Mi madre
siempre decía que nací “entre dos luces”, que es lo mismo que, al
atardecer o a la hora de la puesta de sol, pero claro, mucho más bonito es cómo
ella lo decía. Era, por lo visto, un Viernes Santo y mi padre estaba a punto de
salir para asistir a la procesión. Total, que mi cumpleaños es el 22 de marzo,
principio de la primavera.Casualmente, el veinte, o sea, dos días antes, mi hijo el pequeño también celebra el suyo,
este año ya son veintinueve.
¡Cómo pasa el tiempo! No puedo creer que hayan pasado tantos años ¡ Hay que ver…, cómo han cambiado las cosas! Tener un hijo en el año 1984, a los 33 años, era ya muy tarde. Cuando me quedé embarazada sentía que estaba ya al final de mi vida reproductiva, pero sobre todo, tenía la sensación de que si me dedicaba unos años a criar a una criatura, me iba a hacer mayor y no tendría posibilidad ninguna de ejercer una profesión; de incorporarme a la nueva sociedad que estábamos estrenando. Era mi último año en la Universidad y esperaba terminar mis estudios para incorporarme a la vida laboral, que había dejado a los veintidós años, para dedicarme a criar a mi primer hijo.
¡Cómo pasa el tiempo! No puedo creer que hayan pasado tantos años ¡ Hay que ver…, cómo han cambiado las cosas! Tener un hijo en el año 1984, a los 33 años, era ya muy tarde. Cuando me quedé embarazada sentía que estaba ya al final de mi vida reproductiva, pero sobre todo, tenía la sensación de que si me dedicaba unos años a criar a una criatura, me iba a hacer mayor y no tendría posibilidad ninguna de ejercer una profesión; de incorporarme a la nueva sociedad que estábamos estrenando. Era mi último año en la Universidad y esperaba terminar mis estudios para incorporarme a la vida laboral, que había dejado a los veintidós años, para dedicarme a criar a mi primer hijo.
Tenía miedo, mucho miedo a no poder estar a la altura,
a volver a empezar de nuevo, porque habían pasado diez años desde mi primer
parto. Todavía recuerdo un poema que escribí, en el que expresaba mi
sorpresa por la tristeza que me embargaba ese primer amanecer, después de
instalarme en la habitación de la clínica, con mi niño al lado. Sí,
sorpresa y desconcierto, porque lo que yo esperaba era estar inundada de
felicidad por la llegada de aquel ser cuya llegada a la vida había sido
concienzudamente preparada. Desde el inicio del embarazo, y una vez superados
los miedos, todo fueron mimos, cuidado…, una dulcísima espera. Recuerdo
esa etapa como unas de las más plenas de mi vida. De ahí mi gran
desconcierto y la sensación de vacío y tristeza que me acompañó en las primeras
semanas.
Por eso, me
sorprendo muchas veces cuando escucho a tantas mujeres hablar de su maternidad
con esa naturalidad, como si fuera algo tan sencillo eso de traer un hijo al
mundo. Y no hablo del hecho fisiológico, ¡qué va! De hecho, para mí el parto es
lo de menos. Lo que verdaderamente me preocupaba a mí en esa época era lo que
venía luego: la crianza y la educación de una criatura.
Aunque suene
raro, no acabo de creerme las palabras de tantas y tantas mujeres, cuando
después de un parto, se manifiestan las más felices del mundo. Lo que pienso
es que decimos lo que pensamos que se
espera de nosotras. No quisiera herir la sensibilidad de nadie; quizás haya
madres que de verdad sientan de ese modo. Pero ¿qué pensaría la gente de una
mujer que acaba de dar a luz y se atreve a expresar sus miedos y sus
inseguridades ante lo que le espera? Hasta puede ser que algunas ni se atrevan
a sentirlo ni a pensarlo, ¡cómo lo van decir en voz alta…!
La
maternidad tiene mucho de mito, y, por tanto, también de tabú. A todas nos dicen
desde muy pronto en qué consiste eso de ser una buena madre. La literatura, la
canción popular, los dichos y refranes…, toda nuestra cultura habla de esa
madre ideal a la que las mujeres tenemos que ajustarnos si queremos ser
consideradas como tales. Seguro que se os
viene a la memoria alguna de esas coplillas flamencas en las que se
ensalzan las virtudes de esa madre, que debe de ser la aspiración de cada
mujer.
Fíjaos esta afirmación que he recogido de un listado sobre dichos y refranes: “Una madre tiene algo de Dios y mucho de ángel” No puede ser más explícito. ¿Cómo no sentir miedo ante este modelo…? Tener el poder, la omnipotencia, la sabiduría de Dios y la bondad de un ángel… ¡Cielo santo…! ¿No es demasiado pedir…?
Fíjaos esta afirmación que he recogido de un listado sobre dichos y refranes: “Una madre tiene algo de Dios y mucho de ángel” No puede ser más explícito. ¿Cómo no sentir miedo ante este modelo…? Tener el poder, la omnipotencia, la sabiduría de Dios y la bondad de un ángel… ¡Cielo santo…! ¿No es demasiado pedir…?
Ese mito de
la madre amantísima, esa consideración de que el amor materno no tiene fisuras;
de que es algo absoluto y eterno, convierte en tabú cualquier otro
discurso, cualquier otro sentimiento que implique duda o ambivalencia
sobre la maternidad real. ¡Esa es la palabra: REAL! Porque en la vida real, ser
madre es todo un trabajo; un oficio para el que nadie se prepara. Somos tan
ilusos que pensamos que la naturaleza es la que da a las mujeres la sabiduría,
o la intuición para poder ejercer ese papel de forma perfecta..., bueno, eso si
consideramos perfecto ese ideal.
Pero no es
así, bueno, es lo que yo creo. En fin…, hace
un tiempo, hablando con una buena amiga, hoy desaparecida, comentábamos todo esto y nos referíamos a las
mujeres que no han tenido esa experiencia de ser madres. Ella, por ejemplo.
Además, fue hija de una mujer que
desde luego no se puede decir que hiciera honor al modelo ideal. Muchas veces
me hablaba de su falta de muestras de afecto, no sólo físico, sino psicológico;
de su abandono; de la huida de la realidad que practicó durante años,
para no tener que enfrentarse a decisiones difíciles en su época y que debía de
haber tomado, para proteger a sus tres hijas de un padre maltratador. Y era una madre. De esas madres no se suele
hablar, pero existen y quizás quieren a sus hijos… ¿de otra manera? No lo
sabemos.
Hay un libro muy interesante que leí hace años: Nacemos de mujer. Me ayudó mucho a comprender lo que muchas mujeres pueden sentir, pero no expresar. La autora hablaba de la variedad de sentimientos y emociones que le causaba a ella la experiencia de ser madre: entre la rabia, el sufrimiento…, la preocupación… y el inmenso cariño, gratificación y felicidad. Porque en definitiva, ella hablaba de la maternidad real y de mujeres de carne y hueso, no de santas. Y es que la vulnerabilidad con la que el ser humano llega al mundo, hace que la madre pierda de vista su realidad personal. El bebé lo ocupa todo y así suele ser durante meses… Dejas de existir; tus necesidades pasan a segundo o tercer plano y eso es durísimo, de verdad, y mucho más cuando no se cuenta con apoyos no sólo materiales, sino emocionales.
Hay un libro muy interesante que leí hace años: Nacemos de mujer. Me ayudó mucho a comprender lo que muchas mujeres pueden sentir, pero no expresar. La autora hablaba de la variedad de sentimientos y emociones que le causaba a ella la experiencia de ser madre: entre la rabia, el sufrimiento…, la preocupación… y el inmenso cariño, gratificación y felicidad. Porque en definitiva, ella hablaba de la maternidad real y de mujeres de carne y hueso, no de santas. Y es que la vulnerabilidad con la que el ser humano llega al mundo, hace que la madre pierda de vista su realidad personal. El bebé lo ocupa todo y así suele ser durante meses… Dejas de existir; tus necesidades pasan a segundo o tercer plano y eso es durísimo, de verdad, y mucho más cuando no se cuenta con apoyos no sólo materiales, sino emocionales.
Mientras
escribo, estoy pensando que a las mujeres actuales eso les debe costar mucho
más. Un hijo cambia la vida, es evidente. Pero si esa vida está centrada en la
profesión y en las satisfacciones individuales, me temo que una razón de tanto
divorcio podría ser ésta: la incapacidad para superar esas dificultades que
implica hacerse cargo de otra vida.
Se nos pide demasiado, y mucho más en este último medio siglo; una época de abundancia, en la que el amor y la felicidad se han convertido en ideas y metas centrales de la vida. Eso hace que muchas mujeres lleven un enorme peso a sus espaldas. Tengo una amiga que está pasando un mal momento familiar. Me sorprendió hace unos días, cuando me explicaba que su hijo de 21 años está pasando por una etapa en la que se plantea salir de la casa familiar para irse a vivir solo, porque según él, sería más feliz de ese modo. Pues mi amiga soltó la siguiente frase: “Eso quiere decir que yo no lo hago feliz” ¿Qué te parece…? ¿Una mujer debe preocuparse por no hacer feliz a su hijo de 21 años…? No se me ocurrió otra cosa que preguntarle si a esa edad esperaba eso de su madre. Se dio cuenta de que, efectivamente, a ella no le importaba su madre, sino las amigas, o el novio. Y sin embargo, mi amiga siente que tiene la obligación de hacer feliz al muchacho y a toda la familia. Ese es un error muy generalizado que seguramente tiene mucho que ver con el mito de la mujer-madre llena de bondad y omnipotencia. Nadie hace feliz a nadie, o al menos no deberíamos esperar eso de ninguna persona; esas expectativas son excesivas y falaces, hacen daño a quien espera y a quien se cree que deberíadar esa clase de amor.
Se nos pide demasiado, y mucho más en este último medio siglo; una época de abundancia, en la que el amor y la felicidad se han convertido en ideas y metas centrales de la vida. Eso hace que muchas mujeres lleven un enorme peso a sus espaldas. Tengo una amiga que está pasando un mal momento familiar. Me sorprendió hace unos días, cuando me explicaba que su hijo de 21 años está pasando por una etapa en la que se plantea salir de la casa familiar para irse a vivir solo, porque según él, sería más feliz de ese modo. Pues mi amiga soltó la siguiente frase: “Eso quiere decir que yo no lo hago feliz” ¿Qué te parece…? ¿Una mujer debe preocuparse por no hacer feliz a su hijo de 21 años…? No se me ocurrió otra cosa que preguntarle si a esa edad esperaba eso de su madre. Se dio cuenta de que, efectivamente, a ella no le importaba su madre, sino las amigas, o el novio. Y sin embargo, mi amiga siente que tiene la obligación de hacer feliz al muchacho y a toda la familia. Ese es un error muy generalizado que seguramente tiene mucho que ver con el mito de la mujer-madre llena de bondad y omnipotencia. Nadie hace feliz a nadie, o al menos no deberíamos esperar eso de ninguna persona; esas expectativas son excesivas y falaces, hacen daño a quien espera y a quien se cree que deberíadar esa clase de amor.
Bueno…,
bueno, que hoy estoy un poco insoportable, ¿no…? Es el Día de la Madre, y lo lógico es que
enumere las virtudes de toda madre y me felicite a mí misma por tener dos hijos
estupendos. Empecé recordándote mis miedos e inseguridades, hace ya veintinueve
años, y mira en qué ha ido derivando esta reflexión.
Lo cierto es que, a pesar de todo, ese hijo, al que me costó tanto acostumbrarme, ha sido la alegría de mi casa y todavía hoy transmite tal vitalidad y optimismo, que a su lado es difícil estar triste o sentir desconfianza en el futuro. Llegó con la primavera y, haciendo honor a esa estación, es toda una explosión de luz y de vida. Del otro no hablo, porque él es muy pudoroso, pero lo quiero con toda mi alma.
Lo cierto es que, a pesar de todo, ese hijo, al que me costó tanto acostumbrarme, ha sido la alegría de mi casa y todavía hoy transmite tal vitalidad y optimismo, que a su lado es difícil estar triste o sentir desconfianza en el futuro. Llegó con la primavera y, haciendo honor a esa estación, es toda una explosión de luz y de vida. Del otro no hablo, porque él es muy pudoroso, pero lo quiero con toda mi alma.
...Y en
Jerez empieza de verdad el buen tiempo. Parece que la feria se presenta con calorcito,
para poder disfrutar de unos días de música y encuentros.
Caramba! Has logrado conectarme con eso que significa para mi "ser madre".
ResponderEliminarEn el momento de parir, un batiburrillo de sentimientos (el impacto físico bestial de romperte para traer a la luz a una personita, la emoción de lo inevitable, el miedo y la angustia al comprobar con urgencia que están completos...).
No me extraña que muchas mujeres ni siquieran lleguen a enterarse de haber sufrido una depresión post-parto. Yo recuerdo con claridad el ataque agudo de responsabilidad ante la tarea inmensa de cuidar a otro ser durante mucho tiempo. Y las opiniones encontradas de, sobre todo, las mujeres que se iban acercando a compartir el feliz acontecimiento. Ocasión única para contar sus propias vivencias, que en ésto somos como los hombres con su "mili".
Y luego, ese camino complejo e interesante de ir creciendo con ellos cada vez que te reflejan en el espejo de la vida todas tus miserias y debilidades, tocándote las fibras más sensibles.
Las noches que, en principio requerían cuidados básicos, se convierten en las primeras separaciones cuando se van de excursión y te quedas hasta que ni se vislumbra el autobús, con cara de imbécil y confiando en el universo, porque no te queda más remedio. Y de ahí a las noches de estar pendiente del teléfono o de la puerta o el mantener su cuarto cerrado para que no sea tan evidente que ya no están cuando se marchan a volar fuera.
Qué tarea tan ingrata y apasionante! De ningún modo me hubiera gustado perderme esta oportunidad.
Gracias por tus reflexiones motivadoras, amiga.
(Cacho madraza mal disimulada).
Si, sí, como tu misma dejas claro: es un sentimiento y una experiencia ambivalente, que tiene tanto de apasionante como de agotadora. Lo peor es que la gente se suele quedar en la superficie y en las idealizaciones.
EliminarGracias por tu precioso comentario.