martes, septiembre 17

El milagro de la vida

Maullidos en la noche, suaves llamadas indescifrables. Amanece y, sigilosamente, encamina sus pasos a la alcoba, que guarda todavía el calor de los cuerpos sobre las blancas sábanas de algodón.  Me sorprende el gesto. Se aproxima, me roza con su suave pelo color gris e intenta acurrucarse junto a mí. Me incorporo al instante y me sigue hasta la cocina. De inmediato, la veo dirigirse hacia el pequeño cuarto, donde vuelve a acurrucarse, esta vez junto al oso de peluche, que descansa sobre la cama. Ya no tengo ninguna duda:  ha llegado el momento. Está buscando un lugar recogido, lejos de las miradas y los ruidos. Una mancha oscura asoma bajo su cuerpo, que permanece echado de un modo que anuncia el acontecimiento. 
Improviso una  cama más adecuada, cerca de la bañera y la traslado, con mimo, silenciosamente. La dejo sobre los paños  limpios y cierro la puerta. Instantes después,   sigilosa, me asomo. El milagro se ha producido: Ona, mi gata ha parido.  Uno, dos, tres gatitos… en pocos minutos.  Limpia a las crías con su lengua, y se come la pequeña placenta, hasta dejar completamente  pulcro el lugar del parto.  Emociona verla tan frágil, pero tan atenta a las vidas que ha traído al mundo. Ya no existe nada más que esa tarea para la que, genéticamente, está programada: amamantar y sacar adelante su camada.  Y a mí me corresponde ayudarla,  con respeto; estar atenta a sus necesidades,  y procurarle un lugar cómodo para tan noble trabajo.  

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