miércoles, septiembre 14

De cortesía y buenos modales

Lo más interesante del mundo virtual es que, a veces, estás buscando algo y de pronto descubres un artículo con el que no contabas. ¡Ay señor, qué dilema! ¿Lo leo, o no lo leo? ¿Lo dejo pasar y sigo con lo mío…, o curioseo un poco? La verdad es que fisgonear es un arma de doble filo, porque querer leerlo todo resulta poco eficaz;  pero… ¡qué le voy a hacer! Soy curiosa con respecto a determinadas temáticas y a veces me salgo de la senda por la que iba directa a mi objetivo,  cojo una vereda que la cruza y me pierdo. Bueno, más que perderme, descubro con asombro cuántas miradas puede tener un mismo fenómeno. Pues eso es lo que me acaba de pasar en estos días finales de agosto.                                                  
Sumergida en la redacción de un libro de testimonios de andaluces que en los años sesenta emigraron a Catalunya, me topé con un estudio muy interesante: “La acomodación lingüística de la inmigración latinoamericana en Madrid”. No me pude resistir. Se trata de una cuestión que en cierto modo me afecta, porque, desde hace años, me relaciono con personas venidas de distintos países latinoamericanos.                                                                                

No ha sido ninguna sorpresa para mi saber que el 75% de los latinoamericanos (hombres y mujeres) se muestran muy críticos respecto a la forma en que los madrileños se relacionan entre ellos y, claro está, con las personas que han llegado de culturas en las que las reglas de cortesía y las fórmulas rituales forman parte de la idiosincrasia de esa zona del mundo.  Pues bien, las personas que han respondido a las preguntas de la investigación, consideran que los españoles somos demasiado directos,  ásperos, bruscos, fríos, agresivos, incluso groseros en la forma de comunicarnos. En definitiva, lo que nosotros consideramos espontaneo y directo, para ellos es rudo, feo y demasiado imperativo.  Menos mal, he pensado yo, que no han pasado por mi pueblo.                                                
Y es que estamos confundidos si pensamos que por ser del mismo país o hablar el mismo idioma no vamos a tener problemas para entendernos entre nosotros. No es así, y convendría que fuéramos más conscientes de la diversidad de códigos y de los diferentes significados que tienen los gestos y las palabras, no sólo en países tan lejanos como los latinoamericanos, sino dentro de España. Creo que tengo algunos ejemplos que ilustran muy bien esta cuestión. Cuando emigré a Catalunya, en el año 1966 me fui a vivir a casa de una tía mía que ya llevaba dos o tres años en Barcelona. Lo primero que me advirtió fue sobre las fórmulas de educación que, aunque suene raro, a mí nadie me había enseñado. Y eso que en la escuela franquista se enseñaba aquella cosa que llevaba por nombre Urbanidad. Que yo recuerde, aquella materia se ceñía a cuatro reglas más relacionadas con la moral y la sumisión a la autoridad.   “Aquí tienes que pedir las cosas por favor y dar las gracias” Me dijo mi tía. Y menos mal, porque también en España hay códigos de comunicación y fórmulas de cortesía diferentes,  sobre todo entre el campo y la ciudad, que en esa época, eran dos mundos casi sin contacto. Las pueblerinas que llegábamos a la ciudad éramos bichos raros; se nos veía venir de lejos. Mi tía seguramente pensó que una chiquilla recién llegada del pueblo, podía ser más estigmatizada aún, si no cumplía con los códigos de comunicación de la capital. Tuve suerte, porque en la oficina donde trabajaba, había un compañero, hijo de andaluces, que fue puliendo mi lenguaje y me evitó algunos malos ratos. En Catalunya  decir “por favor”, “disculpe” o “gracias” es algo muy integrado en las relaciones cotidianas. Como usar el tratamiento señor o señora, delante del nombre de una persona mayor, a no ser que tengas una relación de confianza.                                                                         
Como dicen los sociólogos, la cortesía es una herramienta fundamental para mantener el orden social y posibilitar la cooperación entre los humanos. ¿Cortesía…? ¿Qué es eso? Dirán algunos de los piensan que hay que relacionarse con todo el mundo sin tantos miramientos y que es muy antiguo eso de llamar a la gente de usted. Por mi parte, he de reconocer que soy una persona muy directa, impetuosa y vehemente; vaya, que en mis actos comunicativos no me ando con “chiquitas”, como se suele decir. Voy directamente al tema, sin rodeos. Y tengo que reconocer que, a veces, me paso. Pero mira por dónde, al llegar a Jerez hace diez años, inicié varias relaciones de amistad con mujeres de Latinoamérica.                                                                                    
Al principio ellas no daban crédito. Pensaban que siempre estaba enfada y algunas yo creo que se andaban con cuidado conmigo, porque se sentían algo intimidadas, cuando no desconcertadas. Para más inri, mi tono de voz resulta hiriente para según que finura de oído.  En definitiva, todas las características de mi estilo comunicativo chocaban frontalmente con el de mis amigas latinoamericanas, cuyos circunloquios pueden resultar interminables para el interlocutor o interlocutora, que sólo espera una información. Lo mismo ocurre con las fórmulas de cortesía y tratamiento asimétrico. Todos sabemos que en España se está perdiendo el usted. No se sabe por qué, se considera que establece una distancia entre los interlocutores. La cosa se ha desmadrado un poco, porque hasta yo me sorprendo cuando escucho a un joven tutear a un anciano o a una persona de cierta autoridad, con la que nunca ha cruzado una palabra.                                                                           
Todas mis amigas latinas piensan que el tuteo es poco respetuoso; una de ellas, incluso, trata de usted a su propio marido…, y no es broma.  Seguro que habéis leído “El amor en tiempos del cólera” de García Márquez. Como recordaréis, los amantes protagonistas se trataban de usted. En eso también hay diferencias entre países. No todas las latinas que conozco tienen esa costumbre. Pero es cierto que al otro lado del océano, el espeto se expresa de esa forma, algo que para nuestros padres y abuelos también era  una regla y que ha desaparecido casi por completo de las relaciones más próximas. ¡Ah! Se me olvidaba. El uso excesivo de diminutivos, que a un jerezano quizás no le extrañe mucho, a una andaluza de la sierra Mágina como yo, acaba poniéndola nerviosa; aunque, ya he aceptado ese “Teresita” con que me nombra mi amiga Ana Hérica, porque comprendo que para ella tiene una connotación cariñosa. Confieso, sin embargo, que hay nombres que a mi suenan ridículos aplicándoles el diminutivo y mucho más en personas adultas. Pero claro, ahí es donde está la diversidad. Lo que para mí resulta inapropiado, para otros es su forma natural de expresión.  T
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otal, que entre mis amigas y una servidora hay un pequeño desencuentro. Mientras que a ellas yo les parezco graciosa, sí, pero demasiado espontánea, algo áspera y vehemente en exceso; para mí ellas resultan algo empalagosas, una pizca cursis y faltas de espontaneidad, pero tan educadas y consideradas con todo el mundo, que no tengo más remedio que perdonar  tanta y tan dulzona cortesía. Al fin y al cabo no nos viene mal un poco de amabilidad en este mundo tan áspero y grosero. Últimamente, hasta en las películas más poéticas (véase El olivo) tenemos que soportar  tacos a diestro y siniestro, sin que vengan a cuento. Como si no hubiera un lenguaje suficientemente rico para expresar las emociones positivas y negativas. Como dice una amiga boliviana que sabe mucho de cortesía: Hay que darle valor a la palabra.                                                                                
Claro que, lo mismo que digo una cosa digo otra. Lo rico del intercambio no está en que sólo una parte aprenda y mejore. También las personas que vienen de otros países de habla hispana y que se quedan con nosotros, quizás tengan algo que aprender de nuestra espontaneidad en la comunicación. Porque sospecho que muchas veces ese exceso de solemne amabilidad, y, sobre todo, el trato reverencial que usan en ciertas circunstancias, pueden esconder actitudes heredadas de una situación de sometimiento de clase y de etnia, que, desafortunadamente, no se ha superado en muchas zonas del mundo.                                                                  
En definitiva, en el justo medio, tal y como el viejo Aristóteles preconizaba, está la virtud. Ni tanto, ni tan calvo, como reza el dicho popular. Por mi parte, prometo solemnemente ser menos imperativa con mi amiga Ana Hérica, porque ella, a veces, me sorprende con un tuteo que me suena hasta raro.Y ahí estamos, buscando ese punto medio tan difícil de alcanzar.                             
Publicado en La voz del Sur. http://www.lavozdelsur.es/usuarios/ma-teresa-fuentes-caballero

1 comentario:

  1. Sí Teresa. Un tono cordial y palabras corteses pueden ser un buen aglutinante para fomentar relaciones armoniosas...y no cuesta mucho trabajo...
    Muy buen artículo.
    Rocío

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