miércoles, septiembre 18

El mal incomprensible



Sin comerlo ni beberlo, la noche del lunes, en la 2 de la Televisión Española, me encontré con esta estupenda y, desconocida para mi, película: La cinta blanca

La Sinopsis
En 1913, en vísperas de la Gran Guerra (1914-1918), en un idílico pueblo protestante del norte de Alemania tienen lugar una serie de acontecimientos misteriosos y brutales, narrados por una voz en off perteneciente al maestro del lugar, un anciano que cuenta la historia “parcialmente, de oídas”, y que en la época en que se sitúa la acción cuenta con treinta y muy pocos años. En parte, investigará los sucesos, de modo que el personaje funciona al mismo tiempo como narrador y como artífice del parcial desvelamiento de los misterios (palizas, incendios, accidentes incomprensibles) que sacuden la conciencia de todo el pueblo y amenazan con minar la autoridad de los poderes establecidos. Haneke irá tensando la cuerda lenta pero implacablemente, haciendo malabares una vez más con nuestras expectativas y dejándonos desamparados y exhaustos en la conclusión.(http://www.blogdecine.com/criticas/la-cinta-blanca-la-perversidad-del-alma)
Luis Martínez: Diario El Mundo

Película inquietante, es el calificativo que mejor la define, desde mi punto de vista. Una fotografía que deslumbra; eso sí, en blanco y negro y una temática que tiene un gran contenido moral. 
Creo que este comentario de la página Filmaffinity no tiene desperdicio y por eso prefiero usarlo para los aficionados que les motive. Supongo que se puede encontrar para alquilar... No lo sé. 

"La gravedad del tema y el apabullante acabado formal –soberbia puesta en escena, magnífico casting, deslumbrante fotografía, rigurosa dirección, espléndido montaje- han granjeado a “La cinta blanca” el calificativo casi general de “obra maestra”. 

Pero Haneke, como ya ocurriera en “La pianista”, está lejos de la grandeza, porque es mezquino con sus mezquinos personajes.  Afirma el director que su tarea es plantear preguntas y dejar que el espectador busque sus propias respuestas; pero las respuestas son obvias cuando se hurta a los personajes la posibilidad de elegir. “La cinta blanca” no es en rigor una película, sino una foto fija de una época, un mundo y unos seres despreciables. No hay acción en ella, y por tanto tampoco tensión ni evolución posible en la mera descripción de unas vidas condenadas, desde el comienzo, a cumplir una existencia miserable.

 Haneke transforma la indudable influencia del ambiente y la educación en puro determinismo moral, sin tener siquiera la generosidad de colocar a los protagonistas –con una única excepción- ante una simple disyuntiva que muestre la existencia, detrás de la fachada de la podredumbre, de un mínimo grado de conciencia, sentimientos o libertad de acción. No se trata de pedirle que se convierta al humanismo de Renoir o Kurosawa, pero sí de que sea justo con sus criaturas y sus espectadores. La innegable potencia visual de esta película –no exenta, por lo demás, de cierto manierismo, por ejemplo en el abuso del fuera de campo, o en la sórdida representación del sexo, marca de la casa- consagra y refuerza el horror, pero también oculta la pereza del autor para indagar más allá de lo evidente: que la violencia engendra violencia y el mal nace del mal. 

Y ello es importante, entre otras cosas porque acusar del surgimiento del nazismo a los padres de la generación que lo abrazó -sugiriendo que, visto cómo fue educada, no podía sino acabar como acabó- y negando por tanto la existencia del libre albedrío, es, como poco, simplista. Y, como mucho, peligroso".

martes, septiembre 17

El milagro de la vida

Maullidos en la noche, suaves llamadas indescifrables. Amanece y, sigilosamente, encamina sus pasos a la alcoba, que guarda todavía el calor de los cuerpos sobre las blancas sábanas de algodón.  Me sorprende el gesto. Se aproxima, me roza con su suave pelo color gris e intenta acurrucarse junto a mí. Me incorporo al instante y me sigue hasta la cocina. De inmediato, la veo dirigirse hacia el pequeño cuarto, donde vuelve a acurrucarse, esta vez junto al oso de peluche, que descansa sobre la cama. Ya no tengo ninguna duda:  ha llegado el momento. Está buscando un lugar recogido, lejos de las miradas y los ruidos. Una mancha oscura asoma bajo su cuerpo, que permanece echado de un modo que anuncia el acontecimiento. 
Improviso una  cama más adecuada, cerca de la bañera y la traslado, con mimo, silenciosamente. La dejo sobre los paños  limpios y cierro la puerta. Instantes después,   sigilosa, me asomo. El milagro se ha producido: Ona, mi gata ha parido.  Uno, dos, tres gatitos… en pocos minutos.  Limpia a las crías con su lengua, y se come la pequeña placenta, hasta dejar completamente  pulcro el lugar del parto.  Emociona verla tan frágil, pero tan atenta a las vidas que ha traído al mundo. Ya no existe nada más que esa tarea para la que, genéticamente, está programada: amamantar y sacar adelante su camada.  Y a mí me corresponde ayudarla,  con respeto; estar atenta a sus necesidades,  y procurarle un lugar cómodo para tan noble trabajo.  

Vuelta a casa

Verano de descanso;  de larguísimos días bajo los pinos; de siestas y horas de completa indolencia; de vientos de levante... o mejor, de ventoleras de esas que incluso asustan un poco. El blog ha permanecido dormido, esperando un tiempo más fecundo.  No quiero fustigarme por ello. Ya vendrán las musas a vivistarme, o los musos... Por cierto, no sé si existen las musas masculinas... Aunque no sé quien fue aquel escritor que dijo que las musas te tienen que encontrar trabajando. Y tal vez es cierto: hay que ponerse. Escribir es un trabajo. Escribir exige una disciplina y una voluntad que no se llevan bien con la buena vida... Eso parece. 
                                 
Lo cierto es que he podido escribir sobre tantos temas durante este tiempo... Las noticias del día, la prensa, la televisión dan para mucho. Pero ¡qué le voy a hacer! Es más fácil la crítica a la hora del café, o dando un paseo por la playa, que ponerse delante del ordenador. Me digo a mí misma que tengo que volver a la ventana y,  si me lo propongo, seguro que encontraré la motivación que me haga asomarme de nuevo y dejarme ver por la buena gente que me visita de vez en cuando. Pues eso... ¡Hasta pronto!