miércoles, junio 20

Diez mujeres: una lectura para disfrutar


Diez mujeres, diez historias, diez perfiles femeninos. Distintas edades,  clase social,  profesión y experiencias vitales y, sin embargo,  todas, o casi todas,  muy interesantes. Su autora: Marcela Serrano. Una escritora chilena sobradamente conocida para las mujeres lectoras, nos presenta algo así como un abanico sociológico y psicológico de la vida de las mujeres en el Chile de la segunda mitad del siglo XX y primeras décadas del XX.

La autora se sirve de un recurso muy original: la consulta de una psicoterapeuta. Nueve de las pacientes que acuden regularmente a terapia, se reúnen con Natasha, la Psicóloga. Ninguna de ellas se conoce, pero aceptan el reto de compartir sus traumas, sus miedos, sus inseguridades… el sufrimiento emocional, en definitiva.  La finalidad está clara: sólo rompiendo la cadena del silencio es posible curar ciertas heridas. 

lunes, junio 18

Eros y Philia... El amor en tiempos de crisis

Hoy os regalo este estupendo artículo sobre el amor. El tema desde luego da para mucho, pero el autor, Javier Gomá, básicamente se centra en la durabilidad de la pareja, o del amor institucionalizado. Me parece que aporta algunas reflexiones interesantes, con las que estoy bastante de acuerdo. De hecho, el último párrafo lo suscribo totalmente.

Es una ingenuidad pensar que los antiguos matrimonios de conveniencia estuvieran abocados al fracaso por el solo hecho de haber sido concertados por las familias sin contar con las preferencias de los contrayentes. Lo raro, en perspectiva histórica, es más bien lo de ahora: hacer del emparejamiento una cuestión personal y sentimental. Personal porque nadie admitiría hoy que otros decidieran por uno con quién convivir, y sentimental porque en estos asuntos sólo cuenta —se dice— la voz del corazón. 
  Aquellos matrimonios de conveniencia se asentaban sobre la sólida base de un interés compartido —más fiable que las intermitencias del corazón— y con frecuencia redundaban en perdurable amistad entre los cónyuges. No seré yo, alma incorregiblemente sentimental y pecho enamoradizo como pocos, quien abogue por el retorno de aquellas costumbres del pasado. Pero este preámbulo me vale para introducir el parangón siguiente entre la amistad y el amor.

miércoles, junio 13

Y hablando de los antiguos sabores... olores y formas de vida...

Reflexiones y sugerencias para la etapa del climaterio

La soledad puede ser una bendición o una tortura, según se viva. A raíz de mis charlas y talleres, me llegan muchos mails de mujeres de más de 40 que se sienten solas. Me cuentan que están atrapadas en su soledad. Se ven así mismas aisladas como si un tremendo cristal les impidiera acercarse, percibir y disfrutar de todo aquello que hay detrás de él si lo traspasas: un mundo lleno de colores, un mar de posibilidades y de vida. 
 Muchas de estas mujeres están en la menopausia, que suele coincidir con el síndrome del nido vacío porque los hijos –si los hay- ya no necesitan de sus cuidados y se alejan del hogar familiar.
También en este periodo está vigente el duelo por la juventud perdida y, con este trance biológico que es la menopausia, se hace más patente algo a lo que nuestra sociedad vive de espaldas: el hecho de que tenemos fecha de caducidad. Lo que estas mujeres no perciben –aún– es que la soledad puede ser el primer paso para vivir la libertad con mayúsculas, para aprender que cada una de nosotras podemos llegar a ser nuestra mejor compañía y que en la menopausia, cuando ya no tenemos que estar tan pendiente de los demás ni del afuera, podemos sentirnos más dueñas de nuestra vida que nunca. 

lunes, junio 11

Los sabores perdidos de la huerta

He vuelto a recuperar algunos de los aromas y de los sabores de mi huerta. La cesta que me llega cada semana, repleta de hortalizas frescas, recién cogidas, cultivadas muy cerca de mi casa, sin intermediarios ni cámaras frigoríficas,  que acaban con todo eso que es tan evocador: el olor y el sabor de otro tiempo. Hoy, mientras limpiaba la lechuga, se me ha ocurrido pellizcar un trozo y llevármelo a la boca tal cual, sin aditivo alguno. ¡Santo cielo! Ya no recordaba este sabor... y han venido a mi memoria aquellos días, un poco antes de la llegada del verano, cuando mi madre me mandaba a comprar unos "collos" de ensalada, a una casa, detrás de la iglesia, debajo mismo del antiguo castillo, donde las traían cada día muy frescas y económicas.

Son placeres que se pierden, pero que podemos volver a recuperar.  Una simple coliflor con patatas, al vapor, aderezada con una pizca de aceite, en el que, previamente, he frito unos ajos, y no tiene nada que ver con lo que viene del supermercado.  Eso, y una ensalada,  y no necesito más para sentirme llena. Luego, poco a poco, entro en ese estado de relajación tan agradable, hasta que pasa la hora del calor que ya nos está acompañando por estos lares.   
 Comparto con vosotras un bonito poema de Gioconda Belli, una voz original que habla a las mujeres. No recuerdo si hay alguna entrada más sobre ella, pero nunca viene mal un recordatorio. La he grabado para regalar a una amiga en su cumple, y, como otras veces, me ha acompañado en la realización Maga.

Ha desaparecido otra de esas voces con sabor un poco antiguo, pero que para las personas de mi generación fueron importantes:Estela Raval.  Comparto con vosotros, esta hermosa canción en la que se aprecian sus facultades: Las hojas muertas.

jueves, junio 7

El amor en tiempos de siega: una historia real



Pepa no tenía prisa. No es que no quisiera casarse. Algún día seguro que encontraría al hombre adecuado para ella; ese hombre que supiera quererla, que fuera agradable y trabajador. Pero la muchacha se veía muy joven. Diecisiete años… demasiado pronto para el compromiso.
Diariamente pasaba por el cortijo de la Marmolilla, camino del pueblo. Los muchachos sonreían y la miraban descaradamente, cuando la veían pasar con el cántaro de agua, y hacían bromas entre ellos. Desde pequeña había visto llegar cuadrillas enteras de trabajadores para incorporarse a las tareas de la siega, o a la labranza del maíz.  Entre los jornaleros solía haber uno que se dedicaba a cocinar para todos. El cocinero recibía todos los meses lo necesario para comprar y elaborar los guisos de todo el grupo: garbanzos, patatas, tocino, arroz, pan, aceite... A final de mes los hombres pagaban el importe de lo que habían consumido y de esa forma podían ahorrar para volver a casa con algo de dinero. 
 Aquel año, el cocinero había puesto sus ojos en la muchachita joven que siempre iba acompañada por su hermana. No sabía aún su nombre, pero estaba decidido a acercarse; quería conocerla, porque le gustaba mucho, a pesar de que era un poco huraña. Apenas había podido verle los ojos, porque la joven pasaba siempre muy deprisa, sin levantar la cabeza, como escondiéndose de las miradas escudriñadoras de tantos hombres. Un día, el muchacho se armó de valor y abordó a las dos hermanas. Volvían de llenar los cántaros y se dirigían a su casa, a la vera del cortijo. Pepa no pudo evitar el encuentro. Él le pidió si podía acompañarlas y ayudarle con el peso. Ella no pudo negarse, vaya, no quería, porque se sentía muy atraída por el muchacho. Aquel día empezaron a hablar. Los tiempos no daban para mucho más. Los padres controlaban especialmente a las jovencitas, porque había demasiados miedos; demasiados tabúes sobre la honra, la virginidad, la honestidad femenina y ellas tenían que andarse con cuidado. 
 Poco a poco, de una forma casi imperceptible, le relación fue creciendo; se fue creando cierta confianza entre ellos. Pero la muchacha se resistía; seguía pensando que hasta los veinte años no quería tener novio…, era su decisión y no quería dar más explicaciones. No iba a contar a nadie su íntimo secreto, ése que sólo compartía con su hermana y que le impedía dar respuesta a su pretendiente. Cuando hablaba de sus sentimientos no era capaz de explicarse, le faltaban palabras para poder expresar su lucha interna. Sólo sabía que cuando él estaba lejos, echaba de menos su presencia, pero cuando lo tenía delante, sobre todo cuando escuchaba su preciosa voz, cantando las coplas de la Paquera, entonces no sabía si quería estar con él o no quería, tenía una mezcla de sentimientos que ni siquiera su enamorado conocía. Esas cosas no se decían; una muchacha decente no podía ser sincera, ni tener deseos, ni reconocer su necesidad de caricias… Y así, entre trigales, paseos en bicicleta, recados y besos furtivos,  Pepa aprendió a querer a aquel muchacho tan bueno y que la trataba tan bien. Ocho años estuvieron de novios. Todavía ahora, cuando ya viven solos, jubilados y felices, suele decir:”De mi marío sólo puedo hablar cosas bonitas”.


Relato extraido de mi libro Al hilo de la conversación.  

miércoles, junio 6

La mutilación femenina, un tema espinoso, pero seriamente planteado

Quiero compartir esta entrevista con todas las personas que se acercan a esta ventana. Adriana Kaplan es una Antropóloga vocacional. Doy fe de ello, porque hemos coincidido, siendo profesoras ambas en el mismo centro universitario y hemos mantenido relaciones profesionales durante años. Es una mujer muy especial: seria en su trabajo, dedicada a la investigación, implicada en su tarea de ayudar a erradicar prácticas que a nadie gustan. Como  una estudiosa de la cultura, trata de resolver la cuestión sin penalizar a las familias que durante generaciones han realizado este ritual. Por eso, para comprender mejor las cosas, se trasladó a Gambia y allí sigue durante gran parte del año, compaginando su tarea de concienciación en África, de contacto con los gobiernos,  con la vida universitaria en Barcelona y el trabajo de la fundación que ha creado. El entrevistador le pregunta en catalán, pero ella responde en castellano, así que no creo que tengáis problemas.