viernes, diciembre 13

Otro tiempo entre costuras



Otros tiempos… entre costuras

Esta noche, después de quedarme encandilada con las hermosas imágenes de la serie de televisión El tiempo entre costuras, me han asaltado algunos recuerdos de adolescencia que permanecían a la espera de salir algún día a la luz. Vuelve esa suave melancolía que forma parte de mí; es una sensación muy dulce, que me lleva a mirar fotos y recuperar algunas imágenes perdidas.

Puede ser que volver con cierta asiduidad a mi pueblo de origen, algo que está sucediendo en los dos últimos años, esté teniendo influencia en mi espíritu, como digo,  de naturaleza melancólica.  Tengo una necesidad de recuperar el pasado; siento una gran curiosidad por recordar cómo era esa Teresa-Tere,  niña-adolescente, de la que me han quedado muy pocas imágenes, ya que en esos años no era fácil tener fotografías. He olvidado muchas cosas, aunque también han quedado en mi memoria algunas ideas sobre mi persona que no sé cómo fueron calando en mí, hasta convertirse en realidades. Una de esas ideas es la que estos días me ha asaltado, se refería a mi aspecto. 

Siempre he pensado que era una adolescente más bien tirando a feíta… o mejor dicho: sin gracia ni atractivo; sin esos atributos que hacían que mis amigas recibieran mensajes secretos, cartas de un amor un tanto empalagosas, de las que, finalmente todas nos reíamos. Yo no recuerdo haber tenido ese tipo de enamorados, dispuestos a ponerse en ridículo por mí.  Además, guardo alguna foto de grupo, en la que no salgo especialmente bonita, vaya, yo diría que salgo horrorosa, con cara de estar pasando la edad del pavo y un flequillo de esos de escalera que, sin saber por qué,  mi madre me cortaba y se quedaba tan “pancha”. He pensado que sería uno de esos días en los que la cámara tendría mejores ojos para mis acompañantes, algunas de ellas monísimas,  en una tarde de verano, en el parque de la Pililla.  
 Pero esa percepción mía no parece que responda a la realidad.  Lo mismo que esa foto del parque con mis amigas, me deja en muy mal lugar, hay otra, recuperada hace muy poco a través de una carta que me llegó a casa como un regalo del cielo. En ella, aparecemos un pequeño grupo de chicas, muy jóvenes. Se trata de un taller de costura; el típico taller dirigido por una  mujer joven, la que aparece al fondo,  detrás de la máquina, con pelo largo. 

Miro y remiro la imagen en blanco y negro, y me veo ahí,  sentada,  hilvanando la aguja y mirando de reojo a la cámara, con esa media sonrisa de interesante y me digo a mí misma: ¡Mujer,  pero si eras monísima! Vaya, que en un instante ha desaparecido esa niña casi invisible que creía ser y he dejado pasar a una Teresa algo presumida y seductora. ¡No me lo puedo creer!

Como Sira, la protagonista de la novela de María Dueñas, las aprendizas de los talleres de costura,  en otros tiempos, aprendíamos no sólo a coser dobladillos, a hacer ojales, a sobrehilar, a hilvanar… en fin, esas cosillas que luego ayudan tanto en los arreglos de pantalones y faldas. La vida cotidiana de un taller es rica en experiencias; como lo es cualquier espacio de relación laboral o de otro tipo. Y yo empecé a hacerme mayor, entre costuras; al hilo de las conversaciones un poco picantes, muchas veces, y vigilando el momento en el que pasaría el muchacho por el que alguna suspiraba, de camino hacia el rio Cuadros, donde tanta gente tenía sus huertas o sus olivas.  

 Por cierto: había olvidado que con apenas trece años también estuve en otro taller de costura en la ciudad de Jaén. La maestra se llamaba Clara. Una mujer corpulenta, cariñosa y estupenda modista. Se había quedado viuda muy joven y tenía dos hijos gemelos de unos veinte años, y una chica, Pilar, algo mayor que yo, con la que aprendí a moverme por la capital con soltura y algunas cosas más, como por ejemplo, que se había estrenado en esos días una maravillosa película: West Side Story, mejor dicho: Amor sin barreras, que es como ella la titulaba, en Español, claro. 
Escena de West Side Story
Una de las tareas que me competían como aprendiza, era acompañar a la modista a las casas de la burguesía local a probar los vestidos a las señoras. Nos teníamos que desplazar muy lejos y lo que más me asombraba de nuestras visitas profesionales, era el lujo en el que vivía  aquella gente. Eran pisos modernos y amplísimos, seguramente construidos a principio de los sesenta, aprovechando un momento de desarrollo y extensión de la ciudad.   Son recuerdos algo  borrosos, pero que me han asaltado justamente mientras veía la serie de televisión.

La historia de la relación de mi familia con Clara, mi maestra,  es muy curiosa, aunque seguramente si vivieran mis padres me podrían aclarar algunas cosas. Era amiga de mi padre. Se habían conocido durante la Guerra Civil. Ignoro por qué él tuvo tanta relación con varias personas de la capital, porque recuerdo a otra familia que regentaba una droguería, con los que se llevaba muy bien. Había mucho cariño entre ellos, y siempre  que nos desplazábamos a Jaén, les hacíamos una visita.  Y esa fue la razón de que yo aprovechara los meses de estancia en la ciudad para aprender algo de costura, al lado de Clara, de la que también guardo un gratísimo recuerdo.  

Después de tantos años, cuando viajo a la capital, identifico perfectamente el barrio donde estaba situada la casa de Clara: Belén, se llamaba;  y el camino que yo seguía diariamente, desde el centro, justo al lado de la iglesia de San Bartolomé, donde vivíamos nosotros.
Iglesia de Belén
 Y pienso en cómo aproveché el tiempo, en el empeño de mi madre, para que sacara de aquellos meses lo mejor de lo que la ciudad nos ofrecía. Así que, por la tarde,  asistí a una academia de mecanografía. Cuánta razón tiene mi hermana cuando me dice lo sabia  que era mi madre. Sí, porque, a pesar de las pocas posibilidades que nos daba el medio rural y la época,  pensó en alternativas; me abrió puertas para poder ganarme la vida. Probablemente presentía que no nos quedaríamos para siempre en el pueblo y que iba a necesitar otras habilidades para sobrevivir en otro contexto. Y fue así. Si a la niña del taller de costura le hubieran dicho entonces que a los cincuenta años estaría dando clases en la Universidad... O que un día no muy lejano escribiría un libro... No me lo hubiera creído. Eso de que el destino de cada cual está escrito no me convence. Más bien tiendo a pensar que cada cual escribe su propia historia.   
Conferencia en una universidad de Chile (a la derecha)

Ahora que, tampoco exageremos: la vida novelesca de Sira… eso, la verdad es poco probable que le pase a alguien. De modistilla de taller,  a espía internacional… ¡Increíble!

3 comentarios:

  1. Relato precioso. Me lo he leído de un tirón.
    Una ventada para pensar y reflexionar.
    Saludos

    SOY YO

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    1. Muchas gracias, amigo. Como ves, ya no te siguen tus compañeras de comentarios. Y es que la ventana está colgada en un facebook que he creado especialmente para ella. Ahí tiene muchos seguidores, porque resulta más asequible, claro que los comentarios son más jugosos, pero qué le vamos a hacer. Así es eso de las redes: inmediato y superficial.

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  2. resistiré como los últimos de Filipinas. No pienso abrir cuenta en feisbuc ni en tuiter. Son armas de destrucción masiva.(cualquiera que tenga adolescentes lo sabe). Ya volverán al Blog. Es cuestión de esperar.
    Saludos "amiga"

    SOY YO

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