Nada sería igual sin aquel encuentro cuando apenas estaba amaneciendo, en un autobús y con el sueño todavía reflejado en nuestros rostros.
Nada sería
igual si hubiésemos saltado de la cama a la llamada del despertador. Cosa del azar,
supongo.
Nada sería
igual si no me hubieses preguntado por mi signo del zodiaco en aquel primer
guateque.
Nada sería
igual, si el Parque Guell hubiese sido un parque como todos.
Nada sería
igual si al día siguiente no me hubieses escrito aquel poema en el que hablabas
de mis ojos
Nada sería
igual si tu y yo no hubiésemos sido unos jóvenes tan endiabladamente
románticos.
Nada sería
igual sin los paseos por el Barrio Gótico y aquel anochecer frente al rompeolas
en que te lanzaste a tomar mi mano sin permiso.
Nada sería
igual si aquella tarde de invierno no te hubiese obligado a confesar tus
sentimientos.
Nada sería
igual si no hubiésemos guardado los besos para más adelante, a pesar de tu
ímpetu y mi curiosidad.
Nada sería
igual sin el descubrimiento de que el deseo que nos consumía, tenía una persona
y una dirección.
Nada sería
igual sin más de trescientos días de soledad: tú en la montaña, yo en casa,
esperando tu vuelta.
Nada sería
igual sin aquellas cartas diarias llenas de amor, de nostalgia y de deseos por
cumplir en un futuro juntos.
Nada sería
igual sin la ilusión que pusimos en llenar aquellas cuatro paredes que sería
nuestro primer hogar en la Meridiana.
Nada sería
igual sin la primera noche cuando, temblando, juntamos nuestros cuerpos y se
produjo el milagro.
Nada sería
igual sin los colores del otoño que acompañaron el viaje al Valle de Ordesa.
Nada sería
igual sin las mañanas de primavera y las tardes de verano, estrenando vida y
saboreando la felicidad de estar juntos.
Nada sería
igual sin la sorpresa que me dio mi vientre, empeñado en cobijar el fruto del
amor.
Nada sería
igual sin nuestro empeño en tener casa propia, donde criar a nuestro
hijo.
Nada sería
igual sin la alegría de traer una nueva vida y sin tantos momentos de miedo e
incertidumbre.
Nada sería
igual si no hubiera sentido siempre tu apoyo con un bebé entre los brazos,
siendo yo casi una niña.
Nada sería
igual sin el dolor de la pérdida de nuestra hija soñada y quedarnos con los
brazos vacíos.
Nada sería
igual si no hubieses creído en mi desde el principio y me hubieses empujado a
tomar nuevos caminos.
Nada sería
igual si nuestro hijo hubiese crecido sin la mano de su padre, mientras su
madre preparaba los exámenes.
Nada sería
igual sin mi empeño y tu apoyo hasta terminar los cinco años de universidad.
Nada sería
igual sin la furgoneta amarilla, que nos llevó a descubrir nuestra parte
aventurera.
Nada sería
igual sin la cámara de fotos que pusiste en mis manos para aprender a captar el
mundo.
Nada sería
igual sin que una nueva vida viniera a poner nuestros días del revés, después
de diez años.
Nada sería
igual sin tantos días de soledad, frio y miedo, estrenando nuevo hogar lejos
del bullicio de la ciudad.
Nada sería
igual sin aquel tiempo que lo cambió todo, para ti y para mi.
Nada sería
igual si no me hubiese atrevido a salir a conquistar el mundo, sin tener ni
idea de nada.
Nada sería
igual sin la curiosidad, el miedo, la inseguridad, y aquel cambio de vida que
nos alejó el uno del otro.
Nada será
igual sin las lágrimas derramadas, las noches de insomnio, los abrazos
desesperados.
Nada sería
igual sin la voluntad de olvido, sin un perdón quizás forzado, sin tratar de
enterrar el daño que te hice.
Nada sería
igual sin los años que tu y yo dedicamos a trabajar, sin abandonar nuestra
tarea de ser padres presentes.
Nada sería
igual porque eso que hoy llaman conciliación, no fue posible y nuestra vida se
convirtió en una lucha diaria para seguir queriéndonos, a pesar de todo.
Nada sería
igual sin la decisión de cambiar aquello que no nos hacía felices, buscando en
el sur añorado, un mayor bienestar y la alegría que habíamos perdido.
Nada sería
igual sin la esperanza que nos empujaba, que se convirtió en realidad con el
cambio de vida, cómodo, fructífero y saludable en Jerez.
Nada sería
igual sin tantos momentos hermosos en los que el amor físico nos ha colmado y
nos ha unido espiritualmente, tantos sacrificios con o sin recompensa. Y
también tantas etapas oscuras que han quedado amarradas en nuestra memoria,
provocando resentimiento, que el tiempo se encarga de convertir en el rostro
más duro y odioso de nosotros mismos.
Nada sería
igual, desde luego, para mí. No sé para ti. Si no te hubieras cruzado en mi
camino ese bendito día del autobús; no sé qué hubiera sido de mi vida. Pero
puedo intuirlo. Nunca, nunca habría descubierto mi auténtica valía y todo lo
que he experimentado en el camino que emprendí, gracias a que tuviste fe en mí
y has estado ahí siempre, a mi lado, creyendo más que yo misma en que podía
hacer aquello que me propusiera.
Es la mejor
celebración que puedo hacer después de 52 años. Recordar y recordarte que
somos todo eso luminoso que el tiempo se ha encargado de borrar, y toda la
sombra que oscurece el fulgor del inicio del amor. Todo forma parte de la vida
real. Somos el resultado de esa larga y rica experiencia juntos. Con sus luces
y sus sombras.
Y por todo eso, sé que nunca podré agradecer suficiente que
entraras en mi vida y me quisieras. Gracias, gracias. Te quiero.
Teresa
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