No sé cómo me vino la imagen. De pronto, recordé su
pequeña mano tibia en las mañanas frías de invierno, subiendo y bajando escaleras
en el metro, para dirigirme al Hospital de Sant Pau, en Barcelona, ciudad donde
vivía en ese momento. Mi memoria no ha guardado todos los detalles, pero sí esa
sensación de arrastrarlo, con apenas año y medio, hasta aquellos hermosos
jardines del antiguo edificio barcelonés.
Luego, recorrer los lúgubres pasillos, cruzándonos con médicos, enfermeras, mujeres con carros de limpieza… hasta la consulta del doctor Herrero, un neurólogo que me encargaba redactar trabajos para una revista médica. Era muy joven y no me había vuelto a incorporar al trabajo después de ser madre. Por eso, no dudé en aceptar el encargo del médico: tenía que leer y después sintetizar, con un lenguaje muy asequible, el contenido de los artículos. Con mi vieja máquina de escribir marca Olivetti, daba forma a todo aquel material tan farragoso, que luego cobraba calculando las palabras transcritas. Una pequeña ayuda a la exigua economía de una pareja recién casada.
Luego, recorrer los lúgubres pasillos, cruzándonos con médicos, enfermeras, mujeres con carros de limpieza… hasta la consulta del doctor Herrero, un neurólogo que me encargaba redactar trabajos para una revista médica. Era muy joven y no me había vuelto a incorporar al trabajo después de ser madre. Por eso, no dudé en aceptar el encargo del médico: tenía que leer y después sintetizar, con un lenguaje muy asequible, el contenido de los artículos. Con mi vieja máquina de escribir marca Olivetti, daba forma a todo aquel material tan farragoso, que luego cobraba calculando las palabras transcritas. Una pequeña ayuda a la exigua economía de una pareja recién casada.
Compartía con mi
hijo esos momentos por pura exigencia. No era fácil dejarlo a cargo de nadie.
No había una abuela a mano, ni una hermana, ni una guardería que aceptara al
niño durante unas horas, sin tener que gastar mucho y dejar mermado el único
sueldo que entraba en la casa. Pero, afortunadamente, podía llevar a mi hijo a
recoger la tarea de la semana, sin que eso complicase demasiado mi vida, ni la
de los demás. Por otro lado, me
agradaban esos momentos entre los dos, mientras él descubría rincones de
la ciudad y se comunicaba con sus medias
palabras, sus preguntas inocentes, sus sonrisas… Y aquel andar todavía
inestable, pantalones a cuadros, tirantes, rizos dorados, ojazos que
recorren el mundo más próximo con curiosidad y alegría.
De eso hace casi cuarenta años y curiosamente las imágenes y las
sensaciones vividas cuando apenas tenía veinticinco años vuelven a mi memoria,
delante del televisor. Una diputada toma posesión de su cargo como representante del pueblo y acude a Las Cortes con su bebé en los brazos.
Confieso mi extrañeza y no sé qué pensar ni qué decir ante esta situación
anómala dentro de ese contexto. Yo, que
estoy acostumbrada a escribir y a dar mi opinión en las redes, me planteo si
debo decir algo, sobre todo cuando el personal empieza a pronunciarse: ¿Se
trata de un gesto simbólico? ¿Es lo que se suele llamar “postureo”?, ¿está
dejando patente la diputada las dificultades que tenemos las madres para
compaginar nuestra vida privada con la tarea profesional?, ¿qué pretende
decirnos con ese gesto, qué las madres deberíamos ir al trabajo con nuestros
retoños? ¿Cómo es posible que no se le
haya ocurrido dejar al niño con una niñera, o en una guardería?, ¿es adecuado
ese lugar para una criatura tan pequeña? ¿Está utilizando la madre al bebé para
sus intereses partidistas? ¿Qué hubiera pasado de ser un hombre el protagonista
del gesto?
Reprimí mi
natural afición a escribir sobre temas de actualidad con los que me siento
comprometida. Sabía que cualquier cosa que se me ocurriera sobre la cuestión
podía ser mal interpretada, contestada, o considerada políticamente incorrecta.
Y francamente, no está una ya para que la vapuleen por esas redes sociales; me
protejo de la diarrea cotidiana de tantos opinadores profesionales y expertos.
Los lectores de este artículo podéis imaginar, por el
relato con el que lo inicio, que pertenezco a esa generación de mujeres con una
profesión, que hemos tenido que resolver esa dificultad de cuidar de los hijos y de los padres, y al mismo tiempo mantener nuestra acción en el mundo público. Así que imagino
que no soy sospechosa de defender ideas trasnochadas sobre el papel de los
hombres y de las mujeres en nuestra sociedad.
Sin embargo, debo confesar que no llego a comprender a
aquellos y aquellas que, quizás considerándose los más “guays” del universo, se
sorprenden de que la mayoría de la gente corriente expresara su estupor por la imagen de la diputada con el niño. “Pues no sé por qué es tan raro
que una mujer venga al Congreso de los Diputados con su bebé en brazos”,
han exclamado la mayoría de los biempensantes. Como si tal cosa fuera de lo más
corriente. No salía de mi asombro. No es corriente, no.
Posicionarse en este tipo de cuestiones resulta
delicado, porque lo políticamente correcto es estar al lado de lo más
“moderno”, de lo que hacen los que solemos considerar “progresistas” y mucho
más si quienes lo critican son gente con ideas cavernícolas, machistas y
clasistas como algunos diputados de la derecha, que se echaron las manos a la
cabeza y acusaron a la Diputada de ser más o menos una exhibicionista.
Hemos escuchado los argumentos de la madre en
cuestión, que, sinceramente, a mí no me
han convencido. A pesar de todo, no estoy muy segura de si en este
espacio seré capaz de encontrar argumentos que den respuesta a todo lo que se
ha dicho sobre lo ocurrido en la sesión del Congreso. Sé que estamos ante un
tema con demasiadas aristas y no será posible tratarlo con la profundidad que
merece, así que me centraré en las justificaciones de Carolina Bescansa: “Traigo a mi bebé conmigo porque quiero
criarlo con apego"
Cada madre está en su derecho de criar a su hijo de la
manera que considere mejor: con apego, sin apego, con lactancia materna a
demanda o estableciendo unos horarios,
con biberón, combinando distintos métodos, en fin, que en eso no hay nada que decir, al
menos por mi parte. Pero reconozco que hablar de derecho implica que el abanico
de posibilidades sea factible para todas las personas que tienen hijos
pequeños. Y la realidad de este país es que no todas las madres y padres están
en condiciones de elegir, sino que la mayor parte simplemente hacen lo que
pueden para criar a su prole y estoy segura de que también la mayoría ama a sus
hijos y se dedica a criarlos con los recursos materiales y emocionales de que
disponen.
Creo necesario distinguir entre esa masa de la
población que hace lo que puede, y los casos, como el de Carolina, que parece
una de esas mujeres informadas y con capacidad para elegir. Unos y otros son
igual de respetables, pero la gente, que como la diputada está en mejores
condiciones para decidir cómo quiere criar a sus hijos, me parece a mí que
también ha asumido lo que eso significa en términos de renuncia durante un
tiempo a realizar ciertas actividades profesionales que le exigen horarios y
tareas incompatibles con su dedicación a la crianza y
a lo que el bienestar de un bebé demanda.
Si una madre decide libremente que quiere establecer
ese vínculo de apego entre su criatura y ella, sabe perfectamente que la mayor
parte del día y de la noche va a tener que estar junto a su retoño. Esa forma
de crianza exige de las mujeres dedicar todo su tiempo a esa digna y difícil
tarea. Pretender que podemos seguir con nuestra vida como si tal cosa, conociendo
la exigencia de tiempo y energía emocional que requiere lo que Carolina
Bescansa ha decido, es una falacia. Y sé de lo que hablo. ¿Cuántos padres o
madres, en los primeros años de sus hijos pueden dormir y descansar lo
necesario para poder cumplir con sus tareas profesionales, y/o domésticas, sin
sentirse sobrepasados? Naturalmente, aquí entran incluso esos padres que apoyan
a las madres del modelo de apego y siguen su vida profesional. También ellos
acaban agotados, a no ser que durante unos años se busquen una habitación
propia, o puedan tomarse una baja laboral.
Y es que yo me pregunto: ¿Es posible desarrollar una carrera profesional
y al mismo tiempo cuidar de una criatura de forma personal, con apego, tal y
como las últimas tendencias promueven y nuestra diputada pretende? Lo dudo, la verdad.
Porque he vivido esa experiencia personalmente y la he
observado en personas cercanas, puedo afirmar que lo que llamamos “Conciliación”
es incompatible, al menos en los dos o tres primeros años de la crianza,
con llevar una vida mínimamente confortable,
en la que sea posible gozar de ese tiempo que requieren los bebés, sin sentirse
cansada, agobiada, preocupada por no llegar a todo, y a veces muy enfadada. La
frustración es el último eslabón de esta carrera de obstáculos que la mayoría
de mujeres tenemos que saltar, ya que nunca lograremos ser esa madre perfecta
que la cultura actual está pidiendo.
Y ya que hemos entrado en el modelo de madre perfecta
que todas llevamos incorporado, aunque sea de forma inconsciente, me parece que
el gesto de nuestra diputada contribuye a reforzar ese modelo. Carolina muestra
una imagen de súper woman, al hacer lo que hace: representar a los españoles en
el Congreso de los Diputados, lo cual implica una tremenda responsabilidad y
estar con los cinco sentidos puestos en lo que los ciudadanos estamos exigiendo
de los políticos; pero, mientras trabaja, no puede despegarse de uno de los papeles
más difíciles y que exige total entrega: criar a su bebé. ¡Ostras! Yo desde
luego no podría estar en los dos papeles al mismo tiempo y menos con esa
relajación con la que se la ve, y acompañada de sus compañeros varones
amorosísimos. Pero vamos, ¿Cuántas mujeres tendrían ese privilegio en un país
como el nuestro?, que es el que tenemos, dicho sea de paso.
Bueno, estoy segura de que, con
su gesto, la diputada de Podemos no quería reivindicar que las madres puedan
llevar al trabajo a sus bebés. Es inimaginable una dependienta atendiendo a un
cliente y dando el pecho, o una oficina cualquiera con diez criaturas
berreando; y no digamos una doctora que tuviera que escuchar a un paciente, o
realizar alguna intervención, mientras que alimenta a su criatura, que no
atiende a otras urgencias que la suya propia. En definitiva, Carolina Bescansa ha
puesto sobre el tapete un asunto central en nuestra sociedad. A saber: que
existe el cuidado de la vida desde el nacimiento y que hasta ahora ha sido
responsabilidad de las mujeres hacerse cargo de criaturas, enfermos y personas
vulnerables. Vale, de acuerdo. Pero lo que a mí me parece que nadie ha señalado
es la posibilidad de que, cuando llegan esos momentos dificilísimos que la
mayoría experimentamos de una manera u otra, y en varias etapas de la vida,
alguien tiene que ocuparse.
No hay duda de que la vida exige
renuncias y las personas adultas tenemos que ser capaces de asumir una cierta
frustración cuando llegan esas duras
decisiones. No se puede tener todo. No sé si estoy en lo cierto, pero
tengo la impresión de que a las parejas actuales les cuesta mucho tener que
bajar su nivel de ingresos y dejar aparcada o dedicar menos energía a la
profesión. Nuestro estilo de vida nos ha llevado a crearnos una serie de
necesidades, casi todas prescindibles y parece que la única solución que
encuentran muchos es colocar a las criaturas con los abuelos. Así se sienten
tranquilos, los niños están bien cuidados, pero sobre todo, no se tienen que
gastar un porcentaje importante de uno de los sueldos en una guardería o en una
buena niñera que lo venga a cuidar a casa. Yo, por ejemplo, hice esto último, y
no sólo eso, sino que ajusté mis horarios de trabajo a mis fuerzas físicas y
emocionales, mientras mis hijos crecieron. Pude hacerlo porque no tenía en el
centro de mis valores el éxito profesional. Pero claro, cada pareja debe llegar
a un acuerdo sobre esta cuestión y no responsabilizar a terceros de lo que les
corresponde a ellos.
Lo ideal, claro está, sería conseguir que el Estado se
haga cargo de pagar un salario a la persona que elige el trabajo de crianza
durante ese tiempo. Y digo ideal, porque, siendo realistas, ¿alguien ve
factible en este momento de recortes y de crisis del Estado del Bienestar que
este país legisle sobre esta cuestión? Francamente, yo no. Y aunque siempre he
pensado que tener un hijo y criarlo no sólo es un asunto personal, sino un bien
social, me pregunto si, en estos momentos, y mientras se consiguen cambios legislativos
que apoyen esta idea con políticas reales, no deberíamos cuestionar algunos
valores que actualmente parecen inamovibles. Por ejemplo, que el trabajo sea el
centro de nuestra vida; que nuestra identidad dependa de estar integrados o
integradas en el mercado laboral, con nuestras energías puestas en alcanzar un
status profesional socialmente valorado. Es desde luego un estilo de vida que
cada cual es libre de elegir, pero desde mi punto de vista imposible de
mantener cuando aparecen situaciones humanamente incontrolables, como
enfermedades de personas allegadas, vejez de los padres, o crianza de los
hijos.
Para mí, que la antigua Ministra de Defensa, Carme
Chacón, o la actual Vicepresidenta del gobierno, no hayan dedicado más de una
semana al cuidado de sus retoños recién nacidos, no es ningún progreso. Tampoco es eso, digo yo, no veo que sea un modelo a seguir por las mujeres. Lo verdaderamente progresista, sin querer entrar en lo
que una bloguera feminista ha denominado "Feministómetro" sería
tener la posibilidad de dejar durante un tiempo la vida laboral, sea cual sea
su importancia social, para poder ejercer la maternidad. Y por ejercer la
maternidad no entiendo, disfrutar de tu bebé, como se suele decir ahora. Para
mí no se trata de mi placer, o mis deseos, sino de las necesidades vitales de
un recién nacido, de darle importancia al cuidado de la vida en esos momentos
tan fundamentales. De paso nos beneficiamos nosotras de un tiempo que es
precioso y que se debería vivir con una cierta tranquilidad de espíritu. Cuidar
de las personas vulnerables lo considero una responsabilidad de hombres y
mujeres, y también puede ser una oportunidad de aprender mucho sobre nosotros y
restituir, cuando se trata de los padres, aquello que nos fue regalado.
No dudo de que puede haber familias que necesiten los ingresos de dos
personas para vivir decentemente, pero estoy segura de que no son la mayoría. Saber
ajustar nuestro presupuesto en periodos determinados de la vida, no sólo es posible,
sino que lo considero deseable, como ejercicio de austeridad, y como
alternativa al consumismo que nos devora. Parece que tenemos que acudir a las
palabras del Ex Presidente Uruguay, José Mujica, que viene defendiendo aquel
dicho de mis abuelos y que al escucharlo en boca de un hombre importante y
actual, adquiere otro valor: “No es más rico el que más tiene, sino el que
menos necesita”.
Pues eso, que hay muchas formas de entender la función parental, que dicho sea de paso, exige mucha paciencia y esfuerzo, amén de otras
competencias psicoafectivas nada fáciles de adquirir y desarrollar. Hay
numerosos argumentos y justificaciones para ser una madre apegada, despegada,
trabajadora a tiempo parcial, dedicada en cuerpo y alma a la profesión. Y
también para la defensa de un tipo de padre que pide la baja paterna para
dedicar un tiempo a la crianza; o que, tras el nacimiento de sus hijos, sigue
su vida como si nada hubiera cambiado. Los hay que prefieren volver a casa
cuando las criaturas duermen, los que se sienten culpables porque su dedicación
profesional les exige viajar y pasar mucho tiempo alejado de sus retoños… En
definitiva, el mundo contemporáneo, al poner en cuestión los roles
tradicionales, nos lo ha puesto mucho más difícil y nos obliga a seguir
reflexionando, debatiendo, ensayando, buscando fórmulas que promuevan una “Vida
buena”, que no es lo mismo que “Buena vida”.
Mientras tanto, la televisión nos sigue regalando mensajes que siguen
incidiendo en esa madre que no puede permitirse ponerse enferma porque tiene
que atender muchos frentes. (véase el último anuncio sobre un medicamento para el resfriado) Para eso están las farmacéuticas, esas empresas tan
bondadosas que nos ofrecen una pastilla para cada cosa y nos permiten seguir
funcionando, porque sin nosotras, el mundo se pararía. Y tampoco es eso, ¿no?
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