Desde 2018, año en que explotó la rabia contenida de tantas y
tantas mujeres contra
las injusticias que nos afectan, especialmente los feminicidios,
las violaciones en grupo y los abusos sexuales de todo tipo, se notó una
incorporación en masa de jóvenes a
las protestas. Para mí fue una alegría, porque llevábamos muchos años en los
que parecía que el feminismo era cosa de viejas ancladas en el pasado y un poco
locas a las que nadie hacía el menor caso.
Había ido calando en la conciencia colectiva una idea errónea de la importancia histórica del feminismo. Nadie hablaba de las mujeres que históricamente han dejado escrito su pensamiento sobre la desigualdad entre los géneros. Existía un velo de ignorancia sobre tantas escritoras, artistas, filósofas, científicas que nos han precedido y que ahora empiezan a conocerse.
Tampoco se reconocía el papel importantísimo del feminismo como movimiento social y político en el mundo. Pero lo más grave es el olvido de lo que ese movimiento ha hecho en este país para que estemos en el punto que ahora nos encontramos. Recuerdo que por entonces pregunté a algunas mujeres de mi entorno si se consideraban feministas y la respuesta expresaba exactamente ese prejuicio que apunto anteriormente. No se atrevían a llamarse a sí mismas de ese modo porque no se identificaban con ese modelo distorsionado que había ido calando en muchas de nosotras. De hecho, en esa época, hace sólo dos años, ¿Quién se definía como feminista? Ahora, sin embargo, periodistas, escritores, futbolistas, bomberos, cantantes… Todo el mundo lo es. ¡Vaya por Dios!
Había ido calando en la conciencia colectiva una idea errónea de la importancia histórica del feminismo. Nadie hablaba de las mujeres que históricamente han dejado escrito su pensamiento sobre la desigualdad entre los géneros. Existía un velo de ignorancia sobre tantas escritoras, artistas, filósofas, científicas que nos han precedido y que ahora empiezan a conocerse.
Tampoco se reconocía el papel importantísimo del feminismo como movimiento social y político en el mundo. Pero lo más grave es el olvido de lo que ese movimiento ha hecho en este país para que estemos en el punto que ahora nos encontramos. Recuerdo que por entonces pregunté a algunas mujeres de mi entorno si se consideraban feministas y la respuesta expresaba exactamente ese prejuicio que apunto anteriormente. No se atrevían a llamarse a sí mismas de ese modo porque no se identificaban con ese modelo distorsionado que había ido calando en muchas de nosotras. De hecho, en esa época, hace sólo dos años, ¿Quién se definía como feminista? Ahora, sin embargo, periodistas, escritores, futbolistas, bomberos, cantantes… Todo el mundo lo es. ¡Vaya por Dios!
Tengo la impresión de que mucha gente ha
descubierto el feminismo hace dos años. Las
mayores porque no se habían identificado con el modelo deformado que había
llegado a la gente corriente. Las jóvenes por desconocimiento de la historia de
la generación de sus madres y abuelas. Yo, por ejemplo, pertenezco a esa
generación que a final de los años 70 y entrados ya los 80 vivió la eclosión de
los movimientos de mujeres en los barrios, en las asociaciones de vecinos, en
los grupos de autoconocimiento, de salud reproductiva y planificación familiar.
De eso hace ya más de 30 años. Lo sé. Vivía en Barcelona y
fui participe de ese movimiento. Y por eso quiero reivindicar nuestro papel en
la historia del feminismo teórico y activista. Estos días he encontrado una
imagen preciosa de la primera manifestación del 8 de marzo en Barcelona. Año
1976. Ese año, mientras que en la calle
cientos de muchachas jóvenes, con indumentarias al más puro estilo hippy, se manifestaban, en la Universidad se
organizaron las Primeras Jornadas catalanas de la dona. Se iniciaba así un
movimiento social que abarcaba la teoría y la práctica. Intelectualmente muy
rico, pero con intención de ir más allá, de incidir en la vida de las mujeres.
Recordemos que estaba pendiente entonces la Ley del Divorcio y el aborto no se
había despenalizado. No teníamos capacidad legal para tener cuentas corrientes,
salir de viaje sin permiso del marido o sacarnos el carnet de conducir… Pesaba
sobre nosotras un buen número de restricciones legales; aunque quizás eran más
fuertes las trabas que nosotras mismas nos imponíamos. El miedo, la tradición,
la necesidad… mentalidad de la mayor parte de la población. En esta primera etapa todavía no
participé. Estaba yo en plena crianza de mi primer hijo. Pero muy pronto accedí
a las lecturas que fueron calando en mi conciencia de mujer de una generación a
la que se había educado para la sumisión. En el 82 viajé a San Sebastián a las primeras jornadas de
mujeres independientes, unos días extraordinarios en los que se debatieron
cuestiones que afectaban a todas las mujeres, pero lo más importante: se
reivindicaba la autonomía del Movimiento feminista respecto a los partidos.
Asistí también en 1985 a las II Jornadas catalanas de la Dona. Unas 3.000
mujeres, sin color político, se reunieron en Barcelona para debatir de todo
tipo de temas. Recuerdo cómo me sorprendió el grupo cristiano con sus
reflexiones sobre los conflictos morales que teníamos que vivir las mujeres
ante un embarazo no deseado. Estaban cuestionando la posición cerrada de la
Iglesia respecto a la Ley del aborto. En fin, todas esas mujeres hemos
sobrepasado los sesenta años; algunas tienen más de 80 y muchas han
desaparecido. Nosotras leímos a Simone de Beauvoir, y
nos escandalizamos y apasionamos con los fantásticos diarios de Anais Nin, una
escritora hispano francesa que influyó mucho en nuestra generación. Nuestro
despertar estuvo acompañado por unas referentes femeninas que con su trabajo
intelectual y un discurso coherente y lúcido, nos ayudaron a comprender nuestra
situación en el mundo. En definitiva, echo de menos en el
feminismo actual esa independencia de los partidos políticos que era un signo
de identidad del primer movimiento de mujeres al que me he referido. Eso no
significa que fuera un movimiento homogéneo. No. Había una gran diversidad de posturas, pero no estaban
dirigidas por los aparatos políticos partidistas. Pero también observo la falta
de formación y de reflexión intelectual de un buen número de jóvenes mujeres que
salen a la calle a gritar, a dar rienda suelta a su cabreo por el machismo que
les afecta en sus costumbres, y las convierte en una presa fácil para las
manadas de salvajes que sólo ven en ellas un objeto. Tienen razones sobradas, pero pocas
sabrán distinguir entre la postura que defiende la Ministra de Igualdad y lo
que dice el feminismo clásico, defendido por la Primera
Vicepresidenta y filósofas como Celia Amorós, que se negó a salir a
manifestarse este año. La cosa no se resuelve llevando una “experta” a Operación Triunfo para explicar a los aspirantes a
artistas en qué consiste el feminismo que ella defiende. Una simplificación que
dice mucho del momento que estamos viviendo. Todo es más complejo y no estaría
mal que pudiéramos escuchar a la generación que tanto hizo por que cambiara la
vida de las mujeres en este país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario