lunes, junio 22

La ola es el mar, o la espiritualidad mística


Que los místicos van más adelante y más allá de las religiones es algo que aprendí hace tiempo. Recuerdo hace más de veiente años  las reuniones de contemplativos de diversas confesiones orientales y occidentales que se celebraban en la abadía italiana de Praglia para  meditar juntos en vez de discutir de teología. Ahora anda por aquí impartiendo conferencia el benedictino exlaustrado  Willigis Jäger, cuyos libros siempre me han interesado mucho. En la línea de Antonio Blay y Anthony de Mello defiende la unidad del todo y la revolución del futuro viene de la experiencia mística. Anunque él ha practicado sobre todo el Zen, es pues condiscípulo del jesuita Enomiya Lasalle, considerado maestro zen por los propios japoneses, y de Ana María Schlütter, una religiosa que tiene un zendo cerca de Guadalajara.

viernes, junio 5

Evocación

No sabe cómo le vino la imagen.De pronto, recordó su pequeña mano tibia en las mañanas frías de invierno, subiendo y bajando escaleras en el metro, para dirigirse al Hospital de Sant Pau. La memoria no ha guardado todos los detalles, pero sí esa sensación de arrastrarlo, con apenas año y medio, hasta aquellos hermosos jardines del antiguo edificio barcelonés. 
Hospital de Sant Pau

Luego, recorrer los lúgubres pasillos, cruzándonos con médicos, enfermeras, mujeres con carros de limpieza… hasta la consulta del doctor Herrero, un neurólogo que le encargaba redactar trabajos para una revista médica. Era muy joven y no se había vuelto a incorporar al trabajo después de ser madre. Por eso, no dudó en aceptar el encargo del médico: había que leer y después sintetizar, con un lenguaje muy asequible,  el contenido de los artículos.  Con su vieja máquina de escribir marca Olivetti, daba forma a todo aquel material tan farragoso, que luego cobraba calculando las palabras transcritas. 

Compartía con su hijo esos momentos por pura exigencia. No era fácil dejarlo a cargo de nadie y no le gustaba llevarlo a la guardería. Pero además, le agradaban esos momentos entre los dos, comunicándose con sus medias palabras, sus preguntas inocentes, sus sonrisas… Y aquel andar todavía inestable, pantalones a cuadros, tirantes, rizos dorados, ojazos que recorren  el mundo más próximo con curiosidad y alegría.  
De eso hace casi cuarenta años y vuelve a rememorar esos instantes, que llegan a ella como un destello, como pequeños flashes que mueven sus emociones y le animan a buscar en su memoria otras imágenes; algunas, como la operación de amígdalas. ¡Era tan pequeño! Y ella tan joven y asustadiza… Desde que nació sus miedos se acrecentaron. Ahora tenía un ser vulnerable a su cargo y nunca volvería a ser como antes. Sentía que la despreocupación  de la juventud se había acabado, pero sólo tenía veintitrés años.
Esta noche, cuando la ciudad duerme y la casa queda en silencio, tiene necesidad de reencontrarse con su hijo cuando todo era tan sencillo y novedoso. Como el día de su primer contacto con el aula;  sin miedo, con total desparpajo. Se escapó de su mano y entró en la clase como si tal cosa. Ni una lágrima. Tenía tres años y la confianza de un niño que se sabía amado y protegido. Y su sonrisa un poco tímida, el día que fue a esperarla a la salida del hospital. Un bálsamo para la enorme tristeza de ella, que había perdido a la niña que esperaba y que hubiera sido su compañera de juegos. Allí estaba,  con un suéter color rosa y seguramente con muchas preguntas que no logró formular. O la primera vez que durmió fuera de casa; las colonias con su maestra Margarita, de la que parecía secretamente enamorado. El reencuentro, tras casi dos semanas, fue hermoso y doloroso. Otra vez su mano, de nuevo la complicidad y la confianza para poder llorar, lejos de las miradas condescendientes o críticas. Su madre estaba allí para ayudarle en sus dificultades. El paseo por el bosque, animándole a hablar, a llorar si era preciso… Era todavía pequeño y no tenía la suficiente independencia para salir airoso de los pequeños apuros de la vida fuera del hogar familiar…Y el verano en el pueblo, en la vieja casa de la abuela; aquellos días casi sin dormir. La Salmonella, fiebre, deshidratación. Otra vez el miedo, largas noches casi en vela. Mientras tanto, él un niño de poco más de cuatro años,  capaz de soportar días de ayuno, de aislamiento, de aguja en vena, con un temple asombroso. Fue aleccionador. 


Por la misma época, viajaron juntos al sur. De nuevo de la mano, cruzando un tiempo de soledad y tristeza por otra pérdida. Un mes de mutua compañía, de apoyarse, cada cual en sus miedos y aventuras en una ciudad desconocida. Y las tardes, frente a la tele: Heidi y Pedro, Pipi Calzas Largas, los pallasos, respondiendo juntos a la machacona pregunta… ¿Cómo están ustedeeeeesssss?  ¡Bieeeeennn!

Con la Nocilla en la mano, y un vaso de colacao esperando. Aún guarda, como un viejo tesoro, su firma con la autorización para poder marcharse dos semanas a Italia. Él se quedaría al cuidado de sus tíos, en un pequeño pueblo del pre pirineo.  Tenía siete años. A partir de ahora, la furgoneta amarilla iba a convertirse en el vehículo y hotel para viajar por España, como pequeños aventureros. Momentos para recordar, de mucho contacto, de carreteras secundarias, de perdernos, de encontrar el camino, de calas transparentes, de dormir hecho un ovillo, sin protestar y de hacernos fotos, sin medida.