domingo, enero 5

Los Reyes de antaño

Definitivamente: me estoy haciendo mayor. Lo único que se me ocurre hoy, día de Reyes, es escribir sobre mis recuerdos de esta fiesta, en lugar de hacer lo adecuado, o sea, pedir que estos magos nos dejen mejor situación que la que han encontrado al llegar con sus camellos.
Pues eso, que no puedo evitar comparar el gran derroche de estos días, y lo peor, los pataleos y malas caras de tantos y tantos niños cuando no encuentran junto a sus zapatos eso que pidieron en sus cartas.
No había pensado en ello, pero me he dado cuenta de que nunca escribí una carta a los reyes. Yo creo que nací sabiendo que no existía la magia. Mi realidad era demasiado prosaica, después de una larga posguerra. Por supuesto nunca llegué a ver algo parecido a un camello, y mucho menos una cabalgata. Sin tele, sin posibilidades para viajar… Había que tener muchísima imaginación y mucha fe. Lo que ha quedado en mi memoria es la visita que hacía a la tienda de Julio el chófer, o la de Valentina, su hija, acompañando a mi madre. Yo debía tener diez o doce años y me convertía en cómplice para que mi hermana pequeña viviera con total inocencia aquel día. Aquellas tiendas, con triciclos colgando del techo, tambores, caballos de cartón, coches y camiones, pelotas y balones de reglamento,  muñecas de cartón, cocinitas, planchas, máquinas de coser... de todo un poco; todo apilado, sin espacio para escaparates. Recuerdo los colores, los olores, los sonidos…. Entrar en la tienda era una fiesta para los sentidos, pero había que ser realista: todo aquello era inalcanzable. Ni reyes, ni nada... No había dinero para esos lujos. Y yo, tan seriecita y responsable, no replicaba.
                            
Lo único que podía esperar era un plumier nuevo de madera, y una cartera; una especie de maletín muy pesado que llevaba todo el año a la escuela. ¡Ah!, se añadían dos elementos importantes: la goma de borrar Milán, con aquel olor tan característico, y la caja de lápices de colores de la marca Alpino. Te podías dar con un canto en los dientes si conseguías renovar el pack escolar cada año.    


Y juguetes… En realidad no los necesitábamos, porque nuestro reino era la calle, el corral, las cámaras (lo que ahora se llama buhardilla) Yo tenía lo que necesitaba para divertirme: muchas amigas, calles, callejones, plazas, el lejio (lejío le llamábamos) los rincones de las grandes casonas, los corralones… Así que no recuerdo haber echado de menos nada. Quizás una muñeca, una pepona de aquellas de cartón tan difíciles de conseguir para la mayoría de niñas del pueblo.
Quizás por eso, mi madre se empeñó en comprarme una el mismo año que nació mi hermana, “Por si me pasa algo en el parto”, decía ella… Sacó de donde pudo el dinero y tuve mi primera y única muñeca de cartón. Aquellas no abrían y cerraba los ojos, ni lloraban, ni nada. Tenían los ojos, la boca y la nariz pintada sobre el cartón, y poco mas. Lo de Mariquita Pérez, ni olerla... vaya, que nunca supe que existiera algo así.  Tenía yo seis años, y todas las muñecas que he tenido luego han sido hechas por mí, de trapo, bien bonitas… Bueno, ¡qué remedio! Le ponía hasta sus trenzas, con el pelo de las panochas de maíz: rubio, o pelirrojo.
Por suerte, había dos juguetes fáciles de conseguir, baratos y divertidos: el saltador y el diábolo. De eso sí recuerdo haber disfrutado; era casi obligatorio que los reyes te lo trajeran.
Cuando aprendes a saltar, o a manejar el diábolo, ya nunca se te olvida. Ahora, cuando veo uno de ellos tengo el impulso de comprarlo y, sobre todo, no me resisto a jugar, a echarlo por los aires y probar mi pericia diabolera.
Y esto es lo único que quiero contar sobre este gran día para los niños. ¡Ah! Y también que fui yo misma quien rompí la inocencia y la fe de mi hermana pequeña. Un día ya no pude resistir más y abrí el arcón antiguo donde guardaba mi madre sus reyes y se los enseñé. Así son los niños, algo perversos e impacientes, ¡qué le vamos a hacer!

3 comentarios:

  1. Pues yo el único recuerdo de reyes que tengo es del año 64. Hasta esa fecha mis padres anduvieron "itinerantes" y cuando por fin se establecieron en Madrid, (yo tenía 5 años) los reyes pasaron por casa y me trajeron: una muñeca, un cochecito, dos cuentos y estuche grandísimo de pinturas. Al año siguiente ni me acuerdo, y al otro mi queridísima prima, me desveló el secreto, con lo cual se acabó "el invento", pues según mis padres ya no tenía gracia "la cosa".

    Hoy he conseguido que mi hija tenga un buen recuerdo de los reyes de su infancia, porque los de su juventud todavía siguen existiendo y generando recuerdos.

    Besos.

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  2. Hola Teresa, he estado otra temporada ausente de todo. Pero aquí estoy otra vez como el Guadiana.Me ha encantado tu entrada sobre Los Reyes.Me he "tronchado" de risa.Y la visión tan realista que fuimos adquiriendo, desde muy chicas, de esta festividad...Yo, ese día también estuve recordando con mi santo la visita obligada a Julio El Chófer.Creo que mi menda era un poco más inocentona; recuerdo que me preguntaba"¿por qué viene la gente a comprar si esta noche llegan los reyes gratis?" Y yo tuve durante toda mi niñez una muñeca de cartón,que mi madre volvía a guardar religiosamente hasta el próximo año.Pero mi padre, ya te hablé alguna vez de él, si mantuvo en mi hermano y en mí la ilusión con estrategias muy graciosas y cretivas, que si había oído a los camellos pasar por La Calle Llana, que si se habían parado en mi ventana un ratillo... en fin, al año siguiente yo luchaba por mantenerme despierta toda la noche y al despertar siempre encontraba en mi despacho la misma muñeca y alguna cosilla más que a mí me bastaba ¡Era muy feliz¡...hasta que salía a la calle y veía Los Reyes de otras niñas más pudientes.Yo he intentado , imitando a mi padre, mantener la ilusión en mis hijos y mis alumnos toda mi vida, incluso todos éramos cómplices en poner los zapatos, ya de mayores y todo.Un abrazo y te felicito.Me ha encantado recordar de nuevo aquellas calles llenas de niños porque los mayores estaban en la aceituna.

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    1. Querida Juanita: Me alegra volver a ver tus palabras y a sentirte tan cerca en las experiencias compartidas. Espero que todo esté bien y que los reyes se hayan portado contigo como te mereces. Te escribo en un e-mail.

      Un beso

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