lunes, junio 23

El tren de la memoria: nosotros también fuimos emigrantes

Fue el jueves por la tarde, en una pequeña sala del Ateneo. Un grupo de personas asistimos a la última proyección de un ciclo de cine fórum sobre la emigración. Esta vez, y para despedirnos, pusimos un documental estupendo:  El tren de la memoria. 
 Me he emocionado varias veces. No he podido evitar recordar mis quince años y el tren que me trasladó desde Baeza a Barcelona, repleto de personas de todas las edades. Las maletas de madera y cartón, atadas con cuerdas, con el miedo a perder las pocas pertenencias en el camino. Las larguisimas horas, sentados de cualquier manera en los pasillos, en los descansillos del tren y compartiendo la comida que en aquel tiempo se guardaba en una talega de tela, o en una cesta de mimbre.

Hombres que iban a Alemania
 He visto los  rostros de hombres y mujeres, abrasados por las largas jornadas de sol; más envejecidos de lo que correspondía a la edad. Y he sonreido,  pero tristemente, mientras los escuchaba cantar las coplas del pueblo; una forma como otra cualquiera de poder soportar el drama del destierro. Luego, esas otras imágenes de la llegada a la estación de alguna de las ciudades industriales alemanas a las que fueron a parar. Sus caras de estupor, de asombro y de miedo.  Los hombres con las cabezas cubiertas por una gorra de paño a cuadros,  los mejores pantalones y chaquetas que encontraron en el viejo ropero, un atuendo que les delataba; que hablaba de su origen campesino, de las fatigas y el mal comer... Caras de la miseria y del atraso de tantas zonas rurales.      
Llegada a una estación cualquiera
Las realizadoras de este hermoso documental, dos mujeres muy valientes, por cierto, han conseguido transmitir con todo el realismo, pero también con toda la humanidad y la emoción, unas experiencias ya lejanas, pero que aun hoy se están produciendo muy cerca de nuestra casa. 
La emigración es un hecho universal,  y cuando se realiza por pura superviviencia, también es un drama humano. Los que la hemos vivido, sabemos que nos rompe la vida en mil pedazos. Hay algo así como una pequeña muerte que hay que llorar; hay que pasar el duelo y no todos tienen la capacidad ni las condiciones para superar ese trance de la misma forma. 
La protagonista principal que narra la experiencia y el retorno

Las mujeres que nos cuentan su historia migratoria en Alemania me han impresionado. Dos de ellas tuvieron una infancia muy pobre, trabajaron en el campo hasta que se marcharon en ese tren muy lejos, a un pais del que desconocían absolutamente todo y donde no se podían ni comunicar, porque la lengua, el principal vehículo de entendimiento, les era completamente ajena.  


Una de las protagonistas, que cuida a su madre en Nuremberg y le recuerda que volverán a España
Pero viéndolas ahora, mujeres maduras, podemos sonreir y concluir que emigrar es muy duro, pero también es una tremenda posibilidad para ensanchar nuestro mundo,  aprender y mejorar como personas.  Porque, ¿imaginamos a esas mujeres viviendo en un pequeño pueblo extremeño durante toda su vida y sin conocer otra cosa? ¿Cómo serían ahora? ¿Tendrían la misma capacidad para expresarse? ¿Sabrían tanto sobre las luces y sombras de la lucha por la vida?  Estoy segura de que no sería asi. Y esa es la grandeza de salir de nuestro pequeño mundo. Puedo sentirme partícipe del proceso que relatan algunas de las protagonistas, especialmente la que pudo estudiar Trabajo Social.  Por cierto, es la más capaz de tener un discurso crítico, incluso para los que volvían a España exhibiendo coches de lujo, que escondian la cruda realidad.
Repasando las fotos en blanco y negro

Junto con su compañera, la que inicia el viaje de la memoria, participó en los movimientos sociales, al lado con los alemanes, a final de los sesenta. Una conciencia nacida de la dura experiencia de ser un "don nadie". Menos que una persona, tal y como relatan los que sufrieron esa humillación de ser poco menos que un "rebaño", alojados en barracones, sin contacto con las "personas"  y separados de sus parejas. Estas son las palabras concretas con las que la protagonista, Josefina relata su periplo: 

«Yo soy de un pequeño pueblo de Palencia. A los 16 años me metí en el tren que iba a Alemania sin saber muy ni dónde estaba el país. En el autobús que nos llevaba a la estación, a la una de la madrugada, firmamos el contrato laboral». Josefina estuvo allí 14 años, levantándose a las seis de la mañana y trabajando hasta las cinco de la tarde, durmiendo en dormitorios colectivos en los que se separaban a los hombres y las mujeres, y conociendo lo que es sentirse inferior y menospreciado. «Yo en mi pueblo era una persona más, querida por todos, de familia obrera y acostumbrada a trabajar. Pero te subes a un tren y de pronto eres una emigrante, y tienen derecho a acomplejarte y humillarte».
Imagen de la revisión médica que se realizaba en grupo. Recuerda a un campo de concentración

Y es que era necesario que sólo tuvieran energía para producir, para ser un instrumento al servicio de la economía capitalista más deshumanizada. No es cierto, como siempre se ha dicho, que todos los emigrantes a Europa fueran con los papeles en regla. En el documental queda claro que no era así y que muchos (se calcula un 50%) pasaron a pie por los pirineos y luego se fueron trasladando como pudieron por diferentes ciudades, hasta situarse con un contrato que, al menos en los inicios, les obligaba a una vida de "semiesclavitud". 
Habitáculo en un barracón

Justamente la protagonista habla sobre cómo esas duras condiciones de vida y de trabajo llevó a mucha gente a enfermar. Y eso que la mayoria estaban acostumbrados al duro trabajo del campo... Seguramente no todo era fisiológico... Tal vez la soledad, la deshumanización...  
 Me he sentido muy commovida con las palabras y los gestos de la extremeña, que trabajaba si tregua para mandar dinero a sus padres y sus hermanos; para que los chiquillos pudieran tener unos zapatos, un trajecito mejor... Ella quería que estuvieran presentables y no anduvieran descalzos por la calle, o con los calzones andrajosos con los que los recordaba. Cuando volvía al pueblo, con ocasión de algunos días de vacaciones, se extrañaba; porque ese dinero que llegaba de Alemania, apenas se veía en el cambio de vida de los padres y hermanos más chicos...¡Eran tantas la necesidades sin cubrir!   
Niños de Las Hurdes en los años cincuenta

Los que tenemos una edad sabemos lo que era el NODO. En el documental está clara la intencionalidad de los discursos triunfalistas que emitía el sistema sobre los emigrantes: que si productores ejemplares en Alemania, que si la alegría de los españoles en los espacios de ocio, donde los nativos aplaudian sus cantos y palmas... (flamencas, por cierto) Contrasta el mensaje con lo que sus protagonistas explican. La mayoria no salían del reducto de los barracones; si entraban en un local de ocio, eran mal vistos por los alemanes, que no soportaban sus gritos ni sus risas. Además, no se podían permitir gastar, porque el objetivo era ahorrar y enviar dinero a España.  Una vida completamente al margen de la ciudad. ¿Núremberg...? No conociamos la ciudad, porque no salíamos de la fábrica y de los barracones. Ahora sabemos que es muy bonita, pero entonces... desconociamos todo sobre su historia,  sus calles, sus monumentos... Eso es lo que dicen. 
Españoles en el Centro Español de Nuremberg contando sus experiencias
La historia se repite. Los procesos son semejantes, aquí, allí, hace cuarenta años y en el 2014. Ana, una muchacha boliviana expresa su sorpresa ante tantas coincidencias en las experiencias y los sentimientos... y calla. 
Lo que pretendíamos los organizadores de este ciclo de cine, era eso: mostrar que nosotros también fuimos emigrantes y que las viejas y manidas excusas, cuando defendemos la mano dura para los demás, no hacen más que esconder una realidad tan inhumana como la que ahora tenemos en nuestra casa y en nuestras fronteras. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario