sábado, agosto 16

Carmen Fariña: otra mujer con nombre y apellidos reconocida fuera de España



“En casa siempre hablábamos español. En aquel tiempo, en Brooklyn, cuando yo fui a la escuela por primera vez, con cinco años, no había otros chiquillos que hablaran el idioma. A las maestras no les hacía ni pizca de gracia vernos. Y no podías hablar español en clase, claro. La primera maestra que tuve no me quería dejar hacer nada. Yo era una cosa rarita para ella. Mi padre tuvo que ir a la escuela y decirle: ‘Mire, ella no habla inglés, pero va a aprender pronto, tiene que darle tiempo…’.
En las calles tampoco hablabas en tu idioma porque la gente te decía: ‘Ah, un inmigrante’. Como si fueras lo más bajo…”.
 Más de 60 años después, en las escuelas de Brooklyn y del resto de Nueva York sí se habla español. Y aquella niña “rarita” de padres gallegos ha cumplido 71 años, ha dejado su retiro en Florida y se ha convertido, desde enero pasado, en la máxima responsable del Departamento de Educación de la ciudad, tal vez el cargo público más importante después del alcalde, el demócrata Bill de Blasio.Carmen Fariña cita a El País Semanal a primera hora de la mañana en el norte de Manhattan, en una escuela bilingüe que lleva el nombre del padre fundador de la República Dominicana, Juan Pablo Duarte. Situado más allá de Harlem, a la altura de la calle 185, el centro tiene una aplastante mayoría de estudiantes hispanos (98%) en un barrio de población eminentemente dominicana y mexicana. Quedan pocos días para que acaben las clases y los alumnos están contentos. Diferentes y cálidos acentos del español recorren los pasillos.

La escena se produce en la entrada, con los guardias de seguridad como testigos. Un grupo de padres aguarda a que la canciller (el título de Fariña es New York City Schools Chancellor) finalice su visita. Cuando aparece, la abordan. “Doña Carmen, usted nos tiene que ayudar. Necesitamos fondos y materiales. Antes no nos atendía nadie. Ahora confiamos en usted. No nos puede fallar”, le comenta una mujer con marcado acento dominicano. “Yo les voy a ayudar, pero ustedes me tienen que ayudar a mí. Les voy a enviar a una persona de mi departamento. Les vamos a atender”, les responde Fariña. Al abandonar el edificio, antes de subir al vehículo que debe llevarla a su oficina, al sur de Manhattan, una mujer joven la abraza. Es Kristy de la Cruz, directora del colegio de enseñanza media situado al otro lado de la calle, el Bea Fullers Rodgers. Se conocen. Fariña conoce personalmente a todas las directoras de colegios de Nueva York. “Gracias por todo, Carmen”, le dice emocionada De la Cruz antes de cruzar la calzada y meterse en su escuela. “Ahora esta gente tiene esperanza. Antes, no. Yo he vuelto para cambiar el sistema”, afirma Fariña mientras su chófer sortea el trabajoso tráfico de Manhattan. La elección del lugar para la entrevista no ha sido gratuita. La canciller ha querido grabar en la retina del periodista, a través de varias escenas, los ejes de su programa. El primero de ellos, y el más importante, es la batalla por la igualdad, un concepto resbaladizo en una sociedad individualista como la estadounidense y que el alcalde De Blasio quiere situar en el centro de su agenda. Le sobran motivos: las escuelas de Nueva York son las más segregadas de Estados Unidos. El segundo, apoyar a los colegios y a sus responsables, sean cuales sean sus resultados, en lugar de cerrarlos si fracasan, política seguida por el anterior alcalde, Michael Bloomberg. En tercer lugar, la apuesta por el bilingüismo, por el aprendizaje de lenguas, una obsesión para Fariña debido a su experiencia personal. De niña, con cinco años, en la escuela parroquial St. Charles Borromeo de Brooklyn, fue apuntada como ausente durante seis semanas en los controles de asistencia debido a que no respondía cuando su profesora, de origen irlandés, pronunciaba de forma extraña su primer apellido, Guillén (Fariña es el apellido que tomó de su marido). “La marginación que sufrí por la incapacidad y falta de voluntad de mi profesora por pronunciar bien mi apellido siempre me ha acompañado”, confesó Fariña en el libro que publicó en 2008 (A school leader’s guide to excellence: collaborating our way to better schools). Los recuerdos de infancia y juventud de Carmen Fariña están muy ligados a la figura de su padre, Adolfo Guillén, un gallego al que la Guerra Civil y la pobreza expulsaron de España. De él heredó su inconformismo, una determinada idea de la justicia social y el sentimiento de una España lejana pero propia. ¿Cómo nació ese sentimiento? Mi padre y sus amigos abrieron una escuela para hijos de españoles. Íbamos una vez a la semana a aprender la cultura, los bailes, las canciones, el idioma… Siempre hacían allí sus celebraciones. Ahí es donde conocí a mi marido, que también nació en Nueva York y es hijo de gallegos. Había muchos gallegos y asturianos. En casa teníamos dos herencias: la americana, porque mi padre siempre quiso que fuéramos americanos, y la española. A los 11 años mi padre me mandó a España por primera vez, sola, en el barco, para conocer a la familia en Sada, A Coruña. Estuve tres meses. Aquellos días me dejaron ese sentido de doble pertenencia. La gente que tiene dos países tiene mucha suerte. Desde que mi marido y yo nos casamos, y de eso hace ya mucho, vamos a España todos los años. Voy con mis hijas, que viven aquí, y con mis nietos. Mis hijas hablan español, y mis nietos lo están aprendiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario