Todos conocemos la expresión “No me cuentes tu vida”,
aunque solemos emplearla para escaparnos de alguien que nos quiere aburrir con
un relato sin interés y cuatro anécdotas desprovistas de atractivo. Annie Ernaux lleva más de 40 años contándonos su vida en
una obra literaria que es cualquier cosa menos aburrida. Mucho antes de que se pusiera de moda lo que
ha venido en llamarse literatura del YO, esta escritora ya había publicado
alguno de esos libros a través de los cuales ahonda en su memoria para
acercarnos a la vida de la gente sencilla en un pueblo del noroeste de Francia.
Así es como ella lo explica:
“Mis libros se
basan en la memoria. Una memoria que es a la vez personal y social, porque pone
voz y rostro a las cosas cotidianas de
una época”
La autora octogenaria, tiene en su haber una veintena de libros en los que nos ha relatado las condiciones de vida en las que nació y creció, el ascenso social de sus padres, que pasaron de trabajar en una fábrica a regentar una tienda de comestibles y un pequeño café; la pérdida de su virginidad, su vida de colegiala en un liceo de niñas de mayor estatus social que el suyo; su matrimonio y maternidad, la enfermedad y muerte de su madre, la pasión amorosa, etc. etc.
Annie Ernaux se defiende de los que consideran que su obra es un desnudo integral narcisista y afirma que el uso del YO en su obra es impersonal; el modo que tiene de contar una época, una forma de vida, la que ella ha vivido, pero en la que pueden verse reflejadas muchísimas personas de su generación. “No soy el centro del mundo”, dice. Mi vida es muy normal, una más de tantas. La diferencia es que yo me he dedicado a contarla.Pero
hay formas y formas de contar. Eso es cierto. Y Annie Ernaux optó desde muy
pronto por un estilo, una forma de narrar que se ha venido en llamar
autosociobiografía. Y es que cada libro es una mezcla entre narración
biográfica personal y pormenores sobre las costumbres y las condiciones de vida
de las clases más pobres, que han sido silenciadas e invisibles en la
literatura burguesa.
Dos temáticas atraviesan toda su obra: Su clase
social de origen, y su conciencia de ser mujer. En el inicio de su carrera escribió ficción, pero la muerte de su padre
le hizo reflexionar sobre el estilo que debía elegir para hablar de él y de la
distancia que se había producido entre ambos a partir de la adolescencia. Y
así, de una forma consciente, decidió que el estilo tenía que ser distante,
llano, despojado de toda poesía. Nada de poesía, nada de metáforas ni sentimentalismo. La
escritura iba a ser llana, fáctica, despojada, distante. No hay ninguna poesía en la necesidad. Así lo dice
la autora.
"Siempre he querido escribir de forma áspera, sin poesía, para
proteger la precisión del relato, para mantener un complejo equilibrio entre la
idealización del pasado y la autocomplacencia por lo pobres que éramos".
El Lugar es aquí un término polisémico. Se refiere al hogar que ha compartido con sus
padres, a la localidad dónde han vivido juntos, pero sobre
todo a la posición social que compartió con ellos en la niñez, la vida de sus abuelos, trabajadores del campo, analfabetos
y muy pobres. Ese lugar es central en toda su obra, porque siempre vuelve a él
para poder explicarse a sí misma el porqué de sus sentimientos y de su vergüenza.
El Lugar es un libro que la autora necesitó
escribir; una especie de deuda que necesitaba pagar a su padre, que tanto había
trabajado para que ella pudiera salir de la pobreza.
“Quería hablar, escribir sobre mi padre,
sobre su vida, y esa distancia que surgió entre él y yo durante mi
adolescencia. Una distancia de clase, pero especial, que no tenía nombre. Como
el amor dividido
Según cuenta la autora, le causaba mucho
malestar escribir desde la atalaya de la mujer intelectual transfuga sobre una vida humilde y esforzada como la de
esa gente con la que compartió los primeros años de su vida. Quería evitar la
compasión y también la idealización con la que algunos escritores revisten la
vida campesina y la infancia.
Por eso, cuando empiezas a leer El Lugar,
da la impresión de estar ante un trabajo etnográfico o sociológico, en el que
hay que suspender el juicio.
En el inicio del libro encontramos unas
páginas que son una auténtica joya Etnográfica. Describe con todo lujo de
detalles el entierro de su padre. Las costumbres que arraigan en las
comunidades pequeñas y que son de obligado cumplimiento. La muerte se
ritualiza, todo está previsto. Siempre hay quien lava y viste al fallecido,
quien prepara la comida para los dolientes. Es muy interesante la descripción
del duelo, los comentarios de los vecinos, los amigos sinceros, la hipocresía
de los compromisos. Incluso las peripecias de sacar al padre por la escalera
buscando la mejor forma, porque la estrechez de la vivienda impedía sacarlo
dentro del féretro… Y la conducta de su madre; una mujer pragmática, que no
actuó como ella esperaba, porque la tienda era lo primero.
A lo largo de la narración recuerda a un padre vivo, un padre joven y enérgico, pero no oculta su analfabetismo, sus formas toscas de comportarse socialmente, las veces que se sintió avergonzada por alguna de sus salidas fuera de lugar. Describe el mismo primitivismo en gestos y actitudes de la familia: abuelos, tíos, primos... Las vivencias de las dos generaciones parecen más medievales que acordes a su época: años 40 del siglo pasado. De esa familia campesina sólo sus padres lograron un cierto ascenso social, primero pasando del campo a la fábrica y finalmente como dueños de un negocio, una pequeña tienda de comestibles. En ese negocio trabajó la madre, una mujer enérgica que se levantaba al amanecer para abrir la tienda y no tenía un horario. Todo era poco para poder pagar los estudios de su única hija.
En El
lugar Annie rememora su propia infancia, esa ingenuidad y despreocupación
de los primeros años, que tuvo que sustituir más adelante por un esnobismo no
siempre fácil de mantener. El nuevo ambiente de una joven universitaria
implicaba nuevas experiencias, gustos distintos, diferente mentalidad, sentimiento de extrañeza, un lenguaje más cultivado y complejo, amistades y
amores de más alta extracción social, mayor seguridad en sí misma y
un larguísimo etcétera. Pero esta transformación supone tanto para ella como
para sus padres un conflicto interno. Sienten a un tiempo orgullo e
incomodidad, sentimientos que abren una fisura entre ellos, que ya fue
insalvable.
El éxito de este libro fue muy grande. A
partir de entonces, por decisión propia, muy consciente. Ya utilizó esa
escritura que algunos califican de fría, pero que yo considero valiente y llena
de verdad.
En los siguientes libros
seguimos encontrando, como en este, una mirada escrutadora, capaz de
diseccionar los hechos y transmitirlos de un modo objetivo, sin pasión. Para
ello utiliza un lenguaje, que es sencillo y directo, pero a la vez punzante, a
veces impúdico y crudo. Ernaux lo ha dicho muchas veces: “la escritura debe funcionar como un cuchillo”.
Así nos lleva de la mano
a experiencias que cualquiera de nosotros puede haber vivido, pero que ella
relata sin ahorrar detalles que pueden parecer desagradables o poco habituales
en la literatura que conocemos. Su primera y traumática relación sexual, un
aborto clandestino, su entrada en la vida matrimonial y la experiencia de la
maternidad, la enfermedad y muerte de su madre…
Por su forma
de escribir no alcanzó muchos partidarios en los primeros años. Especialmente
la élite literaria francesa la miró con cierta condescendencia. Parecían decir:
“Esta mujer está fuera de lugar” Y es que, ¿cuántas se han atrevido a
cuestionar que el matrimonio y la maternidad sean una trampa que consigue
congelar a ciertas mujeres? En La mujer
helada ella lo hace. Nos muestra sus días como esposa y madre, sin
horizontes, sin poder llevar a cabo el proyecto de vida por el que tanto se
esforzó en la escuela y en la
universidad. No pudo responder al modelo de “Angel del Hogar” tal y como dice
el mandato de género y que su propio marido esperaba de ella.
Annie se atrevió a decir
la verdad de muchas mujeres, y a ser libre, aunque lo pagó muy caro, pero eso
no se perdona. En los años sesenta vivió las consecuencias de esa libertad
sexual que muchas jovencitas francesas ya estaban consiguiendo. Sobre todas
esas experiencias ella vuelve cuando ya esa adulta a través de la memoria,
sirviéndose de un diario que escribió desde los 16 años. Escribe para saber
quién es, porque ya no se reconoce en aquella adolescente, pero descubre que
tiene mucho de ella. De ahí que en alguno de sus libros utilice la primera y la
tercera persona. (yo/ella)
Por otro lado, sacar a
la luz las miserias de las clases humildes en esa Francia que se ve a sí misma
como el centro de la Europa más culta y refinada, debió influir también en la
falta de interés de ciertos círculos por los libros de esta escritora, que no fueron traducidos a otros idiomas hasta fechas recientes.
Han tenido que pasar algunos años para ser reconocida por los editores y críticos franceses. Fue especialmente por la publicación de una obra que se ha considerado un clásico: Los años.
«Se desvanecerán todas de golpe como ha sucedido con los
millones de imágenes que estaban tras las frentes de los abuelos muertos hace
medio siglo, de los padres, muertos también ellos. Imágenes donde aparecíamos
como niñas en medio de otros seres ya desaparecidos antes de que naciéramos,
igual que en nuestra memoria están presentes nuestros hijos pequeños junto a
nuestros padres y nuestras compañeras de colegio. Y un día estaremos en el
recuerdo de nuestros hijos entre nietos y personas que aún no han nacido. Como
el deseo sexual, la memoria no se detiene nunca. Empareja a muertos y vivos, a
seres reales e imaginarios, el sueño y la historia.»
A través de fotos y recuerdos, Annie Ernaux nos hace sentir
el paso de los años, desde la posguerra hasta hoy. Al mismo tiempo, inscribe la
existencia en una nueva forma de autobiografía, impersonal y colectiva. Más que los cambios
producidos en Francia de la segunda mitad del siglo XX, se trata de una visión
sociológica sobre cómo hemos cambiado todos, especialmente en los países del
ámbito capitalista.
Teresa
Fuentes
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