domingo, enero 18

El último Patriarca

Aprovechando que el tema de la cultura musulmana está a la orden del día, recomiendo la lectura de esta novela.

Con El último patriarca,  Najat El Hachmi obtuvo el Premio de Novela Ramon Llull en 2008, el más prestigioso galardón de las letras catalanas. Su juventud y el hecho de tratarse de una inmigrante marroquí dotó a esta obra de un aura de originalidad que, sumada a la calidad narrativa, hace conveniente que la tengamos presente y repasemos sus aspectos más importantes.

El argumento de El último patriarca, de Najat El Hachmi

La historia gira en torno a la vida de Mimoun Driouch, nacido y criado en un ambiente rural de Marruecos a mediados del siglo XX. Como primogénito, goza del mimo y preferencia de las mujeres de su familia (madre, abuela y hermanas), lo que favorece que desarrolle una personalidad egoísta y caprichosa, pese al duro trato que recibe de su padre.

Mimoun no cubre las expectativas de éste, al no destacar en los estudios ni mostrar aptitudes para el trabajo exigente. Sus ataques de rabia y comportamientos extraños los termina distanciando irremediablemente.

A los 17 años, Mimoun se empeña en casarse con una joven, pese a no contar con recursos económicos. Convence a su familia para que lo apoye y consigue así que los padres de la chica consientan el matrimonio. Comienza así una vida miserable para ella, asediada por la pobreza pero, sobre todo, por los celos enfermizos de Mimoun, que la maltrata física y psicológicamente.

Luego, Mimoun realiza dos viajes a España. El primero termina con su deportación, mientras que en el segundo logra establecerse en una pequeña ciudad catalana, cuyo nombre no se desvela en la novela. Con el tiempo, logra que su esposa e hijos se reúnan con él.

Pese a que tiene éxito como contratista en la construcción, la vida de Mimoun es muy desordenada. Mantiene abiertamente relaciones con mujeres españolas, con el conocimiento de su mujer; bebe y fuma desaforadamente y juega permanentemente en las tragaperras de los bares.

Mientras tanto, la esposa y los niños sufren grandes penurias económicas, además de un trato vejatorio por parte del padre, amo y señor de sus vidas. Esto desemboca en la rebeldía de una de las hijas, la narradora de la historia, quien termina rechazando las costumbres y convencionalismos de la cultura patriarcal de Mimoun, aunque contar el final sería arruinar la lectura de esta impactante novela.
A mi me encantó. Es de esas novelas que la empiezas y ya no la puedes dejar. 

martes, enero 13

Sueños que reconcilian con el pasado



Se despertó sobresaltada. Su sueño lo había alterado el llanto; una congoja que no sólo era producto de una pena honda, larga y casi  inconsciente. No se atrevía a expresar con palabras algo que ni siquiera sabía si era tan importante. En su memoria no tenía imágenes de la infancia o adolescencia en las que su madre le dijera si era guapa. No recuerda ningún momento en el que recibiera de ella otras alabanzas sobre cualidades o talentos. La miseria y la austeridad no son sólo materiales, pensaba muchas veces, recordando la escasez de besos, abrazos, achuchones,  lisonjas o simples elogios por las cosas que hacía bien hechas. Ni siquiera en los momentos en los que requería consuelo... Si la autoestima se construye en la primera infancia a través de ese alimento que ella nunca había tenido, entonces estaba perdida. 
 Esa mañana, un despertar alterado la tenía conmovida. La imagen todavía estaba fresca y no la quería perder, como ocurre tantas veces con los sueños. Quería retener en su memoria a una madre desconocida para ella. Una madre, todavía joven, que, de una forma casi exultante, con una expresividad que le llegaba al alma, le decía lo hermosa que era; lo que valoraba todo lo que había conseguido, lo orgullosa que estaba de su hija. Los brazos abiertos, en actitud receptiva, facilitaron el encuentro mil veces querido y nunca vivido. Se abalanzó, sin poder contener un llanto, que era una mezcla de alegría y dolor. Su madre la acogió sin reservas y un caluroso abrazo cerró la escena.      

martes, enero 6

Noche de Reyes, o la voracidad organizada

Escribí este post hace dos años, pero después de la tarde de Reyes de este 2015,  podría haberlo escrito hoy mismo. Así que no me canso. Lo comparto para quien no lo haya leído.
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Queridos Reyes Magos: Ya sabéis que no suelo escribir la tradicional carta anual.  La verdad es que suelo pensar que, a pesar de mi indiferencia hacia los regalos, alguno me va a caer. Y no es que me porte muy muy bien. A veces soy bastante borde, muy desconsiderada, broncas,  perezosa, y hasta un pelín envidiosa… en fin, que como cualquier hijo de vecino, hago méritos para llegar a ser mala persona. Eso sí, lo disimulo muy bien; procuro que no se me note, porque lo que de verdad me gusta a mí y me ha gustado desde siempre es ser una buena chica. Seguramente es una estrategia aprendida desde la infancia,  un modo de conseguir que me quieran.  Y lo bueno es que lo consigo. Tengo muchas amigas y eso a pesar de que no me prodigo en abrazos, halagos y pequeños detalles. Soy más de aglutinar, de organizar encuentros, de ayudar en asuntos prácticos, de preparar comiditas y hacer de madre, cuando es menester. 
Mis ensaladasy comiditas
Digo yo que también son necesarias estas cualidades,  que no todas las personas manifestamos nuestros afectos del mismo modo. Pues eso, que esta es mi manera de decir a mis amigas que estoy aquí, que pueden contar conmigo; aunque pensándolo bien, lo que quiero decir es  que me quieran, que me llamen, que las necesito, y  más que las voy a necesitar, porque, queridos Reyes, me estoy haciendo mayor y eso significa que pronto voy a precisar pequeñas ayudas para algunas cosas de la vida cotidiana. Y no es que quiera presumir de vieja, pero de verdad, cuando se tienen más de sesenta años, lo que se avecina no es precisamente un tiempo de fuerza, energía y juventud. Hasta entonces, mientras esto llega, aquí estoy, todavía de buen ver y rodeada de buena gente. Por eso, el día cinco, sin haber escrito carta alguna, me llegó un precioso cuello de lanas multicolores, diseñado y elaborado por las primorosas manos de una amiga. ¡Ah!, y unos lindos pendientes de ese color que tanto me gusta: violeta. Total, que se adelantó a los camellos y a las carrozas, y yo no supe qué decir. Pero, ¿qué diréis que hice? Me enfundé en mis pantalones color beige de pana, lo combiné con un jersey de un color azulón que me favorece mucho. Me calcé las botas de tacón y busqué esa boina tan bonita que casi nunca me pongo.  Por supuesto,  estrené el cuello y los pendientes y salí a caminar por mi ciudad, con la intención de encontraros por esas callejuelas.  
Cuello multicolores
¡Queridos Reyes! No tengo palabras para expresar lo que me encontré, mientras me dirigía al centro. Jamás, jamás, había visto algo parecido, y eso que normalmente salgo para celebrar todos los eventos que se organizan en esta ciudad. Las calles eran un verdadero hervidero  de gente. La multitud se agolpaba en avenidas, callejones, aceras, terrazas, comercios… Madres jóvenes portaban los cochecitos de sus bebés, tratando de sortear el gentío, los codazos y empujones… Algunas decidían volver sobre sus pasos, cuando se encontraban con un tapón de gente que imposibilitaba el tránsito normal, pero sobre todo, que amenazaba con convertirse en peligrosa avalancha.  Me pregunto, majestades, cómo se les ocurre salir con esos angelitos a una ciudad literalmente tomada por la masa. ¡Una irresponsabilidad!  Y yo, bueno… tendríais que haber visto mi cara de estupefacción.
Terraza al aire libre

La calle de la churrería no tenía hueco ni para un alfiler. El olor a churros y a café con leche invitaba a buscar una silla y disfrutar del manjar, que, dicho sea de paso, me encanta. Pero, francamente, el ambiente era irrespirable y os aseguro que yo estaba asustada ante tanto derroche: las compras, el tapeo, los vendedores ambulantes  ocupando las aceras… y lo peor, la suciedad… papeles, cartones, cáscaras de pipas, envolturas de caramelos…  restos de la bendita cabalgata, que nadie quería perderse; como si les fuera la vida en ello, chicos y grandes, viejos y jóvenes, embarazadas y sillas de ruedas, ¡Santo cielo!  No sólo estaba un poco asustada,  majestades, me sentí muy triste, infinitamente triste porque, pensaba en las noticias, vaya pensaba en las malas noticias diarias en todos los medios de comunicación: que si la crisis, que si los despidos, que si los ERE, que si los comedores sociales, que si las campañas benéficas navideñas, que si los desahucios, etc. etc. 
Cabalgata Jerez

 Y por eso no daba crédito a mis ojos. ¿Qué es esta locura? ¿Qué es esta obscenidad consumista? ¿Por qué esta voracidad, esta ansia? ¿Qué vacío estamos intentando llenar…?    ¿Qué tiene que pasar para que nos comportemos con un poco de cordura? Queridos Reyes Magos: está muy bien que vengáis una vez al año a devolvernos la ilusión y los sueños infantiles, pero el año que viene, por favor, aprovechad el viaje y traed en vuestras alforjas, además de los juguetes de los niños, un poco de mesura, algo de sensatez, sentido de la austeridad, espuertas de civismo...,   en fin,  todas las virtudes que se os ocurran. Ponedlas en saquitos especiales  para que lleguen a los adultos, y quizás un libro de instrucciones para que sepamos usarlas, porque me temo que hemos perdido el norte.

Con mis respetos,  
 Teresa

domingo, enero 4

Fin de año Portugal

El tren de la vida. Amigos que se bajan definitivamente



En estos últimos días he recibido un video muy bonito titulado El tren de la vida. Una niña muy simpática se asoma a nuestra pantalla y nos dice que la vida es como un tren en el que viajamos acompañados por distintas personas en cada momento. Es una buena metáfora que me ha hecho pensar en mi propia experiencia. Hay quien sube y se queda mucho tiempo con nosotros, incluso puede llegar hasta el final del viaje y ser nuestro compañero o compañera de por vida; otros, sin embargo, apenas tienen tiempo de sentarse un rato en nuestro vagón y desaparecen en la primera estación donde pueden apearse. Son esas personas que no sabemos cómo, llegan y se van casi sin despedirse, sin mediar palabra, sin un problema o discrepancia. También las hay que suben y bajan del tren; nos acompañan en algunas etapas del viaje, abandonan la ruta durante un tiempo, para volver a incorporarse de  nuevo. Con cada uno de estos viajeros o viajeras mantenemos un tipo de relación; establecemos vínculos más o menos estrechos; creamos lazos sentimentales, nos influimos mutuamente, y también, inevitablemente, vivimos conflictos y sufrimos decepciones.