy,  al tiempo que coloco mis manos sobre mis costillas, no logro desconectar.
 El frio no me deja centrarme en el aquí y ahora. Aquí hace falta un poco más de calefacción, me digo a mí misma. Esta chica, la profe, se piensa que está en Canadá, sigo pensando, porque no consigo ejecutar mis respiraciones correctamente. ¡Qué bien estaría yo ahora en mi camita, o sentada en el sofá, la mesa camilla y el brasero… Mmmmm  qué calentito… Cuando llegue a casa tengo que preparar la comida, pero hoy no pienso cocinar mucho. Pongo en la olla de lentejas con calabaza, puerro, zanahorias, patatas, tomate, pimiento, su cabeza de ajos, su hoja de laurel…  en fin, todos sus avíos, como se dice por aquí, y lo dejo cocer, mientras me dedico a otros menesteres. 
Por cierto, que ya le va haciendo falta un repasito a los cristales, que casi no veo a la vecina de enfrente… ¡Vaya rollo! ¡Ah!, y tengo que llamar a mi hijo, que casi se me ha olvidado su voz. ¡Se podrán quejar! Si no los llamo, ellos, ni caso, a lo suyo. Pero bueno, menos mal que están bien, y que siga la racha, aunque lo del trabajo no acaba de resolverse y eso si me preocupa un poco. ¿Cuánto va a durar todo esto de la crisis…?  La voz de la profe me saca de mi momento preocupación. Uffff… tengo que incorporarme, coger el aro, situarlo entre las dos rodillas, levantar las piernas y ¡halaaaaa!, a trabajar abdominales…
Bueno, todo sea por conseguir un cuerpo diez. Menos mal que dentro de nada estaré divina de la muerte.     

sábado, diciembre 31

Año nuevo...¿vida nueva...?

Cada año igual. Cuando se acerca el día treinta y uno todo el mundo habla de esos buenos propósitos con que despedimos el viejo 2010, los cumplidos y los incumplidos. No había reparado en ello hasta ayer, rodando por la autovía Sevilla Cádiz. Volvíamos de nuestra estancia navideña en Barcelona y, como siempre, puse la radio… Y como siempre, los mismos y recurrentes temas: Noche Vieja, Año Nuevo, los deseos, los proyectos, los buenos y casi nunca cumplidos propósitos: dejar de fumar, ir al gimnasio, aprender inglés, viajar a un país desconocido, perder peso… ¡Santo cielo!, se acaba el año y no se me había ocurrido volver la mirada a ese momento en que, recién nacido el 2011,  pensé en quién sabe cuántas cosas quería conseguir en el nuevo tiempo que estrenábamos. Y es que,  la verdad,  no lo recuerdo. Desde hace unos años soy poco exigente con la vida y suelo pensar aquello de… “virgencita, virgencita…, que me quede como estoy”. Es de justicia, creo yo, porque ¿qué es lo que necesitamos para vivir? Mucho menos de lo que solemos pensar, así que voy a seguir en la misma línea, para no frustrarme demasiado; si acaso, un propósito saludable que ojalá se cumpla: no dejarme arrastrar por esos cantos de sirenas que pretenden tenernos asustados y arrebatarnos la esperanza.
¡Ah... ¡ y no aumentar de peso, que últimamente, con unos kilitos de menos,  me siento yo “divina de la muerte”,  y eso que el año pasado ni siquiera me lo propuse mientras me atragantaba con las 12 uvas.