lunes, octubre 28

Aprender del pasado



La señora Carmen nos cuenta por la radio,  el domingo por la mañana, mientras me desperezo, lo que hace ella para ahorrar. Me asombra  un poco cómo se sorprende la gente por algo que ha sido un hábito en todo el mundo rural durante años y años.  Isabel Gemio, la conductora del programa seguro que lo sabe, porque su madre, una extremeña del pueblo,  seguro que lo hacía cuando su hija, hoy famosa presentadora, iba a la escuela.  
 Pues eso, que Carmen, Fermina, Tomasa… las mujeres que han ido llamando al teléfono del programa,  han compartido con toda España esa sabiduría popular consistente en aprovechar absolutamente todo; de no tirar nada a la basura.  Es lo que llamamos  hacer de la necesidad virtud, un refrán muy acertado para el caso.    

Con un buen cocido; algo tan sencillo y barato,  se pueden sacar al menos tres platos:

·        Una sopa con el caldo y unos fideos

·        Los garbanzos con las patatas y las verduras

·        Unas croquetas con la carne  

Y si  todavía sobran garbanzos o verdura, o ambas cosas, una ropa vieja o un puré.  

A ver quién me puede decir que no puede comer, que no tiene suficiente para que sus hijos coman.  Vamos, esto lo he hecho yo,  y no hace tantos años.  Hoy, por ejemplo, he sacado del congelador unas pocas lentejas que me sobraron la semana pasada. Tenía para un plato. He pensado ¿por qué no ponerle un puñado de arroz y de esa forma tengo la comida para los dos?  Y lo he hecho. Tal y como pensaba, me ha quedado un almuerzo estupendo y muy nutritivo, según todos los expertos en el tema. Por lo visto, las legumbres mezcladas con arroz  son el alimento perfecto nutricionalmente hablando.  Yo creo que el costo de la comida  de hoy no supera los dos euros, con ensalada incluida.  
lentejas con arroz
Lo que digo: no hay mejores recicladoras que las madres y las abuelas de los que hoy tenemos cincuenta o sesenta años.  Ellas eran maestras en el arte de vivir con pocas necesidades y mucha imaginación. Y no lo hacían sólo con la comida. ¿Quién, de las personas que nacimos en los años cincuenta, no se ha puesto un vestido de su hermana mayor alguna vez, o un abrigo al que se le ha dado la vuelta, o ha dormido en unas sábanas con piezas sobrepuestas y muy bien cosidas,  de otras que ya estaban para tirar, pero que se les aprovechó el trozo más fuerte.  Seguro que se os ocurrirán un montón de cosas más, como el zapatero remendón, por ejemplo, que nos ponía medias suelas y ¡hala! los zapatos nuevos.
Durante años, en este país no se tiró nada, pero claro, para eso se necesitan  personas que dediquen parte de su tiempo a estar en la cocina, mezclando sabores, creando nuevas recetas con las sobras, cocinando pacientemente para los demás.  ¿Quién sabe hoy coser, remendar, recomponer… darle la vuelta a las piezas de ropa y convertirlas en otra cosa…?  Sí, ya lo sé… Ahora se hace como algo súper especial por algunas personas que se consideran muy creativas, casi unas artistas, vamos. Pero hace unas décadas, cualquier mujer sabía hacerlo y no se daba ninguna importancia. 
 Por eso, cuando escucho por ahí que hay niños que van a la escuela sin haber cenado la noche anterior, porque sus padres están en el paro y no cobran ningún subsidio, me echo las manos a la cabeza. Cualquier madre de otros tiempos,  pero sobre todo, las que no tenían recursos, se inventaba una cena con cualquier cosa. La mía, por ejemplo, estaba harta de hacer gachas, con un poco de agua, harina y azúcar. O una sartén de patatas fritas, sin huevos, por supuesto, pero con un buen trozo de pan para acompañarlas.  Vaya, que me cuesta creer este tipo de cosas. Y que conste que no abogo por volver a esa situación pasada, sino a aprovechar la experiencia hasta que vengan tiempos mejores. De paso, hasta puede que mejoremos la salud de la familia.

Lo mismo que para el desayuno: unos picatostes, hechos con pan duro, frito y con un poquito de azúcar cubriéndolos, si era necesario, o había azúcar. Si no,  tal cual. Un tazón de malta endulzada con miel o azúcar y los picatostes mojaditos… Eran una delicia. Y así me iba yo a la escuela. No recuerdo haber sentido hambre, de verdad.

Más bien tiendo a pensar que no les dan de comer porque no han podido comprar una hamburguesa, o unas pechugas de pollo, o unos filetes de cerdo, o incluso pescado congelado. 

Esas cosas que  son las que gustan a los niños, se hacen en un santiamén y no te tienes que romper la mollera.  Pero claro, hay que tener dinero en el monedero para ir a Mercadona y sacar un carro lleno de comida empaquetada, coca colas, pan Bimbo,  postres lácteos, patatas fritas de esas de sobre,  Petit Suisse  y demás cosas, sin las cuales, os lo aseguro: ¡Se puede vivir!    

viernes, octubre 18

La Unión Europea y la política de fronteras: Reflexiones ante las próximas elecciones

Foto de Marcos Moreno. Fronteras
Foto de Marcos Moreno
Los recientes naufragios en las costas italianas han tenido una amplia repercusión por el elevado número de víctimas y la proximidad entre dos hechos que, como señala certeramente Javier de Lucas no son catástrofes humanitarias ni tragedias no imputables a acción humana alguna. Bien al contrario, como este reconocido experto en derecho migratorio denuncia, los naufragios en las costas mediterráneas, ocurran en el punto en que ocurran, son el producto, probablemente no deseable, pero si claramente predecible, de tomas de decisiones concretas que se traducen en políticas de fronteras destinadas a construir un “cordón sanitario” que “proteja” al territorio y a los ciudadanos de Europa de las supuestas “invasiones” a las que está expuesta. Esta idea-fuerza, que lo es en cuanto que es producida, difundida y legitimada desde el poder, ha calado profundamente en las representaciones sociales que rodean dos temas que aparecen claramente vinculados, pese a su especificidad diferenciada: la inmigración y el refugio.Es lógico que así sea, cuando las autoridades políticas de cualquier signo y color los utilizan como una forma, la única en estos tiempos, de demostrar a la ciudadanía que velan por sus intereses, mientras prosiguen con sus políticas de desmantelamiento del estado social, convirtiéndonos día a día en seres más indefensos y asustados. Incluso quienes se pronuncian en contra de la utilización demagógica de la xenofobia y el racismo con fines electoralistas se ven atrapados en la contradicción de que, en la medida en que participan de este marco político común, cuestionarlo puede tener un coste electoral importante. La idea que se impone desde estas posiciones no está exenta de cinismo: por muy dolorosas que sean las consecuencias, no queda más remedio que blindar nuestras fronteras para proteger a los ciudadanos de la llegada de personas que supondrían un coste insostenible de recursos. De esta forma, la responsabilidad de los políticos queda acreditada, y la ciudadanía ve confirmada no sólo la amenaza que se cierne sobre ella con la llegada de inmigrantes y refugiados, sino la eficacia y el celo de los gobernantes.Incluso en el caso de que estas afirmaciones fueran ciertas, habría que cuestionar una ética que antepone los recursos a las vidas de las personas, pero es que, además, están afirmaciones no sólo no son ciertas, sino que esconden detrás de estos discursos, actuaciones políticas irresponsables que ponen en riesgo no sólo la calidad, sino la propia vida de los ciudadanos europeos, como me propongo demostrar.

lunes, octubre 14

Aniversario


Día 14 de octubre de 1972. Hace ya cuarenta y un años.
El diario La Vanguardia anunciaba el Festival de teatro de Sitges, el Teatro Calderón, una obra de Agatha Christie, protagonizada por M. Luisa Merlo y Carlos Larrañaga, la pareja de moda en aquel tiempo; el cine Pelayo estrenaba una de esas películas con estrellas efímeras, de esas que ya nadie recordará: Ira de Furstenberg.  Y lo más internacional: Montserrat Caballé, que actuaba en París, cantando Norma, se queda sin voz en el segundo acto de la ópera de Bellini.
Posando una vez vestida

De todo ello no tuve noticias en ese momento.  Estaba demasiado ocupada, reparando el instante en que subiría al altar con el hombre de mi vida. Durante la mañana, maquinaba la forma de quitar vuelo a aquella especie de forro almidonado del traje de novia, que mi madre se empeñaba en que me colocara, para darle realce a mi sencillo vestido de punto. Recuerdo que fue una lucha titánica, en la que me acompañó mi cuñada Mariana, muy mañosa para despistar a su futura suegra, ¡que ya era difícil! Los nervios estaban a flor de piel, pero aprovechamos el tiempo de peluquería de mi madre y conseguimos nuestro propósito: un hilván bien apretado, dejó el dichoso “refajo” más o menos como a mí me gustaba. Se trataba de que la falda quedara pegada al cuerpo y no como esas princesas tipo Sissi. ¡Ay que ver! Con veintiún años, a punto de casarme y todavía no tenía autoridad para decidir cómo quería ir  vestida el día de mi boda. Así eran las cosas en aquellos años;  o al menos lo eran en mi familia.  
Con mis padres
Después de comer y de dejar la cocina y la casa aseada, empezó el ritual. Debo decir que, en mi caso, ese ritual se limitó a colocarme la ropa interior,  el “cancán” almidonado, transformado ya por nuestras habilidosas manos, unas medias y el sencillo vestido blanco, de punto, manga larga y sin apenas adornos. En la cabeza, un casquete, para contentar de nuevo a mi madre, cuyo sueño era el clásico velo.

 Pero yo, ni peluquería, ni maquillaje. Nada de nada. Una Teresa muy sencilla, sin disfraz. Al fin y al cabo para casarse, pensaba yo, no hace falta tanta cosa. Si no único que yo quería era el permiso para irme a vivir con el hombre que amaba y deseaba con todas mis fuerzas. Las fotos hablan por sí mismas. Veintiún años, rostro angelical, un poco asustada… pero con la mirada ilusionada puesta en una nueva vida que intuía llena de descubrimientos y  felices experiencias. Luego, las clásicas fotos. Sonrisas, abrazos, ojos húmedos de emoción, el padrino con el ramo… y el coche alquilado, junto a mi orgulloso padre, con  aquellos ojazos suyos que escondían tantas emociones. 
Llega el ramo








De la llegada a la iglesia, sólo recuerdo los compañeros de trabajo que esperaban, mientras iba avanzando, del brazo de mi padre hacia el altar, donde el novio, harto de esperar, temblaba de emoción y de susto, ¡para qué negarlo!
Fue una ceremonia muy emotiva; llena de alusiones a nuestra vida, a lo que esperábamos del futuro que teníamos bien planeado, en lecturas preciosas, preparadas por los amigos y un  hermoso sermón, bien preparado por Miguel, el joven sacerdote, amigo nuestro… A pesar de eso, o quizás por eso, nos pasamos la ceremonia llorando a lágrima viva.  El video que filmó Juan Antonio, da buena fe de ello. Y lo más sorprendente fue la emoción de mi padre. Algo inexplicable. Es como si se hubiera desbordado en ese momento algo que estaba ahí, dentro de él, esperando la ocasión para fluir sin miedo. ¡Ay, ay! Si aquello parecía un entierro, más que una boda. Pero fue una boda, sí. Un Seat 600, conducido por una amiga, nos trasladó, tras la austera celebración familiar,  al piso alquilado de La Meridiana. Lejos ya de las obligaciones y de las convenciones a las que, más o menos voluntariamente, estábamos sujetos, pudimos decir aquello de: ¡Al fin solos!    

jueves, octubre 3

Memoria y olvido: retratos en blanco y negro

Hacía años que no volvía por la ciudad y pensaba que todavía podría encontrar la confitería en aquella vieja esquina de la plaza, muy cerca de la fábrica de cerveza El Alcázar.  Pero el tiempo había acabado con todo lo que recordaba. Recorrió las calles y plazas por donde aquel año 1964 paseó su recién estrenada adolescencia. 
No quedaba ni rastro de nada y le pareció que todo había sido un sueño:  Los primeros días viviendo en la capital, aprendiendo a moverse de otra forma; disimulando,  para parecer una niña como las demás y no una cateta, como se solía decir de las muchachas que venían de los pueblos.

No tenía la edad para trabajar, pero  ya había renunciado a ese sueño de su madre, potenciado por la maestra, que se empeñaba en verla cursando el Bachillerato, como algunas de  sus compañeras de clase. Así que, entre unos y otros, moviendo los hilos necesarios, mediante pequeños engaños sobre su edad,  acabó vendiendo pasteles en la Confitería Gómez.
No hizo falta ningún documento que acreditara quién era ni de dónde venía, porque la amistad de Victoria, vecina y benefactora, con el dueño del negocio lo resolvió todo.

Adiós al colegio, adiós a los libros de texto, a los juegos y paseos con sus amigas por la carretera y el parque… Dejó atrás todo lo que conocía y renunció a sus deseos más íntimos, para convertirse en dependienta.  Y estaba contenta, sí, lo estaba. Iba a cobrar un pequeño sueldo.  Pero tenía miedo, un miedo sólo perceptible para ella. Lo notaba en aquel pellizco que le oprimía el pecho, en la forma cómo le palpitaba el corazón cuando se acercaba la hora de irse al trabajo.  
No fue fácil aquello, porque sus compañeras eran muy crueles y se metían con ella; se aprovechaban de su inocencia para ponerla en ridículo siempre que tenían ocasión. Al fin y al cabo era lógico tener errores con sólo trece años y todos los complejos del mundo. 

Mucho tiempo después, casualmente, encontró una vieja fotografía. Allí estaba: la esquina de la plaza, el cartel “Confitería Gómez”, los seiscientos  aparcados,  los edificios más viejos de lo que recordaba, la calle de adoquines, por donde tantas mañanas veía pasar una joven bellísima, a la que llamaban la Reina Gitana, y las mujeres con sus cestos camino del mercado de abastos. Acostumbrada como estaba a un mundo tan pequeño, el guirigay matutino que solía contemplar desde la ventana, la dejaba abstraída de lo que ocurría dentro de la tienda. 
 ¡Lo que son las imágenes! De pronto recordó la farmacia, justo en la otra esquina de la plaza. Y el muchacho rubio, flequillo lacio cayendo sobre la frente, hasta casi cubrir sus hermosos ojos azules. 
La tenía fascinada.  Y el lenguaje de las miradas, de las tímidas sonrisas… Y las bromas entre las dependientas porque el encanto del joven era muy evidente y ella no sabía disimular.   
La nostalgia de un tiempo en blanco y negro. Retazos de una vida, cuyas imágenes se diluyen como el paso de los años. Emociones vividas imposibles de recuperar. Memoria y olvido.        

miércoles, octubre 2

Hannah Arendt: El descubrimiento de una filósofa

El cine, a veces, sirve para dar a conocer a personajes que de otra forma no llegarían nunca al gran publico. Es lo que ha ocurrido últimamente con la filósofa Hannah Arendt; una intelectual del siglo XX, de esas que sólo habían leído las personas cercanas a la Filosofía o al Pensamiento Político contemporáneo.  Por eso, aprovecho la ocasión para compartir su biografía, por si alguien quiere acercarse a sus libros o a la película que hay en este momento en cartelera.


Hannah Arendt (Hannover, 1906 - Nueva York, 1975) Filósofa alemana. De ascendencia judía, estudió en las universidades de Marburgo, Friburgo y Heidelberg, y en esta última obtuvo el doctorado en filosofía bajo la dirección de K. Jaspers. Con la subida de Hitler al poder (1933), se exilió en París, de donde también tuvo que huir en 1940, estableciéndose en Nueva York. En 1951 se nacionalizó estadounidense. En Los orígenes del totalitarismo (1951), su obra más reconocida, sostiene que los totalitarismos se basan en la interpretación de la ley como «ley natural», visión con la que justifican la exterminación de las clases y razas teóricamente «condenadas» por la naturaleza y la historia. Otras obras suyas son La condición humana (1958), Eichmann en Jerusalén (1963), Hombres en tiempos sombríos (1968), Sobre la violencia (1970) y La crisis de la república (1972).

 Conocida principalmente como ensayista política, Hannah Arendt también fue una crítica literaria sutil y atenta. Entre 1924 y 1929 cursó estudios de filosofía y teología, primero en Marburgo y en Friburgo y, finalmente, en Heidelberg. Tuvo por maestros a Edmund Husserl, Martin Heidegger y Karl Jaspers. Con este último se licenció en 1928. Obligada a abandonar la Alemania hitleriana en 1933, se trasladó a Francia. Internada en 1940 con otros emigrados, consiguió huir durante la ocupación, instalándose en Estados Unidos. Allí colaboró en numerosas revistas y, tras haber sido invitada sucesivamente por las universidades de Berkeley y Chicago, enseñó teoría política en la School for Social Research de Nueva York. 
Autora de numerosas obras, se dio a conocer en 1951 con un trabajo titulado Los orígenes del totalitarismo, en el que, mediante el análisis del imperialismo del siglo XIX y de los regímenes totalitarios del XX, intentaba reconstruir las vicisitudes histórico-políticas que desembocaron en el antisemitismo. De todos modos, este aspecto fundamental de su obra siempre se halla inserto en el cuadro de una reflexión más general sobre la noción de política en el mundo moderno, como sucede en La condición humana (1958), obra en la que la autora se interroga sobre los núcleos esenciales de los conceptos políticos clave, como los de democracia, poder, violencia o dominio. 

Puesto que el carácter público de la felicidad y la libertad, que Hannah Arendt identificaba respectivamente con las revoluciones francesa y americana (así en Sobre la revolución, 1963), se ha perdido en nuestra tradición, su proyecto se inserta en el ámbito casi utópico de una democracia radical que no se base sobre el principio de soberanía. En su último trabajo, La vida del espíritu, en tres volúmenes y que quedó inacabado, es evidente la referencia cada vez más clara a la influencia del pensamiento de Martin Heidegger, y a la renovación de las reflexiones de la tradición hebraica sobre las nociones de voz, escritura y trazo.
 La finalidad de Los orígenes del totalitarismo (obra que sería reelaborada y traducida al alemán por su misma autora para una edición de 1955, prologada por Karl Jaspers) es demostrar que el nacionalsocialismo y el bolcheviquismo son distintos del despotismo y la tiranía, las formas de ejercicio autoritario del poder conocidas desde la antigüedad. Las condiciones y los procesos sociales que condujeron al totalitarismo y al sistema burocrático terrorista de los campos de concentración se analizan sirviéndose de abundante material documental. La autora divide su investigación en tres partes: antisemitismo, imperialismo y totalitarismo. 
    
*   FUENTE: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/arendt.htm