miércoles, diciembre 2

Re-encuentros, memoria y olvido

La vida es más que un viaje. Son paisajes con alma de recuerdos, repletos de embarques y desembarques, salpicado de accidentes, sorpresas agradables en alguna parada, y tristezas en otras.


Mi querida Ángeles: Dirás que estoy un poco vaga, que no me acuerdo de escribirte; pero es que el verano ha sido largo, y ya te puedes imaginar… la playa, los viajes, los paseos y las noches de tapas y cervecita, al fresco…, bueno, a veces más que al fresco, al calor de las plazas.
Hoy sí que tengo ganas de ponerme a escribir; quiero compartir contigo las emociones que me ha producido el último viaje a mi pueblo, que, como sabes, está en plena sierra de Mágina. Lástima que te hayas marchado sin poder conocer ese lugar mágico; porque Mágina tiene magia. Claro, dirás, ¿qué va a decir ella? Y quizás tengas algo de razón, que el corazón es el que habla en este caso, y no la realidad objetiva. Sí, amiga mía. Me estoy dando cuenta de la importancia que tienen las primeras vivencias en un lugar, sea el que sea.
Estarás pensando: A ver por dónde me sale esta. Sí, sí, me lo imagino, porque tú has sido siempre poco dada a las patrias y a las raíces. Y eso no sólo te pasa a ti, sino a muchas otras personas.  Yo,  sin embargo, soy de patrias, eso sí, de pequeñas patrias; no me identifico nada con el sentido político de la palabra, sino con el sentimental y el emocional. Por eso estoy de acuerdo con una frase que no sé dónde la he escuchado: la verdadera patria es la infancia.  
Muy pequeña, con mi hermano Juan
Y ahora sí que veo que me estoy yendo por las ramas… vaya, que me estoy metiendo en camisa de once varas, cuando en realidad lo que pretendía era contarte cómo ha sido el reencuentro con mi pueblo, después de más de cuarenta años.
 
Pues sí, Ángeles, que este verano de 2009 está siendo un auténtico descubrimiento. Aún no  sé si tiene que ver con la edad… ¿Me estaré haciendo mayor…? Quizás he cambiado mi actitud y soy  más receptiva a los afectos… He pensado también en la desaparición de mi madre, que,  para qué vamos a engañarnos: muchas veces era una pesadilla para mí. Como muchas mujeres de su época, que no cortaban el cordón umbilical, pretendía dirigir mi vida,  y eso se acentuaba en el ambiente del pueblo, donde había que cumplir con todos los rituales y costumbres, para estar bien vista… De verdad que no me explico el porqué de esa sensación de alegría y plenitud emocional con la que he vuelto de allí, hace apenas veinticuatro horas.      
     
Ahora me encanta eso de encontrarme con el pasado, rememorar y compartir con la gente recuerdos, muchas veces poco nítidos. ¡Hay que ver…!  Hasta las caras de muchas personas han ido desapareciendo de mi memoria. Pero me doy cuenta de que en esos ratos de conversación improvisada, con las vecinas; con mis antiguas amigas de escuela y de calle; con las mujeres mayores que conocieron a mi madre,  surgen imágenes casi olvidadas;  anécdotas y gentes de la infancia, recupero parte de mi historia y de mi identidad. 
 La nostalgia, además,  tiene el poder de transformar el pasado; o al menos de cubrirlo con un velo transparente, una especie de filtro, que difumina todo aquello que nos resulta desagradable. Y algo muy importante, Ángeles: mi madre me ha dejado una herencia que no es tangible, como las tierras o la casa; me ha dejado su huella en la gente que la conoció y que ahora me habla de ella con cariño y admiración. Ahora que ella no está, eso lo vuelcan hacia mí y me siento completamente agasajada; me obsequian con esos pequeños detalles de las mujeres de pueblo: roscos caseros, unos higos de la huerta, los tomates recién cogidos… y cómo no, me recuerdan esas historias que dicen tanto de su genio.  
Pienso cómo le hubiera gustado estar presente este año en el recibimiento que hacen de la patrona y verme allí, como una más, participando de ese rito anual, que más que religioso es social, o al menos así es como soy capaz de vivirlo yo, que, como sabes, no me siento muy identificada con la Iglesia oficial.                                  

 Un encuentro que me ha llenado de alegría ha sido con Mª Antonia, una de esas amigas con las que he compartido lo juegos en la calle, las peleas por infinitas tonterías,  la escuela, los rezos en el mes de María… Había olvidado su cara, ¡son tantos años…! Pero el gozo del encuentro, con ella, y con otras,  que incluso tienen nietos, ha sido algo extraordinario para mí. 



Y lo bueno es que seguramente no tendremos ya casi nada en común, pero eso no quita que nuestros ojos brillen al miramos,  y que nos riamos juntas al decimos aquello de “qué bien te conservas”, y que soñemos con organizar una fiesta para divertirnos y rememorar nostálgicamente nuestra adolescencia.
No quiero dejar de contarte una anécdota que te gustará. La noche del inicio de la fiesta, cuando asistíamos al pregón, un muchacho, que ya debe tener cuarenta y cinco años, se me acercó y me recordó que su primer libro se lo regalé yo. Parece ser que, como mucha gente del pueblo, antes de ir al colegio, lo llevó su madre a aprender a leer con mi madre, que era una especie de maestra informal en el barrio. Luego, esa relación se mantuvo con la familia y cuando volvíamos al pueblo en vacaciones, le llevábamos algún regalo. Así fue como tuvo su primer libro. Ahora él es maestro y no ha olvidado ese lazo que le nos une.  ¿No te parece precioso, Ángeles?;  qué gran alegría que alguien te recuerde de ese modo y por algo así.
Amiga mía, no pararía de contarte, pero me temo que te aburrirías, porque claro, estas cosas tienen un significado para mí, pero sólo para mí.  Bastante haces escuchando mis batallitas y paridas varias sobre los recuerdos, el reencuentro con el paisaje y las gentes que poblaron mi  infancia y que, por obra y gracia de la edad, vuelvo a disfrutar
Pues nada, que por hoy me voy a despedir. Son las siete de la tarde del 30 de Septiembre y ya se empieza a notar el otoño. Ahora mismo me voy a caminar, que hay que hacer ejercicio.

Un beso y hasta pronto

TERESA

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