La señora Carmen nos cuenta por
la radio, el domingo por la mañana,
mientras me desperezo, lo que hace ella para ahorrar. Me asombra un poco cómo se sorprende la gente por algo
que ha sido un hábito en todo el mundo rural durante años y años. Isabel Gemio, la conductora del programa
seguro que lo sabe, porque su madre, una extremeña del pueblo, seguro que lo hacía cuando su hija, hoy famosa
presentadora, iba a la escuela.
Pues eso, que Carmen, Fermina,
Tomasa… las mujeres que han ido llamando al teléfono del programa, han compartido con toda España esa sabiduría
popular consistente en aprovechar absolutamente todo; de no tirar nada a la
basura. Es lo que llamamos hacer de la necesidad virtud, un refrán muy
acertado para el caso.
Con un buen cocido; algo tan
sencillo y barato, se pueden sacar al
menos tres platos:
·
Una sopa con el caldo y unos fideos
·
Los garbanzos con las patatas y las verduras
·
Unas croquetas con la carne
Y si todavía sobran garbanzos o verdura, o ambas
cosas, una ropa vieja o un puré.
A ver quién me puede decir que no
puede comer, que no tiene suficiente para que sus hijos coman. Vamos, esto lo he hecho yo, y no hace tantos años. Hoy, por ejemplo, he sacado del congelador
unas pocas lentejas que me sobraron la semana pasada. Tenía para un plato. He
pensado ¿por qué no ponerle un puñado de arroz y de esa forma tengo la comida
para los dos? Y lo he hecho. Tal y como
pensaba, me ha quedado un almuerzo estupendo y muy nutritivo, según todos los
expertos en el tema. Por lo visto, las legumbres mezcladas con arroz son el alimento perfecto nutricionalmente
hablando. Yo creo que el costo de la
comida de hoy no supera los dos euros,
con ensalada incluida.
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lentejas con arroz |
Lo que digo: no hay mejores
recicladoras que las madres y las abuelas de los que hoy tenemos cincuenta o
sesenta años. Ellas eran maestras en el
arte de vivir con pocas necesidades y mucha imaginación. Y no lo hacían sólo
con la comida. ¿Quién, de las personas que nacimos en los años cincuenta, no se
ha puesto un vestido de su hermana mayor alguna vez, o un abrigo al que se le
ha dado la vuelta, o ha dormido en unas sábanas con piezas sobrepuestas y muy
bien cosidas, de otras que ya estaban
para tirar, pero que se les aprovechó el trozo más fuerte. Seguro que se os ocurrirán un montón de cosas más, como el zapatero remendón, por ejemplo, que nos ponía medias suelas y ¡hala! los zapatos nuevos.

Durante años, en este país no se
tiró nada, pero claro, para eso se necesitan personas que dediquen parte de su tiempo a estar
en la cocina, mezclando sabores, creando nuevas recetas con las sobras, cocinando
pacientemente para los demás. ¿Quién sabe
hoy coser, remendar, recomponer… darle la vuelta a las piezas de ropa y
convertirlas en otra cosa…? Sí, ya lo sé…
Ahora se hace como algo súper especial por algunas personas que se consideran
muy creativas, casi unas artistas, vamos. Pero hace unas décadas, cualquier
mujer sabía hacerlo y no se daba ninguna importancia.

Por eso, cuando escucho por ahí
que hay niños que van a la escuela sin haber cenado la noche anterior, porque
sus padres están en el paro y no cobran ningún subsidio, me echo las manos a la
cabeza. Cualquier madre de otros tiempos,
pero sobre todo, las que no tenían recursos, se inventaba una cena con
cualquier cosa. La mía, por ejemplo, estaba harta de hacer gachas, con un poco
de agua, harina y azúcar. O una sartén de patatas fritas, sin huevos, por
supuesto, pero con un buen trozo de pan para acompañarlas. Vaya, que me cuesta creer este tipo de cosas. Y que conste que no abogo por volver a esa situación pasada, sino a aprovechar la experiencia hasta que vengan tiempos mejores. De paso, hasta puede que mejoremos la salud de la familia.

Lo mismo que para el desayuno: unos picatostes, hechos con pan duro, frito y
con un poquito de azúcar cubriéndolos, si era necesario, o había azúcar. Si no, tal cual. Un tazón de malta endulzada con
miel o azúcar y los picatostes mojaditos… Eran una delicia. Y así me iba yo a la escuela. No recuerdo haber sentido hambre, de verdad.
Más bien tiendo a pensar que no
les dan de comer porque no han podido comprar una hamburguesa, o unas pechugas
de pollo, o unos filetes de cerdo, o incluso pescado congelado.
Esas cosas que son las que gustan a los niños, se hacen en un
santiamén y no te tienes que romper la mollera. Pero claro, hay que tener dinero en el
monedero para ir a Mercadona y sacar un carro lleno de comida empaquetada, coca
colas, pan Bimbo, postres lácteos,
patatas fritas de esas de sobre, Petit
Suisse y demás cosas, sin las cuales, os
lo aseguro: ¡Se puede vivir!