Disfrutar con una obra de arte. Es lo que pienso tras el visionado de esta hermosísima película, dirigida por una mujer: Maryam Touzani. El caftán azul, la cineasta marroquí convierte el escenario principal del film, la medina de Salé (una de las más antiguas de Marruecos), en una suerte de jaula de oro en la que sus tres protagonistas conquistan una cierta libertad, a pesar de la represión del sistema en el que viven.
Por un lado, tenemos al matrimonio formado por Halim y Mina, quienes regentan una sastrería en la que él prolonga el legado de su padre, quien dedicó su vida a la confección de caftanes. No obstante, Mina parece estar más capacitada para defender ciertos valores, como la importancia del mimo en la confección, frente a las presiones del personal que en un mundo contemporáneo valora otras cosas, como el dinero y el tiempo. Así ella pelea diariamente con las clientas que intentan sobrepasar ese tiempo de cuidado en la costura para conseguir la prenda deseada. Mientras tanto, él mantiene su postura de ir haciendo, sin ninguna prisa, porque lo único que le interesa es realizar una obra de arte que perdure.
Halim disfruta del tacto y la sensualidad de las hermosas telas y de la punzada perfecta, que intenta traspasar en sus enseñanzas al aprendiz, Youssef, un joven que poco a poco se va impregnando del espiritu de su maestro y se convierte en un puntal en el negocio del matrimonio y hasta en la vida privada, cuando la situación de salud de Mina se complica.
Y como fondo emocional la homosexualidad de los dos hombres, que, aunque reprimida, va influyendo en la relación de los tres, ya que Mina es plenamente consciente de lo que está ocurriendo. Sin embargo, nada o casi nada es explícito. Las miradas, los sutiles contactos de las manos, el respeto que impone la cotidianeidad y el amor conyugal, está muy presente, mientras Halim busca salidas puntuales en sus visitas al Haman de la medina, donde puede dar rienda suelta a sus apetitos sexuales, sin ser descubierto y sin sentir que está traicionando a su esposa.
En cierto sentido, parece que la directora busca establecer un paralelismo entre el virtuosismo del trabajo artesanal de Halim y su propia delicadeza a la hora de capturar, con la cámara, los gestos en los que se juega el destino de los personajes: las miradas furtivas de deseo entre el sastre y su aprendiz, o los cuidados que el marido dedica a su esposa. Las escenas del proceso irreversible de la mujer, son hermosísimas, llenas de ternura por ambos lados, con momentos de un respeto admirable a la intimidad de una persona moribunda que requiere ayuda para vestirse y asearse diariamente.
El caftán azul deja por el camino algunas enseñanzas valiosas.
“Un caftán debe sobrevivir al transcurso del tiempo”, le explica Halim a su amado aprendiz. Esta reflexión apela al valor de la tradición, que guía y a la vez lastra la existencia de unos personajes tocados por el deseo de amar y por la sombra de la muerte.
"No hay que tener miedo al amor". Es el mensaje de Mina a su esposo, cuando está a punto de morir. De esa forma, Halim se siente liberado de la culpa con la que ha vivido tanto tiempo: su condición homosexual, que no puede expresar en una sociedad en la que tal orientación se castiga con pena de muerte.
Maravillosa película en la que los gestos de amor entre un hombre y una mujer hacen reflexionar sobre las diferentes formas de amar y la sobrevaloración del sexo en las relaciones heterosexuales.
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