martes, enero 31

Más que un exilio

Me parte el corazón.  La observo en silencio. Sus hermosísimos ojos negros, perfilados con tonos oscuros que los resaltan aún más. Un bello rostro que cambia de expresión por instantes. La escucho y siento su dolor como si fuera mío. A medida que se adentra en los detalles más delicados de su andadura vital, el volumen de su voz se apaga, se hace apenas perceptible al oído. Es como si no quisiera escucharse a sí misma. Demasiado sufrimiento para una mujer de tan pocos años.  Duelen sus palabras llenas de resentimiento, como de persona adulta, castigada por el tiempo, el desamor, la decepción, la desesperanza…  Parece acumular en sus miradas la tristeza  de un pueblo  antiguo,  que tiene un pasado glorioso y una vastísima  cultura. Persia es para ella el origen y el sueño de algo que quizás nunca conocerá y que identifica con la luz y la libertad que anhela.
Salió del infierno iraní porque se sentía asfixiada, oprimida, sin posibilidades de expandir su espíritu artístico, su expresividad natural que busca un cauce en el baile flamenco. Pero ese exilio abrió una tremenda brecha  en su corazón. Adiós a la familia, a los amigos, al paisaje natural y humano conocido y del que ya no espera nada.  Es como una gran muerte. Más que eso:  un terrible abandono, que la ha dejado huérfana y sin lazos afectivos donde agarrarse.
Obstinada, se empeña en conseguir su sueño, enfrentándose a todo cuanto se interponga en el camino, desoyendo las voces de la experiencia, pasando frío,  miedo, quizás hambre… ¡Ah, Nasif! Cómo me conmueven  tus medias palabras; tus reflexiones de vieja prematura, tus excusas… No soportas sentirte obligada, por eso te cuesta recibir ayuda y prefieres seguir sobreviviendo. Como tantos románticos, anhelas amores turbulentos;  de esos que en un abrazo consiguen que pierdas la cabeza y la dignidad.  Ojalá lo consigas, ojalá ese empeño ciego por alcanzar un sueño no te cause más dolor del que eres capaz de soportar.                

miércoles, enero 25

Los cantantes italianos: maravillosos

Vuelve la banda sonora de mi vida. El sábado, volviendo de la playa, donde tenemos costumbre de acercarnos para caminar, escuché a este cantante italiano de los años sesenta, por cierto, todavía en activo: Gino Paoli. La radio de Pepa, los fines de semana nos ofrece estas joyas en el espacio del doctor Pardo, y yo me lo paso "pipa", mientras desayuno o camino al lado del mar.


Me encantó acompañarle con mi voz en esta hermosísima canción que tiene el sabor de la música italiana de siempre. ¡Caramba, pensé, todavía me acuerdo de la letra! Y ya aprovecho para añadir este "Il mondo" de Jimmy Fontana.  ¡Fantástica! Hay que escucharlas con volumen suficiente. Sólo me falta poner algo de una de mis cantantes queridas de esa época: Rita Pavone. Pero eso lo dejo para otro momento.

martes, enero 24

Volver a Ronda... siempre un placer para los sentidos

  Mañana invernal en Ronda
                                                            

El tópico se cumple

Religiosidad del sur

Apenas me surgen palabras para comentar este mosaico. Lo encontré en una de mis ciudades preferidas: Ronda. Después de vivir en Jerez casi nada me sorprende. Esta religiosidad dolorosa, sangrante, sacrifical... forma parte de la cultura más sureña; la misma que rie, canta y sabe disfrutar de las pequeñas cosas. Una contradicción que soy incapaz de explicar.    

Ojalá... ojalá...



 
Ojalá seamos dignos de la desesperada esperanza.
Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano.
Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.
Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.
Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.
Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo.

Eduardo Galeano

miércoles, enero 18

Hasta San Antón... Pascuas son

Hasta San Antón,  Pascuas son ”.  Así sentenciaban  los viejos cuando, un poco tardíos, visitaban a sus vecinos o familiares con intención de felicitarles por esta fiesta, que se inicia el 24 de diciembre con la Noche Buena. Hasta entonces, incluso hasta la Candelaria, a primero de febrero, las familias se reunían y se deseaban salud y suerte para el año que empezaba.  Y es que no siempre era fácil dejar las obligaciones de la recogida de la cosecha de aceituna para permitirse un rato de aguilandos, mantecaos, anís y risas. A mitad  de enero ya era otra cosa. Si el tiempo había sido propicio, la aceituna estaba recogida y la noche de las lumbres era como el cierre de un ciclo. 
Autor: RAFA QUESADA

 Me quedan pocos recuerdos de esa noche: la noche de San Antón. Pero sí me viene a la memoria la importancia que se daba a la destreza de los muchachos para saltar las lumbres. Con la cañas que agarraban de la ribera del río Cuadros, especialmente las que le compraban a Tirita, se preparaban un punto de apoyo, cogían impulso y, de un salto, lograban atravesar la gran fogata. Era ésta una gesta que, imagino, reforzaba la masculinidad frente a las miradas más o menos pasmadas de las jóvenes de la vecindad.  
Joaquín el de la Bernabela, a la izquierda, saltando una de las lumbres. El de la derecha es el hijo del Mercenario
 Así que San Antón era el momento para quemar un tiempo que se acababa, y decir adiós a lo viejo. Las fiestas del fuego tienen ese significado en nuestra cultura popular.
Las familias más cercanas se reunían en alguna plaza, o en lugares donde las calles se ensanchaban y cada cual aportaba la leña que podía. Se ponían, sobre todo las ramas finas de los olivos, tamarillas de ramón, como le dicen en Jaén. Pero para conseguir que la lumbre aguantara, también se ponían troncos más o menos grandes. No había mucho más para quemar, porque eso de que lo viejo de la casa se echa al fuego en estas ocasiones, es un decir. En aquellos tiempos la gente no se permitía tirar nada. Recuerdo que la lumbre más cercana a mi casa, en la Carrera Alta,  se hacía delante mismo del horno de Mª Dolores y Cristóbal, aprovechando el espacio al final de un callejón que llevaba a la casa de Josico "chaquetas",  un viejo al que yo conocí siempre  solo, a pesar de que tenía familia.
Maria Dolores y Cristóbal, en su horno
Todos, de una u otra forma, participaban en la organización de la noche festiva: unos acaparaban la leña que podían; otros se ocupaban de amontonarla de la forma más adecuada para conseguir la hoguera más vistosa y más difícil de saltar por los mozos. Y ¡cómo no…! se decía que había que participar en la fiesta, vaya, que había que ofrecer un sacrificio al santo, protector de los animales. Si no, se corría el riesgo de que éstos enfermaran y murieran. Así rezaba la tradición y casi todos creían en ella. 
Recuerdo muy bien las enormes calabazas que servían de cena esa noche. Las mujeres se encargaban de  llevarlas a asar,  y a media noche estaban listas para comérselas;  dulcísimas, con aquel color naranja extraordinario y el aroma que desprendían, después de pasar por el horno  de leña.
Desconozco la razón de esta costumbre culinaria, pero lo más probable es que hubiera un excedente de producción “calabacera”.  En una economía de subsistencia, es la única explicación. ¡Ah! También se usaba el maíz seco y preparaban unas enormes fuentes de palomitas… bueno, a decir verdad, nosotros siempre hemos llamado flores  a ese rico y humilde manjar, que, por supuesto, se hacían en el fuego a tierra, en una sartén sobre las estrébedes.
Sartén de flores
 El último San Antón que recuerdo, tal vez en el año 1964... No he olvidado nunca a aquel niño, Esteban, que ya tendría dos años, porque era capaz de marcarse un Twist, con la única música de la que disponíamos: mi voz. 
Esteban, sentado delante del horno de sus padres
Es una imagen que, por lo que sea, ha quedado en mi retina y en mi corazón: en el portal de la panadería, en medio de todo el personal, ni corto ni perezoso, el chiquillo nos deleitó con su gracia. No sé por qué, pero me temo que la maestra en esas artes fui yo misma. Quizás eso explica la permanencia del recuerdo, a pesar de los años… ¡Santo cielo, ¿dónde habrá ido esa maravillosa y sencilla inocencia?     

NOTA:  Como no he tenido tiempo de escribir nada este año, comparto esta entrada, aunque con fotos añadidas.

miércoles, enero 11

Pintores que enamoran

En la semana que he pasado en Barcelona, tuve la oportunidad de visitar una exposición en Caixa Forum sobre pintores Impresionistas. Quiero compartir con vosotr@s dos de los cuadros que me dejaron embelesada: Palco en el teatro y Marie-Thérèse Durand-Ruel cousant. Las dos de mi pintor favorito: Renoir.
Sólo mirando estos dos cuadros te podrías pasar media vida. Una belleza. Ayer mismo, leyendo una novela, (Los ojos amarillos de los cocodrilos) uno de sus adolescentes protagonistas,  desinteresado totalmente por el arte, decía, refiriéndose a este pintor una frase que me pareció genial: "A mi me gustan las chavalas. Son acogedoras y parecen buenas y felices de estar vivas" Y es que el muchacho se dejaba llevar únicamente por las sensaciones que le producían las imágenes femeninas, sin pasarlas por el intelecto. Y es verdad. Mirando estos dos cuadros le doy la razón.
Claro que son mucho más impresionantes colgados en una pared, tal y como son en la realidad. Espero que los disfrutéis e investigueis, si os apetece.
Palco en el teatro


Marie-Thérèse Durand-Ruel cousant

sábado, enero 7

Henri Cartier-Bresson

Henri CARTIER-BRESSON, (1908-2004) Nació en Chanteloup, Seine et Marne, Francia.

Pertenecía a una familia de la alta burguesía que le inculcó el gusto por el Arte, a sus padres sólo les interesaba la pintura, por este motivo fue educado en el Lycée Condorcet de París. En 1931 después de una larga enfermedad se intereso por la fotografía. La primera Leica la obtuvo en el 1933, con la que conseguía fotografiar al sujeto de una forma discreta sin distraerlo. Su primera exposición la inauguró en 1932 en la Galería Julien Levy de Nueva York, además ese mismo año publicó también su primer reportaje en la revista Vu.
Hablando de su técnica jamás recorta los negativos, se positivan completos, sin encuadrar ni cortar nada. Es un fotógrafo que sabe componer con rigor, observando los gestos, las yuxtaposiciones de elementos y dispara en el breve instante en que todo ello crea un conjunto significativo, lo que él define como el momento decisivo. En 1937 empezó a trabajar para varias revistas y periódicos como reportero gráfico. Fue llamado a filas en 1940, para la Unidad de cine y fotografía del ejército francés, durante la II Guerra Mundial le detuvieron los alemanes durante 35 meses. Después de tres intentos escapó de la prisión de Wuttemberg dirigiéndose a París, allí trabajó para la Resistencia en 1943.
Organizó la filmación y fotografió la Ocupación y la Liberación de París. En 1945 dirigió, para la oficina de información bélica de Estado Unidos, el documental Le retour (El retorno). Volvió a Estados Unidos en 1946, donde conoció y fotografió a numerosos escritores y artistas como William Faulkner, Alfred Stieglitz o Saul Steinberg. Durante veinte años se recorrió todo el mundo y fue considerado uno de los reporteros más importantes de su época. Cartier documentó actos tan importantes como el funeral de Gandhi, la Guerra Civil en China, entre otros... Su primer libro fue publicado en 1952 titulado Images à la Sauvette. En 1955, por invitación expresa del Museo de Louvre de París, fue el primer fotógrafo que expuso su obra allí. Abandonó Mágnum en 1966 volviendo al dibujo y la pintura, aunque siguió con la fotografía. Para él "La fotografía es, en un mismo instante, el reconocimiento simultáneo de la significación de un hecho y de la organización rigurosa de las formas, percibidas visualmente, que expresan y significan ese hecho". Muere a los 95 años de edad. el día 3 de Agosto del 2004 Marsella-Francia.

Un fotógrafo comprometido con su tiempo

Creo que todos sabéis que una de mis aficiones es la fotografía. Así que he decidido compartir con vosotros las biografías y las fotos de artistas de esta disciplica. Hoy le toca a Henri Cartier-Bresson, uno de los importantes del siglo XX.





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jueves, enero 5

Ya casi nada es igual...

Ya casi nada es igual. Han desaparecido los rincones donde nos refugiábamos del rigor del invierno y éramos capaces de pasar la tarde con un café con leche; pero eso sí, charlando hasta por los codos, riendo y filosofando. Ya no existe El Rincón del César, aquel bareto, justo donde terminaba la calle Esteban Grau, testigo de momentos inolvidables. Fina, mi prima Marina, la pequeña del grupo, Virginia, una morena muy guapa, que había vivido en París y ahora formaba parte del grupo. Y los chicos: Antonio y mi hermano eran los que no fallaban.  
No queda rastro de El Quijote, la discoteca que a mi se me antojaba la más elegante de la zona, aunque apenas recuerdo nada de su interior. Y aquella otra: Gogó, cerca de la casa de Virginia, mucho más moderna y minifaldera. De esa me quedan algunas imágenes y aquellas conversaciones tan trascendentes con que nos hacíamos los interesantes, en los escasos momentos en que sonaba una lenta. Y qué decir de los cines: el Navarra, el Florida y el Rívoli. ¡Parece mentira! A menos de un cuarto de hora de nuestra casa tres grandes salas con doble proyección, donde pasábamos las largas tardes de domingo, viendo películas clásicas, casi siempre muy serias y dramáticas, que era lo que más nos gustaba. Todavía recuerdo una de las que más nos impactó, protagonizada por Kil Douglas y Deborah Kerr: El compromiso.
En el cine Navarra se hacían conciertos y era fácil conocer en persona a los cantantes famosos de la época. Allí asistí a una actuación de Toni Ronald y bailé como una loca al ritmo de sus canciones.
Ahora hemos tenido que adivinar exactamente dónde estaban esas salas, porque los bloques de pisos y las cajas de ahorros, han arrasado con todo. Nos ha costado incluso reconocer aquel bar, debajo mismo de mi casa, donde los chicos del grupo se reunían, y donde se forjaron relaciones importantes. Ha cambiado el nombre, pero también sus clientes. Ahora los jóvenes y menos jóvenes que se congregan en el local, han llegado de otros continentes y aunque hablen castellano, la musiquilla de su lengua suena de un modo diferente.
Sus voces y sus rostros morenos, nos han obligado a volver la mirada a nuestra llegada al barrio, por los años sesenta. ¿Recuerdas…? Teníamos las mismas esperanzas; y era fácil, porque había un largo camino por descubrir. Pero también sufríamos la misma extrañeza, el mismo desconocimiento, parecidos prejuicios entre los vecinos de toda la vida, y los nuevos, venidos de toda España, especialmente del sur. 

Parte del grupo de amigos

Los amigos de entonces en un día de piscina

Una tarde de domingo en casa de Virginia

Éramos demasiado jóvenes para preocuparnos de cómo nos veían los demás, pero el libro que acabo de leer: "Els castellans", escrito por Jordi Punti, ha aclarado mi sospecha de aquellos días: para los nativos, los inmigrantes del resto de España éramos diferentes, y lo seríamos durante mucho tiempo, al menos hasta que los matrimonios mixtos rompieran esas falsas ideas, miedos y distancias entre unos y otros… “Nosotros” y los “otros”, siempre lo mismo, pero con distintos protagonistas. 
En El Tibidabo año 1969

Pero claro, nos empeñamos,  nos resistimos a creer que también un día nosotros tuvimos necesidades, nos vimos obligados a dejar nuestra tierra para buscar un lugar donde poder ganarnos la vida y progresar, no sólo económicamente. Nuestros padres deseaban para nosotros sobre todo oportunidades para trabajar, pero también para estudiar y desarrollarnos como personas. Y llegamos en el momento oportuno, en una época que dudo se vuelva a dar. No teníamos nada, pero éramos jóvenes y había trabajo, mucho trabajo.  Fíjate ahora, quizás porque tenemos mucho que perder es por lo que nos sentimos tan invadidos y asustados.    
Y nos enfrascamos en una conversación que nos lleva a lo de siempre, mientras paseamos por la Avenida Miraflores, hasta la iglesia de La Florida, que no ha cambiado nada. Incluso el Centro Parroquial se sigue usando, aunque ha perdido el nombre y ahora lo ocupan grupos de jóvenes anarquistas. No me resisto a pasar por la calle donde vivía mi amiga Mª Rosa y Mª Ángeles, una chica algo más joven que nosotros, que un día se añadió al grupo. Nos conocimos en la academia donde íbamos a estudiar francés y nos hicimos amigas. A ella, como a nosotros, le gustaba la poesía y era encantadoramente sonriente. Un día la perdimos de vista... como a tantos otros que los años han alejado de nuestra vida, pero siguen en el recuerdo. 
Iglesia de La Florida en la actualidad

Allí, justo donde estaba el mercado, se ha abierto una avenida, y los viejos tienen un lugar agradable para tomar el sol y charlar. Por cierto, que pongo el oído..., simple curiosidad… Se sigue hablando en andaluz. Tantos años y no se ha perdido el acento. ¡Es asombroso! He pensado cuántas cosas podrían explicar estos jubilados. Muchos de ellos, como mi propia familia, seguro que estuvieron realquilados durante algún tiempo, hasta que dispusieron de ahorros para la compra de una vivienda de no más de sesenta metros. Te explico por enésima vez cómo vivíamos en el barrio de Horta en el año sesenta y siete. Vuelvo sobre el tema porque yo sí tengo memoria y ojalá que no la pierda nunca. Vaya, que hablo de mi experiencia, y no de lo que se oye por ahí.
Allí vivíamos dos familias de cinco y siete personas respectivamente. Luego se añadieron un tio mío, y dos jóvenes paisanos que llegaron a buscar trabajo y se quedaron. Total, unas catorce o quince personas, entre adultos y niños. El piso era grande, cinco habitaciones, cocina y baño, pero claro, teníamos que compartir habitación, por supuesto, sin apenas intimidad y el uso de los servicios, podrás suponer...  
Bloque donde vivimos un año en el barrio de Horta

Me imagino lo que debían pensar los vecinos sobre aquella troupe. Lo mismo que ahora, cuando la gente se queja de que en el piso de arriba hay por lo menos diez o doce personas. Algunos se echan las manos a la cabeza, como si fuera un fenómeno curioso y completamente inusual, y es que, ya te digo, la memoria es débil.
Por supuesto, como puedes suponer, vivir en aquella situación de estrechez no suponía que fuéramos depravados, pervertidos, o ladrones. De ninguna manera. Hacíamos una vida de lo más sobrio y decente: nos levantábamos a las seis de la mañana y salíamos a trabajar todos. Mi hermano y yo llegábamos casi las cuatro de la tarde, y éramos unos privilegiados, porque otros, sobre todo los hombres, volvían a la hora de la cena, agotados y con ganas de irse a dormir, cosa que hacíamos tempranísimo, porque en el año 67 no tenía tele casi nadie. Me pregunto qué harían los nuevos vecinos si no dispusieran, como nos pasaba a nosotros, de aparatos de música, ni de televisión. Seguramente irse a descansar temprano para volver al trabajo al día siguiente, o a buscarlo, si lo han perdido, como ocurre en este momento, que no deben estar para muchas fiestas… digo yo, vamos.

martes, enero 3

Sugerencias y consejos para ser más felices

Este precioso video se  lo debo a mi amiga Mª Antonia. Amiga: admiro tu positividad y que a pesar de todo sigas en la brecha, animando a los demás a tomarse las cosas con ese ánimo que te caracteriza. Salud, salud y salud. Es lo que te deseo para este año.

domingo, enero 1

Los miedos que nos invaden


Mi querida Ángeles: ¡Cuánto tiempo sin hablar contigo! Seguro que me has echado de menos, y espero que no me lo tengas en cuenta. Por aquí, como siempre, andamos un poco liados y a mí, concretamente, el tiempo se me escapa… Y la verdad es que no tengo tantas cosas totalmente obligatorias, pero mi naturaleza, ya sabes, es un poco curiosa y dispersa, así que cuando me he querido dar cuenta… ¡plaf! Que se me ha pasado el año 2011.
Imagen de la Ciudad Condal
Después de unos días de Navidad en Barcelona, vuelvo a la vida sencilla, a mi casa del sur, lejos de esa horrible sensación de estar en peligro, de que al menor descuido puedes ser atracado, atacado, o tal vez algo peor. No te puedes imaginar en lo que se están convirtiendo las grandes ciudades. Por ejemplo, los altavoces del metro advierten continuamente a los viajeros sobre las normas de seguridad, con mensajes más o menos de este estilo: “Para su seguridad le informamos que tenemos cámaras instaladas en los pasillos y andenes”, o también algo así como… “Tengan cuidado con bolsos, los carteristas tienen habilidades que usted desconoce”. Total, que la sensación que tienes es de que estás rodeada de delincuentes, aunque, eso sí, las autoridades cuidan de tu seguridad con cámaras que te graban, con vigilantes, ayudados de enormes perros, dispuestos a atacar, si es necesario, y en fin, que a pesar de todo, no pasa nada, porque todo está controlado... o eso es lo que pretenden hacernos creer, mientras me pregunto quién vigila al vigilante...  
carteristas en el metro
policia en el metro
Sí, querida amiga, he encontrado la ciudad algo diferente, y quizás por ello me he fijado en detalles que antes me pasaban desapercibidos: las caras largas de los dependientes de El Corte Inglés, como si te estuvieran haciendo un favor, la actitud cansada y triste de la gente que vuelve a casa después de la dura jornada…, o el gesto huraño y maleducado de un hombre, delante de mi cámara, que sólo trataba de captar el cambio que se ha producido en los barrios. Se debió sentir vigilado, o qué sé yo… ¡Qué paranoia!  La gran urbe, la metrópoli multicultural y superpoblada y llena de miedos, no siempre justificados, pero eficaces, muy eficaces para quienes nos gobiernan y nos cuidan. Aquí vendría bien eso de... "No me quieras tanto..." Lo de los controles del aeropuerto no me cabe en esta carta, que quiero que sea liviana, pa no cansar al personal. Otro día te hablaré de esos momentos antológicos en los que la gente se desprende de cinturones, relojes, medallas de la virgen, botas... Ya te digo, que hay que ir preparados, como antiguamente, cuando las madres decían que había que cambiarse de bragas por si te pasaba algo y te tenían que llevar al médico.  
Plaza de Jerez
Por eso, antes de que se me contagie el histerismo y la paranoia colectiva, me voy pa´l sur; me piro, estoy loca por llegar a mi casita de Jerez. Aquí, si algo sobra, es la sonrisa. Porque, a pesar de todo, parece que la gente por estos lares, es fiel al tradicional refran: "al mal tiempo buena cara"   

 Deséame un buen año, querida, que no puedes imaginar la que tenemos liada por aquí. Ya te contaré.

Prometo escribir más a menudo y te mando un abrazo.

Teresa