lunes, diciembre 5

¿Ética de la convicción, o vocación de justicieros?

"Nuestras convicciones más arraigadas, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión" (Ortega y Gasset) 

Algunos acontecimientos últimos que han producido ríos de tinta y de palabras  me han hecho volver a temáticas muy sesudas que hacía tiempo no usaba en mis conversaciones cotidianas. Puedo parecer pedante y es lo que menos desearía, porque, francamente, dejé la tarima de las clases de Ética hace ya algunos años, aunque eso sí, durante el tiempo que me dediqué a formar a profesionales del Trabajo Social, aprendí muchísimo sobre esta disciplina, no sólo en su vertiente teórica, sino principalmente en lo que significaba para nuestra vida real.   
Francamente, me dan pánico las personas de una pieza; esas que se suponen a sí mismas puras y limpias, libres de cualquier fisura, Quizás un adolescente, o cuando aún somos jóvenes y no hemos tenido que pasar por dramas que nos han obligado a tomar decisiones, no siempre impecables moralmente, quizás entonces nos atrevemos a situarnos por encima de la mayoría y juzgar ciertas cosas de una manera absoluta: Esto está bien, esto está mal. Creo que a todos nos ha podido pasar en algún momento
.
Siempre se ha dicho que los adolescentes suelen ver las cosas o blancas o negras, sin matices. Eso hace que moralmente suelan hacer juicios de los que los filósofos situarían en una Ética de la Convicción. Quien piensa de este modo suele afirmar: “Esto es así por principios” y nadie me va a mover de esta postura. Precisamente por lo difícil que resulta mantener en la realidad personal y social este tipo de posturas tan sumamente rígidas, algunos pensadores se han planteado hasta dónde es posible, en la vida real, tal pureza.
Todos conocemos esa frase atribuida a Groucho Max: “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros” Normalmente usamos esta expresión cuando queremos criticar ciertas  conductas faltas de coherencia, especialmente de los políticos. Me temo que pocas veces nos la aplicamos a nosotros mismos. Mientras escribo, me ha venido a la memoria una obra de teatro muy interesante de Jean P. Sartre: Las manos sucias. Se trata de un drama que explora las diferencias entre el "deber ser" y el "ser", esto es, la ambigüedad moral en la que se mueve el ser humano, pero especialmente difícil de manejar cuando estamos comprometidos con alguna causa. Sartre reflexiona sobre la difícil lucha interna de una persona que tiene que valorar, por un lado, la eficacia de sus actos, y por otro, la fidelidad a sus ideales. 
No es asunto fácil para nadie tener que elegir entre una cosa u otra, sobre todo cuando se juega algo fundamental. Pero ahí está nuestra libertad, que tenemos que gestionar, y no siempre es posible hacerlo de una forma perfecta. Ya lo decía Alfred Adler, uno de los padres de moderna psicoterapia: "Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos" .  
Esta introducción viene a cuento de lo que aquí quiero plantear, únicamente como reflexión, pero una reflexión cargada de crítica y algo ácida.  
Los diputados de “Podemos” creo que están dando muestras de ser absolutamente “impolutos”, “intachables”, vamos, el colmo de la rectitud ética. En pocos días han protagonizado dos hechos que, personalmente, me han causado cierta desazón y me han hecho replantearme mi posición política para un futuro próximo, cuando tenga que poner mi voto en una urna.
Sobre el primero de los gestos: no querer estar en una parte de la ceremonia de apertura de la legislatura, me resultó chocante, la verdad; como otras tantas actitudes y conductas que vengo observando desde hace un tiempo. ¿Será la edad?, me he preguntado más de una vez. Y puede ser, ¿por qué no? Una ya ha pasado de los 60 y ha vivido lo suyo como para tener claras ciertas cosas.   
No, no estoy de acuerdo con muchas de las actuaciones públicas del grupo Unidos Podemos, y eso que, especialmente Garzón, siempre me ha parecido un hombre juicioso y honesto, al que pensaba que había que apoyar. Pero en este caso no puedo estar con él, ni con el resto de sus “impolutos e intachables” compañeros de Podemos.
Digo yo… Si España tiene una forma de Estado (Monarquía Constitucional) y me convierto en representante de los ciudadanos, es que asumo y respeto ese contexto en el que voy a desarrollar mi rol como Diputado o Diputada. Otra cosa es que desde ese lugar vaya a luchar por conseguir que mis convicciones políticas puedan ser escuchadas y tenidas en cuenta para cambiar el estado de cosas que no me gustan. Ese puede ser el horizonte con el que un partido emprende su tarea política: ser votado por el mayor número de personas posible, y luego, hacer política dentro de las instituciones. Pero, ¿tiene sentido que abandone los escaños cada vez que hay una ceremonia institucional o que lo que ocurre en el hemiciclo está muy lejos de lo que son mis ideales? Porque eso es lo que suelen hacer ellos; como dando lecciones, como dejando claro que ellos son diferentes, ¡faltaría más!

Y yo me pregunto: ¿Dónde se creen que están? ¿Qué pensaban que hacían estos muchachos cuando decidieron salir de las plazas y presentarse a elecciones? Creo que todos esperábamos algo más. Yo, por lo menos espero que muestren respeto por las personas y las instituciones, aunque éstas no sean perfectas ni ideales. Eso es lo que pido a las personas que me representan, que, por cierto, además están cobrando un buen sueldo de los impuestos que pagamos todos.     
No es lo mismo el DEBE SER que el SER. Ya lo decía Sartre, que no se puede tachar de haber sido un facha ni un conservador. De hecho, en eso consiste la Ética Existencialista, en asumir la libertad de elegir que tenemos como personas, pero también siendo conscientes de la incertidumbre y los dilemas a los que la vida real nos enfrenta. Cuando se ha vivido suficiente, ya no quedan apenas dudas de que la vida nos pone ante tensiones éticas de las cuales no es fácil salir con las manos absolutamente limpias. Dicho de otra forma: nuestras decisiones no siempre están de acuerdo con los que creíamos que eran nuestras convicciones fundamentales. Incluso algunas veces nos sorprendemos de lo lejos que estamos de esa imagen ideal que tenemos sobre nosotros mismos. Me pregunto qué experiencias vitales tienen estos que se sienten con la autoridad moral y con la legitimidad de juzgar a todo el mundo. ¿Acaso viven fuera de la realidad humana? Y cuando digo realidad humana, hablo de nosotros como seres imperfectos, débiles, vulnerables, y hasta cobardes. Todo eso es humano y algo hay en cada cual que nos debería acercar al otro con una actitud y una mirada más indulgente. Y que conste que no sólo me estoy refiriendo a los jóvenes. También hay personas adultas que viven la realidad desde posiciones tan estrictas que es muy difícil  pasar la prueba del algodón, si nos atenemos a sus planteamientos.  
          
Es precisamente esta actitud y esta mirada más indulgente que yo defiendo y la que intento practicar (cosa que no siempre consigo),  la que me ha hecho sentir sonrojo por el gesto inhumano que han tenido algunos ante la muerte de Rita Barberá. Quien me conoce sabe que no puedo estar más lejos del PP, y nunca he sentido aprecio o simpatía por esta señora. Tampoco voy a hablar aquí de culpas, de traiciones y maldades dentro del propio partido. Los medios están hablando de todo ello y no me puedo extender en todas las aristas que tiene el tema.  
Ciertamente, la muerte no hace a Rita mejor persona, eso desde luego. No creo que ahora se tenga que hacer ningún funeral de estado, ni un altar en la puerta de su casa. Nada de eso. Pero no me avergüenza decir que lo primero que pensé al conocer su final fue en lo terrible de ir a morir a la fría habitación de un hotel. Y sentí empatía y pena por ella, como puedo sentir por cualquier otra persona que haya tenido que pasar por un drama semejante. ¿Quién puede imaginar algo peor que morir sola, lejos de tu casa, sin una mano y una voz de consuelo? Lo siento, y aunque alguien me pueda tachar de sensiblería, para mí la vida de cualquiera tiene el mismo valor, así que no comprendo  ni me gustan esas actitudes justicieras que algunos practican, como si estuvieran libres de cualquier mancha. Seguramente es eso lo que les hace sentirse legitimados para dar lecciones a diestro y siniestro. 
Dicho esto, lo que ocurrió hace unos días en el Congreso (el minuto de silencio) yo no lo considero un homenaje, sino un gesto humano que nos hace más humanos y no quita ni un ápice de valor a nuestras convicciones: hay que poner cada cosa en su lugar. Y no me sirven las justificaciones de que no se ha hecho con otros. Muy bien, no se ha hecho con otros, ¿y qué? No sé cuál fue el motivo de que no se hiciera un minuto de silencio por Labordeta, pero sospecho que fue porque era una muerte anunciada y no, como en este caso, enfrente de la cámara de diputados, en la soledad de una habitación de hotel y por sorpresa. Me da igual si esa señora participó en la corrupción y cómo lo hizo. Para mí, por encima de las convicciones está la empatía. Anterior al Imperativo Categórico sin rostro humano (Kant),
que es lo que parece que defienden los “impolutos”, está la empatía y consideración hacia mis semejantes en un momento tan dramático como la muerte. Incluso cuando éstos hayan obrado de forma infame. Pero claro, sería pedir mucho a toda esta nueva “casta” de “puretas”. En poco tiempo hemos conocido la auténtica cara de aquellos que creíamos limpios y llenos de razones. Eran los aires nuevos que necesitaba el país, ahogado por la crisis y las políticas conservadoras. Y ahora resulta que la mayoría, que apenas han pisado más que las aulas universitarias, muestran esa actitud arrogante de quien se cree en poder de la verdad. Francamente, conmigo que no cuenten para jalear estos espectáculos. Ya lo decía Concepción Arenal, una mujer que en su vida pública mostró una gran humanidad incluso hacia los que habían cometido grandes delitos: "Hay una gran diferencia entre impresionarse con los males de nuestros hermanos, y afligirse. Para lo primero basta imaginación, y se necesita corazón para lo segundo"

1 comentario:

  1. “Si Dios no existe...todo está permitido; y si todo está permitido la vida es imposible”
    [Los hermanos Karamazov.]
    ― Fiódor Dostoyevski

    Menos trascendente, los argentinos nos llevan ventaja:
    https://www.youtube.com/watch?v=5RDWtPH9x3Y

    Un abrazo
    SOY YO


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