viernes, marzo 2

La Primera Comunión


Encarna lo ha pensado muchas veces y suele quejarse cuando se habla del tema:Que yo no pudiera hacer la comunión, eso no lo perdono”. Pero así eran las cosas. En el año 1939, al acabar la guerra, ¿quién se podía permitir comprar un vestido de comunión? 
 Tenía siete años y se pasaba el día cuidando del ganado. Por la tarde, algunas veces, podía escaparse a las misiones, con las muchachas de las parcelas vecinas: Francisca Alcalá, Micaela…, ellas ya mocitas, con novio. Encarnita era una niña que se hacía querer, y por eso conseguía que las muchachas se la llevaran a la iglesia. Allí se reunía toda la gente menuda de las parcelas para escuchar los sermones de los padres misioneros; unos sermones que conseguían inculcar en las mentes infantiles la idea del pecado y el miedo al castigo del infierno. Aquellos hombres eran verdaderos maestros de la palabra y por eso ejercían una enorme atracción en las gentes sencillas. 
 Encarna recuerda que su madre le había comprado una Doctrina Cristiana, para que se fuera preparando para la Primera Comunión. La niña había aprendido a leer con un maestro que venía a la casa algunas noches, así que ella sola se ponía y memorizaba las preguntas y las respuestas:  
  
  - ¿Eres cristiano?... Soy cristiano por la gracia de Dios
  - ¿Y qué es ser cristiano? … Ser cristiano es ser discípulo de Cristo.
 Luego, venían las oraciones fundamentales: el Padre Nuestro, el Credo…, y también los Sacramentos de la Santa Madre Iglesia y los Mandamientos de la Ley de Dios… Todas esas cosillas, se memorizaban y entonaban como una cancioncilla. 
 Encarna no tenía muy claro por qué era tan importante hacer la Comunión, pero sí veía cada año, al inicio de la primavera, la procesión de El Corpus. Era un día precioso y le encantaba mirar la fila perfecta de niñas vestidas como princesas; con su vestido largo, con pequeñas jaretillas o volantes; con sus manguitas de farol, muy graciosas, y los zapatos blancos a juego. Lo más llamativo era la corona y el velo de tul, primorosamente bordado. Un día, una vecina de las parcelas le enseñó un libro blanco, con su portada de nácar y el precioso rosario con cuentas también blancas, con una pequeña cruz. 


Aquella niña había hecho ya la Comunión y llevaba un bonito vestido blanco, con su limosnera, recogida en la cintura. La limosnera servía de monedero, porque después de tomar la comunión los niños y niñas recorrían el pueblo repartiendo las estampas de recuerdo a las vecinas más conocidas. Como regalo, las mujeres les daban unas pesetillas que se guardaban en la bolsita. 
Pero aquella niña era lista, sabía que ella no podría tener tantas cosas. No se podía, no había “perras” para esos lujos; demasiadas preocupaciones en el día a día: la parcela, los animales, los hijos que se ponían malos, las medicinas… Era muy chica, pero sabía todo eso, porque era lo que contestaban las madres cuando, ansiosas, las niñas preguntaban por el traje de la Comunión. Eso sí, estrenaría un vestido muy sencillito y bien limpia se acercaría ese día a la iglesia y comulgaría, como todas las demás. Cuando hablaba con sus amigas, cada una iba explicando con alboroto el vestidito que le estaba cosiendo su madre: uno era azul, de lunares diminutos, como una puntita de alfiler; otro, blanco de piqué con florecillas de colores… A ella ya le tenía preparado su madre uno de percal. Se lo hizo para la matanza, que era la fiesta más grande, pero lo utilizaría ese día, porque era nuevo y con él estaba muy guapa, eso le decía su madre. 
 Pero lo que verdaderamente le importaba a Encarna, lo que le llamaba la atención, era eso de que a las niñas les dieran regalos el día de la Primera Comunión. Lo sabía porque se lo había dicho su amiga: pan con chocolate, huevos duros, caramelos... ¡Qué banquete se iba a dar! La niña no esperó, no podía esperar; era más fuerte su deseo de aquellas cosas, que las ganas de estrenar vestido. Por eso, una tarde, sin decir nada a nadie, vestida con ropa de diario, subió al altar y, mezclada con las demás niñas, tomó la Primera Comunión.  
 

11 comentarios:

  1. ¡Qué historia tan entrañable!
    Saludos Teresa

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  2. Gracias Blanca. Me alegro de que te guste.

    Teresa

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  3. Nos vamos haciendo mayores ¿eh?.
    No hay madre que se precie que no quiera para su hija una primera Comunion como tiene que ser.
    Todos tenemos un recuerdo imborrable de nuestra primera Comunion. Y todos queremos para nuestros hijos que su primera comunion sea tambien algo que recordaran siempre. Es asi y asi debe ser. Y todo lo que no es tradicion es plagio. (Esto último no es mio).
    http://www.youtube.com/watch?v=IR5HqTxLohI
    Un abrazo

    SOY YO

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  4. ¡Hay que ver! No sé si decirte... AMEN. JA JA JA.

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  5. Aprovecho, ya que me has mandado el youtube, y lo cuelgo. Gracias. Me encanta.

    Soy yo.

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  6. Amen hermana.
    Loado sea tu post, ahora y siempre.
    Aleluya

    SOY YO

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  7. Tere,lo que hizo Encarna en aquellos tiempo era normal en los niños.Mi hermano Paco vino un domingo a casa y le dijo a mi madre que había hecho la comunión,el se fue detrás de sus amigos,como siempre hacia.
    De la mía y las de mis hijos siempre las recordares.besos

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  8. Me ha encantado Teresa.Tienes el don de remover la nostalgia, Yo me acuerdo de mi primera comunion hora por hora, un abrazo.

    Lola

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    1. Me encanta que te remueva buenos recuerdos, Lola.

      Un beso

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  9. hola teresa como que en tu block tienes a mi tia tere con las niñas hacindo la primera comunion que recuerdos tu eres de dehesas

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  10. Hola, anónimo. No sé quien es tu tia Tere. Todas las imágenes y el video lo he sacado de internet. Espero que te haya gustado y no tenga ningún problema esa tia Tere tuya. Si no le parece bien, me lo dices.
    Gracias.

    TERESA

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