domingo, julio 18

Tienes un E-mail...

 Un día del mes de mayo se coló entre mis correos. El asunto me sorprendió porque no recordaba esa especie de mote o apelativo con que se conoce a la gente de mi pueblo:   “los Panciverdes” y era así como se anunciaba ella. Las primeras líneas del e-mail no me aclaraban demasiado, pero en el segundo párrafo supe de quien se trataba. Y lo más curioso de todo, la emoción dio paso a un chorro de lágrimas que resbalaban por mis mejillas, sin que hiciera nada por evitarlo… ¿para qué…? Por algo sería, digo yo. Si era eso lo que me provocaba este encuentro en las redes algún sentido debía de tener.   
Querida Ángeles, quería compartir contigo esta hermosa historia, tan real como la que tu y yo tuvimos hace casi veinticinco años, cuando, sin saber muy bien por qué alguna de nosotras, no sé si fuiste tú o yo, se atrevió a escribir unas letras y enviarlas a esa mujer desconocida, pero a la que nos apetecía conocer.
Esta vez no ha habido por medio bolígrafo ni papel; sólo las teclas del ordenador. En unos minutos, ese correo, escrito con cierta ansiedad y muchas ganas de contacto humano, llegó a mi casa. Sentada en la mesa de mi despacho no acertaba a comprender qué me estaba emocionando tanto. ¿Sería la alegría de reencontrarme de nuevo con la infancia…? ¿Tal vez esa alusión a las madres ya desaparecidas y de las que ella recordaba momentos mágicos…? ¿Quizás las palabras de halago a mi persona…? No sé… no sé… Puede ser que todo junto, pero no olvidaré fácilmente ese momento en el que dos chiquillas de diez o doce años vuelven a encontrarse a través de este mundo prodigioso de internet, pero con unos años más a la espalda y en el alma. Te cuento:
Vamos a suponer que se llama Anita, al fin y al cabo lo del nombre no importa, porque nunca la conociste ni la conocerás. Sigo. Anita era una niña de mi misma edad, unos meses menos creo que tenía, pero vaya, ya tenemos unos añitos. Ella vivía en la calle Llana, en una zona del pueblo que a mí me pillaba un poco alejada. Mi calle se llamaba Carrera alta y estaba, como su propio nombre indica, en lo más alto del pueblo, debajo mismo de la gran mole de piedra caliza que corona la población; como un gran muro que parece hacer de frontera, separándonos de los vecinos con quienes siempre hemos mantenido una relación ambigua: entre el afecto y la necesidad por un lado, y esas pequeñas e históricas luchas por quienes son los mejores, que suelen tener casi todos los vecinos.
Pues como te decía… Anita y yo no vivíamos cerca, pero coincidimos en la escuela de doña Mercedes, aquella maestra tan cariñosa que ambas reconocemos como una de las personas que más nos ha influido. De todos modos, en nuestro cruce de e-mails estamos intentando hacer coincidir las fechas, las personas, las anécdotas… y la verdad es que no está tan clara esa coincidencia en la misma clase. Lo cierto es que aquellas dos niñas se encontraron en distintos escenarios porque tenían un alma inquieta y soñaban con una vida diferente. No éramos desgraciadas, ni mucho menos, pero se nos quedaba chico aquello. Sobre todo queríamos saber, necesitábamos ventanas que nos permitieran ver otros mundos, y los libros nos servían de atalaya desde donde asomarnos a eso que nosotras vislumbrábamos, sin tener muy claro de qué se trataba.
 Mirando una foto grupal, en la que aparecemos en un baile, allá por el año sesenta y cinco, más o menos, su sonrisa lo llena todo, claro que yo había olvidado ese detalle de ella, que ahora me parece lo más significativo de su personalidad.
He recordado lo que se decía por entonces de las niñas que destacaban y Anita era una de ellas. Eran niñas muy listas. Curiosamente la palabra inteligencia no se solía usar, pero la gente quería decir eso, cuando aplicaban lo de lista: que eran inteligentes, que aprendían pronto, que eran aplicadas y muy voluntariosas. Me ha dado por mirar sinónimos y veo que listeza alude más a chispa, agudeza, intuición, perspicacia, picardía… Pues qué quieres que te diga Ángeles, que me gustan los dos significados. Quizás en el vocabulario popular se usaba el término englobando aspectos intelectuales y psicológicos, muy completo, ¿no…? Bueno, a lo que iba. Anita tuvo suerte. Hubo personas que convencieron a sus padres de que la niña prometía y que había posibilidades de obtener una beca y mandarla a estudiar a la capital. Recuerdo que eran de las primeras convocatorias de ayudas al estudio, que se hicieron en este país, porque mi hermano también consiguió una. Algunos de los niños y niñas más brillantes del pueblo iniciaron ese camino y fue muy comentado:

• “A la hija de fulanita o de fulanito le han dado una beca, es que la niña es muy lista…”
De pronto, Anita, como otras niñas de mi escuela, desaparecieron del aula y las veía volver cuando se acercaba la Semana Santa, o la Navidad, y por supuesto en el verano.

Amiga mía, para mí eso no fue fácil. Porque debes saber que yo también estaba entre esas niñas listas de las que la gente hablaba, pero la suerte no me acompañó en ese momento. Claro que, en aquel tiempo nos enseñaron que la vida era así y que hay que aceptar las cosas como vienen. Envidiaba, por qué no decirlo, esa otra vida que adivinaba interesantísima, lejos del control familiar, en unas aulas en las que se aprendían muchas cosas, conociendo a otras niñas que a mí se me antojaban más guapas que las del pueblo… Seguramente eran fantasías mías, pero durante mucho tiempo el sueño de que alguna vez me tocaría a mí estuvo vivo.
Anita y otras muchas chiquillas con las que había compartido correrías y experiencias, que ahora recupero a través de los e-mails que me llegan, acabaron sus estudios y muy jóvenes empezaron a ejercer como maestras. Mientras tanto, la emigración nos llevó a muchas otras a Madrid, Navarra o Barcelona. Y perdimos el contacto. La distancia fue creando un abismo entre tantas niñas, que ya se habían hecho adultas, que tomaron caminos muy diferentes, crearon sus propias familias y olvidaron aquellos días de invierno, cuando, con los pies y las manos helados, acudían a la escuela de la calle Jiménez, o hacían teatrillos en los corrales, y trataban de imitar a las estrellas del momento…

Pues sí, amiga mía. Anita me ha devuelto todo ese mundo; incluso diría yo que está siendo mi memoria en algunos detalles ya olvidados. Pero lo más importante, lo que me ha hecho escribirte y compartir contigo esta historia, es que me está descubriendo una persona nueva. Afortunadamente, todas hemos crecido, vamos… más que crecer han ensanchado en muchos sentidos, incluso en el físico, para qué nos vamos a engañar… Ahora en serio. Mi nueva amiga es una mujer que ha vivido mucho, que ha sufrido y ha amado; que ha pasado por circunstancias adversas, momentos muy duros para cualquier persona. Sin embargo, ella, como chica lista que era ya desde niña, y aunando esos dos aspectos de la inteligencia de la que antes te he hablado, ha sabido, no sólo ser maestra en las aulas, sino maestra de vida. Ha salido a flote, ella y toda su familia; porque estoy segura de que su sonrisa y su fuerza la han convertido en el alma de la casa.
¡Qué más quieres que te cuente Ángeles! Creo que Anita ha sustituido aquellas larguísimas cartas tuyas, con sus extensísimos e interesantes e-mails, llenos de vida y de recuerdos… Y la vida sigue… llena de sorpresas…

El calor aprieta, a pesar de que son más de las siete de la tarde, pero así es el verano en el sur.

Hasta la próxima, te mando un abrazo cariñoso

TERESA

      Las amigas.  

2 comentarios:

  1. Teresa he vuelto a releer tu carta a Mª Ängeles, ahora que puedo hacerlo de forma reposada.He vuelto a sentir mariposas en el estómago,me ha encantado la foto de las dos niñas abrazadas; así me sentía yo hoy contigo, al releer tu entrada.Porque soy Anita, esa niña que un día te descubrió como valiente pero sencilla escritora , paseando por la red; bueno, pongamos que soy Juanita, esa niña, que ahora peina algunas canas, pero que guarda aún alma un poco cándida.Gracias amiga. Un abrazo de Anita,digo...Juanita

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  2. Ja ja ja ja. Me encanta, querida Anita-Juanita, que te sientas así al leer este relato, que a mi me resultó tan emocionante escribir.

    Un beso

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