miércoles, febrero 26

La desesperación de Alí



Pensaba que ya era casi un ciudadano de pleno derecho en  este país. Llegó como refugiado. Estaba ya cansado de vivir en el desierto, bajo una lona, sin agua corriente, y una temperatura de más de 50 grados en verano.  Quería tener hijos y buscó un lugar más confortable y con futuro para ellos.  
 Se instaló en un pueblo cercano a Jerez, donde poco a poco los vecinos fueron conociéndole y apreciando sus cualidades. Un profesor Saharaui no pasa desapercibido en un lugar tan pequeño. Allí han nacido sus hijos y allí van al colegio. La vida transcurría de una forma sencilla, sin grandes estridencias, austeramente, con lo poco que sacaba de su trabajo en el campo, o en otros sectores en los que no es necesario tener una cualificación específica. A él no se le caen los anillos, como se suele decir. Sólo quiere tener un sueldo y atender a su familia lo mejor posible. 
Pero todo cambió cuando dejaron de contratarlo. Se quedó sin ingresos y empezaron los problemas. Hace más de un año que no puede pagar la sencilla vivienda que alquiló por doscientos euros, pero que su mujer mantiene limpia y primorosamente cuidada.  No ha dejado ni un solo día de salir a la calle a buscar un empleo, pero nada. El último hijo nació hace seis meses y tienen dos más. El casero ya no le da más tiempo. Son doce mensualidades de deuda y no puede pagar, porque ya hasta la comida tiene que pedirla al banco de alimentos.

Hoy ha llegado a pedir ayuda. Le temblaban las manos y la voz, mientras contaba su historia. Y de pronto, un hombre hecho y derecho, ha roto a llorar como un niño. Poco a poco ha ido elevando la voz, porque la desesperación ya no le deja ser esa persona prudente, que siempre ha sido… ¿Qué culpa tengo yo de no tener trabajo? … Grita, lleno de impotencia… No me pueden dejar en la calle… Si sólo quiero un trabajo…, qué culpa tengo yo…

lunes, febrero 24

No es qué haces, sino cómo lo haces...



Hasta el último día no supe que se llamaba Juan Carlos,  de apellido Pérez, para más señas. Lo venía observando día tras día, mientras desayunaba, o a la hora de la cena. De estatura media, pero fornido, eso sí, y de aspecto bonachón. Calculé  que no pasaba de la cuarentena,  disimulando mi interés por su actitud; por sus gestos afectuosos y cercanos con cualquier persona que se pasaba por el comedor. Incluso cuando alguien llegaba un poco tarde, él le quitaba importancia, con su amplia y cálida sonrisa, que acompañaba de una palmada en el hombro.   



 Me cautivó esa actitud suya de echarle alegría y cariño a algo tan prosaico como retirar los platos ya consumidos por ávidos turistas de la tercera edad. Sólo era un camarero; de esos que trabajan de sol a sol, y sin días libres, pero había decidido no amargarse la vida como sus compañeros.  Hay personas capaces de dignificar la tarea más sencilla.  Eso pensé,  la noche que se acercó a la mesa de mis vecinos de pelo rubio, ojos azules y piel quemada por ese sol traicionero de los días de invierno en la isla.  Tomó la mano del turista entre las suyas, esbozó la sonrisa más cálida que alguien pueda imaginar y, en un idioma extraño, que seguramente dominaba por responsabilidad profesional,  entabló una conversación que bien parecía la de dos amigos que estaban encantados de volver a encontrarse, que el saludo entre un camarero de hotel y un turista accidental.

lunes, febrero 17

Nebraska: Comedia y drama en una historia triste

Hay películas que te dejan perpleja.  Te levantas del asiento, miras a tus acompañantes y casi nadie se atreve a expresar lo que siente, después de asistir a la función en blanco y negro, como las de antes, de las que no te esperas cuando decides que quieres pasar una tarde de sábado en el cine.
Nebraska es de esas películas que no te dejan buen sabor de boca, eso desde luego, pero no se le pueden negar otro tipo de valores. Es cierto que los espectadores actuales estamos mal acostumbrados: ya no soportamos los largos silencios; esos paisajes grises,  desolados,  inabarcables , la lentitud con la que transcurre la vida… Así es esta película, que habla de la vejez, pero también de la América profunda, pobre, de la descarnada realidad de unas familias desgraciadas, en las que el alcohol ha dejado a los hombres fuera de juego. Lenta, lenta, pero eficaz en lo que, supongo, quiere transmitir su director.

El protagonista, Woody Grant, no se sabe si tiene esa conducta por el efecto de una vida ahogada en el alcohol, o fruto de la vejez, o de una especie de autismo, de emociones nunca expresadas,  de silencios que esconden quién sabe qué historias…  Es un viejo encerrado en sí mismo, desconectado de los afectos y de la vida de los demás.    
El viaje que emprende,  es una especie de recorrido por su vida anterior, por un pasado, del que nunca ha hablado con ese hijo, que, sin mucha convicción, accede a ayudarle en la locura de cobrar un millón de dólares, de un concurso que resulta ser un auténtico timo.  Está dispuesto a llegar a ese lugar lejano e indefinido,  aunque sea andando. Una especie de “Quijotada”…  esa imagen del hombre,  viejo, pero que permanece erguido y tozudo, frente al resto del mundo y a la realidad que los demás le presentan.  La suya, su realidad es otra y no cede.  El hijo, se embarca en la aventura, como si fuera el cuerdo Sancho acompañando al loco Don Quijote en la lucha imposible contra los molinos.  Pero imagino que detrás de esa decisión hay  algo más. Tal vez la necesidad de pasar un tiempo con el padre; ese padre lejano, frio, distante, con el que nunca ha conectado. ¿Una forma quizás de llegar a él… de hacerse querer por ese hombre hermético con el que ha pasado media vida?  
Es difícil saber si el protagonista de esta desgarradora y triste  historia está loco o está cuerdo… Si se hace el loco… ¿Es capaz de todo eso por una simple y nueva camioneta con la que siempre ha soñado?  Quién sabe… Aunque la última conversación que tiene  con el hijo da la clave y hace pensar en que el viejo tiene sentimientos.
El camino de la vida… parece querer decir ese viaje. Comedia y drama a la vez. Las intervenciones, mordaces, afiladas, pero a veces divertidas de la madre, en un escenario lleno de sordidez, apatia, desesperanza y mezquindad. 
Pero a través de ese camino por solitarias carretereas en medio de un paisaje blanquecino y árido, el hijo conoce el pasado de sus padres; los amores que han vivido, las renuncias, la falta de sueños o quizás los sueños nunca cumplidos,  el sufrimiento de la Guerra de Corea, en la que el viejo participó, los amigos de juventud… El padre  es además un ser humano que ha vivido muchas cosas que sus hijos desconocen y que quizás lo han hecho ser quién es.  Durante el trayecto aparecen también las relaciones familiares, perdidas por las distancias, pero también por los silencios y los egoísmos de una existencia precaria, mezquina, pobre… no sólo materialmente, sino psicológica y espiritualmente. Ver a todos los hombres sentados delante la tele, sin nada que decirse, es desolador y clarificador del tipo de vida que han tenido.  Y no  digamos de las sórdidas tabernas repletas de viejos y no tan viejos barrigudos, bebiendo cerveza, sin otro horizonte que ese escenario cotidiano, con el que parecen querer olvidar la triste realidad que les rodea.  
Nebraska no sólo habla de la vejez. Quizás no sea el único objetivo que tiene el director. También habla de un mundo que se extingue, el mundo de nuestros padres; en la America rural, que bien podría corresponder con algunos lugares que a nosotros nos resulten más cercanos. Esa vida tan incomprensible para el hijo del protagonista, en la que la gente sólo se ocupaba de sobrevivir,  que ya era bastante.  El joven no puede entender que sus padres no se hayan percatado de sentimientos como el enamoramiento, o se plantearan si querían tener hijos, cuándo y cuántos. En definitiva,  esas cosas  que en el mundo contemporáneo de la vida urbana en la que están cubiertas las primeras necesidades, son fundamentales: el amor, la comunicación, las decisiones racionales y autónomas… aunque también está apuntado el tema de la provisionalidad de las parejas, del miedo al compromiso…  En fin, un tiempo para la reflexión…  si se quiere.  Cuando el cine es algo más que distracción y diversión superficial.  Película, como mínimo curiosa, bien hecha y con una fotografía estupenda,  que a los aficionados al blanco y negro entusiasmará. 
NOTA: 
Con  seis nominaciones, incluidas las de mejor película, mejor director y mejor actor, para un inconmensurable Bruce Dern.

FICHA TÉCNICA
Título original: Nebraska
Año: 2013
Duración: 115 min.
País: Estados Unidos
Director: Alexander Payne
Guion: Bob Nelson, Phil Johnston
Reparto: Bruce Dern, Will Forte, Stacy Keach, Bob Odenkirk, June Squibb, Missy Doty, Kevin Kunkel, Angela McEwan, Melinda Simonsen