lunes, enero 11

Un cine como de estar por casa

     «En el cine normalmente se contaría la historia del infiel, del que vive una     aventura, y en último caso del que rompe la familia. Yo cuento lo no     vivido, lo que se reprime, lo que a menudo ni se cuenta». (Cesc Gay).

Hay peliculas que, sin ser obras maestras, dejan huella. No necesariamente recuerdas toda la trama; tampoco en qué epoca la viste, ni a todos los actores. Sin embargo, un pequeño detalle puede impactar a algunos espectadores, no a todos, claro. Anoche volví a ver una película de un director catalán que me gusta mucho, Cesc Gay: Ficción. Buscando en una de esas plataformas que nos están salvando del aburrimiento de un televisión insufrible y de estos largos días de seudoconfinamiento, la encontré y no recordaba si la había visto.

Los actores protagonistas me interesaban: Eduard Fernández y Javier Cámara. Las actrices son unas desconocidas en el cine español, pero yo estoy harta de verlas en las series de TV·3 en Cataluña. Son muy buenas. Seguro que valía la pena volver a verla, pensé. A los pocos minutos empecé a recordar, y enseguida vino a mi memoria la última escena y sólo por ese momento me quedé a verla.

La historia presenta a un tímido director de cine llamado Álex, que intenta finalizar su último guion a la vez que lucha por dejar su timidez e introversión para dar la cara en el mundo del cine. Para poder terminar su guion, decide alejarse de su familia y de la ciudad y se instala en un  pequeño pueblo de los pirineos en la casa de un amigo. Allí conoce a Mónica, una violinista de Madrid, que está pasando las vacaciones en la casa de una amiga. Tras unos dias de convivencia, de paseos por la montaña y apenas unas conversaciones íntimas, se dan cuenta de que algo se ha producido entre ellos. Nada que quede explicitado en sus encuentros; sólo miradas huidizas, largos silencios, gestos torpes y sonrisas nerviosas. La tensión sexual es evidente, pero no pasa nada. Hay mucho miedo por parte de ambos a dar el paso y que ya no sea posible la vuelta atrás. Mónica tiene proyectos con su pareja con la que lleva pocos años pero con quien quiere establecer ya una relación estable. Él es padre de dos niños y está casado, aunque su historia de amor ya está un poco gastada por el tiempo y la lucha cotidiana por salir adelante en una gran ciudad como Barcelona y en una profesión tan insegura como la de guionista de cine. La semana se acaba y ella tiene que volver a Madrid. Alex necesita despedirse de ella y hace un gran esfuerzo para poder llegar a tiempo. Cuando se encuentran, te preguntas qué va a pasar porque él ha dado muestras de ser un tímido incapaz de mostrar con palabras o algún contacto físico sus deseos o sentimientos hacia ella. Y es Mónica quien se atreve y suelta la gran frase, esa que no puedo dejar escrita aquí, a riesgo de fastidiar al público que quiera ver la pelicula. Es esa frase y lo que ocurre después lo que recordaba perfectamente. Me emocionó la primera vez y volvió a emocionarme y a parecerme genial el desenlace. Real como la vida misma, sin un ápice de idealismo o de querer agradar a cierto tipo de espectador "sentimentaloide".

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