martes, mayo 31

Cinco lobitos. La realidad de ser madre en el mundo actual

 

Todavía estoy digiriendo esta historia tan natural, tan cotidiana y a la vez tan hermosa. Desde luego no podría haber sido escrita y dirigida por una mano y una sensibilidad masculina. Está claro que hay una mujer detrás de este relato de vida en el que podemos vernos tantas personas. 
Una joven de 35 años acaba de dar a luz y, acompañada de su pareja y de sus padres, vuelve a casa. Y una vez allí es cuando se le viene el mundo encima. Un bebé que llora continuamente, como todos los bebés, claro está. El dolor de los puntos de la episiotomía, el cansancio de no poder dormir, la incomodidad y la esclavitud que supone tener que amamantar, etc.  En definitiva, los cambios que introduce en la vida de cualquier pareja la llegada de una criatura. La nueva mamá estalla por cualquier cosa, trata mal a su compañero, las expectativas que podría tener sobre la ayuda de los abuelos, se le vienen abajo. Ellos no entienden la situación y no se muestran muy dispuestos a sacarla del atolladero. Especialmente la madre no es la madre amorosa y comprensiva que cualquier mujer desea para ese momento tan especial en el que hay tanta necesidad de apoyo emocional. Ella misma pasó por esa situación y lo resolvió como pudo cuando era joven. ¿Por qué ahora su hija no puede? No lo entiende y no está dispuesta a sacarle las castañas del fuego. 
Es una madre y punto. Una madre que nunca ha tenido gestos de cariño hacia su familia, que no necesita decir "te quiero" ni que se lo digan. Es así como ha vivido y no sabe hacerlo de otra forma. Una mujer resolutiva en las situaciones que exigen sentido común y no andarse con medias tintas. 
Cuando los abuelos se marchan a su pueblo, la hija no puede soportar esa especie de doble "abandono", ya que su pareja ha tenido que marcharse a trabajar fuera de la ciudad donde viven. Así que en un momento en que la bebé se pone enferma con un simple resfriado con fiebre, toma la decisión de marcharse a casa de sus padres. 
La película transcurre durante un año de crianza y de convivencia de madre, abuelos y nieta. Una mujer joven sin vida más allá de los biberones, las cacas, la fiebre y los paseos al parque con la criatura. No ayuda nada la forma de comunicar de la madre, los reproches han sido algo habitual en la relación con su hija; una fórmula a la que estaba acostumbrada, pero que la hija ya no puede aceptar. Por su parte, la joven muestra una falta total de aceptación de su realidad. La maternidad le exige una serie de renuncias que ella vive como un castigo y culpabiliza a su pareja y a los abuelos de todo lo que no es capaz de resolver por sí misma.  Ella no ve la salida. Se siente atrapada. 
Un acontecimiento viene a complicar la situación. Pero al mismo tiempo produce un cambio en ella y en todo el sistema. Algo tan importante que la obliga a dejar de pensar en sí misma como centro del mundo y a tomar las riendas de la casa familiar. 
Podríamos decir que la protagonista de esta historia en un año vive un proceso de aprendizaje que, si bien la hace sufrir, la pone de cara ante la verdad de la vida. Cuando vuelva a casa con su niña y su pareja, ya no será la misma y nunca más volverá a creer a los que dicen que tener un hijo no tiene por qué cambiar nuestra forma de vivir. 
Una película que obliga a reflexionar sobre la maternidad en la sociedad actual, sin las redes de apoyo familiar y vecinal que en otros tiempos habían existido, y que hacían más llevadera la crianza, sobre todo en las zonas rurales. También plantea lo poco preparados que estamos para afrontar la enfermedad y la muerte de los padres. De hecho, una cosa y otra tiene que ver con que nuestra vida gira en torno al trabajo, sin tiempo ni la actitud, ni la generosidad que se requiere para renunciar a algunos de nuestros deseos y objetivos individuales, para cuidar de quien nos necesita en momentos puntuales. 
También plantea lo poco que conocemos sobre nuestros progenitores y cuantas veces hacemos juicios acerca de sus vidas, sin conocer qué hay detrás de la historia familiar. Y el amor filial. Algo que se da por sentado, y quizás por eso no vemos necesario expresarlo. Cuantos silencios y cuantos abrazos quedan pendientes y de pronto... Ya no hay tiempo. 
Alauda Ruiz de Azúa, ha escrito y dirigido su primera película con una gran sensibilidad y acierto en el plantel de actores: Susi Sánchez: una actriz maravillosa en su papel de madre vasca, distante, cuya ternura se adivina y a veces se expresa, sin que pueda evitarlo. Laia Costa, todo un descubrimiento, aunque en su haber hay ya decenas de películas rodadas en todo el mundo. Una gran actriz que transmite la amargura de una maternidad no asumida.  Ramón Barea, el abuelo, y Mikel Bustamante, muy naturales y creíbles en sus papeles.  
 

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