martes, septiembre 8

Después de diez años

Parecía un verano como cualquier otro, pero no era así. Desde primero de año iba diciendo adiós a la casa que había sido su hogar durante dos décadas. Recorría las habitaciones y recogía todo lo personal para empaquetarlo con cuidado. Cajas y cajas de ropa, de libros, de vajilla y utensilios domésticos, cuadros… Era el momento de hacer limpieza, de tirar todo lo que acumulaba en el sótano. A veces somos incapaces de desprendernos de las cosas y ella tenía un apego grande a sus libros y a tantos y tantos materiales que habían formado parte de su vida en la Universidad y luego como profesora. Revisando aquel arsenal de libretas y papeles, iba comprobando la importancia de todo aquello. Se sentía el resultado de esos años de estudio y de trabajo intelectual. 

¿Cómo desprenderse de eso que consideraba alimento espiritual y que tanto valoraba? Pero lo hizo. Se armó de valor y fue llenando bolsas y bolsas de papel y tirándolo a la basura. Los libros de Historia, que nunca más volvería a usar los regaló a un joven estudiante que los necesitaba, y muchos de Filosofía fueron a parar a las estanterías de su hijo. El pequeño piso donde iba a vivir a partir de ahora no le permitía mantener la biblioteca que había ido acumulando, año tras año… Hoy un libro, la semana que viene tres, el mes próximo unos cuantos más. No veía el final nunca, porque siempre pensaba que tenía que saber más, que tenía que estar al día para poder ponerse delante de su clase y aportar algo interesante.