viernes, enero 29

La crianza en tiempos revueltos


No sé cómo me vino la imagen. De pronto, recordé su pequeña mano tibia en las mañanas frías de invierno, subiendo y bajando escaleras en el metro, para dirigirme al Hospital de Sant Pau, en Barcelona, ciudad donde vivía en ese momento. Mi memoria no ha guardado todos los detalles, pero sí esa sensación de arrastrarlo, con apenas año y medio, hasta aquellos hermosos jardines del antiguo edificio barcelonés.

viernes, enero 22

El amor y La chica Danesa

Desde que me senté en la butaca hasta que me levanté, no pude quitar mis ojos de la pantalla; casi no respiraba. Estaba delante de una hermosa historia de amor. Más allá de la temática central con la que se ha presentado la película, una historia de transexualidad, lo cierto es que lo que más me atrajo desde el primer momento fue la relación tan especial que había entre los protagonistas.
Einar Wegener, un artista danés nacido en 1882 y casado con la también artista, Gerda Wegener. Dos seres tan poco convencionales, que consiguen mantener vivo su profundo amor, a pesar de las circunstancias.
La trama es la siguiente: Por casualidad, la modelo que Gerda tenía contratada para sus cuadros, cancela la cita que tiene con ella y para finalizar su trabajo se le ocurre una pequeña trampa, que se convierte primero en un divertido juego, y finalmente en el despertar de la feminidad, que era su auténtica naturaleza y que Heinar no había descubierto hasta ese momento. No se trataba de ningún capricho, ni una necesidad de experimentar nuevas emociones o experiencias sexuales; no era eso. Heinar, de forma muy sutil, fue tomando conciencia de cuánto había en él de mujer y de la necesidad que tenía de que esa naturaleza se hiciera una realidad en la vida cotidiana y social.

sábado, enero 9

La vocación: una experiencia subjetiva

 Cuando se habla de vocación, generalmente se hace referencia al sentido etimológico del término y su relación con el concepto de profesión. Ciertamente ambos conceptos suelen ir unidos cuando hablamos de ética profesional, y aunque no significan lo mismo, en la realidad se requieren mutuamente. El buen profesional ha de tener vocación, es decir, debe sentir una inclinación interna hacia una tarea, oficio u ocupación. Esa “llamada”[1] que la persona siente como una forma de responsabilidad consigo y con el mundo, sin embargo, ha de materializarse en una actividad concreta, a la que dedicará su esfuerzo y sus capacidades como si de una “profesión”[2] religiosa se tratase. En definitiva, se trata de dos elementos que tradicionalmente se han considerado definitorios para poder hablar del trabajo como algo que trasciende la pura necesidad y los intereses individuales. El valor ético del trabajo está ligado,  por tanto, a la libertad humana, entendida como indeterminación,  como posibilidad,  como  proyecto siempre inacabado hacia el autoperfeccionamiento[3]. Pero también a la responsabilidad que implica vivir en el mundo y formar parte de una comunidad con la que nos sentimos comprometidos.  Hanna Arendt habla del trabajo como  “acción” en ambos sentidos: como algo revelador de la propia identidad y como el encuentro con los demás en una esfera pública y plural[4] 

          Ahora bien,  lo que quiero plantear aquí es una reflexión sobre la vocación, no desde el concepto, sino desde la experiencia[5]. Al fin y al cabo las palabras sirven para expresar la riqueza y complejidad de la vida,  cosa harto difícil de encerrar en una definición precisa, en la que los matices y las vivencias singulares desaparecen. De hecho la simple evocación de la palabra VOCACIÓN,  nos lleva a cada cual a un escenario y una experiencia distintas. Rememorar esos escenarios vitales donde el trabajo ya no es una idea, sino una experiencia subjetiva  e histórica,  creo que ayuda a esclarecer algunas cuestiones relativas a la propia vivencia como docentes, de forma muy específica a la motivación primera que nos ha llevado a este campo y cómo se ha ido transformando a lo largo del tiempo.