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sábado, enero 9

“Brokeback Mountain” Amores difíciles

 Verano de 1963. Dos vaqueros, Ennis Del Mar y Jack Twist, se conocen mientras hacen cola para ser contratados por el ranchero Joe Aguirre. Los dos aspiran a conseguir un trabajo estable, casarse y formar una familia. Cuando Aguirre les envía a cuidar ganado a la majestuosa montaña Brokebac. Al concluir el verano, tienen que abandonar Brokeback y seguir caminos diferentes, aunque su relación dura veinte años.

Cuando se estrenó esta estupenda película se publicitó como un 'western gay. Eso me quitó las ganas de verla. Me pareció una estupidez que se diera tanta publicidad a ese tema y me temí que se tratara de una película escandalosa llena de estereotipos. Hace unos días la encontré en Netflix y me decidí a verla. Tenía curiosidad porque sabía que le dieron muchos premios y más de un Oscar. Enseguida me di cuenta de que, efectivamente, tal y como se difundió en su momento era una simplificación. A medida que avanzaba la historia de ese primer encuentro íntimo de dos hombres solitarios en medio de la naturaleza, me daba cuenta de que aquello era algo más. 

La vocación: una experiencia subjetiva

 Cuando se habla de vocación, generalmente se hace referencia al sentido etimológico del término y su relación con el concepto de profesión. Ciertamente ambos conceptos suelen ir unidos cuando hablamos de ética profesional, y aunque no significan lo mismo, en la realidad se requieren mutuamente. El buen profesional ha de tener vocación, es decir, debe sentir una inclinación interna hacia una tarea, oficio u ocupación. Esa “llamada”[1] que la persona siente como una forma de responsabilidad consigo y con el mundo, sin embargo, ha de materializarse en una actividad concreta, a la que dedicará su esfuerzo y sus capacidades como si de una “profesión”[2] religiosa se tratase. En definitiva, se trata de dos elementos que tradicionalmente se han considerado definitorios para poder hablar del trabajo como algo que trasciende la pura necesidad y los intereses individuales. El valor ético del trabajo está ligado,  por tanto, a la libertad humana, entendida como indeterminación,  como posibilidad,  como  proyecto siempre inacabado hacia el autoperfeccionamiento[3]. Pero también a la responsabilidad que implica vivir en el mundo y formar parte de una comunidad con la que nos sentimos comprometidos.  Hanna Arendt habla del trabajo como  “acción” en ambos sentidos: como algo revelador de la propia identidad y como el encuentro con los demás en una esfera pública y plural[4] 

          Ahora bien,  lo que quiero plantear aquí es una reflexión sobre la vocación, no desde el concepto, sino desde la experiencia[5]. Al fin y al cabo las palabras sirven para expresar la riqueza y complejidad de la vida,  cosa harto difícil de encerrar en una definición precisa, en la que los matices y las vivencias singulares desaparecen. De hecho la simple evocación de la palabra VOCACIÓN,  nos lleva a cada cual a un escenario y una experiencia distintas. Rememorar esos escenarios vitales donde el trabajo ya no es una idea, sino una experiencia subjetiva  e histórica,  creo que ayuda a esclarecer algunas cuestiones relativas a la propia vivencia como docentes, de forma muy específica a la motivación primera que nos ha llevado a este campo y cómo se ha ido transformando a lo largo del tiempo.