viernes, agosto 16

Un secreto a voces...


  El tren, con su traqueteo incesante y cansino, se aleja de la ciudad y se lanza ya sin respiro hacia la bahía de Cádiz. Los asientos van quedado vacíos y las maletas tienen prisa por avanzar por los pasillos, camino de las puertas. 

Hasta ese momento apenas había reparado en ella, pero me llamó la atención la conversación que mantenía por el móvil, que, por cierto,  no había  dejado de toquetear durante todo el trayecto. Seguramente enviando mensajes de esos banales que entretienen tanto a la gente. 

-        Oye, te voy a contar una cosa. Es algo que no le he dicho todavía a nadie… Me gusta mucho un chico. Sí, sí… Se llama Enrique y es Ingeniero de Minas. Muy mono y eso… Pero que esto no lo sabe nadie… 
La joven acompaña su curiosa confesión… un secreto a voces, con una picaresca sonrisa, que su interlocutor seguro percibía en la distancia. Diríase que trata de seducirlo, aunque, incomprensiblemente, lo usa como confidente de un amor imposible.   

-         Mira,  lo único es que tiene dos defectos: le gusta bailar y tiene novia. Como puedes imaginar no puedo hacerme ilusiones… Una pena, ¿no crees?

Lo de la novia lo entendí al minuto. Pero ¿el baile…?

-        Sí, claro, es que un chico al que le gusta tanto bailar… no sé… no sé… 

Y sigo sin comprenderlo. Porque, la verdad es que se comunicaba con medias palabras, como si su oyente al otro lado fuera capaz de comprenderla, a pesar de todo. 

-        Sí, sí, Ingeniero de Minas… ¡Y es tan mono!

-        ¿Y tú qué?

Imagino que su interlocutor le confiesa que está libre, que él no tiene novia ni está enamorado, aunque seguramente admite que está deseando vivir una historia de amor. Porque ella, con la misma expresión y un tono cada vez más seductor, le pregunta:

-        Pero, ¿tú qué pides? Sí, sí, porque seguro que tienes alguna idea de lo que te gusta, ¿no?  ¡Venga, no seas tan tímido!  


-        Bueno, bueno… eso no es fácil… pero veremos qué se puede hacer… ¡ja, ja, ja!  

Una sonora carcajada, parece cerrar las confidencias.  Me pregunto cuántos de los que viajan en el vagón están escuchando la conversación. El hombre que comparte asiento con la chica, cierra el libro, seguramente porque le distrae la conversación telefónica, o tal vez por la curiosidad que le despierta la escena. Los anuncios luminosos, informan de que estamos llegando a San Fernando. La muchacha acuerda con premura la hora y el lugar donde van a encontrarse para seguir compartiendo sus íntimas y mutuas revelaciones. 

-        ¡Vale, que estamos llegando! Nos vemos esta noche, en esa cafetería tan bonita… ¿cómo se llama…? Sí, hombre, esa que queda frente al restaurante  Casa Paco.  A las 8, ¿vale? 

Y se corta la conversación, sin un adiós. El tren acaba de situarse en la vía de la estación Bahía Sur. Arrastro mi maleta hacia la puerta y pierdo de vista a la joven del teléfono. Durante unos minutos no dejo de pensar en su gesto, el tono y la intención de su conversación… Y sobre todo, lo del Ingeniero de Minas… ¡Santo cielo! En el 2013 y todavía esperamos al príncipe azul, eso sí,  sin caballo ni corona. Los de ahora llevan casco protector y título de ingeniería, que es lo que más mola.
        

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