viernes, enero 10

Cásate y sé sumisa... o el griterio inquisidor

Una escritora italiana, hasta ahora desconocida en nuestro país, de nombre Constanza Miriano, ha publicado un libro que ha puesto  patas arriba el pensamiento único. Cásate y sé sumisa se ha convertido en un Best seller. 
¡Quién se lo iba a decir a tantos periodistas, comentaristas radiofónicos, aficionados a las charlas de café o de pasillo! En fin, a todo bicho viviente, que de forma casi inquisitorial se ha lanzado a exigir su retirada del mercado. Si les hubiera valido a más de uno y una, se hubiera organizado una de esas hogueras que los regímenes totalitarios formaban en medio de las plazas, para quitarse de enmedio los libros peligrosos o heterodoxos respecto a lo que se condiseraba el pensamiento correcto sobre el mundo.  
 Me ha resultado curioso, para qué lo voy a negar, las pocas voces que se han alzado oponiéndose a esa algarabía generalizada sobre qué debe o no debe publicarse. Sólo ha llegado a mis manos un divertidísimo y agudo artículo escrito por Fernando Savater: Batalla de catecismos. El artículo no tiene desperdicio y reconozco que al leerlo me sentí reconfortada, porque pensaba que yo era un bicho raro. Y es que, como mi admirado profesor de ética, no puedo entender tal griterío. Es verdad, las ideas se combaten con otras ideas mejor argumentadas. Lo dice Savater y estoy totalmente de acuerdo. Los libros sobre cualquier temática que nos parezca mal,  con otros libros que contengan mejores razones o datos más convincentes. Me encanta esta frase del artículo que estoy comentando: "sólo los catecismos de uno u otro signo pueden querer imponerse quemando las obras heréticas que no nos gustan".
Cuando repasamos las obras de filosofía, biología,  psicología, o historia,  podemos hacer como ha ocurrido en este caso: escandalizarnos, o ponernos a pensar sobre el contexto en que se escribían, o la perspectiva del autor, incluso el interés que podría haber en que se difundiera tal o cual pensamiento sobre la mujer, por ejemplo, que es el caso que aquí nos ocupa. Me pregunto qué hubiera pasado, si Aristóteles, Fray Luis de León, Rousseau, o el mismo Freud, mucho más próximo a nosotros, no hubieran podido decir lo que dijeron sobre nosotras, las siempre menosprecidas mujeres. Lo primero es que no sabríamos cómo se pensaba en esos momentos. En otras palabras: habríamos perdido una parte importante del patrimonio cultural y no podríamos establecer un diálogo inteligente y razonado con esos autores. Eso siempre es interesante, estimulante y creativo. 
Vamos a ver: ¿Quién no ha estudiado a Aristóteles en el Bachillerato o en la Universidad? Nos parece,  y es,  uno de los grandes filósofos de la historia. Sin embargo, fijaos los que dijo en su obra La Política: 
El maestro Aristóteles, refiriéndose al poder doméstico, afirmaba, sin sonrojarse lo siguiente: 
"La naturaleza ha creado en ella dos partes distintas: la una destinada a mandar, la otra a obedecer, siendo sus cualidades bien diversas, pues que la una está dotada de razón y privada de ella la otra.(...)
Reconozcamos, pues, que todos los individuos de que acabamos de hablar, tienen su parte de virtud moral, pero que el saber del hombre no es el de la mujer, que el valor y la equidad no son los mismos en ambos, como lo pensaba Sócrates, y que la fuerza del uno estriba en el mando y la de la otra en la sumisión"
Y acaba de esta forma tan categórica:  "Un modesto silencio hace honor a la mujer"
Y aquí no acaba todo. Ya que estoy voy a aprovechar algunos, sólo algunos textos como han pasado por mis manos, por razones extrictamente profesionales. He tenido que documentarme para formar a muchos estudiantes y por el camino he ido encontrando joyas como las que siguen. 
Por ejemplo, Fray Luis de León, uno de los más grandes estudiosos renacentistas, escribió un libro, cuyo título, La perfecta casada se acerca, curiosamente, al de nuestra italiana. Curiosamente también ha sido uno de los libros utilizados por la Iglesia para aleccionar a las mujeres durante siglos. Sólo os voy a poner una frase, porque es suficiente para que nos hagamos una idea de cual es el papel que se le ha otorgado a cada sexo en nuestra cultura. Además, a través de las palabras del fraile nos enteramos que en el siglo XVI también las mujeres tenian interés en irse de rositas y no estar encerradas entre las cuatro paredes del hogar.  Creo que aunque sólo sea por esa razón, vale la pena que este libro esté en las bibliotecas.
Quiere decir que, en levantándose, la mujer ha de proveer las cosas de su casa, y poner en ellas orden, y que no ha de hacer lo que muchas de las de agora hacen, que unas, en poniendo los pies en el suelo, o antes que los pongan, estando en la cama, negocian luego con el almuerzo, como si hubiesen pasado cavando la noche. Otras se asientan con su espejo a la obra de su pintura, y se están en ella enclavadas tres o cuatro horas, y es pasado el mediodía, y viene a comer el marido, y no hay cosa puesta en concierto. […] Su andar ha de ser en su casa, y que ha de estar presente siempre en todos los rincones  della, y que, porque ha de estar siempre allí presente, por eso no ha de andar fuera nunca, y que, porque sus pies son para rodear sus rincones, entienda que no los tiene para rodear los campos y las calles. 
Pero lo que clama al cielo, visto desde nuestra óptica, incluso visto desde la mentalidad y filosofía Ilustrada, la que defiende la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad, que es donde se sitúa Rousseau y su estupenda obra Emilio o De la educación. Es asombroso, como nuestro filósofo; ése que en El Contrato Social defendió a ultranza un sistema político donde la voluntad del pueblo estuviera por encima de la voluntad de unos cuantos privilegiados, considere a las mujeres del modo que lo hace. 

He aquí sus "sabias palabras":
 "La cualidad primera y más importante en una mujer es la dulzura; hecha para obedecer a un ser tan imperfecto como el hombre, tan lleno a menudo de vicios y de defectos, debe aprender desde hora temprana a sufrir incluso la injusticia y a soportar las equivocaciones de su marido sin quejarse"  
¡Amen! No se me ocurre otra respuesta a este maravilloso consejo, que sirve perfectamente de catecismo laico a tantas mujeres desde hace más de dos siglos.  
Y para arreglarlo, llegaron los psicólogos, ya en pleno siglo XIX. Uno de ellos, Gustave Le Bon, creyó decir algo nuevo sobre  nosotras, pobres seres inferiores, cuando se le ocurrió escribir lo siguiente:   
“Tiene la misma INCAPACIDAD para RAZONAR o para dejarse convencer por el razonamiento; la misma IMPOTENCIA de ATENCIÓN y de REFLEXIÓN, la misma AUSENCIA DE ESPÍRITU CRÍTICO, la misma INEPTITUD para asociar ideas y descubrir relaciones y diferencias, el mismo hábito de generalizar los casos particulares, deduciendo consecuencias inexactas, la misma indecisión en las ideas, carencia de precisión y en definitiva, el mismo CARÁCTER IMPULSIVO y la misma tendencia a tomar sólo por guía los INSTINTOS del momento. 

   ¡Vaya que somos poco más o menos unas idiotas, sin capacidad de razonamiento, que nos dejamos llevar sólo por los instintos. Claro, así ¿qué se puede esperar de nosotras? Estoy segura de que él estaría encantado con la nueva Ley del aborto, y con otras que hemos tenido, que todas más o menos al fin y al cabo otorgan a la clase médica o al Estado un poder que viene a sustituir nuestras decisiones éticas. Claro que, a un ser sin capacidad de razonar y guiado únicamente por los impulsos, hay que ponerle límites. O los padres, o los maridos, o los científicos o el Estado tendrán que tomar las decisiones que ella no es capaz de tomar de forma adulta y asumiendo las consecuencias morales del hecho, que son absolutamente personales. 
Y... ¡mira por dónde!  Voy a dejar de lado a Freud, que e realidad estaba tan obsesionado con nuestro clítoris y eso que él llamaba la envidia del pene, que no vale la pena. Creo que los ejemplos que he seleccionado hay suficiente. Podría continuar hablando de esas pequeñas joyas que guardo en mi biblioteca como La buena Juanita, por ejemplo, un pequeño librito que se usaba hace pocos años para enseñar reglas de urbanidad y de buenas maneras a las niñas. 


Siempre, siempre han existido textos más o menos religiosos, más o menos moralistas, que vistos desde nuestros ojos, nos hacen sonreir, y que deben estar ahí, en las bibliotecas y archivos. ¿No es una pérdida para los historiadores de la cultura no disponer de todos estos libros que tanto nos dicen sobre cómo ha evolucionado el pensamiento y las costumbres? Que cada cual, con su poca, regular o mucha inteligencia, seleccione lo que le venga en gana. Y si hay mujeres que se vuelven locas leyendo el libro de Constanza, y le hacen caso, ¿quienes somos nosotros para juzgar las opciones ajenas? Qué le vamos a hacer. Como se dice popularmente: ¡Hay gente pa tó! 

martes, enero 7

A pesar de todo... No os guardo rencor, queridos Reyes Majos

Queridos "Reyes Majos": esta vez os habéis pasado comigo. En serio. Que no me he portado tan mal, que sigo siendo la misma buenísima persona de siempre. Que me paso la vida pensando en si he metido la pata con fulanita, o fulanito,  o si debería de haber hecho... o no haber hecho tal o cual cosa; vaya que suelo ser muy consciente de mis faltas y de mis sobras... pero ni así. Está visto que me habéis borrado de vuestra lista de contactos. Menos mal que la vida me compensa con otras alegrías, y que la edad ayuda a relativizar estas ilusiones más o menos mágicas  porque si no, estaría esta mañana llorando por los rincones. Así que esta actitud  de aceptación estoica la considero uno de los regalos de la vida y por eso, aunque suene raro, me siento agradecida por todo lo que he vivido en estos 365 dias del año pasado. 
He repasado en el Facebook el resumen de mis publicaciones, porque, la verdad es cada día me vuelvo más olvidadiza. Me he visto en diferentes situaciones, todas ellas felices;  con distintas personas, algunas nuevas en mi vida, otras, amigas de siempre... celebrando todo lo bueno que me ha ocurrido, cerrando eventos en los que me he sentido agasajada, querida... He acompañado en la soledad, escuchado, compartido... Días de sol, días grises, pérdidas, descubrimientos... He conocido gente encantadora. Algunos me han sorprendido por su cariño hacia mi persona, otros han pasado sin pena ni gloria por mi vida; en más de una ocasión he sentido la emoción de quién no esperaba nada y de pronto le regalan algo muy sencillo, pero valioso e inesperado. Gracias, gracias a todos...

Por todo ello, por muchas cosas que ni siquiera puedo recordar, otras que no sabría cómo expresar y algunas que no quiero revelar públicamente, me siento agradecida a este año que acaba. Así que ni Melchor, ni Gaspar ni Baltasar podrían haberme regalado nada mejor que todo eso. Y por eso no les tendré en cuenta su olvido en este día de Reyes.   
Otros relatos de Reyes: 
http://laventanadeteresa.blogspot.com.es/2013/01/dia-de-reyes-de-2012.html 
 http://laventanadeteresa.blogspot.com.es/2012/01/definitivamente-me-estoy-haciendo-mayor.html
 http://laventanadeteresa.blogspot.com.es/2011/01/noche-de-reyes-un-tiempo-despues.html

Día de Reyes: la voracidad organizada



Queridos Reyes Magos: Ya sabéis que no suelo escribir la tradicional carta anual.  La verdad es que suelo pensar que, a pesar de mi indiferencia hacia los regalos, alguno me va a caer. Y no es que me porte muy muy bien. A veces soy bastante borde, muy desconsiderada, broncas,  perezosa, y hasta un pelín envidiosa… en fin, que como cualquier hijo de vecino, hago méritos para llegar a ser mala persona. Eso sí, lo disimulo muy bien; procuro que no se me note, porque lo que de verdad me gusta a mí y me ha gustado desde siempre es ser una buena chica. Seguramente es una estrategia aprendida desde la infancia,  un modo de conseguir que me quieran.  Y lo bueno es que lo consigo. Tengo muchas amigas y eso a pesar de que no me prodigo en abrazos, halagos y pequeños detalles. Soy más de aglutinar, de organizar encuentros, de ayudar en asuntos prácticos, de preparar comiditas y hacer de madre, cuando es menester. 
Una ensalada para un dia de campo
Digo yo que también son necesarias estas cualidades,  que no todas las personas manifestamos nuestros afectos del mismo modo. Pues eso, que esta es mi manera de decir a mis amigas que estoy aquí, que pueden contar conmigo; aunque pensándolo bien, lo que quiero decir es  que me quieran, que me llamen, que las necesito, y  más que las voy a necesitar, porque, queridos Reyes, me estoy haciendo mayor y eso significa que pronto voy a precisar pequeñas ayudas para algunas cosas de la vida cotidiana. Y no es que quiera presumir de vieja, que me va a reñir mi amiga Maga, pero de verdad, cuando se tienen más de sesenta años, lo que se avecina no es precisamente un tiempo de fuerza, energía y juventud. Hasta entonces, mientras esto llega, aquí estoy, todavía de buen ver y rodeada de buena gente. Por eso, el día cinco, sin haber escrito carta alguna, me llegó un “plezzziozzzizzzzimo” cuello de lanas multicolores, diseñado y elaborado por las primorosas manos de una amiga que es un poco hada, un poco maga y muyyyyy  muyyyyy fantasiosa.  ¡Ah!, y unos lindos pendientes de ese color que tanto me gusta: violeta. Total, que se adelantó a los camellos y a las carrozas, y yo no supe qué decir. Pero, ¿qué diréis que hice? Me enfundé en mis pantalones color beige de pana, lo combiné con un jersey de un color azulón que me favorece mucho. Me calcé las botas de tacón y busqué esa boina tan bonita que casi nunca me pongo.  Por supuesto,  estrené el cuello y los pendientes y salí a caminar por mi ciudad, con la intención de encontraros por esas callejuelas.  
El cuello multicolores
¡Queridos Reyes! No tengo palabras para expresar lo que me encontré, mientras me dirigía al centro. Jamás, jamás, había visto algo parecido, y eso que normalmente salgo para celebrar todos los eventos que se organizan en esta ciudad. Las calles eran un verdadero hervidero  de gente. La multitud se agolpaba en avenidas, callejones, aceras, terrazas, comercios… Madres jóvenes portaban los cochecitos de sus bebés, tratando de sortear el gentío, los codazos y empujones… Algunas decidían volver sobre sus pasos, cuando se encontraban con un tapón de gente que imposibilitaba el tránsito normal, pero sobre todo, que amenazaba con convertirse en peligrosa avalancha.  Me pregunto, majestades, cómo se les ocurre salir con esos angelitos a una ciudad literalmente tomada por la masa. ¡Una irresponsabilidad!  Y yo, bueno… tendríais que haber visto mi cara de estupefacción. 
Una terraza al aire libre
La calle de la churrería no tenía hueco ni para un alfiler. El olor a churros y a café con leche invitaba a buscar una silla y disfrutar del manjar, que, dicho sea de paso, me encanta. Pero, francamente, el ambiente era irrespirable y os aseguro que yo estaba asustada ante tanto derroche: las compras, el tapeo, los vendedores ambulantes  ocupando las aceras… y lo peor, la suciedad… papeles, cartones, cáscaras de pipas, envolturas de caramelos…  restos de la bendita cabalgata, que nadie quería perderse; como si les fuera la vida en ello, chicos y grandes, viejos y jóvenes, embarazadas y sillas de ruedas, ¡Santo cielo!  No sólo estaba un poco asustada,  majestades, me sentí muy triste, infinitamente triste porque, pensaba en las noticias, vaya pensaba en las malas noticias diarias en todos los medios de comunicación: que si la crisis, que si los despidos, que si los ERE, que si los comedores sociales, que si las campañas benéficas navideñas, que si los desahucios, etc. etc. 
Cabalgata Jerez
 Y por eso no daba crédito a mis ojos. ¿Qué es esta locura? ¿Qué es esta obscenidad consumista? ¿Por qué esta voracidad, esta ansia? ¿Qué vacío estamos intentando llenar…?    ¿Qué tiene que pasar para que nos comportemos con un poco de cordura? Queridos Reyes Magos: está muy bien que vengáis una vez al año a devolvernos la ilusión y los sueños infantiles, pero el año que viene, por favor, aprovechad el viaje y traed en vuestras alforjas, además de los juguetes de los niños, un poco de mesura, algo de sensatez, sentido de la austeridad, espuertas de civismo...,   en fin,  todas las virtudes que se os ocurran. Ponedlas en saquitos especiales  para que lleguen a los adultos, y quizás un libro de instrucciones para que sepamos usarlas, porque me temo que hemos perdido el norte.

Con mis respetos,  

Teresa


domingo, enero 5

Los Reyes de antaño

Definitivamente: me estoy haciendo mayor. Lo único que se me ocurre hoy, día de Reyes, es escribir sobre mis recuerdos de esta fiesta, en lugar de hacer lo adecuado, o sea, pedir que estos magos nos dejen mejor situación que la que han encontrado al llegar con sus camellos.
Pues eso, que no puedo evitar comparar el gran derroche de estos días, y lo peor, los pataleos y malas caras de tantos y tantos niños cuando no encuentran junto a sus zapatos eso que pidieron en sus cartas.
No había pensado en ello, pero me he dado cuenta de que nunca escribí una carta a los reyes. Yo creo que nací sabiendo que no existía la magia. Mi realidad era demasiado prosaica, después de una larga posguerra. Por supuesto nunca llegué a ver algo parecido a un camello, y mucho menos una cabalgata. Sin tele, sin posibilidades para viajar… Había que tener muchísima imaginación y mucha fe. Lo que ha quedado en mi memoria es la visita que hacía a la tienda de Julio el chófer, o la de Valentina, su hija, acompañando a mi madre. Yo debía tener diez o doce años y me convertía en cómplice para que mi hermana pequeña viviera con total inocencia aquel día. Aquellas tiendas, con triciclos colgando del techo, tambores, caballos de cartón, coches y camiones, pelotas y balones de reglamento,  muñecas de cartón, cocinitas, planchas, máquinas de coser... de todo un poco; todo apilado, sin espacio para escaparates. Recuerdo los colores, los olores, los sonidos…. Entrar en la tienda era una fiesta para los sentidos, pero había que ser realista: todo aquello era inalcanzable. Ni reyes, ni nada... No había dinero para esos lujos. Y yo, tan seriecita y responsable, no replicaba.
                            
Lo único que podía esperar era un plumier nuevo de madera, y una cartera; una especie de maletín muy pesado que llevaba todo el año a la escuela. ¡Ah!, se añadían dos elementos importantes: la goma de borrar Milán, con aquel olor tan característico, y la caja de lápices de colores de la marca Alpino. Te podías dar con un canto en los dientes si conseguías renovar el pack escolar cada año.    


Y juguetes… En realidad no los necesitábamos, porque nuestro reino era la calle, el corral, las cámaras (lo que ahora se llama buhardilla) Yo tenía lo que necesitaba para divertirme: muchas amigas, calles, callejones, plazas, el lejio (lejío le llamábamos) los rincones de las grandes casonas, los corralones… Así que no recuerdo haber echado de menos nada. Quizás una muñeca, una pepona de aquellas de cartón tan difíciles de conseguir para la mayoría de niñas del pueblo.
Quizás por eso, mi madre se empeñó en comprarme una el mismo año que nació mi hermana, “Por si me pasa algo en el parto”, decía ella… Sacó de donde pudo el dinero y tuve mi primera y única muñeca de cartón. Aquellas no abrían y cerraba los ojos, ni lloraban, ni nada. Tenían los ojos, la boca y la nariz pintada sobre el cartón, y poco mas. Lo de Mariquita Pérez, ni olerla... vaya, que nunca supe que existiera algo así.  Tenía yo seis años, y todas las muñecas que he tenido luego han sido hechas por mí, de trapo, bien bonitas… Bueno, ¡qué remedio! Le ponía hasta sus trenzas, con el pelo de las panochas de maíz: rubio, o pelirrojo.
Por suerte, había dos juguetes fáciles de conseguir, baratos y divertidos: el saltador y el diábolo. De eso sí recuerdo haber disfrutado; era casi obligatorio que los reyes te lo trajeran.
Cuando aprendes a saltar, o a manejar el diábolo, ya nunca se te olvida. Ahora, cuando veo uno de ellos tengo el impulso de comprarlo y, sobre todo, no me resisto a jugar, a echarlo por los aires y probar mi pericia diabolera.
Y esto es lo único que quiero contar sobre este gran día para los niños. ¡Ah! Y también que fui yo misma quien rompí la inocencia y la fe de mi hermana pequeña. Un día ya no pude resistir más y abrí el arcón antiguo donde guardaba mi madre sus reyes y se los enseñé. Así son los niños, algo perversos e impacientes, ¡qué le vamos a hacer!