lunes, diciembre 7

La matanza que yo recuerdo

Los chiquillos esperaban con ansia la llegada del día de la matanza. Era una especie de ritual que se repetía año tras año. Cuando los fríos hacían acto de presencia y todo anunciaba esa alegría de los villancicos,  los mantecaos, la magdalenas, la lotería…los niños de San Ildefonso cantando con su soniquete repetitivo,  entonces era el gran momento, toda una fiesta. 

jueves, diciembre 3

Las playas gaditanas en Agosto

Querida Ángeles:
Ha  llegado Agosto, y con él, ya sabes, lo de siempre: la gran huída. Carreteras completamente repletas de coches; las multitudes tapizando las playas con sus cuerpos pálidos, deseosos de sol y de recibir la caricia del mar del levante español; todo por escapar de la vida cotidiana, de los días sin-sentido de este mundo loco en el que pretendemos vivir durante un mes, mientras el resto del año nos limitamos a ir tirando.  
Es curioso, pero la semana pasada, hablando con una amiga de Barcelona, le confesé, no sin cierto pudor, que no sentía la necesidad de irme de vacaciones. Y es cierto, porque, la verdad es que no estoy cansada.  Por el contrario, ella está pensando ya en la vuelta, sin haber iniciado todavía su descanso anual.  Es el peaje que se paga mientras el ciclo vital te obliga a buscarte la vida con ahínco en las grandes urbes; lugares donde los sueños de la mayoría se estrellan contra una realidad demasiado exigente y falta de espacios para disfrutar del tiempo y la alegría de lo festivo.
Pensarás que qué demonios hago entonces en esta playa sureña, desde donde te escribo.  Y algo de razón tienes, porque es el primer año, desde que nos trasladamos a Andalucía, que lo hacemos. Pero mira, mis hijos vienen a visitarnos y hemos pensado que estarán más contentos si les damos la posibilidad de disfrutar de estas playas paradisíacas de la frontera sur del sur. Y aquí estamos, en un lugar que tiene algo de mítico para muchos que van buscando un rincón en el que aún sea posible vivir sin muchas reglas. Se trata de una zona situada entre el Estrecho de Gibraltar y la ciudad de Cádiz. Esta franja del litoral gaditano tiene algo especial, aunque me temo que cada vez más se empieza a parecer al resto de los litorales, en los que el poder del ladrillo,   la especulación y la masificación, han dejado una huella imborrable y también abominable.     

Por cierto, que hoy he pensado en ti, mientras observaba distintas escenas a mi alrededor, en la hermosa playa de Zahora, muy cerca de Barbate. Por supuesto, no todo lo que allí acontecía me ha llamado la atención; ya sabes lo que suele haber en una mañana de domingo en las playas: parejitas veinteañeras con cuerpos refulgentes tostándose dulcemente al sol;  matrimonios maduros que se protegen de la tórrida mañana y se entretienen con un libro, o un diario;  grupos  de jovenzuelos  literalmente tirados, indolentemente, sin reparar en el sol, el calor, o la arena, que los embadurna;  niños y niñas: rollizos, delgaduchos, rubios, castaños, morenos, chinos, africanos, alemanes…, en fin, en la era de la mundialización ya no se sabe si son adoptivos, o sólo pasan unos días en España. Algunas zonas playeras, como la que te describo, no reciben a muchas personas mayores, seguramente están demasiado alejadas y son poco cómodas. De hecho, esta mañana he visto muy pocos adultos más allá de la cincuentena. 

Bueno, estarás pensando que a qué viene todo este preámbulo. Y tienes razón, pero no me parecía bien entrar a saco y contarte la escena que más me ha llamado la atención y me ha hecho pensar en ti.
Verás: por aquí es muy común que las familias se reúnan para pasar el día entero  en la playa. En Cataluña, por ejemplo, yo no he observado el fenómeno, pero en  Cádiz la playa es un espacio de sociabilidad clarísimo, sobre todo para las clases populares, de economías no demasiado boyantes. Desde primera hora de la mañana, muchas familias empiezan a “desembarcar” con todos los bártulos y ocupan zonas muy amplias, como si de una parcela propia se tratara. Eso sí,  vienen preparados con todo lujo de cachivaches, como si trasladasen la sala de estar y el comedor a la orilla del mar. Colocan un grupo de sombrillas, o un trozo de lona cuadrado, alzado sobre unas varillas de metal, para crear una especie de microclima,  en el que se guarecen del calor del sol. Son verdaderos porches, te lo aseguro. Algunos, como los de esta mañana, instalan algo parecido a una tienda de campaña, donde guardan los enseres y las viandas.
Me he fijado en ellos, porque en esta playa no suele haber ese ambiente familiar; como te he dicho, es un lugar de jóvenes y parejas de más o menos edad, algunos de los cuales suelen practicar el nudismo sin ningún problema, ni restricción. 
Bueno, pues estos de hoy eran unas cuatro o cinco parejas, con sus respectivos niños. La “sala de estar” que habían instalado estaba compuesta por una mesa rectangular, cubierta por un mantel, creo que de hule, muy colorista. Sentados alrededor, cuatro o cinco hombres, aproximadamente de unos cuarenta años,  se entretenían en jugar a lar cartas; pero mientras mataban el tiempo con el juego, no paraban de engullir todo tipo de aperitivos, que acompañaban con grandes vasos de cerveza bien fresca.
Es curioso, y no la primera vez que lo observo: el grupo masculino descansa completamente relajado y en esa actitud semi infantil que requiere el juego de azar; Como te digo: ellos sentados, diríase que literalmente retrepados o ajenos a todo lo que no sea la sencillísima diversión; ellas, pululando alrededor, sin descanso, ejerciendo de “madres nutricias”, no sólo con sus hombres, sino con toda la prole, más o menos crecida. Dos hermosos niños, andan ensimismados muy cerca del grupo de adultos. Juegan muy seriamente con sendos camiones y una grúa de plástico,  de colores muy llamativos. También los pequeños acuden al olor y las voces de las madres, que no tienen  necesidad de usar ningún tipo de advertencia ni requerimiento para atraer la atención de los chiquillos. El hambre y el agradable ambiente de la mesa son suficientes alicientes.    
Te advierto que entre los alimentos que suele haber encima de la mesa, no faltan las patatas chips y demás paquetes de plástico con cosas comestibles que ni se sabe qué son. Yo, que me suelo fijar en esas escenas, advierto que, en este caso,  aún no ha hecho acto de presencia la obesidad, cosa muy habitual en estos grupos humanos, que ignoro por qué, desarrollan esos hábitos, por otro lado, poco saludables. Me refiero a una especie de ansia glotona con la que parecen disfrutar muchísimo y que practican sin pausa durante toda la jornada. 





Esta mañana, mirando lo que allí pasaba,  he pensado que estas  mujeres, sorprendentemente, se divierten. Ellas también disfrutan de la comida. Dan cuenta de los típicos langostinos, que pelan con gran habilidad,  mientras alimentan indistintamente a todos los que se congregan alrededor de la gran nevera portátil. Son como gallinas cluecas cuidando amorosamente de sus polluelos. Me pregunto qué harían ellos solos…J y si se podrían permitir esa relajación que disfrutan de forma tan inconsciente, por decir algo poco ofensivo.
Y aunque te resulte raro, los langostinos es uno de los manjares que en estas reuniones nunca falta, junto con las papas aliñás,  la carne empaná, o la tortilla española; todo regado con litros y litros de cerveza para los mayores y  de coca cola y demás refrescos azucarados, para los niños y adolescentes. En la mesa no falta hoy un gran termo de café calentito, para que a la comida no le falte detalle,  y las barras de pan, que circulan de mano en mano. ¡Menudo banquete!, he pensado, mientras procuraba quedarme con las imágenes en la retina, para luego contártelo con todo lujo de detalle, segura de que disfrutarás de estas escenas que ni el mismo Almodóvar podría soñar.  
Bueno, querida amiga, es lo que tiene eso de acercarse a la realidad con ojos nuevos e inocentes… Por suerte,  yo conservo esa capacidad de asombro que me lleva a querer recrear algo sencillo y cotidiano. Esta carta, que ojalá pudieras disfrutar y responder, es sólo un intento de poner en palabras uno  de esos momentos que procuro captar y disfrutar en estos días de playa y hermosas puestas de sol; al sur del sur, desde donde se vislumbran los perfiles del continente  Africano.
Hasta la próxima, un abrazo muy caluroso… y nunca mejor dicho.
TERESA

Dioses, mitos, y símbolos en el siglo XXI

Querida Ángeles: Es media noche y no me llega el sueño. La verdad es que  no sé si estoy más enfadada conmigo, o sea, con “mi mismidad” (como diría la doctora Plaxats)[i],  o por esas cosas que diariamente aparecen en los medios de comunicación y que acaban por hartar a cualquiera.

 Entre ayer y hoy,  precisamente se han organizado dos actos multitudinarios en distintos lugares del mundo,  no sé cuál de ellos menos comprensible, al menos para mí, claro, porque parece que hay miles de personas que están encantadas con todo el “jolgorio” que se ha montado alrededor de dos “estrellas” de esas que hay que poner entre comillas.  
Te cuento: resulta que el Real Madrid…, si, te voy a hablar de futbol… ¿te sorprende? Pues como te decía, el Real Madrid acaba de fichar a un jugador joven y bien formado, como casi todos, ¡estaría bien que no lo estuvieran con las horas que dedican a su cuerpo!  Se llama Cristiano Ronaldo, y como su  nombre indica, no es español: el muchacho es portugués. Pues nada, que el precio que le han puesto a ese “artista de la pelota”, a ese “gran hombre” que acaba de salir de la adolescencia y apenas si habrá asistido a la escuela, es ni más ni menos que “tropecientos” millones de EUROS. La verdad es que para lo que aquí interesa, da igual la cantidad exacta, además a ti el dinero ya no te importa mucho. Lo que te puedo asegurar es que es la mayor barbaridad que se ha pagado nunca por una persona que lo único que va a hacer es dar patadas a una pelota. Pero te lo quiero explicar, no sólo por eso, sino por lo que la noticia ha provocado, en una población a la que se está machacando a diario con que estamos ante la mayor crisis conocida desde los años veinte, con que el paro crece a un ritmo desenfrenado y montones de familias viven de la caridad y de los pucheros de las instituciones asistenciales, como en los mejores tiempos; esos en lo que aún no se conocía lo del Estado del Bienestar.  Pues ya te digo, todos criticando la política económica del gobierno, las medidas contra el paro, etc. etc. Y…  ¡alucina!, ayer se reúnen noventa mil personas en el Santiago Bernabeu para dar la bienvenida al jugador, para aclamar el “gran héroe” que vendrá a salvarnos de la desidia cotidiana,  y ¡quién sabe!, quizás más de uno se sienta reconfortado al saber que los bancos no estaban tan mal de dinero como decían; que, lo mismo que han sacado de debajo de las piedras esos millones para que el espectáculo continúe, tal vez puedan renegociar la hipoteca del pisito de 60 metros, y el crédito para pagar el coche. No me extrañaría nada que más de uno se esté preparando para hacer un  viajecito al Caribe a final de Agosto que es un poco más barato. De verdad, Ángeles,  que mucha coña, mucha coña, pero es triste, más que triste ¡vergonzoso!


Estos héroes de “pacotilla” son los modelos que llegan a los chicos en las escuelas y en los institutos. Son jóvenes a los que todos quieren parecerse, sobre todo en el bolsillo, ¡ah!, y en el éxito con las mujeres, esa es otra. Qué curioso,  que todos se “ennovian” o se casan, o se juntan, o como se dice eufemísticamente,  salen, con chicas altas, rubias, delgadísimas y con mucho éxito, casi todas modelos, por cierto. Son parejas “perfectas” que dedican su vida a salir en las revistas de moda, que se gastan el dinero en ropa de diseño y, si pueden, tienen hijos de diseño, o sea, vaya,  todo muy estético y “divino de la muerte”, como decía Carmina Ordóñez, precisamente una de esas estrellas de cartón piedra, que acabó dramáticamente. 
Bueno, bueno, que me pongo irónica, tirando a sarcástica (no sé exactamente la diferencia) Sé muy bien, querida amiga, que todo esto te va a enfurecer, aunque no sé si ahí donde tú estás existen las emociones, al menos estas tan negativas…, no sé…, no me parecería bien, pero si estuvieras aquí,  seguro que no dejarías títere con cabeza. 
Pero no he acabado todavía. No te lo pierdas. Acaba de morir Michael Jackson, también llamado el Rey del Pop… AHHHH,  me está entrando sueño… me parece que voy a seguir mañana. Son las dos.
Esta mañana me costó volver a la realidad, después de que anoche me desvelara un montón. Estuve escuchando la radio hasta las cuatro. Y tú dirás: ¿qué hace esta mujer escuchando la radio a esa hora…? Pues nada, los programas típicos de la noche; cuando la gente se suelta y cuenta cosas íntimas a las ondas. Se oye de todo, te lo aseguro: instructivo y casi siempre interesante, aunque… ¡hay cada cosa… ¡  
Bueno Ángeles, no quiero dejar a medias lo que anoche trataba de contarte. Más o menos te habrás enterado de lo del futbolista súper,  súper millonario y las estupideces que somos capaces de hacer los humanos ante alguien a quien se pone un precio, como si de una cosa se tratara. 



Pues la otra historia  es la del cantante “descolorido”,  con perdón para quien lo considere un genio de la música Pop.  Ya sabes cómo había ido degenerando la imagen física de Michel Jackson. Un chico que se había ido convirtiendo en una especie de “ser” fuera del mundo. Renegó de sus genes y poco a poco, su rostro fue transformándose en algo indescriptible. Parece que el personaje se comió a la persona, que nunca sabremos cómo era, aunque lo que proyectaba era algo parecido al esperpento: grotesco, extravagante son  los adjetivos que se me ocurren.  
Pero lo más importante, lo que quizás tengamos que preguntarnos los mortales de este siglo XXI es qué representa este personaje tan disparatado? Algunos hablan de libertad, para defender eso de que cada cual con su dinero puede hacer lo que quiera, incluido comprar la juventud eterna a un sistema médico que se ha convertido en algo así como una institución omnipotente.
Verdaderamente algo se nos está yendo de las manos Ángeles.  Estamos ante alguien convencido de que tiene todos los derechos y que no existen límites al capricho de convertirse en lo que cada cual  crea conveniente.  Los medios de comunicación se encargan de alzarlo a los altares, de presentarlo ante el mundo como  un modelo, o al menos nos hacen  creer que hay que perdonarle todo, porque  “el pobre” fue muy desgraciado en su infancia. ¡No te fastidia! La cantidad de personas que han tenido infancias poco felices, incluso infinitamente peores que las de Michael Jackson y podemos verlas por ahí, luchando por la vida, tratando de salir adelante sin ningún tipo de privilegios ni caprichos de excéntrico millonario. 
Total, que ni tú ni yo hemos sido admiradoras de este artista, cosa que no desmerece en absoluto su genio como músico y como bailarín de un estilo determinado. Sin embargo, en estos días millones de personas, más que admiradores o admiradoras, diría yo que fanáticos creyentes, han llorado y han adorado a su Dios particular. Algunos se han desplazado miles de kilómetros para poder asistir al espectáculo del entierro, con sus sacerdotes, su liturgia y sus fieles, como si de algo sagrado se tratara.  Como decía Elvira Lindo el domingo, en su página de El País, los creyentes no les vasta con admirar, tienen que convertir en símbólico cualquier acto relativo  a su ídolo. Y eso es lo que está pasando con estos personajes mediáticos de los que te hablo.  El colmo de todo esto es que, después de más de dos semanas, el cadáver de Michel Jackson sigue dando vueltas por ahí, sin que nadie decida dónde dejarlo definitivamente descansar. ¡Qué mundo éste! 
Hasta la próxima,  querida amiga. Procuraré contarte algo más edificante. 
Un abrazo

[i] Es una amiga común, Psicoterapeuta, a la que cariñosamente le llamábamos por su apellido, añadiéndole el título de doctora; un guiño que nos permitía ella, abierta siempre a tomarse a sí misma un poco a broma.

miércoles, diciembre 2

Cementerios, flores, castañas y gachas… con humor

Tarde del dos de noviembre, día de los difuntos. Ni yo misma me creo que ardan en mi salón dos velas de esas que venden ahora para estas ocasiones y que duran muchísimas horas. Definitivamente: me estoy haciendo mayor.  Sí querida Ángeles, aunque te suene ya a repetitivo, pero es que cada vez soy más consciente de que hago cosas que antes me parecían ridículas, o que ni siquiera me preocupaba de ciertas fiestas, tradiciones y costumbres.  Este año, sin embargo, sentía que tenía que recordar a mis padres de alguna manera, ya que no he podido acercarme  a mi pueblo, como otras veces.  Trescientos kilómetros no es poco, sobre todo cuando los hemos hecho hace poco más de un mes, así que he decidido dejar en manos de mi prima el arreglo de la tumba donde descansan los dos. 

Estos días de inicio de otoño, me vienen a la memoria esas pequeñas cosas que anunciaba el cambio de estación cuando yo era niña. ¿Recuerdas cuando estrenábamos los abrigos de invierno en Los Santos? Bueno, al menos en Andalucía era así; quizás en Asturias empezaba antes el frío, ¿no?  Recuerdo con cierta nostalgia esta fecha. Las niñas ayudábamos a nuestras madres en las tareas  obligadas de limpiar y adornar el sitio familiar; algunos tenían panteón, pero lo más corriente era una pequeña parcela, con una cruz y poco más. Yo acompañaba a la mía a donde estaban enterrados mis abuelos y dejábamos el sitio preparado para el día de Los Santos.   
No sé si llegaste a ver la película de Pedro Almodóvar en la que la primera escena sucede en un cementerio hermosísimo, blanco, lleno de flores, de La Mancha. Yo sí la recuerdo y te puedo asegurar que entre esas imágenes y las que yo he vivido en mi pueblo, en los años cincuenta, no hay ninguna diferencia. No es desde luego la representación de la  tristeza,  sino todo lo contrario;   las mujeres blanquean las tumbas y cantan La Espigadora, precisamente una canción que cantaba yo con mi madre cuando íbamos a la aceituna los domingos, que es cuando a mí me dejaban, ya que no había escuela.  Pero no te asustes, que en el cementerio de mi pueblo no se cantaba, al menos esas canciones y de esa manera. Creo que Almodóvar, como tantas veces, se arriesga y nos regala escenas costumbristas para el recuerdo, aunque no sean reales. ¡Quién sabe qué significado tiene para él esa canción, entonada por todas las mujeres que acuden al cementerio a recordar a sus muertos en el día primero de noviembre!
En mi pueblo, lo más habitual era llevar esas flores típicas, tan poco usadas para otros acontecimientos: los crisantemos. Se colocaban unos cuentos ramos, con mejor o peor gusto y se regaban hasta pasado el día de difuntos, que quedaban allí hasta marchitarse. Pero la verdadera obra de arte eran las luces. Mi madre tenía unos faroles de forja que eran una maravilla. Se les colgaba en la misma cruz y como estaban cerrados, el viento no los apagaba; así que estaban allí varios días, dando luz a las ánimas venditas, como se dice.  Es curioso que, a pesar de ser una niña,  a mí eso no me daba miedo; al contrario, formaba parte de un ritual anual y permitía romper con la monotonía de la vida en el pueblo.  Esa parece que es la función de las fiestas y las tradiciones, ¿no crees?  Rompen ese tiempo cíclico repetitivo y aburrido de la vida rural y señalan además una nueva etapa en los ciclos de la naturaleza.  Además, cuando la madre se hace acompañar por la niña, le está dando un estatus, le está permitiendo la entrada en el mundo adulto. Por eso seguramente ha quedado grabada en mí esa fecha y ese ritual. 

Otros elementos propios de esta fecha eran los gastronómicos: las castañas. Las niñas llevábamos en los bolsillos las castañas y las íbamos comiendo, crudas, porque en mi pueblo, no sé por qué no había puestos de asar en la calle. En las casas sí, en las ascuas de la lumbre, se asaban y se comían en las largas noches, al calor del brasero.  No recuerdo que hubiera boniatos,  un producto tan típico de esta fiesta. Quizás porque, como tantas otras cosas, costaba dinero y no se solían comprar en algunas casas, al menos en la mía.  Las gachas sí han sido siempre una tradición en la provincia de Jaén. 

Ahora que se habla tanto de la americanización de las costumbres, a través de Hallowen, hay que recordar que en nuestras tradiciones también hay esa especie de miedo a que los espíritus de los muertos que deambulaban en las oscuras noches del primero de noviembre. Eso es lo que explica que se taparan los huecos por el que podían entrar en las casas. Las gachas con leche era la cena tradicional en el día de los difuntos, y con las sobras,  se tapaban las cerraduras de la puerta de entrada. Se hacía broma a los vecinos y muchos se encontraban por la mañana con la cerradura llena de esa masa pegajosa, que un gracioso había introducido en el agujero. Todavía hace dos años, en una de esas visitas que suelo hacer al pueblo, una prima nos invitó a las gachas y por cierto, estaban riquísimas.

¡Qué torpeza la mía! Se me había olvidado lo buenísima cocinera que eras. Seguro que alguna vez has hecho gachas, o al menos las debías conocer, aunque no estoy segura de que en Asturias exista la costumbre. Por si a caso, te pongo la receta.

                                     INGREDIENTES 


Harina(3 cucharadas soperas)

Pan duro 

Aceite (2 o 3 cucharadas soperas)


Azúcar (4 cucharadas soperas)

 
leche y un poquito de anís dulce (licor

 
Un toque de canela

                            INSTRUCCIONES 
En una sartén se calienta el aceite. Con el pan duro se hacen unos taquitos y se tuestan (son los "tostones" o "picatostes"). Una vez se han frito, se reservan. 
En el aceite que ha quedado se añaden las 4 cucharadas de azúcar y las 3 de harina, para que todo se tueste un poco. Cuándo la harina este ligeramente tostada se añade la leche para conseguir una papilla espesa. La mezcla se va meneando continuamente para que no se formen grumos. Es el momento de añadir el anís, es suficiente una cucharadita de postre,  solo para que deje su aroma.Cuándo la papilla comienza a hacer 'chup-chup' se añaden los tostones, se deja cocer todo  unos instantes y ya se puede apartar la sartén. Se separan las gachas en raciones y se deja enfriar.  Las gachas se toman frías, al servir se pueden espolvorear con un toque de canela.



 ¡Qué!, ¿la conocías…? ¡Ay, Ángeles! que me temo lo peor. Quizás me estoy pasando un poco, ¿no…?  No me lo tomes en cuenta, que no pretendo más que darle un poco de ironía a esta carta un poco lúgubre. Hay que tomarse a risa eso de la muerte, porque de otro modo… Lo cierto, Ángeles, es que cada época y cada zona geográfica tiene sus costumbres y ahora, cada vez más, se está perdiendo lo de enterrar a las personas. Sí, ya sé que es tu caso, que no quisiste ninguna ceremonia, nada de entierro,  ni rastro de ti es posible encontrar en ningún sitio físico. Nadie va a poder ponerte flores en este día; es otro modo de entender la vida y la muerte. Sin embargo, en los pueblos pequeños perdura la tradición; es más, el cementerio ahora es otro de esos escaparates del consumo en el que todos estamos metidos de uno u otro modo. Ahora todo el mundo puede permitirse poner mármoles y  materiales lujosos y los ponen, ¡vaya que si los ponen!  Y lo más paradójico es que son precisamente los ricos los que menos se preocupan de tanto boato y suntuosidad. En Jerez, por ejemplo, es fácil ver los panteones de las “grandes familias”, sin apenas ningún adorno, incluso completamente abandonadas. Mientras,  los gitanos se gastan muchísimo dinero en los altares que recuerdan a sus muertos, mucho más si han desaparecido muy jóvenes. 


Siempre lo he dicho: con una visita al cementerio, se aprende mucha sociología. Conozco a una mujer, cuyo marido le hizo la vida bastante insufrible y además fue un borracho. Ahora está viuda,  y contenta,  para qué negarlo, si se ha quitado un muerto de encima (nunca mejor dicho).  ¿A que no sabes qué ha puesto en la tumba del marido? Una placa de mármol con los datos del fallecido y una copa grabada, el objeto que más amaba el hombre. No está mal, ¿verdad?   Y como tú perteneces a ese mundo de los que ya nos dejaron,  y por si a caso, espero que algo de las luces que tiemblan en mi salón te llegue y te reconforte, allí donde te encuentres.  Mi abrazo y mi recuerdo en un día de difuntos.

 TERESA

 

 

 

 

  



Re-encuentros, memoria y olvido

La vida es más que un viaje. Son paisajes con alma de recuerdos, repletos de embarques y desembarques, salpicado de accidentes, sorpresas agradables en alguna parada, y tristezas en otras.


Mi querida Ángeles: Dirás que estoy un poco vaga, que no me acuerdo de escribirte; pero es que el verano ha sido largo, y ya te puedes imaginar… la playa, los viajes, los paseos y las noches de tapas y cervecita, al fresco…, bueno, a veces más que al fresco, al calor de las plazas.
Hoy sí que tengo ganas de ponerme a escribir; quiero compartir contigo las emociones que me ha producido el último viaje a mi pueblo, que, como sabes, está en plena sierra de Mágina. Lástima que te hayas marchado sin poder conocer ese lugar mágico; porque Mágina tiene magia. Claro, dirás, ¿qué va a decir ella? Y quizás tengas algo de razón, que el corazón es el que habla en este caso, y no la realidad objetiva. Sí, amiga mía. Me estoy dando cuenta de la importancia que tienen las primeras vivencias en un lugar, sea el que sea.
Estarás pensando: A ver por dónde me sale esta. Sí, sí, me lo imagino, porque tú has sido siempre poco dada a las patrias y a las raíces. Y eso no sólo te pasa a ti, sino a muchas otras personas.  Yo,  sin embargo, soy de patrias, eso sí, de pequeñas patrias; no me identifico nada con el sentido político de la palabra, sino con el sentimental y el emocional. Por eso estoy de acuerdo con una frase que no sé dónde la he escuchado: la verdadera patria es la infancia.  
Muy pequeña, con mi hermano Juan
Y ahora sí que veo que me estoy yendo por las ramas… vaya, que me estoy metiendo en camisa de once varas, cuando en realidad lo que pretendía era contarte cómo ha sido el reencuentro con mi pueblo, después de más de cuarenta años.
 
Pues sí, Ángeles, que este verano de 2009 está siendo un auténtico descubrimiento. Aún no  sé si tiene que ver con la edad… ¿Me estaré haciendo mayor…? Quizás he cambiado mi actitud y soy  más receptiva a los afectos… He pensado también en la desaparición de mi madre, que,  para qué vamos a engañarnos: muchas veces era una pesadilla para mí. Como muchas mujeres de su época, que no cortaban el cordón umbilical, pretendía dirigir mi vida,  y eso se acentuaba en el ambiente del pueblo, donde había que cumplir con todos los rituales y costumbres, para estar bien vista… De verdad que no me explico el porqué de esa sensación de alegría y plenitud emocional con la que he vuelto de allí, hace apenas veinticuatro horas.      
     
Ahora me encanta eso de encontrarme con el pasado, rememorar y compartir con la gente recuerdos, muchas veces poco nítidos. ¡Hay que ver…!  Hasta las caras de muchas personas han ido desapareciendo de mi memoria. Pero me doy cuenta de que en esos ratos de conversación improvisada, con las vecinas; con mis antiguas amigas de escuela y de calle; con las mujeres mayores que conocieron a mi madre,  surgen imágenes casi olvidadas;  anécdotas y gentes de la infancia, recupero parte de mi historia y de mi identidad. 
 La nostalgia, además,  tiene el poder de transformar el pasado; o al menos de cubrirlo con un velo transparente, una especie de filtro, que difumina todo aquello que nos resulta desagradable. Y algo muy importante, Ángeles: mi madre me ha dejado una herencia que no es tangible, como las tierras o la casa; me ha dejado su huella en la gente que la conoció y que ahora me habla de ella con cariño y admiración. Ahora que ella no está, eso lo vuelcan hacia mí y me siento completamente agasajada; me obsequian con esos pequeños detalles de las mujeres de pueblo: roscos caseros, unos higos de la huerta, los tomates recién cogidos… y cómo no, me recuerdan esas historias que dicen tanto de su genio.  
Pienso cómo le hubiera gustado estar presente este año en el recibimiento que hacen de la patrona y verme allí, como una más, participando de ese rito anual, que más que religioso es social, o al menos así es como soy capaz de vivirlo yo, que, como sabes, no me siento muy identificada con la Iglesia oficial.                                  

 Un encuentro que me ha llenado de alegría ha sido con Mª Antonia, una de esas amigas con las que he compartido lo juegos en la calle, las peleas por infinitas tonterías,  la escuela, los rezos en el mes de María… Había olvidado su cara, ¡son tantos años…! Pero el gozo del encuentro, con ella, y con otras,  que incluso tienen nietos, ha sido algo extraordinario para mí. 



Y lo bueno es que seguramente no tendremos ya casi nada en común, pero eso no quita que nuestros ojos brillen al miramos,  y que nos riamos juntas al decimos aquello de “qué bien te conservas”, y que soñemos con organizar una fiesta para divertirnos y rememorar nostálgicamente nuestra adolescencia.
No quiero dejar de contarte una anécdota que te gustará. La noche del inicio de la fiesta, cuando asistíamos al pregón, un muchacho, que ya debe tener cuarenta y cinco años, se me acercó y me recordó que su primer libro se lo regalé yo. Parece ser que, como mucha gente del pueblo, antes de ir al colegio, lo llevó su madre a aprender a leer con mi madre, que era una especie de maestra informal en el barrio. Luego, esa relación se mantuvo con la familia y cuando volvíamos al pueblo en vacaciones, le llevábamos algún regalo. Así fue como tuvo su primer libro. Ahora él es maestro y no ha olvidado ese lazo que le nos une.  ¿No te parece precioso, Ángeles?;  qué gran alegría que alguien te recuerde de ese modo y por algo así.
Amiga mía, no pararía de contarte, pero me temo que te aburrirías, porque claro, estas cosas tienen un significado para mí, pero sólo para mí.  Bastante haces escuchando mis batallitas y paridas varias sobre los recuerdos, el reencuentro con el paisaje y las gentes que poblaron mi  infancia y que, por obra y gracia de la edad, vuelvo a disfrutar
Pues nada, que por hoy me voy a despedir. Son las siete de la tarde del 30 de Septiembre y ya se empieza a notar el otoño. Ahora mismo me voy a caminar, que hay que hacer ejercicio.

Un beso y hasta pronto

TERESA

Las uvas de la ira: Una historia que se actualiza

“La gente viene con redes para pescar en el río y los vigilantes se lo impiden; vienen en coches destartalados para coger las naranjas arrojadas, pero han sido rociadas con queroseno. Y se quedan inmóviles y ven las patatas pasar flotando, escuchan chillar a los cerdos cuando los meten en una zanja y los cubren con cal viva, miran las montañas de naranjas escurrirse hasta rezumar podredumbre; y en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listos para la vendimia” [Las uvas de la ira, de John Steinbeck].



Acabo de leer este hermosísimo libro y me temo que no tengo palabras para poder transmitir las emociones que he experimentado, mientras recorría con mis ojos y el corazón en vilo,  sus casi setecientas páginas.
Hay libros que nunca pasan, que tienen la capacidad de ser universales, eternos, atemporales;  porque la temática que tratan, desgraciadamente no desaparece y afecta a la humanidad entera: la injusticia social, los vínculos de amor entendido como un sentimiento muy amplio, la compasión hacia todas las criaturas vivientes, la solidaridad, la esperanza…, y en fin, todo lo que como humanos nos afecta y nos mueve a realizar actos heroicos. 
Es el caso de esta hermosa obra maestra: Las uvas de la ira, escrita en 1936 por  un periodista americano: John STEINBECK. La novela está basada en la realidad que él mismo observó a lo largo de sus viajes, en los que llegó a conocer algunas de las historias personales de miles y miles de campesinos, que se desplazaron a una “Tierra Prometida”, California,  huyendo del hambre. De fondo, la crisis económica y social en EE.UU, y la ruina de millares de campesinos, propietarios de tierras, a las que se sentían vinculados, no sólo física, sino emocionalmente. Y el drama de la Emigración, la búsqueda de oportunidades, la supervivencia, simple y llanamente la supervivencia. 
He gozado con larguísimas y  descripciones, repletas de pormenores paisajísticos,  de detalles sobre la psicología o el físico de los personajes, de los sentimientos y emociones surgidos en cada circunstancia por la que pasaba la familia protagonista. 
Las terribles peripecias que tienen que salvar los seis miembros de una familia, con los abuelos, un tío, el marido de una de las hijas, y hasta un predicador…, (al fin y al cabo eso de que donde comen unos cuantos…) hasta llegar a ese lugar mítico con el que todos soñaban, y que resulta ser el mismísimo infierno para los pobres desarrapados,  que llegaban en bandadas y muertos de hambre y cansancio. 

Siempre lo mismo, la misma historia repetida…No he podido evitar hacer comparaciones y he tenido que remitirme a la situación actual de tantas y tantas criaturas venidas a este país desde lugares tan lejanos y diferentes con el único propósito de conseguir mejorar sus vidas. He pensado en las grandes extensiones de cultivos bajo plástico, en donde esperan ganarse la vida muchos de los que llegan. No todos, por desgracia consiguen este propósito, y tal vez, como los protagonistas de este libro,  van acumulando una ira y un resentimiento hacia esa situación, cuyo alcance no somos capaces de vislumbrar. 
Como los campesinos americanos de los que habla el libro, muchos inmigrantes de distintos continentes, se ven obligados a dejar una tierra a la que se sienten vinculados por muy distintas razones.  La realidad que encuentran al final de un largo viaje, no siempre coincide con su imaginario, con el ideal que se han ido forjando a lo largo del tiempo en el que han ido elaborando un proyecto migratorio. 
Hay escenas descritas de forma verdaderamente magistral por este escritor, ante quien, a partir de ahora, no tengo más que descubrirme. Escenas que no sólo son de sufrimiento, sino de solidaridad y esperanza en la humanidad. A medida que la historia avanza, vemos la fuerza y entereza de la “Madre”, así es como se nombra siempre a la madre de familia. Es como si no tuviera nombre, pareciera que su papel es más importante, que tiene un significado más símbólico que el resto: es la  “madre nutricia”, la que piensa en cómo alimentar a toda la familia y siempre lo consigue, a fuerza de imaginación y trabajo. Pero también es la que mantiene los pies en el suelo, y sobre todo, la que nunca se hunde: la esperanza es su fuerza. 
Mientras, el padre va perdiendo protagonismo. El rol masculino queda poco a poco deslucido…, mejor, desdibujado,  por la energía y la capacidad de lucha de “lo femenino” encarnado en “la madre”.   
De hecho, las propias palabras del hombre, refiriéndose a ese cambio que se produce en el proceso, hacen pensar en cómo las circunstancias adversas ponen patas arriba hasta los roles más asentados en la sociedad. Cuando hay que sobrevivir, no se pueden tener remilgos a quien debe o no debe tomar decisiones. 
También en España tenemos el ejemplo de cientos de mujeres, llegadas solas, de Marruecos para poder sacar adelante a la familia con su trabajo en la recogida de fresas en Huelva. O también las latinoamericanas, que son capaces de dejar a sus hijos al otro lado del Atlántico, a cambio de mejorarles la vida, con su trabajo en Europa. En ambos casos, el rol se ha trastocado, se han alterado las funciones de los géneros, y hasta el amor materno se relativiza, o mejor, se demuestra de otro modo; el cuidado tiene otro sentido: “soy capaz de cualquier cosa, para que puedas comer, para darte mejor vida”. Ese parece ser el mensaje que hay detrás de las mujeres que emigran solas, que rompen con valores y costumbres firmemente arraigadas en la cultura.

  
En la historia que nos cuenta STEINBECK, algunos, tristemente, se quedan en el camino, se van apeando de la aventura migratoria. Uno de los hijos se queda a mitad del trayecto; otros personajes, al llegar a California, se marchan por su cuenta, pensando que la dispersión beneficiaría al grupo; algunos mueren en el proceso, como los abuelos, a quienes tienen que dejar, sin poder darles un entierro digno, como el que ellos deseaban. 
Pero al mismo tiempo, otros se incorporan, familias vulnerables que se sienten más seguras uniendo esfuerzos. Es una de las lecciones mas hermosas del libro: los lazos de solidaridad, los gestos de hermandad…Hay quien ha escrito sobre el tema y de forma muy acertada habla de lo que ha querido decirnos Steinbeck. Estoy de acuerdo: el relato transita entre el amor a la tierra, el amor a la familia y el amor al prójimo, como el más universal y por el que finalmente se decanta el autor. 
¡Cuantos gestos, que no conocemos, se producirán en las travesías por el estrecho, donde ni siquiera es posible la deserción, donde tantos jóvenes se quedan definitivamente bajo las aguas. Un drama cotidiano, al que asistimos y al que nadie parece importar.  Sin embargo, también hemos sido testigos, gracias a las cámaras de televisión, de hermosos gestos en las playas de Cádiz, ayudando de muy distintas formas a los que llegan agotados y esperando una señal de acogida que alivie tanto sufrimiento. Recuerdo a aquella madre joven que no dudó en coger en sus brazos a un bebé africano y le ofreció algo tan valioso como su pecho, al que la criatura se agarró con la avidez lógica del que se aferra a la vida. 

Precisamente el último capítulo del libro tiene algo que ver con esta imagen de la mujer-madre universal. Es tan dramático, tristemente dramático y absolutamente hermoso, que no puedes dejar de leer. Es lo que me ha pasado a mí. Nunca podré olvidar estos  últimos párrafos que me hicieron estremecerme y provocaron en mí algo para lo que no encuentro las palabras justas.

Este es el final de la novela:
“El agua que sigue subiendo de nivel invade ya el furgón y la familia sale a la carretera para buscar un refugio. Ven en la ladera de una colina un granero en el que entran apresurados cargando a Rose of Sharon quien está debilitada por el parto, para resguardarse de la lluvia. Adentro se encuentra un niño con su padre. El hombre enfermo con la cara chupada y los ojos vidriosos se está muriendo de hambre. Madre consigue un edredón, le quita la ropa mojada a su hija y la envuelve en la cobija seca. Las dos mujeres pronto encuentran una solución para el moribundo:
“Los ojos de Madre fueron más allá de los de Rose of Sharon y luego volvieron a ellos. Y las dos mujeres se miraron profundamente la una a la otra. La respiración de la muchacha era entrecortada.
Ella dijo:- Sí.
Madre sonrió. - Sabía que lo harías. ¡Lo sabía! -miró sus manos, entrelazadas en su regazo.
- Rose of Sharon susurró: - ¡Podéis... saliros todos?
Luego levantó su cuerpo y se ciñó el edredón. Caminó despacio hacia el rincón y contempló el rostro gastado y los ojos, abiertos y asustados del hombre”  
El resto es mejor descubrirlo por uno mismo. Lo dicho: es para no olvidarlo nunca. 
John STEINBECK. Las uvas de la ira. Alianza Editorial. 2007. (edición de bolsillo)

Sobre la culpa, la responsabilidad y el perdón.

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Tarde de cine y de nostalgias: El lector. Un mazazo a la conciencia de todos; no sólo de los alemanes que vivieron la tremenda experiencia del Nazismo, sino para cualquiera con un mínimo de sensibilidad moral.

He recordado tantas cosas… Sí querida Ángeles. Aún tengo el delantal que me bordaste, con la portada de la novela, ¿te acuerdas? De eso hace ya unos años. El libro fue un gran descubrimiento y una lectura de esas que te dejan huella y que se va extendiendo como una mancha de aceite entre las amigas y conocidos. Creo que te lo recomendé y lo compraste…, o no sé si te lo leíste en una de esas ocasiones en que nos encontramos en mi casa. Lo cierto es que, como a tanta gente, a ti te provocó verdadera necesidad de compartirlo, de discutir, de dialogar sobre el tema central: la responsabilidad individual y colectiva  y tuvimos una larga conversación sobre Hanna, su protagonista: una mujer fría, totalmente alienada por el poder, sin la más mínima capacidad de discernimiento sobre el bien y el mal. Una verdadera psicópata, ya que carecía de sentimiento de culpa. 
Pues ¡mira por dónde! Ángeles, que finalmente han hecho una película, por cierto, muy lograda, porque prácticamente es una copia del libro. Y me he alegrado, amiga mía; me he alegrado de que se trate algo tan delicado y tan trascendente y que se le de publicidad, ya  que la actriz, una de esas jóvenes que tú ya no has llegado a conocer, ha conseguido un Oscar por su genial interpretación.
Al principio, como sabes, parece que se trata de una historia de amor atípica, entre un adolescente que descubre la sexualidad con una mujer ya adulta (representa unos 35 o 38 años). Pero pronto la trama da un vuelco y nos encontramos ante una antigua guardiana de los campos de exterminio Nazi; una mujer analfabeta, que se empeña en esconder ese aspecto de su vida, a cal y canto. Como recordarás, Hanna era una mujer de una gran soberbia, incapaz de reconocer esa deficiencia formativa ante nadie y dispuesta incluso a aceptar una culpa que no era del todo suya, antes de confesar su falta de educación escolar. Te hubiera encantado la interpretación Ángeles: esa cara inexpresiva, cuando el juez le pregunta sobre su intervención en las matanzas de mujeres en Auswitch:
 -       ¿Qué hubiera hecho usted?, le responde
Y era totalmente sincera; daba la sensación de creérselo. No se había planteado nunca si ella tenía que seguir órdenes, fueran cuales fueran, o podía negarse a cometer tales barbaridades, en nombre de su conciencia. La verdad es que la historia interpela a cualquiera que esté dispuesto a pensar sobre la responsabilidad. Pone sobre el tapete cómo muchos alemanes volvieron la cara para no ver qué estaba pasando.

Pero además del tema de la responsabilidad y la culpa, hay una cuestión que para mí sigue resultando difícil. Creo que en alguna ocasión lo pudimos hablar tú y yo. El libro y también la película entra de lleno en un asunto que no resulta tan fácil para nadie: el PERDÓN. 
Tú ángeles sabes mucho de eso. ¿Hasta qué punto tenemos capacidad para perdonar? ¿Hasta dónde se debe perdonar? ¿Todo es perdonable? Aunque la película hable de los asesinos del Tercer Reich, tú sabes bien a qué me estoy refiriendo.  Lo sabes y lo has tenido que sufrir en tus propias carnes. Nunca quisiste volver a ver a tu padre, ni siquiera fuiste a su entierro; algo que impresiona, porque parece que a un padre, por el simple hecho de habernos engendrado, hay que quererlo y perdonarle todo. Pero mira por dónde, no siempre ocurre así. Tú, por ejemplo, y seguramente muchas más personas que nunca llegaremos a conocer, han quedado tan dañadas por ciertas experiencias, que les resulta imposible perdonar a los causantes de ese dolor. 
Claro que, ¿cómo perdonar a alguien que no se siente culpable, y que ni siquiera pide disculpas por sus actos? También yo creo que sin conciencia del mal causado y sin una disculpa explícita hacia la víctima, es muy difícil pasar página y olvidar. La verdad es que, por suerte, no he tenido experiencias traumáticas que me hayan puesto en esa disyuntiva, así que intento comprender a quien lo ha vivido, aunque me resulte muy duro. Por eso me produjo tristeza el final de esta historia. Hanna no llegó a pedir perdón explícitamente, porque era demasiado arrogante. Sin embargo, como recordarás, lo hizo a través de sus actos. No tenía otra manera de decir que se sentía en deuda con el pueblo judío, que dejando sus pocas pertenencias a una fundación cultural, dedicada a la memoria del Holocausto. 
A mí, de verdad, me produce cierta ternura ese gesto tan sencillo de enviar un sobre con algo de dinero a una víctima de la barbarie, en la que ella misma ha participado. De ella no se podía esperar otra cosa, ¿no es cierto? Pero claro, ¿se puede pagar de esa manera algo tan horroroso…? Esa y otras preguntas quedan en suspenso al leer la novela y después de ver la película. Y la verdad es que tampoco es necesario tener respuestas certeras. Al fin y al cabo, en cuestiones filosóficas o éticas, lo más importante es la pregunta. Ojalá que tuviéramos más ocasiones para interrogarnos sobre tantas cosas fundamentales de la vida, “otro gallo nos cantaría”, ¿no crees? 
Y como hoy va de cine, te diré que en los mismos días he visto dos películas más, de esas que invitan a la reflexión, a la charla y al debate. Una de ellas la protagoniza la misma actriz de El Lector, y está genial. Su título es en inglés, pero en castellano sería algo así como Camino revolucionario.  (Revolutionary Road)  Una obra maestra, de esas que se hacen pocas y que tratan el gran tema: el amor dentro del matrimonio.  La otra, es la típica película francesa, casi un documental y aborda uno de los problemas más graves con que nos estamos enfrentando en las sociedades urbanas actuales: la educación: La clase, se titula. Dos “temazos”, Ángeles, para poder explicarte y haber tenido ocasión de compartir contigo. Quizás en otra de estas cartas te hable más extensamente de alguna de ellas…, sí, creo que de  Revolutionary Road. Es un tema sobre el que me apetece reflexionar contigo.
 Pues nada,  hasta pronto. Mi recuerdo y mi cariño más sincero

TERESA