miércoles, febrero 3

El teatro como crítica social y placer estético

Tenía razón Pepa Fernández, conductora del programa de Radio 1 los fines de semana "No es un día cualquiera". Después de asistir a la representación de Urtain ya no eres la misma persona que entró en la sala de teatro. Hace como una semana, la periodista, entrevistó a un actor cuyo nombre ni siquiera me sonaba: Roberto Álamo, protagonista principal de una obra que deja huella en el espectador. Fue una de esas entrevistas que tiene Pepa con personajes interesantes del mundo de la cultura; conversaciones casi intimistas, a través de las cuales conecta al escuchante con la persona invitada. A mí, desde luego, me quedó muchísima gana de conocer a Roberto, de verle actuar y comprobar en primera persona lo extraordinario de su talento; su gran capacidad para la interpretación; las dotes tremendas con las que hace llegar al público una historia tan dramática como la del Boxeador Urtáin.    
Se trata de una reflexión muy seria sobre la fama, los ídolos de barro, la hipocresía, la violencia, pero también sobre la inocencia de ciertos personajes creados por los medios de comunicación, cuyas vidas acaban en un escaparate, donde cualquiera puede escudriñar y, sobre todo, de las que muchos sacan provecho.
La obra empieza con el suicidio del boxeador, tres o cuatro días antes de las Olimpiadas de Barcelona, en el año 1992. Una escena impresionante, que Roberto recrea de forma magistral. El escenario casi desnudo: un cuadrilátero sirve al grupo de actores (Compañía Animalario) para ir narrando desde el presente al pasado, las peripecias de un hombre sencillo que salió un día de su aldea Vasca, sin hablar siquiera el castellano. Urtain se instaló en la capital del reino, donde se convirtió en uno de los "héroes" de la época, junto con Pedro Carrasco y otros deportistas y artistas, que en los años setenta llenaban las salas,  las páginas de los diarios y los noticiarios.
Pero como tantos otros, este hombre no estaba preparado para todo eso y su fama lo llevó al desastre. Se rodeó de aduladores, de profesionales que se alimentan de la carroña que ellos mismos producen, y se creyó su propio personaje. La mentira no sólo era de los otros, sino que él mismo iba creyéndosela y acabó desarrollando una gran paranoia, agravada por su afición a la bebida. Urtain se destruyó a sí mismo, porque tenía muy poco seso, desde luego. Fue víctima de sí mismo, pero en la obra queda muy clara la responsabilidad de toda la sociedad de su tiempo; en primer lugar de su propio padre, del que recibió únicamente violencia. Sólo por la escena en la que su progenitor muere de la forma más estúpida, absurda, violenta, salvaje... vale la pena ver la obra; además de que explica el porqué de las actitudes y la trayectoria del boxeador.
Todos los actores están bien, pero, como digo, el protagonista te deja helada la sangre. Su voz, sus gestos, su físico, su capacidad de concentración y de profundizar en el dolor humano son impresionantes. Asombra que pueda realizar cada tarde ese ejercicio dramático, en el que se entrega completamente.
Buscando información sobre Roberto,  en internet,  he encontrado este comentario de un periodista que fue al teatro a hacerle una entrevista: "Lo que define a su personaje es precisamente la fragilidad". (...) él no se dedica al teatro por dinero, sino por dar y recibir emociones con los espectadores. Entregar parte de sí mismo para luego recibirlo en forma de aplausos y algún abrazo. Y mejor en el teatro, donde vive con más libertad y donde puede decir lo que quiera. Siempre buscando los contrastes, la dureza y la dulzura, la ternura y la violencia, pero siempre dejando ver un resquicio de sí mismo y de la realidad que le rodea y a la que mira de frente"
Cuando, finalizada la última escena, se apagó la luz en la sala, la gente parecía no atreverse ni a aplaudir. Estábamos tan impresionados por lo que allí se representaba, que la reacción fue algo tardía. Yo estaba muy cerca de los actores, mientras saludaban,  y a punto estuve de echarme a llorar... tal era mi estado emocional. En estos momentos me pasa como cuando me gusta mucho una novela. Me encantaría poder hablar con su autor y transmitirle lo que me ha hecho sentir; lo que he aprendido sobre mí y sobre la vida, a través de eso que algunos llaman obra de arte.
Y como este gran actor, además es poeta, os transcribo uno de sus poemas, que he encontrado en Internet                
Soy un árbol
Paseaba por la playa; el sol colgaba de los brazos de los niños,
las dunas vestían sus faldas amarillas, la vida aullaba
entre los muslos de las olas.
De repente, cayó del cielo un violín triste golpeando mi copa con saña.
Sacando la voz de mi savia pregunté al instrumento su causa.
" Te he atacado porque lloro y no entiendo de lágrimas.
Soy el pasajero de los trenes solitarios
y me siento tan solo !!.
Desde este vagón en el que sueno
veo pasar la tortura y la ternura y el amor
pero siempre me detengo en esta última estación
que es la cabeza del poeta. "

Lloré, lloré solo y mucho,
y batiendo mis ramas mojadas planté mi sombra delgada
a la sombra de otra playa.
Las nubes eran gemidos de siete grandes orgasmos,
al otro lado del mundo se maquillaba un payaso.
Abrí el puño (apretado, siempre apretado)
y en la palma de mi mano encontré un niño agazapado
que con gesto vengativo me cantó :
" La sonrisa del absuelto a la alegría
y el silbido del deseo en tu cerebro
son materia que no debieras olvidar,
si lo hicieras,
la eternidad tornaría en recuerdo
y el pirata de los cuentos para adultos
taparía primero un ojo
para morir guiñando el otro. "

Paseaba por la playa con un niño en los oídos.
Entre un bikini y una lengua ví dos pieles que se amaban,
la luz de una vela,
la vela del barco que ondea en su llama.
Te vi a ti, mujer que me riegas,
luminosa en cada cama.



Si queréis escuchar esta preciosa entrevista...
http://www.rtve.es/mediateca/audios/20100116/entrevista-a-roberto-alamo-no-dia-cualquiera/670108.shtml

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