Dos días muy intensos. Las noticias me
dan la dimensión de cómo pasa el tiempo.
Entre La Violetera a la primavera de los Indignados, pasando por la Era
Thatcher… ¡Ufffff! Mucho tiempo. Los cincuenta, todavía casi posguerra, en un
pueblo jienense, apartado, recóndito, sin apenas comunicación con el exterior.
Diez, doce años…; escuela, juegos, rezos obligatorios, sueños imposibles… Las niñas con nuestros teatrillos, jugando al
artisteo… A veces, cuando me pongo “Abuela Cebolleta” y me asombro de las
artistas que son ahora ídolos de niñas que no pasan de los doce años: Shakira,
Madonna, Lady Gaga… vestidas como auténticas busconas, por no decir algo
malsonante y grosero, me acuerdo de las tardes que pasábamos las amigas y
primas de la misma edad, jugando a ser Sarita Montiel.
Aprovechábamos la ausencia de las madres y nos disfrazábamos con lo poco que teníamos en casa. Allí estaba yo, cantando… Ven y ven y ven, chiquillo vente conmigo, no quiero para pegarte, mi vida, ya sabes pa lo que digo…, que ya me contarás lo que entendíamos las chiquillas de tan elaborada letra. Y luego venía El Relicario, El Poli Chinela, La Violetera… y muchas más. Todas me las sabía y seguro que ponía esas caras de Sarita, para ser más creible. ¡Increible! Sí. Así es la vida. Antes y ahora, parece que los modelos femeninos que nos atraen a las niñas no son precisamente el colmo de la decencia y del decoro.
Aprovechábamos la ausencia de las madres y nos disfrazábamos con lo poco que teníamos en casa. Allí estaba yo, cantando… Ven y ven y ven, chiquillo vente conmigo, no quiero para pegarte, mi vida, ya sabes pa lo que digo…, que ya me contarás lo que entendíamos las chiquillas de tan elaborada letra. Y luego venía El Relicario, El Poli Chinela, La Violetera… y muchas más. Todas me las sabía y seguro que ponía esas caras de Sarita, para ser más creible. ¡Increible! Sí. Así es la vida. Antes y ahora, parece que los modelos femeninos que nos atraen a las niñas no son precisamente el colmo de la decencia y del decoro.
Pues eso: me he
movido entre las canciones de Sarita
Montiel, en los años cincuenta, y los slogans de los Indignados, cincuenta años
después. Pero antes, pasé por la década de los ochenta, una época muy crítica
con ciertas medidas Neoliberales en Gran Bretaña, impulsadas
por la Sra. Thatcher, otra de las personalidades que nos han dejado en
estos días. Ella estuvo al frente de la
privatización de todo el país; fue abanderada de lo que ahora nos está llegando
a nosotros. Recuerdo que Ken Loach, director de cine británico, supo hacer un retrato ácido y al mismo tiempo
divertido, de esa época a través de un cine muy interesante. Echando mano de la ironía que le
caracteriza, ha propuesto estos
días privatizar el funeral de la Dama
de Hierro. "Es lo que ella habría
querido".
Y mira por dónde,
cuando ya estoy casi jubilada, en
un momento de retiro a la tierra que me vio nacer, a donde he querido venir
para poder descansar de tanto trajín intelectual y universitario, me estalla prácticamente en mi cara la gran
crisis del Neoliberalismo; asisto tan perpleja y preocupada como casi todo el
mundo, al resultado de lo que ella
inició.
Ken Loach |
Curiosamente, el otro fallecido
de la semana, el profesor Sampedro ha sido uno de los personajes más escuchados
de estos dos últimos años, y viene a completar estas tres muertes de personajes
tan variopintos. Y aunque Sampedro ha
sido archiconocido últimamente por su participación como crítico que acompañó
las movilizaciones de Los Indignados, o sea, los perjudicados por el pensamiento de
la Dama de Hierro, la verdad es que
tiene una larguísima trayectoria como profesor
Catedrático de Economía, y como
escritor y Académico. Hasta ahora no
me había fijado que Sampedro empezó a publicar sus novelas en los años 80,
cuando yo ya tenía más de treinta años y él más de sesenta. Es, desde luego, un
autor que no tiene mucha obra, porque empezó muy tarde su carrera literaria,
pero las novelas que he leído me han dejado un buen sabor de boca.
José L. Sampedro apoyando las movilizaciones de los Indignados |
La primera que leí fue La sonrisa Etrusca. Por entonces, yo solía utilizar la buena literatura para introducir a mi alumnos en cuestiones que tenían que ver con la ética personal, con los conflictos morales que los humanos vivimos en lo cotidiano. Fue un ejercicio estupendo para mi clase y una forma de acercarme a este autor, al que luego he seguido. En la década de los noventa, leí La vieja sirena. La historia se desarrolla en la Alejandría del siglo III, y sigue la vida de tres personajes principales muy complejos. Los temas que aborda son: las luchas de poder, la vida en un mundo fronterizo, la aceptación de la muerte frente a la eternidad, y el amor. Un libro impresionante, muy documentado, y que en ese momento me hizo reflexionar mucho sobre los arquetipos masculino y femenino en la cultura. Un libro rico, profundo, de los que hay que leer con tiempo. A partir de ahí ya seguí a José Luis Sampedro como pensador, como hombre crítico, como humanista. De él he leído una tercera novela, aunque ésta la escribió en los años cincuenta: Congreso en Estocolmo, pero a mí me sirvió para documentarme cuando viajé a Suecia. Una historia de amor preciosa, sencilla, con la que aprendí mucho sobre el estilo de vida sueco. Luego, sus artículos, sus conferencias e intervenciones en medios de comunicación.
Sampedro llegaba a todo el mundo por su
sencillez y tenía, a pesar de la edad, una mente lúcida que para sí la
quisiéramos muchos de los que todavía no tenemos mucho más de sesenta años. Cuando hablaba de economía lo
hacía sin tapujos, llamando a cada cosa por su nombre y dejándose de
eufemismos, como tantos otros, que se esconden detrás de ese absurdo y
hermético lenguaje académico, para despistar a los neófitos, o sea, a la gente
de a pié, que lo único que entiende es que la Economía con mayúscula tiene que
estar al servicio de los ciudadanos, y no al contrario.
Viendo
y escuchando a este anciano venerable, y
a personas como él, he pensado, muchas veces,
que si algo nos queda cuando, ya jubilados, no dependemos para
sobrevivir de un patrón que nos pague el sueldo mensual, es la absoluta libertad para decir lo que
pensamos, aún a riesgo de soltar inconveniencias, de ser políticamente
incorrectos, de que nos tachen de locos o ilusos. Seguro que muchos habrán
tachado al viejo profesor con estos calificativos, cuando en estos últimos años
de su vida se ha posicionado de forma muy clara frente a determinadas
situaciones que él consideraba injustas; pero ¡qué demonios! ¿A caso tenía algo
que perder? Con casi cien años, si no se
ha perdido el miedo, ¿de qué te ha servido pasar por este mundo?
Muchas veces me da la impresion cuando hablo, leo, escucho "cosas" que dicen, escriben, jubilados -de toda condicion y mira que tengo a mi alrededor- que tienen un denominador común, parece como que tengan que resarcirse de algo, no se sabe de qué pero de algo. Solo me pasa con los españoles. Curioso. Y mira que estan a "gustito".
ResponderEliminardefinicion de resarcir.
(Del lat. resarcīre).
1. tr. Indemnizar, reparar, compensar un daño, perjuicio o agravio. U. t. c. prnl.
SOY YO
Bueno, eso de que están a "gustito"... serán algunos.
EliminarSaludos
¡Hola Teresa!
ResponderEliminarCuriosa semana en verdad. ¿Quién, como bien dices, de niña no ha cantado ese "fumando espero"? Yo lo hacía con un palito entre los dedos. Para haberme grabado de haber tenido un móvil a mano. jajaja Fue un ídolo para mucha gente.
En cuanto a este gran hombre que derrochaba humanidad por los cuatro costados, ¡que decir!, que hemos perdido su sabiduría, su sencillez, su buen hacer... Nos queda su huella y su recuerdo por siempre.
Has hecho una buena entrada.
Te dejo un beso enorme.
¿Tú también? Está claro que eso no era sólo en mi pueblo. La estrellas tienen eso. Ayer entré en tu blog, después de muchos días, y me vinieron a molestar. Total, que me quedó pendiente darle un repasito, que hace días que no te leo. La vida de voluntaria que me está estresando jajaja.
EliminarUn beso y gracias por visitarme.