miércoles, diciembre 2

Las uvas de la ira: Una historia que se actualiza

“La gente viene con redes para pescar en el río y los vigilantes se lo impiden; vienen en coches destartalados para coger las naranjas arrojadas, pero han sido rociadas con queroseno. Y se quedan inmóviles y ven las patatas pasar flotando, escuchan chillar a los cerdos cuando los meten en una zanja y los cubren con cal viva, miran las montañas de naranjas escurrirse hasta rezumar podredumbre; y en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listos para la vendimia” [Las uvas de la ira, de John Steinbeck].



Acabo de leer este hermosísimo libro y me temo que no tengo palabras para poder transmitir las emociones que he experimentado, mientras recorría con mis ojos y el corazón en vilo,  sus casi setecientas páginas.
Hay libros que nunca pasan, que tienen la capacidad de ser universales, eternos, atemporales;  porque la temática que tratan, desgraciadamente no desaparece y afecta a la humanidad entera: la injusticia social, los vínculos de amor entendido como un sentimiento muy amplio, la compasión hacia todas las criaturas vivientes, la solidaridad, la esperanza…, y en fin, todo lo que como humanos nos afecta y nos mueve a realizar actos heroicos. 
Es el caso de esta hermosa obra maestra: Las uvas de la ira, escrita en 1936 por  un periodista americano: John STEINBECK. La novela está basada en la realidad que él mismo observó a lo largo de sus viajes, en los que llegó a conocer algunas de las historias personales de miles y miles de campesinos, que se desplazaron a una “Tierra Prometida”, California,  huyendo del hambre. De fondo, la crisis económica y social en EE.UU, y la ruina de millares de campesinos, propietarios de tierras, a las que se sentían vinculados, no sólo física, sino emocionalmente. Y el drama de la Emigración, la búsqueda de oportunidades, la supervivencia, simple y llanamente la supervivencia. 
He gozado con larguísimas y  descripciones, repletas de pormenores paisajísticos,  de detalles sobre la psicología o el físico de los personajes, de los sentimientos y emociones surgidos en cada circunstancia por la que pasaba la familia protagonista. 
Las terribles peripecias que tienen que salvar los seis miembros de una familia, con los abuelos, un tío, el marido de una de las hijas, y hasta un predicador…, (al fin y al cabo eso de que donde comen unos cuantos…) hasta llegar a ese lugar mítico con el que todos soñaban, y que resulta ser el mismísimo infierno para los pobres desarrapados,  que llegaban en bandadas y muertos de hambre y cansancio. 

Siempre lo mismo, la misma historia repetida…No he podido evitar hacer comparaciones y he tenido que remitirme a la situación actual de tantas y tantas criaturas venidas a este país desde lugares tan lejanos y diferentes con el único propósito de conseguir mejorar sus vidas. He pensado en las grandes extensiones de cultivos bajo plástico, en donde esperan ganarse la vida muchos de los que llegan. No todos, por desgracia consiguen este propósito, y tal vez, como los protagonistas de este libro,  van acumulando una ira y un resentimiento hacia esa situación, cuyo alcance no somos capaces de vislumbrar. 
Como los campesinos americanos de los que habla el libro, muchos inmigrantes de distintos continentes, se ven obligados a dejar una tierra a la que se sienten vinculados por muy distintas razones.  La realidad que encuentran al final de un largo viaje, no siempre coincide con su imaginario, con el ideal que se han ido forjando a lo largo del tiempo en el que han ido elaborando un proyecto migratorio. 
Hay escenas descritas de forma verdaderamente magistral por este escritor, ante quien, a partir de ahora, no tengo más que descubrirme. Escenas que no sólo son de sufrimiento, sino de solidaridad y esperanza en la humanidad. A medida que la historia avanza, vemos la fuerza y entereza de la “Madre”, así es como se nombra siempre a la madre de familia. Es como si no tuviera nombre, pareciera que su papel es más importante, que tiene un significado más símbólico que el resto: es la  “madre nutricia”, la que piensa en cómo alimentar a toda la familia y siempre lo consigue, a fuerza de imaginación y trabajo. Pero también es la que mantiene los pies en el suelo, y sobre todo, la que nunca se hunde: la esperanza es su fuerza. 
Mientras, el padre va perdiendo protagonismo. El rol masculino queda poco a poco deslucido…, mejor, desdibujado,  por la energía y la capacidad de lucha de “lo femenino” encarnado en “la madre”.   
De hecho, las propias palabras del hombre, refiriéndose a ese cambio que se produce en el proceso, hacen pensar en cómo las circunstancias adversas ponen patas arriba hasta los roles más asentados en la sociedad. Cuando hay que sobrevivir, no se pueden tener remilgos a quien debe o no debe tomar decisiones. 
También en España tenemos el ejemplo de cientos de mujeres, llegadas solas, de Marruecos para poder sacar adelante a la familia con su trabajo en la recogida de fresas en Huelva. O también las latinoamericanas, que son capaces de dejar a sus hijos al otro lado del Atlántico, a cambio de mejorarles la vida, con su trabajo en Europa. En ambos casos, el rol se ha trastocado, se han alterado las funciones de los géneros, y hasta el amor materno se relativiza, o mejor, se demuestra de otro modo; el cuidado tiene otro sentido: “soy capaz de cualquier cosa, para que puedas comer, para darte mejor vida”. Ese parece ser el mensaje que hay detrás de las mujeres que emigran solas, que rompen con valores y costumbres firmemente arraigadas en la cultura.

  
En la historia que nos cuenta STEINBECK, algunos, tristemente, se quedan en el camino, se van apeando de la aventura migratoria. Uno de los hijos se queda a mitad del trayecto; otros personajes, al llegar a California, se marchan por su cuenta, pensando que la dispersión beneficiaría al grupo; algunos mueren en el proceso, como los abuelos, a quienes tienen que dejar, sin poder darles un entierro digno, como el que ellos deseaban. 
Pero al mismo tiempo, otros se incorporan, familias vulnerables que se sienten más seguras uniendo esfuerzos. Es una de las lecciones mas hermosas del libro: los lazos de solidaridad, los gestos de hermandad…Hay quien ha escrito sobre el tema y de forma muy acertada habla de lo que ha querido decirnos Steinbeck. Estoy de acuerdo: el relato transita entre el amor a la tierra, el amor a la familia y el amor al prójimo, como el más universal y por el que finalmente se decanta el autor. 
¡Cuantos gestos, que no conocemos, se producirán en las travesías por el estrecho, donde ni siquiera es posible la deserción, donde tantos jóvenes se quedan definitivamente bajo las aguas. Un drama cotidiano, al que asistimos y al que nadie parece importar.  Sin embargo, también hemos sido testigos, gracias a las cámaras de televisión, de hermosos gestos en las playas de Cádiz, ayudando de muy distintas formas a los que llegan agotados y esperando una señal de acogida que alivie tanto sufrimiento. Recuerdo a aquella madre joven que no dudó en coger en sus brazos a un bebé africano y le ofreció algo tan valioso como su pecho, al que la criatura se agarró con la avidez lógica del que se aferra a la vida. 

Precisamente el último capítulo del libro tiene algo que ver con esta imagen de la mujer-madre universal. Es tan dramático, tristemente dramático y absolutamente hermoso, que no puedes dejar de leer. Es lo que me ha pasado a mí. Nunca podré olvidar estos  últimos párrafos que me hicieron estremecerme y provocaron en mí algo para lo que no encuentro las palabras justas.

Este es el final de la novela:
“El agua que sigue subiendo de nivel invade ya el furgón y la familia sale a la carretera para buscar un refugio. Ven en la ladera de una colina un granero en el que entran apresurados cargando a Rose of Sharon quien está debilitada por el parto, para resguardarse de la lluvia. Adentro se encuentra un niño con su padre. El hombre enfermo con la cara chupada y los ojos vidriosos se está muriendo de hambre. Madre consigue un edredón, le quita la ropa mojada a su hija y la envuelve en la cobija seca. Las dos mujeres pronto encuentran una solución para el moribundo:
“Los ojos de Madre fueron más allá de los de Rose of Sharon y luego volvieron a ellos. Y las dos mujeres se miraron profundamente la una a la otra. La respiración de la muchacha era entrecortada.
Ella dijo:- Sí.
Madre sonrió. - Sabía que lo harías. ¡Lo sabía! -miró sus manos, entrelazadas en su regazo.
- Rose of Sharon susurró: - ¡Podéis... saliros todos?
Luego levantó su cuerpo y se ciñó el edredón. Caminó despacio hacia el rincón y contempló el rostro gastado y los ojos, abiertos y asustados del hombre”  
El resto es mejor descubrirlo por uno mismo. Lo dicho: es para no olvidarlo nunca. 
John STEINBECK. Las uvas de la ira. Alianza Editorial. 2007. (edición de bolsillo)

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