miércoles, septiembre 24

Muertes a destiempo

Me ha pasado más de una vez. De pronto, conecto algo de la realidad con una persona que he conocido en otro tiempo y de la que perdí el rastro. Entonces miro en Google. Pongo su nombre y me sale la noticia de su muerte. 

Ayer fue uno de esos días. Viendo imágenes de las lluvias de Montserrat, recordé a Juan Carles. Busqué en mi memoria hasta dar con su apellido. No me costó mucho, la verdad, a pesar de que no tuvimos una relación muy larga ni muy intensa. 

Juan Carles murió hace poco tiempo, apenas tres o cuatro años. Tenía sólo 60. Lo conocí en la década de los ochenta, cuando solíamos frecuentar una comunidad de jóvenes que se proponían convivir en una masía preciosa, cultivar sus propias hortalizas y practicar un cristianismo algo alejado de las consignas del Vaticano. Cristianos, si, pero no tanto. De hecho, la convivencia allí era mixta: hombres y mujeres y sin guardar los votos propios de la Iglesia. Nada de renuncia al sexo, ni obediencia. Una comunidad democrática y libre.  

Fue una experiencia que duró poco. Luego, cada uno de ellos encontró su propio camino y ahora ya son personas adultas, que han ejercido profesiones diferentes y ya están jubiladas en su mayoría.  

A Juan Carles lo traté especialmente porque a través de él y de otro amigo, pude acceder a dar clases de ética profesional en la Escuela Universitaria de Trabajo Social. Juan Carles era Doctor en Filosofía. Un intelectual que le costó mucho aclarar su vocación. Finalmente entró en Montserrat como monje. A través de todo el proceso que se sigue en esa Abadía, parece que llegó a ordenarse sacerdote. 

Tuve algunas conversaciones con él cuando yo me preparé las clases que había impartido él y Paco Grande, amigo suyo. Ambos dejaron la enseñanza porque estaban en proceso de búsqueda. Y ahí aparecí yo que estaba buscando trabajo. Confiaba en sus conocimientos, ya que los míos eran escasos en esa materia. Él siempre fue amable y sencillo. Me aclaró aquellos conceptos más propios de la Filosofía que yo nunca había estudiado. No me sentía juzgada. En definitiva: en el poco tiempo que tuve relación con él se desarrolló una simpatía mutua y un mutuo aprecio. Y como éramos de mundos muy diferentes, perdimos el contacto. 

Esta mañana me he sentido tocada al verlo en una imagen y saber de su muerte tan inesperada; inesperada para mí, claro está. Supongo que en su ambiente fue algo que tuvo un proceso. Pero he tenido ganas de llorar. Por él y por esos otros y otras, amigos y amigas, conocidos con mas o menos profundidad, que en los últimos años se han marchado de este mundo cuando todavía eran demasiado jóvenes. 

Así he ido perdiendo personas de mi entorno que me han dejado una huella más o menos profunda. Creo que mi estado de ánimo actual está condicionado por esas pérdidas. Siento que la muerte me acecha y que más pronto que tarde puede llamar a mi puerta. Esta sensación es nueva para mí. He perdido las ganas de vivir, de aprender, de viajar, de escribir y hasta de leer. Mi sonrisa; esa sonrisa que en tantas fotos de la última década me hacía parecer feliz y más joven, se ha apagado. Soy plenamente consciente. 

Ay, querido Juan Carles.  Seguro que otras personas, como yo, han perdido tu rostro bondadoso y tu actitud cariñosa y receptiva. Tenías cualidades de santo y espero que si existe ese Dios en el que tu creías, te haya acogido donde quiera que esté.        

jueves, septiembre 11

Una adolescencia poco convencional

 Aquel mes de septiembre se anunciaba como un tiempo sin contenido claro. En junio había terminado la enseñanza primaria con muy buenas notas; pero sólo tenía 12 años. ¿En qué se iban a convertir a partir de entonces sus días? Allí no había posibilidades de elegir. Algunas de sus compañeras ya llevaban al menos un año en la capital estudiando el Bachillerato y tenían un horizonte claro. Seguramente se convertirían en maestras. Ella no. Su familia no podía permitirse invertir los pocos recursos económicos de que disponían en pagar un colegio en la ciudad.  Le gustaba estudiar. Siempre había disfrutado con la vuelta al cole al finalizar el verano. Sentía curiosidad por lo nuevo, y sabía que se encontraría a sus compañeras de siempre, con las que se lo pasaba muy bien en el recreo.

Pensar en otra alternativa le resultaba difícil, porque el pueblo no ofrecía nada para esa edad. Si acaso aprender a coser en algún taller de costura. No le entusiasmaba. No era lo suyo. Su padre la sorprendió. Se le ocurrió hablar con Juan y Sebastián, los escribientes del Sindicato de Labradores y Ganaderos. Eran dos personas muy afables, que recibieron la propuesta de aquel hombre sencillo con sorpresa, pero entendiendo que era una posibilidad para una niña con fama de aplicada: sería una auxiliar para ellos y al mismo tiempo aprendería a escribir a máquina.


                                     OLIVETTI LEXICON  80

 Con cierto miedo y timidez, se dirigía cada mañana a aquel edificio que a ella se le antojaba muy antiguo, aunque bonito. Tomaba asiento delante de una mesita donde una máquina de escribir Olivetti esperaba que alguien la hiciera rejuvenecer, ya que tenía unos cuantos años y sus teclas empezaban a oxidarse por falta de uso.  Una Lexicon 80. Un trasto muy grande, pero estupendo para aprender.

Quizás no estaba muy segura de que era una pionera. No pensaba en esos términos. No le importaba el hecho de que ninguna chica, hasta entonces, había ocupado una mesa en aquella institución tan tradicional. Pronto le dieron algunas responsabilidades administrativas muy básicas, como pasar a los libros de registro las comunicaciones que llegaban de entidades parecidas, o de la administración pública en general. Con aquella letra tan infantil, trasladaba a los libros todo lo que llegaba por correo. Allí dejó su rastro de niña que aprendía a marchas forzadas, todo lo que sus mayores le encargaban. No era consciente de que estaba haciendo historia y que pasado el tiempo, alguien se acercaría a aquellos registros y se encontraría con una parte de ella. Recuerda que aquellos años muchos hombres salían hacia Alemania como emigrantes, y todo el papeleo se hacia en el sindicato. También aquellas tareas se las encargaban a ella: rellenaba los impresos y los pasaba a cada interesado para la firma. Se sentía importante, para que va a negarlo.  Tenía sólo 14 años y manejaba asuntos muy serios. Ahora es cuando puede valorarlo.  

Cuando ya ha pasado de los 70 y siente cierta ternura por aquella adolescente que no se comportaba como tal, porque tenía responsabilidad. Sus funciones estaban a medias entre el aprendizaje y el trabajo. Por eso a veces piensa que ella no ha tenido adolescencia.  Ahora, cuando se inicia la vuelta al cole, se entretiene en volver a aquella imagen, pero sobre todo se detiene en el empeño que ponía en pasearse por las calles del pueblo, hasta llegar a la zona alta, donde vivía,  con su libro de mecanografía a la vista. Si, a la vista, porque quería dejar claro que ella era una jovencita interesante, que quizás no estaba estudiando el bachillerato, pero si ensayaba para convertirse en una futura secretaria de las que escribían más de 200 palabras por minuto. No lo podía imaginar siquiera, porque era un mundo desconocido para ella, pero en las películas sí lo había visto.  No estaba muy lejos el viaje que la llevaría a Barcelona.  La emigración cambio su vida para siempre y pronto comprobó que aquellas lecciones de mecanografía, improvisadas  y auxiliadas por un libro de ejercicios que no recuerda de dónde salió; ese auto aprendizaje, le abrió las puertas de su primer trabajo en la ciudad. No tenía más currículum que ese, aunque en aquel tiempo no se exigía tanto y era suficiente con una prueba. Así, después de un mes en la oficina de una gran empresa de confección, inició una trayectoria exitosa, que la llevó de las teclas de su vieja máquina Olivetti a una máquina muy sofisticada de la empresa  IBM en la que inició otra fase de su aprendizaje: la perforación de fichas, un sistema que se utilizaba entonces para transferir datos a las computadoras. Prehistoria del ordenador. Sólo habían pasado cinco años desde aquella primera experiencia en el pueblo. Había entrado en otro mundo que ni se atrevió a soñar. Se cumplió lo que, siendo adolescente, sólo había visto en películas: ya era una secretaria. En 1970 se ganaba el sustento y estaba en situación de poder independizarse e iniciar una vida lejos de la vigilancia familiar. Tenía 20 años.    


COMPUTADORA AÑO 1970

miércoles, julio 30

Quien sabe donde está la felicidad

 A veces las casualidades nos ayudan a encontrar, entre tanto bodrio, una buena película. Esta vez ha sido una de esas que te hacen reconciliarte con la vida y con la bondad de las personas. "Lunnana, un yak en la escuela" es una historia tan hermosa que no querrías que acabase. Según parece, (yo no tenía ni idea) hay un país en la zona del Himalaya, cuyos gobernantes dicen buscar la felicidad de sus gentes y para ello se esfuerzan en tener maestros incluso en lugares muy muy remotos, donde nadir quiere ir. Pues sí, Lunana existe. Allí transcurre esta preciosa historia. Un pequeño pueblo y un distrito en Bután. Lunana es conocido por ser una de las comunidades más aisladas y remotas del mundo, situada a gran altura y de difícil acceso. La película está ambientada y filmada en este lugar, mostrando la vida de sus habitantes y su entorno único. Un maestro llega a la comunidad y llega por pura obligación, ya que el gobierno lo envía allí a terminar sus prácticas.


De hecho, él debe devolver a su gobierno lo que el gobierno a hecho por él, es decir, pagarle los estudios para poder dedicarse a enseñar. Pero el, joven influido por los medios de comunicación y las redes, está empeñado en ser cantante y marcharse a Australia, donde espera ser más feliz que en ese pequeño país al que considera atrasado y pobre. Finalmente, no le queda otro remedio que marcharse y pagar la deuda que tiene contraída con el reino de Butan. Llegar a Lunana requiere una caminata de ocho días desde la localidad más cercana, sin acceso a carreteras. El muchacho lo pasa fatal en el viaje y está a punto de volverse. Finalmente llega al pueblo de Lunana, donde lo reciben con los brazos abiertos y con la ilusión de poder contar por fin con un maestro. Los primeros días son tremendos. La película muestra cómo los habitantes de Lunana viven sin electricidad, utilizando la luz solar para recargar baterías y con un estilo de vida tradicional. La escuela no tenía materiales, ni condiciones que para un joven como él, que viene de la ciudad, resultan imprescindibles. Sin embargo, la alegría y la capacidad de los niños para implicarse en las clases, la creatividad y la ayuda del pueblo, va creando un ambiente de colaboración que transforma su decepción en esperanza. En realidad, lo que nos muestra la historia es que si alguien tenía que aprender era el maestro. Y así fue. Las enseñanzas que sacó de su corta estancia en Lunana, y los vínculos de afecto con los niños y los vecinos, resultaron eficaces para replantearse si su objetivo en la vida era el que había pensado antes de esa experiencia, o quizás tenía que cambiar y aceptar que la felicidad está en otro lugar y con otros valores. La película "Lunana: A Yak in the Classroom" fue nominada al Oscar a Mejor Película Internacional, destacando la belleza y singularidad de la región. Buscadla en la plataforma AMAZON PRIME.

viernes, junio 27

El caftán azul: Amor, deseo, miedo, generosidad, renuncia.... Emoción

Disfrutar con una obra de arte. Es lo que pienso tras el visionado de esta hermosísima película, dirigida por una mujer: Maryam Touzani. El caftán azul, la cineasta marroquí  convierte el escenario principal del film, la medina de Salé (una de las más antiguas de Marruecos), en una suerte de jaula de oro en la que sus tres protagonistas conquistan una cierta libertad, a pesar de la represión del sistema en el que viven. 
Por un lado, tenemos al matrimonio formado por Halim y Mina, quienes regentan una sastrería en la que él prolonga el legado de su padre, quien dedicó su vida a la confección de caftanes. No obstante, Mina parece estar más capacitada para defender ciertos valores, como la importancia del mimo en la confección, frente a las presiones del personal que en un mundo contemporáneo valora otras cosas, como el dinero y el tiempo. Así ella pelea diariamente con las clientas que intentan sobrepasar ese tiempo de cuidado en la costura para conseguir la prenda deseada. Mientras tanto, él mantiene su postura de ir haciendo, sin ninguna prisa, porque lo único que le interesa es realizar una obra de arte que perdure.   
Halim disfruta del tacto y la sensualidad de las hermosas telas y de la punzada perfecta, que intenta traspasar en sus enseñanzas al aprendiz, Youssef, un joven que poco a poco se va impregnando del espiritu de su maestro y se convierte en un puntal en el negocio del matrimonio y hasta en la vida privada, cuando la situación de salud de Mina se complica. 
Y como fondo emocional la homosexualidad de los dos hombres, que, aunque reprimida, va influyendo en la relación de los tres, ya que Mina es plenamente consciente de lo que está ocurriendo. Sin embargo, nada o casi nada es explícito. Las miradas, los sutiles contactos de las manos, el respeto que impone la cotidianeidad y el amor conyugal, está muy presente, mientras Halim busca salidas puntuales en sus visitas al Haman de la medina, donde puede dar rienda suelta a sus apetitos sexuales, sin ser descubierto y sin sentir que está traicionando a su esposa.    

 
En cierto sentido, parece que la directora busca establecer un paralelismo entre el virtuosismo del trabajo artesanal de Halim y su propia delicadeza a la hora de capturar, con la cámara, los gestos en los que se juega el destino de los personajes: las miradas furtivas de deseo entre el sastre y su aprendiz, o los cuidados que el marido dedica a su esposa. Las escenas del proceso irreversible de la mujer, son hermosísimas, llenas de ternura por ambos lados, con momentos de un respeto admirable a la intimidad de una persona moribunda que requiere ayuda para vestirse y asearse diariamente. 
El caftán azul deja por el camino algunas enseñanzas valiosas. 
    “Un caftán debe sobrevivir al transcurso del tiempo”, le explica Halim a su amado aprendiz. Esta reflexión apela al valor de la tradición, que guía y a la vez lastra la existencia de unos personajes tocados por el deseo de amar y por la sombra de la muerte. 
    "No hay que tener miedo al amor". Es el mensaje de Mina a su esposo, cuando está a punto de morir. De esa forma, Halim se siente liberado de la culpa con la que ha vivido tanto tiempo: su condición homosexual, que no puede expresar en una sociedad en la que tal orientación se castiga con pena de muerte.  
Maravillosa película en la que los gestos de amor entre un hombre y una mujer hacen reflexionar sobre las diferentes formas de amar y la  sobrevaloración del sexo cuando hablamos del amor conyugal o de pareja.   

viernes, junio 13

NADA SE OPONE A LA NOCHE

 Ayer terminé la lectura de una de las novelas que más me han impactado en los últimos años. Es un relato tan crudo, tan realista, tan extraordinario sobre la vida de una familia tan poco convencional, que resulta difícil identificarse con alguno de sus personajes. Cuando entras en esta historia no puedes abandonar la lectura, tal es el interés de cada miembro de la familia y de la vida de todos ellos, alejada de los convencionalismos y normas de la sociedad. NADA SE OPONE A LA NOCHE es un vómito, un ajuste de cuentas, una catarsis, una forma de intentar comprender qué ha pasado para que en esa familia, en principio tan luminosa, libre y feliz en la infancia, sucedan una serie de cosas que arrastren a varios de sus miembros al dolor, la locura y el suicidio. Delphine de Vigan, la autora del libro, es a la vez la tercera generación de la familia, hija de Lucile, personaje para mí principal y extraordinario desde muchos puntos de vista. Las últimas páginas de esta narración autobiográfica son de un ritmo tan brutal que no puedes dejar de leer, te arrastra página tras página, a pesar de que todos sabemos cómo acaba la historia, porque está explicado al inicio. Totalmente recomendable, aunque durísimo.

SINOPSIS: Después de encontrar a su madre muerta en misteriosas circunstancias, Delphine de Vigan se convierte en una sagaz detective dispuesta a reconstruir la vida de la desaparecida. Los cientos de fotografías tomadas durante años, la crónica del abuelo de Delphine, registrada en cintas de casete, las vacaciones de la familia filmadas en súper ocho o las conversaciones mantenidas por la escritora con sus hermanos son los materiales de los que se nutre la memoria. Nos hallamos ante una espléndida y sobrecogedora crónica familiar, pero también ante una reflexión sobre la «verdad» de la escritura, porque son muchas las versiones de una misma historia y narrar implica elegir una de esas versiones y una manera de contarla. Y esta elección a veces es dolorosa, porque en el viaje de la cronista al pasado de su familia irán aflorando los secretos más oscuros. La novela más galardonada (5 premios) en Francia en 2011 y con mayor número de lectores (500.000). «Un bello canto de amor filial» (Fabrice Gaignault, Marie Claire). «El resultado se revela cautivador y salvífico» (Alexandre Fillon, Le Figaro). «Un relato sensible y fascinante, que nos devuelve el eco de nuestras propias heridas» (L?Express). «Este magnífico testimonio la confirma escritora contemporánea de referencia? Sus reflexiones sobre la necesidad de escribir para aprehenderla realidad o sobre el significado de la lectura y la cultura para el desarrollo intelectual y moral del individuo componen uno de los centros de atracción más poderosos del libro. Son muchas las razones por las que Nada se opone a la noche se convirtió en la novela más galardonada en 2011 en Francia, con cinco premios, y la más vendida, con 500.000 ejemplares. De Vigan está reinterpretando su familia? Su libro se acaba convirtiendo en un perfecto espejo donde se refleja lo que se podría considerar alma familiar o ADN emocional? La intensidad del libro es, sin duda, otro de los méritos de esta espléndida obra? Esta novela, en su voluntad de interpretar la superficie, nos arrastra hacia estratos abisales donde se configura lo que somos. En definitiva, imprescindible» (Sònia Hernández, La Vanguardia). «La escritora indaga en el origen de un dolor interno que, más que conocer, intuye. Un rastro que la llevará a descubrir, bajo ese telón de familia ejemplar, secretos ocultos? La obra se planteó como una cartografía personal, pero la narración también se erige como una oportuna y sincera reflexión sobre la objetividad de la memoria y la función de la literatura ?sus posibilidades, dificultades y límites?, al abordar los irregulares y complejos contornos biográficos» (Javier Ors, La Razón). «De Vigan esculpe una historia conmovedora y enormemente contemporánea, existencial, al abrir en canal la memoria familiar? De Vigan se enfrenta a la violencia de los secretos con el arma de la escritura, en un ejercicio experimental que supone también una reflexión sobre la propia redacción? Una novela rotunda, violenta, pero con esa armónica fragilidad de los vínculos afectivos? Es también un canto a la supervivencia, al amor irrenunciable, enfurecido y resignado a los nuestros. A la madre que nos tocó y a la madre que nos hubiera gustado tener. A la madre que nos cuidó y a la que no nos protegió, a la que estuvo y a la que se ausentó. A la madre viva y a la madre muerta. Un canto a la herida mortal que nos conforma y nos destruye, como un estigma invisible, y que la mayoría llama familia» (Sandra Faginas, La Voz de Galicia). «Un relato híbrido y oscuro que mezcla narrativa convencional y autobiografía» (Lucía Lijtmaer, Marie Claire). «Una novela catártica en la que trata de entender la vida y muerte de su madre» (Isabel Loscertales, Woman). «La novela de Delphine de Vigan, que ya arrasó en Francia el año pasado, aterriza en nuestro país con la intención de llegarte al corazón» (Glamour). FUENTE: La Casa del Libro.

lunes, mayo 5

Dia de la madre

 No te echo de menos. No. Eso no lo puedo decir en las redes, donde unas y otras no paran de ensalzar ese amor universal que tienen las madres, y la suya, claro, también. 

Ante tal dispendio de frases hechas, lugares comunes y nostalgias de un tiempo de amor incondicional y felicidad, yo me quedo sin palabras. Qué pasaría, pienso, si me lanzara y dejase en la red una imagen materna cicatera en abrazos y palabras amorosas, severa, exigente, impaciente y sin capacidad para escuchar las necesidades psicológicas y afectivas de sus hijos. Un ser incapaz de ofrecer consuelo, y alivio cuando una pena te deja con el ánimo echo pedazos.     

La buena letra. Una memoria que estremece

Un crítico muy conocido ha usado un adjetivo que explica bastante bien la emoción que provoca esta película: perturbado. A mi no se me ocurre otro más sencillo que tristeza. Una historia tristísima sobre las consecuencias de la Guerra Civil en un pueblo valenciano. La memoria emocional, las cosas que ocurrían en el día a día de las familias trabajadoras, el hambre, el ahorro de luz, la olla con su chuf chuf, cociendo para poder comer un plato caliente con poquísimos ingredientes, el uso de cáscaras de naranja para poder hacer una tortilla, sin huevo, el miedo a las palabras. Hasta los olores domésticos tan presentes en nuestra memoria cuando ha pasado el tiempo, parecen tener un protagonismo invisible. Es lo cotidiano, lo que en cada casa sucedía sin que nadie se quejara excesivamente.

Personajes hermosos, especialmente la protagonista, esa Ana silenciosa, sacrificada, cosiendo muchas horas, arreglando piezas de ropa a la luz de las velas, único trabajo para una mujer que tenía que cuidar de su familia, guardando secretos para para no provocar dolor innecesario, consciente de sus renuncias, aunque en su interior estaba claro que bullía una pequeña esperanza...Quizás algún día podría viajar con su marido a París. Loreto Mauleón interpreta a esta mujer de forma extraordinaria.

No era la única que renunciaba, que se sacrificaba. Su marido, un hombre bueno que al final de la guerra ha conseguido que lo contraten en una empresa, a pesar de haberse señalado como cercano a la República, o al menos es lo que intuimos, porque hay muchos vacíos en esta obra, que tienes que imaginar. Tomás y Ana se quieren, pero una vida tan prosaica, tan al límite, no da lugar a gestos íntimos de cariño. Quizás lo único que se permite la directora es la escena del baile del matrimonio, en el que Ana lleva la voz cantante y ese hermosísimo abrazo, regalo a su marido, doblemente herido y callado. Secuencia que me ha impactado sobremanera, quizás porque he vivido algún momento parecido.

El amor se expresa de otro modo, cuando todo es tan extremo, cuando el hambre y la necesidad están en el centro de la vida. Ayudando a los más débiles, a ese hermano que se esconde tras su mala suerte, y en el fondo sólo busca algo mejor que pasarse los días con el único placer del aroma del puchero. Los ideales han muerto y al final acaba aliándose con los ganadores.

La lección está clara. No parece haber recompensa a tanto sacrificio y bondad. Sin embargo, Ana ya ha dejado su huella en la niña que le prepara el desayuno, cuando ella se ha quedado sin fuerzas. Así es como se hereda la ética del cuidado.

Lo dicho. Cuando se enciende la luz, lo que queda es tristeza, pero vale la pena verla. Una obra de arte, bella y profunda, dirigida por una mujer. CELIA RICO. Y se nota.