domingo, febrero 5

Tú no eres una madre como las demás


Lo que más me gusta de sumergirme en una novela es que la historia que me cuenten me resulte no sólo intelectualmente interesante, sino que provoque en mí emociones; que me toque, que me conmueva hasta hacerme saltar las lágrimas. Con la historia de Else he pasado por diferentes momentos.

Al principio me pareció interesante que una niña bien, hija de una familia judía burguesa, en el Berlín de entreguerras, se permitiera vivir fuera de las convenciones de los años 20. La joven, de religión judía, aunque no practicante, no acababa de rebelarse contra la tradición de su familia, pero se sentía muy atraída por jóvenes cristianos, a los cuales consideraba más interesantes, porque le aportaban esa cultura, para ella desconocida, y la abrían a un mundo mucho más interesante que la estrechez en la que se había educado.
La mayor parte de la novela transcurre en el Berlín de entreguerras. Y de hecho, el libro nos presenta un retrato lleno de descripciones minuciosas y ricas sobre la "buena sociedad" berlinesa. En 500 páginas podéis imaginar que encontramos una historia que tiene varias lecturas. Me refiero a la amplia temática que trata, así que lo que aquí voy a compartir es un mínimo de lo posible, porque estamos ante una obra brillante y llena de interés. 
El centro es Else, una joven que vive su alegre, bohemia, despreocupada e inconsciente juventud entre los años 20 y la llegada del régimen Nazi. Su vitalidad e interés por todo la lleva a relacionarse con cualquiera que le aportara algo nuevo; eso sí, dentro de la cultura de élite en la que había sido educada: música, poesía, teatro, etc. Así llegó a ella Fritz, un joven amante de las letras, del que se enamoró perdidamente. Sin embargo, sus padres, mucho más conservadores, y preocupados por el futuro que tendría su hija al lado de un artista “muerto de hambre”, le procuraron un novio adecuado a lo que ellos consideraban una vida acomodada. No le hizo ascos, al menos al principio, porque ella misma sabía que aquel hombre representaba la seguridad; pero acabó casándose con el novio pobre y salió de la casa familiar con lo puesto. Eso significó para ella pasar de una vida burguesa, a un día a día lleno de renuncias materiales, pero eso sí, junto a su gran amor, del que pronto nacería su primer hijo. Y es aquí donde empiezan los problemas, porque ese hijo enfrentó a los dos jóvenes idealistas con la cruda realidad.
Un acontecimiento inesperado en la casa de sus padres, abre de nuevo la puerta a la joven madre con su bebé y a partir de ahí va a recuperar un estilo de vida que el matrimonio le obligó a abandonar. De nuevo la gran casa, los lujosos muebles, las veladas teatrales, las cenas entre amigos… Una vida a la que, finalmente, se incorporó el padre de la criatura, al que los suegros aceptaron. La nueva situación que se tambaleó por obra y gracia de las aventuras femeninas de Fritz, de su irresponsabilidad como padre y como esposo, que Else no podía aceptar. Pero Else se encuentra atrapada, porque ella no puede aceptar el fracaso de aquel amor que consideraba eterno, y acaba claudicando y accediendo a las infidelidades confesadas y consentidas de su marido, aunque eso sólo fue durante un tiempo. Así que estaban juntos, pero no “revueltos”. Él la visitaba en su casa y seguían teniendo intimidad, pero el final llegó y Else se quedó sola. 
A partir de ese momento empieza un delicado camino hacia ninguna parte, porque ella lo único que quería era ser feliz; tener bien lejos el dolor y la vida apurada. Incluso físicamente empieza a hacer transformaciones: corte de pelo, con el que dejaba atrás su imagen de chica modosita y empieza a tener actitudes de mujer independiente, que dejaban a su marido fuera de juego. Fue largo el tiempo en el que jugaron a ser pareja, pero aquellos arreglos siempre llevaban a la insatisfacción de ella, porque él seguía de amante en amante. 
En medio de esta relación tumultuosa e inconstante, apareció un tercero: Hans y junto a una de las amantes del marido de Else, emprenden una relación poco convencional, fuera de cualquier esquema burgués; más que un trío, un trébol de cuatro hojas en el que todos se embarcaron. Por supuesto, a los abuelos les contaban un cuento, y ellos seguían con su vida, no exenta de conflictos y de celos, que poco a poco se fueron apaciguando. Else se había prometido a sí misma vivir la vida con la mayor intensidad y eso implicaba tener un hijo con cada hombre al que amara. Y así lo hizo. Durante varios años convivieron prácticamente dos familias y los niños consideraban a los adultos como padres. La situación era esta: una judía que vivía bajo el mismo techo con su marido, la amante de ésta, un amante suyo y dos hijos de padres diferentes. Incluso Fritz accedió a darle su apellido a una hija que era del segundo en discordia. Había que guardar las formas delante de la “buena” sociedad berlinesa. Fueron años de una vida disoluta por parte de la protagonista y sus parejas. Ajenos a cualquier cosa que no fuera diversión y sexo, vivían de espaldas a una Alemania que iba cambiando y que acabaría en el Holocausto.
Erich aparece de pronto, en medio de este barullo. Un hombre de 28 años, rico, cristiano y sin experiencia sexual. No encajaban, aparentemente, pero lo compartió durante meses con los otros dos; y finalmente se embarcan en una relación que acabó con el trío. Else fue abandonada por los dos primeros hombres de su vida, se quedó sola, y embarazada de su nuevo amor empezó el problema con la familia de éste. Una familia de las más ricas de Berlín no aceptaría nunca un matrimonio con una mujer judía. Pero tuvieron que claudicar. En 1930 Erich y Else se casaron. Mientras, el Tercer Reich iniciaba su ascenso al poder con Hitler a la cabeza. Angelika, la hija de la pareja, es la que nos ha dejado escrita esta historia en la que muestra cómo su madre y muchos de los que la rodeaban ignoraron el acoso del nazismo, no quisieron ver lo que se avecinaba y continuaron viviendo en su burbuja. La historia de Else con este marido no la voy a abordar. Sólo diré que le puso el “mote” de “El bueno”. Se convirtió en el padre de sus tres hijos y la protegió siempre, incluso estando ya divorciados.  
En cuanto a la ceguera de los alemanes, al menos por lo que respecta a los protagonistas de la novela, no había mala voluntad en ellos; era pura inconsciencia, pero es el gran tema de esta novela, que en ese punto me ha recordado a otro gran libro: El lector. La generación de los padres de Else veía claras las implicaciones que tenía ser o no ser judíos, aunque nunca hubieran imaginado a qué extremo llegaría esa diferencia. Pero ella defendía a capa y espada su condición de alemana, al margen de la religión. Está claro que no lo entendía. A medida que avanza la historia, vemos cómo se van promulgando leyes restrictivas para la vida normal de los ciudadanos judíos, y cómo muchos alemanes, igual que la protagonista, se ponían una venda en los ojos para no ver. Aquello no les afectaba. Complicada era la situación de Else. Judía, casada con cristiano, con hijos medio judíos (de padres no judíos) Y ella empeñada en que, precisamente por eso, por estar casada con un cristiano, que además tenía poder económico, no le iba a pasar nada.
La situación se aguantó durante un tiempo, hasta que vio salir de Alemania a la mayoría de sus amigos y su propio marido casi la obligó a marcharse. Estaba en juego la seguridad de los hijos, había que protegerlos. El mayor ya tenía su propia vida y viajaba por Europa, aunque siempre con el apoyo económico familiar. Pero quedaban las dos niñas. Else encontró una fórmula para huir con sus hijas. El desgarro fue terrible. Dejó a sus padres ya viejos, de los que nunca volvió a saber nada; había perdido a sus amigos y tuvo que divorciarse del hombre bondadoso que era su mayor apoyo. A partir de ese momento, la novela tiene un sabor terrible a sufrimiento. Porque la vida fuera de Alemania no fue precisamente un lecho de rosas, sino todo lo contrario. Lo peor todavía quedaba por venir y lo sufrieron las tres: madre e hijas. El padre, al principio, les ayuda, pero cuando la guerra se extiende y se cierran fronteras, sufren el olvido y el abandono de aquel hombre, el “bueno” y experimentan toda la miseria de la que siempre habían estado alejadas. 
Pero si para algo les sirvió el terrible exilio fue para comprender tantas cosas ante las que habían cerrado los ojos. Especialmente Else tomó conciencia de su dependencia, de su fragilidad, de la absurda y vacía vida que había llevado, del amor que tenía por sus hijos y que no había sabido expresarlo en su momento. Ahora era capaz de cualquier cosa por evitarles el dolor. Fue su mayor descubrimiento y son sus sentimientos sobre estas cuestiones las que hacen reflexionar a cualquiera que haya vivido un poco. 
Vivieron en Sofia, la capital, pero en condiciones infrahumanas, sobre todo para quienes lo habían tenido todo y habían disfrutado de grandes casas en la ciudad y en el campo. Vivieron en habitaciones realquiladas, sin baño, sin las mínimas condiciones;   pasaron durísimos inviernos de frío, enfermedades, hambre, falta de cualquier cosa, incluida la ropa y el calzado más necesarios. Eso sí, siempre esperando las noticias del añorado y amado hijo; ansiando el final de la guerra y la derrota de los alemanes, a los que empezaron a ver con otros ojos, con los ojos de los millones de judíos y de personas decentes que fueron aniquiladas.
La última parte de la novela tiene momentos muy dolorosos, páginas que te llegan a lo más hondo. Pero no quiero destripar todo lo que pasa con esta familia. Prefiero dejar en suspenso el final. Eso sí, no hay que perderse la colección de cartas que escribe Else a su vuelta a Alemania. Son impresionantes, hermosísimas. Un libro de los que dejan huella.
Estas son palabras de la escritora, la hija pequeña de Else: “En aquel mundo nazi mis padres hicieron de todo, todo tipo de tonterías para mantenerme alejada de lo que pasaba. Creían que era lo mejor para mí y yo no les guardo ningún rencor. Entiendo que lo hicieran. Ellos también estaban muy trastornados y no querían que aquella niña tan sensible supiese todo lo que estaba pasando en aquel momento, me aislaron de todo”.
ANGELIKA SCHROBSDORFF: Tú no eres una madre como las demás. Editorial Periferia, 2016

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