Querida
Ángeles: Pensarás que estoy un poco loca. Eso de seguir escribiéndote,
te debe parecer un poco absurdo, porque allí donde estés, ni te hacen
falta las cartas, ni tienes necesidad de comunicarte con nadie. Todo ha
acabado para ti, o al menos es lo que parece, pero ¡quien sabe!, yo al
menos quisiera creer que no desaparecemos del todo. Desde luego eso es
así en un sentido: cada cual deja una huella en los demás y eso hace
que, de algún modo, la muerte no sea completa, sino sólo un asunto
puramente material. Tú sigues viva en mí; y eso será más cierto si de
vez en cuando se me ocurre contarte mis cosas; hacerte partícipe de mis
alegrías y de mis penas, mandarte mis relatos de lo cotidiano, retratos
de esos momentos mágicos y únicos que me gusta compartir con mis
amigas…
Ya llevo ocho años en Jerez, esta tierra, que, como sabes,
elegí para vivir la penúltima etapa de mi vida (espero). A pesar de que
ya no es todo tan nuevo, todavía sigo disfrutando de las pequeñas cosas
que suceden en este tiempo de alegría y de locura consumista. Procuro
vivir lo primero y huir de lo segundo, aunque no siempre lo consigo.
No
es difícil impregnarse del aire festivo de las noches de fin de semana.
Grupos de personas de todas las edades y condición, se reúnen alrededor
de una hoguera con la única finalidad de cantar a la Navidad. Son las
zambombas jerezanas; una de las fiestas populares con las que más
disfruto. Si, ya sé que tu no eres nada folklórica…, bueno, más bien
todo lo contrario.
Seguramente hizo mella en ti esa imagen estereotipada y tópica de Andalucía, propia de la época que te tocó vivir. También yo he tenido mi momento crítico y he huido durante años de esa falsa imagen, aunque ahora compruebo por mí misma que los tópicos tienen una base real. Las zambombas son una buena prueba de ello. Te aseguro que no hay nada de falso en esa bella imagen de una muchacha morena, de ojos brillantes, que baila al compás aflamencado de las canciones navideñas.
Los ojos del público se dirigen a ella y casi nadie escapa a la magia de sus movimientos naturales; el baile sale de su interior y se convierte en un precioso regalo que los asistentes al acto agradecen con aplausos y palabras de admiración hacia la joven. La única diferencia entre esas escenas del cine, tantas veces proyectadas en los años cincuenta y sesenta, en que una actriz, vestida de gitana, baila alrededor de una hoguera, es la indumentaria: el traje ha sido sustituido por un pantalón vaquero, con la cintura muy baja y las cintas del tanga de colores a la vista. Y la acción sucede en directo, en plena calle, una noche cualquiera del mes de diciembre, con una mezcla de aromas y sonidos que, a mí particularmente, me trasladan a otro tiempo.
Seguramente hizo mella en ti esa imagen estereotipada y tópica de Andalucía, propia de la época que te tocó vivir. También yo he tenido mi momento crítico y he huido durante años de esa falsa imagen, aunque ahora compruebo por mí misma que los tópicos tienen una base real. Las zambombas son una buena prueba de ello. Te aseguro que no hay nada de falso en esa bella imagen de una muchacha morena, de ojos brillantes, que baila al compás aflamencado de las canciones navideñas.
Los ojos del público se dirigen a ella y casi nadie escapa a la magia de sus movimientos naturales; el baile sale de su interior y se convierte en un precioso regalo que los asistentes al acto agradecen con aplausos y palabras de admiración hacia la joven. La única diferencia entre esas escenas del cine, tantas veces proyectadas en los años cincuenta y sesenta, en que una actriz, vestida de gitana, baila alrededor de una hoguera, es la indumentaria: el traje ha sido sustituido por un pantalón vaquero, con la cintura muy baja y las cintas del tanga de colores a la vista. Y la acción sucede en directo, en plena calle, una noche cualquiera del mes de diciembre, con una mezcla de aromas y sonidos que, a mí particularmente, me trasladan a otro tiempo.
Te
parecerá una tontería, pero después de un momento como el que te
relato, de vuelta a casa, me siento impregnada de esa alegría del
ambiente, y doy gracias a la vida por haberme permitido volver al sur. Estoy
viviendo otro tiempo y quiero disfrutarlo, experimento emociones
desconocidas… quizás olvidadas, pero las siento como algo tremendamente
terapéutico.
Pues
nada, que por hoy te voy a dejar. La próxima semana me marcho a
Barcelona a pasar las fiestas. Ya te contaré. Sabes que te recuerdo, y
que echo de menos tus hermosas cartas.
Un abrazo
TERESA
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