El tren, con su traqueteo incesante y cansino, se aleja de
la ciudad y se lanza ya sin respiro hacia la bahía de Cádiz. Los asientos van
quedado vacíos y las maletas tienen prisa por avanzar por los pasillos, camino
de las puertas.
Hasta ese momento apenas había reparado en ella, pero me llamó
la atención la conversación que mantenía por el móvil, que, por cierto, no había
dejado de toquetear durante todo el trayecto. Seguramente enviando
mensajes de esos banales que entretienen tanto a la gente.
-
Oye, te voy a contar una cosa. Es algo que no le
he dicho todavía a nadie… Me gusta mucho un chico. Sí, sí… Se llama Enrique y es
Ingeniero de Minas. Muy mono y eso… Pero que esto no lo sabe nadie…
La joven acompaña su curiosa confesión… un secreto a voces,
con una picaresca sonrisa, que su interlocutor seguro percibía en la distancia.
Diríase que trata de seducirlo, aunque, incomprensiblemente, lo usa como
confidente de un amor imposible.
-
Mira,
lo único es que tiene dos defectos: le gusta bailar y tiene novia. Como
puedes imaginar no puedo hacerme ilusiones… Una pena, ¿no crees?
Lo de la novia lo entendí al minuto. Pero ¿el baile…?
-
Sí, claro, es que un chico al que le gusta tanto
bailar… no sé… no sé…
Y sigo sin comprenderlo. Porque, la verdad es que se
comunicaba con medias palabras, como si su oyente al otro lado fuera capaz de
comprenderla, a pesar de todo.
-
Sí, sí, Ingeniero de Minas… ¡Y es tan mono!
-
¿Y tú qué?
Imagino que su interlocutor le confiesa que está libre, que
él no tiene novia ni está enamorado, aunque seguramente admite que está
deseando vivir una historia de amor. Porque ella, con la misma expresión y un
tono cada vez más seductor, le pregunta:
-
Pero, ¿tú qué pides? Sí, sí, porque seguro que
tienes alguna idea de lo que te gusta, ¿no? ¡Venga, no seas tan tímido!
-
Bueno, bueno… eso no es fácil… pero veremos qué
se puede hacer… ¡ja, ja, ja!
Una sonora carcajada, parece cerrar las confidencias. Me pregunto cuántos de los que viajan en el
vagón están escuchando la conversación. El hombre que comparte asiento con la
chica, cierra el libro, seguramente porque le distrae la conversación
telefónica, o tal vez por la curiosidad que le despierta la escena. Los
anuncios luminosos, informan de que estamos llegando a San Fernando. La
muchacha acuerda con premura la hora y el lugar donde van a encontrarse para
seguir compartiendo sus íntimas y mutuas revelaciones.
-
¡Vale, que estamos llegando! Nos vemos esta
noche, en esa cafetería tan bonita… ¿cómo se llama…? Sí, hombre, esa que queda
frente al restaurante Casa Paco. A las 8, ¿vale?
Y se corta la conversación, sin un adiós. El tren acaba de
situarse en la vía de la estación Bahía Sur. Arrastro mi maleta hacia la puerta
y pierdo de vista a la joven del teléfono. Durante unos minutos no dejo de
pensar en su gesto, el tono y la intención de su conversación… Y sobre todo, lo
del Ingeniero de Minas… ¡Santo cielo! En el 2013 y todavía esperamos al
príncipe azul, eso sí, sin caballo ni
corona. Los de ahora llevan casco protector y título de ingeniería, que es lo
que más mola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario