miércoles, junio 20

Diez mujeres: una lectura para disfrutar


Diez mujeres, diez historias, diez perfiles femeninos. Distintas edades,  clase social,  profesión y experiencias vitales y, sin embargo,  todas, o casi todas,  muy interesantes. Su autora: Marcela Serrano. Una escritora chilena sobradamente conocida para las mujeres lectoras, nos presenta algo así como un abanico sociológico y psicológico de la vida de las mujeres en el Chile de la segunda mitad del siglo XX y primeras décadas del XX.

La autora se sirve de un recurso muy original: la consulta de una psicoterapeuta. Nueve de las pacientes que acuden regularmente a terapia, se reúnen con Natasha, la Psicóloga. Ninguna de ellas se conoce, pero aceptan el reto de compartir sus traumas, sus miedos, sus inseguridades… el sufrimiento emocional, en definitiva.  La finalidad está clara: sólo rompiendo la cadena del silencio es posible curar ciertas heridas. 

Cada relato se narra en primera persona, con un lenguaje y unas expresiones que son propias de esa zona de Latinoamérica.  Precisamente es algo que me ha llamado la atención y me ha hecho recordar a mi amiga Cecilia; una chilena que conocí allá por el año 2000, más o menos. A través de ella conocí parte del país y tuve contacto con varias universidades. Fue una experiencia que me enriqueció como persona y como docente. Por eso, cuando leo esas palabras: cabro, pololeo, pucha, mino, etc. una sonrisa asoma a mis labios y vienen a mi memoria muchos momentos divertidos con mi amiga Cecilia y con sus preciosas hijas. 
Me han interesado especialmente tres de las historias. Los nombres de las protagonistas son:  Simona,  Layla y Luisa. No me voy a extender ni pretendo desvelar los relatos, así que esto es sólo una síntesis, que me sirve a mí para reflexionar sobre lo que he leído.
Cada una de las mujeres es diferente en todo: Simona tiene 61 años, es Socióloga, de clase media. Ha tenido una vida acomodada y se ha casado dos veces. Feminista de las que se leyeron El Segundo Sexo,  de Simone de Beauvoir El segundo matrimonio  es el que ocupa gran parte de su relato. Un matrimonio muy apasionado y que duró veinte años, aunque con mucho aguante por su parte, según cuenta la protagonista, claro. De él sabemos lo que ella dice. Sólo un detalle: su enganche con la tele y con el fútbol era de tal calibre, que el día que Simona se puso de parto, y después de romper aguas, tuvo que marcharse sola al hospital. Allí dio a luz a su hija totalmente sola. El “muchacho” (no quiero usar ningún adjetivo) apareció por la habitación cuando la niña ya estaba en su cunita. Eso sí, contento con el resultado del partido.  
 Resulta interesante cómo la protagonista de esta historia orienta su vida después de decidir divorciarse,  y jugosas las reflexiones que hace acerca de la soledad buscada y la soledad en compañía. No he podido evitar sentirse cerca de ella en algunos aspectos, sobre todo por la edad y por el encuentro con esa vida serena, elegida y tantas veces soñada, cuando las hormonas, los amores, los hijos pequeños y la lucha diaria y profesional  nos dejan extenuadas.
Nada tiene que ver Simona con Layla, una joven Periodista de treinta y tantos, descendiente de palestinos emigrados a Chile. Sus padres se casaron sin ni siquiera conocerse, como ocurre en tantas culturas. No obstante, lograron mantener unida a una familia de ocho hijos; una familia extensa en sentido literal, porque todos apoyan a los que lo necesitan. No son pobres, porque tienen un próspero negocio familiar en el que trabaja también la madre, pero claro, como Layla cuenta,  entre sus amistades y en la Universidad, donde trabaja como profesora e investigadora,  siempre está presente el origen, la cultura, las creencias y todo el lastre del clasismo, más que racismo, como ella dice. Layla es chilena de tercera generación, pero Palestina está permanentemente en su cabeza.  Su viaje a Palestina, con el objetivo de hacer un libro,  fue una experiencia tan extraordinaria y traumática, que es la causa de todos sus males y de la terapia en la que se embarca, después de tocar fondo, ya  de vuelta en Chile.
Me ha resultado curiosa la personalidad y los valores de esta joven, en comparación con Simona. A Layla no le gusta andarse por las ramas: es sencilla, directa, y muy realista. Sorprende su comentario respecto a la separación de su compañera. En cierto modo se ríe de que algo tan “tonto” como la afición desmedida a la televisión, pueda dar lugar a un divorcio. “Si al menos la golpeara…”, dice. Y es que lo compara con lo que hacía su padre: “Mi padre consideraba de toda justicia pegarle a mi madre y a todos nosotros” Incluso le puso un ojo morado un par de veces, pero ella no lo considera un monstruo, sino un hombre que honestamente pensaba que era la mejor manera de enseñar a la gente: y punto. En el fondo, piensa que Simona ha tenido una vida demasiado buena y que no sabe dar valor a las cosas. Una muestra muy clara de sus valores, a pesar de su carrera universitaria. 
 Y Luisa. ¡Qué ternura! Una mujer con casi 70 años,  superviviente del Chile de la Revolución de Allende y del golpe  de  Pinochet. La mujer me ha resultado cercana; me parecía estar oyendo a las mujeres de La Barca de la Florida, cuando me explicaban su infancia: vida en el campo, arrendatarios de un latifundio, sin escuela, trabajando desde chica, cuidando de los animales y de los hermanos. Nada tiene que ver ni con Layla, que es muchísimo más joven y nació en la ciudad, en una casa de comerciantes relativamente acomodados; y menos con Simona, que pudo estudiar  en colegios norteamericanos, fue a la Universidad y, como tantos jóvenes de la burguesía, militó en las izquierdas. Ni siquiera tuvo que aguantar los años más duros de la dictadura porque se casó con un compañero de la universidad y se marcharon a hacer el Doctorado fuera de Chile.
 La historia de Luisa es una historia de trabajo, de mucho sufrimiento y sobre todo de silencio; de silencio y de miedo. De ese silencio y ese miedo del que los españoles sabemos mucho. Su falta de recursos culturales para manejarse en el mundo urbano (Santiago de Chile) y su matrimonio, en principio feliz,  con un militante de izquierdas, le precipitan a una vida llena de trabajo, soledad y sufrimiento inútil.  Sin embargo, a pesar de todo, su firme voluntad, su valentía  y su esperanza, la mantienen viva y activa. Saca a sus hijos adelante, sola, completamente sola y sin otro oficio que el de muchas mujeres de su clase: limpiar y cuidar de las casas de los privilegiados del país.   Con casi 70 años, enferma, con el cuerpo dolorido de tanto silencio y aguante, se decide a contar su peripecia vital, que no voy a desvelar, como tampoco he hecho con las otras protagonistas.      
En esta novela, el lenguaje tiene un papel muy importante. La autora ha sabido dar voz a mujeres de distintos estratos sociales y culturales; esa voz que por sí sola ya dice mucho del origen de cada una de ellas y que resulta tan diferente,  vivo e interesante para los que usamos un castellano de España.
Os invito a leer a Marcela Serrano. Pasaréis muy buenos ratos.           

1 comentario:

  1. Me ha encantado tu reseña. Me quedo con dos frases buenisimas:
    - "sólo rompiendo la cadena del silencio es posible curar ciertas heridas".
    - "De ese silencio y ese miedo del que los españoles sabemos mucho".
    Y añado: el miedo es la materia prima del PODER, DE LA DOMINACION, es el resultado de la violencia psicosocial. ¡que dificl es ser un buen torero y hacer frente a los malos y al miedo, Dioss!.
    http://www.youtube.com/watch?v=oURDjJoECTk&feature=related

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