Desde que me senté en la butaca hasta que me levanté,
no pude quitar mis ojos de la pantalla; casi no respiraba. Estaba delante de
una hermosa historia de amor. Más allá de la temática central con la que se ha
presentado la película, una historia de transexualidad, lo cierto es que lo que
más me atrajo desde el primer momento fue la relación tan especial que había
entre los protagonistas.
Einar Wegener, un artista danés nacido en 1882 y casado con la también artista, Gerda Wegener. Dos seres tan poco convencionales, que
consiguen mantener vivo su profundo amor, a pesar de las circunstancias.
La trama es la siguiente: Por casualidad, la modelo
que Gerda tenía contratada para sus cuadros, cancela la cita que tiene con ella
y para finalizar su trabajo se le ocurre una pequeña trampa, que se convierte
primero en un divertido juego, y finalmente en el despertar de la feminidad, que
era su auténtica naturaleza y que Heinar no había descubierto hasta ese
momento. No se trataba de ningún capricho, ni una necesidad de experimentar
nuevas emociones o experiencias sexuales; no era eso. Heinar, de forma muy
sutil, fue tomando conciencia de cuánto había en él de mujer y de la necesidad
que tenía de que esa naturaleza se hiciera una realidad en la vida cotidiana y
social.
La reacción de su esposa, no fue lo que se hubiera
esperado para la época (años 20) Era tanto el amor que le profesaba, que lo
único que se le ocurrió fue apoyar su necesidad de encontrar una respuesta a lo
que estaba sintiendo. Y emprenden juntos un camino en el que el sufrimiento de
ambos, lejos de separarlos, aún los acerca más. Buscan ayuda médica, que
durante mucho tiempo no dio resultado, pues lo único que se sabía sobre el tema
era que se trataba de una disfunción o perversión, que requería tratamiento psiquiátrico.
Gerda se resistía a perder a su compañero, su amigo,
su amante; el hombre con el que había iniciado su vida amorosa y sexual desde que
ambos eran estudiantes.
Eran cómplices en lo cotidiano, amaban el arte y
mantenían la llama del amor a fuerza de imaginación y ganas de agradar al otro,
o a la otra. Además, su visión del mundo era poco convencional. En cierto modo menospreciaban
ese ambiente elegante y "chic" en el que se movían, pero tenían que sobrevivir,
así que durante un tiempo jugaron con el equívoco. Una burla que acabó
engulléndolos, volviéndose contra ellos. Porque Heinar, a medida que el espejo
le devolvía la imagen de Lilí, una joven de rasgos angulosos, ojos grises,
labios rojos y rostro barbilampiño y pecoso; cada vez
que cubría su cuerpo con ligeras y
suaves telas, y adornaba su cabeza con hermosos sombreros, iba descubriendo su
auténtica identidad. ¿Qué había en la leve sonrisa con la que el muchacho
parecía tan satisfecho ante el espejo? ¿Miedo?, ¿sorpresa?, ¿alegría?, ¿sufimiento…?
Imagino que una mezcla de todo ello, pero, muy a pesar suyo, ya que amaba
profundamente a su esposa, necesitaba saber quién era realmente, qué tipo de
persona había estado esperando durante años detrás de un cuerpo y un disfraz masculino.
En su determinación de ser quien era no estuvo solo. Y
esa es la parte más hermosa de la historia, porque nos revela una clase de amor
a la que no estamos acostumbrados en este mundo tan convencional y egoísta. Gerda
sufre, especialmente porque no sabe cómo ayudarlo y no quiere forzarle a seguir
con una vida fingida y sin sentido. Heinar le devuelve su generosidad con
creces y accede a convertirse en su modelo: Lilí, con la que la pintora entra
en el Olimpo de los artistas parisinos. Y mientras tanto van probando
soluciones, acompañados del amigo de adolescencia que se compromete a ayudarles
incondicionalmente en ese camino.
Quizás a los que nos consideramos “seres normales” nos
resulte difícil comprender la decisión de Heinar; el empeño en ser una mujer en
el amplio sentido de la palabra. A mí personalmente me ha pasado y quizás es la
parte del film que me ha hecho soltar unas lágrimas, que estaban contenidas,
pero que dejé brotar para quedarme en la gloria después de asistir a una de las
más hermosas historias de amor del cine actual.
Me faltan calificativos para el actor y la actriz
protagonistas. Él tiene un encanto irresistible en su imagen masculina que
desborda sensibilidad y sensualidad. Ambos son maravillosos. Y no digamos del
vestuario y la ambientación en general, Una obra de arte.
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