martes, enero 13

Sueños que reconcilian con el pasado



Se despertó sobresaltada. Su sueño lo había alterado el llanto; una congoja que no sólo era producto de una pena honda, larga y casi  inconsciente. No se atrevía a expresar con palabras algo que ni siquiera sabía si era tan importante. En su memoria no tenía imágenes de la infancia o adolescencia en las que su madre le dijera si era guapa. No recuerda ningún momento en el que recibiera de ella otras alabanzas sobre cualidades o talentos. La miseria y la austeridad no son sólo materiales, pensaba muchas veces, recordando la escasez de besos, abrazos, achuchones,  lisonjas o simples elogios por las cosas que hacía bien hechas. Ni siquiera en los momentos en los que requería consuelo... Si la autoestima se construye en la primera infancia a través de ese alimento que ella nunca había tenido, entonces estaba perdida. 
 Esa mañana, un despertar alterado la tenía conmovida. La imagen todavía estaba fresca y no la quería perder, como ocurre tantas veces con los sueños. Quería retener en su memoria a una madre desconocida para ella. Una madre, todavía joven, que, de una forma casi exultante, con una expresividad que le llegaba al alma, le decía lo hermosa que era; lo que valoraba todo lo que había conseguido, lo orgullosa que estaba de su hija. Los brazos abiertos, en actitud receptiva, facilitaron el encuentro mil veces querido y nunca vivido. Se abalanzó, sin poder contener un llanto, que era una mezcla de alegría y dolor. Su madre la acogió sin reservas y un caluroso abrazo cerró la escena.      

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