lunes, octubre 12

El cine que me gusta

El sábado, en tv2, dentro del ciclo Cine Europeo, proyectaron una película que no conocía: Le week-end. Como otras veces, cuando una historia me hace pensar,  sentir y pasar unos días hablando del tema con mi pareja o con alguna amiga que coincide conmigo, me quedo con las ganas de poder escribir acerca de esa experiencia, que no es sólo cinematográfica, sino intelectual y sobre todo emocional.  Pero he aquí que he encontrado un comentario-crítica sobre el film en una página de internet y he pensado que yo no podría decir más y mejor. Así que he optado por compartirla aquí. 

CRÍTICA

Roger Michell se ha propuesto hacernos reflexionar sobre la veracidad de los sentimientos que tanto nos esforzamos en demostrar. Hasta qué punto esos actos son espontáneos, y qué parte es un completo engaño autoimpuesto con motivo de la obtención de una vida lejos de esos cambios que tanto nos aterrorizan, y con el objetivo de aparentar una relación insanamente normal frente a la estereotipada sociedad.

El director inglés, aclamado por su comedia Notting Hill, 1999, nos muestra la cara más desagradable de la vida en pareja, la humillación, la sumisión, el desprecio, el —Eso no nos pasará a nosotros, dicho desde la más triste inseguridad, todo sin apartar la cámara ni un solo segundo. Seremos testigos de los problemas, las discusiones, y el terrible autocompadecimiento en la soledad de nuestros pensamientos con una honestidad brutal, como dijo Calamaro. Tanto es así, que será difícil no retirar la mirada o taparse los oídos en ciertos momentos, y esto va a desagradar a mucha gente que no está dispuesta a que se les recuerde que las relaciones no son tan perfectas y bonitas como las suele pintar el cine, al menos no sin una extenuante lucha y sacrificio..
Hanif Kureishi escribe un fantástico guion en el que se mezcla un agudo sentido del humor con la más dolorosa de las sinceridades. El libreto narra de qué manera la supervivencia de la relación de una pareja de sesenta años depende de un fin de semana. Un fin de semana de confesiones y temores mientras se tratan sin reparo los temas más controvertidos que el amor lleva implícitos. Visión introspectiva del desgaste que suponen treinta años de matrimonio, de la mano de Nick y Meg, una pareja que ha decidido realizar un viaje con motivo de su aniversario para intentar avivar la pasión perdida durante estas tres décadas de convivencia. La completa falta de romanticismo, la tosquedad del diálogo, y la comentada amarga sinceridad del guion, contrastan por completo con el escenario escogido, la ciudad romántica por antonomasia: París.
Los actores:
Geniales actuaciones de la pareja sexagenaria, gracias a las cuales Jim Broadbent consiguió la concha de plata en San Sebastián mostrando la simplicidad, fragilidad e inseguridad de su personaje, que realmente nos lleva a preguntarnos si el amor tiene fecha de caducidad. Meg no tiene ninguna duda, hace tiempo que dejó de pensar en el amor como motor de su relación, justificando la continuación de la misma por motivos mucho más pragmáticos, sin embargo, los fantasmas de la separación rondarán por su mente mientras se plantea si los esfuerzos por conservar el cariño que pueda quedar es realmente la causa de su lucha, o por el contrario es más fuerte el miedo a enfrentarse a la soledad. ¿Amor o dependencia?
En el otro extremo está Nick, un hombre que quiere a su mujer con los ojos cerrados, uno de esos locos que creen en el amor único y verdadero, y que no tiene ninguna intención de plantearse cómo se vería el mundo sin la venda que cubre sus ojos y le impide ver el sufrimiento de su propia esposa. Un amor alimentado de recuerdos, el miedo al abandono inunda su vida de ansiedad y hará tambalear sus convicciones mientras la sinceridad de Meg le impedirá levantarse y resguardarse en su mundo de felicidad prefabricado.
Magistral comparación del antes y el después, un simple tropiezo que origine una caída mientras se pasea por la calle, antes suponía los cuidados, los mimos y las caricias de ella, mientras él restaba importancia al asunto, reía y respondía a esas caricias atrayéndola al suelo junto a él, qué magia, qué felicidad, qué brillantemente lo definió Pedro Salinas, “¡Qué alegría tan alta: vivir en los pronombres!” Hasta que llega el después, y la misma situación implica la exagerada reacción de él (yo) y la fría indiferencia de ella (tú) que, con un reproche haciendo referencia a su falta de madurez u hombría, camina con paso firme alejándose y dejando a su compañero abatido, gimoteando en el suelo. Sus pasos decididos nos abruman hasta que por fin se detiene, da media vuelta y sonríe, el premio, su sonrisa, el precio, la dignidad. Sólo el tiempo y nada más que el tiempo es lo que ha pasado entre ambos escenarios, porque precisamente del tiempo trata esta película, una de las historias de
amor disfuncional más atractivas y a la vez incómodas de los últimos tiempos
 FUENTE: http://www.filmaffinity.com/es/reviews/1/492114.html 

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