Me ha pasado más de una vez. De pronto, conecto algo de la realidad con una persona que he conocido en otro tiempo y de la que perdí el rastro. Entonces miro en Google. Pongo su nombre y me sale la noticia de su muerte.
Ayer fue uno de esos días. Viendo imágenes de las lluvias de Montserrat, recordé a Juan Carles. Busqué en mi memoria hasta dar con su apellido. No me costó mucho, la verdad, a pesar de que no tuvimos una relación muy larga ni muy intensa.
Juan Carles murió hace poco tiempo, apenas tres o cuatro años. Tenía sólo 60. Lo conocí en la década de los ochenta, cuando solíamos frecuentar una comunidad de jóvenes que se proponían convivir en una masía preciosa, cultivar sus propias hortalizas y practicar un cristianismo algo alejado de las consignas del Vaticano. Cristianos, si, pero no tanto. De hecho, la convivencia allí era mixta: hombres y mujeres y sin guardar los votos propios de la Iglesia. Nada de renuncia al sexo, ni obediencia. Una comunidad democrática y libre.
Fue una experiencia que duró poco. Luego, cada uno de ellos encontró su propio camino y ahora ya son personas adultas, que han ejercido profesiones diferentes y ya están jubiladas en su mayoría.
A Juan Carles lo traté especialmente porque a través de él y de otro amigo, pude acceder a dar clases de ética profesional en la Escuela Universitaria de Trabajo Social. Juan Carles era Doctor en Filosofía. Un intelectual que le costó mucho aclarar su vocación. Finalmente entró en Montserrat como monje. A través de todo el proceso que se sigue en esa Abadía, parece que llegó a ordenarse sacerdote.
Tuve algunas conversaciones con él cuando yo me preparé las clases que había impartido él y Paco Grande, amigo suyo. Ambos dejaron la enseñanza porque estaban en proceso de búsqueda. Y ahí aparecí yo que estaba buscando trabajo. Confiaba en sus conocimientos, ya que los míos eran escasos en esa materia. Él siempre fue amable y sencillo. Me aclaró aquellos conceptos más propios de la Filosofía que yo nunca había estudiado. No me sentía juzgada. En definitiva: en el poco tiempo que tuve relación con él se desarrolló una simpatía mutua y un mutuo aprecio. Y como éramos de mundos muy diferentes, perdimos el contacto.
Esta mañana me he sentido tocada al verlo en una imagen y saber de su muerte tan inesperada; inesperada para mí, claro está. Supongo que en su ambiente fue algo que tuvo un proceso. Pero he tenido ganas de llorar. Por él y por esos otros y otras, amigos y amigas, conocidos con mas o menos profundidad, que en los últimos años se han marchado de este mundo cuando todavía eran demasiado jóvenes.
Así he ido perdiendo personas de mi entorno que me han dejado una huella más o menos profunda. Creo que mi estado de ánimo actual está condicionado por esas pérdidas. Siento que la muerte me acecha y que más pronto que tarde puede llamar a mi puerta. Esta sensación es nueva para mí. He perdido las ganas de vivir, de aprender, de viajar, de escribir y hasta de leer. Mi sonrisa; esa sonrisa que en tantas fotos de la última década me hacía parecer feliz y más joven, se ha apagado. Soy plenamente consciente.
Ay, querido Juan Carles. Seguro que otras personas, como yo, han perdido tu rostro bondadoso y tu actitud cariñosa y receptiva. Tenías cualidades de santo y espero que si existe ese Dios en el que tu creías, te haya acogido donde quiera que esté.
No hay comentarios:
Publicar un comentario