jueves, junio 30

Tiempo sin tiempo

Preciso tiempo necesito ese tiempo

que otros dejan abandonado

porque les sobra o ya no saben

que hacer con él

tiempo

en blanco

en rojo

en verde

hasta en castaño oscuro

no me importa el color

cándido tiempo

que yo no puedo abrir

y cerrar

como una puerta

tiempo para mirar un árbol un farol

para andar por el filo del descanso

para pensar qué bien hoy es invierno

para morir un poco

y nacer enseguida

y para darme cuenta

y para darme cuerda

preciso tiempo el necesario para

chapotear unas horas en la vida

y para investigar por qué estoy triste

y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo

tiempo para esconderme

en el canto de un gallo

y para reaparecer

en un relincho

y para estar al día

para estar a la noche

tiempo sin recato y sin reloj

vale decir preciso

o sea necesito

digamos me hace falta

tiempo sin tiempo.

                                                          Mario Benedetti

domingo, junio 26

Al hilo de la conversación. Voz, memoria y vida cotidiana de las mujeres del campo

 Ya va a hacer tres años que salió la publicación y se han agotado dos tiradas de 500 ejemplares cada una. Estoy en proceso de realizar una segunda edición por mi cuenta y riesgo. Mientras, he pensado compartir el libro a través de la red. Todos aquellos que quieran usarlo profesionalmente, o simplemente leer algún capítulo, aquí tiene el PDF. Podéis descargarlo. Ni antes ni ahora voy a sacar beneficios económicos de este trabajo. Me satisface que llegue al máximo de gente.           

  Al hilo de la conversación PDF Descargar...

viernes, junio 24

¡Que viene la olaaaaaa!


¡Si mi abuelo o mi padre levantaran la cabeza! No darían crédito. Ya estamos con la ola... ¡Válgame Dios!, que diría mi madre. Como si eso del calor fuera algo nuevo. Le llaman ola a la subida de temperaturas hasta rozar los cuarenta en el Valle del Guadalquivir; algo que siempre ha ocurrido y que seguirá ocurriendo por los siglos de los siglos. Total, que como es una ola, hay que decirle a la gente lo que tiene y lo que no tiene que hacer para no sufrir un síncope: que si hay que beber mucha agua, que si hay que refrescarse y meterse debajo de la ducha varias veces al día, que si no te vayas por el sol, que hay que bajar las persianas en las horas centrales del día, que mucho cuidado con los alimentos muy fuertes, que si hay que vestirse con prendas anchas y de algodón… Y mi abuelo viéndolo desde el cielo se sonríe con sorna.  
Mi abuelo Juan
Él, sin que nadie le advirtiera, sabía que no podía irse a trabajar al campo a pleno sol. Por eso, cuando llegaba el mes de junio y apretaba el calor, se levantaba a las cuatro de la madrugada, para hacer la siega, y a las 12 de la mañana ya estaba en casa. Los horarios de verano eran totalmente diferentes a los de invierno, porque la gente se guiaba por el sentido común. Había que seguir trabajando, acabar la cosecha, recoger las hortalizas y luego llevarlas al mercado del pueblo más cercano. Pero sabían cómo hacerlo con el menor riesgo posible...
Por eso, mi abuelo no se olvidaba jamás del sombrero de paja, para resguardar la cabeza del sol justiciero de medio día, ni de su camisa blanca de manga larga, para no quemarse los brazos, ni ponérselos como un tizón, que eso era una cosa muy fea. Y no digamos las mujeres; aunque inevitablemente tuvieran que trabajar al sol, se cubrían de pies a cabeza, para no estropearse la piel.

Aguadora llevando el botijo a los jornaleros en la siega
Mi abuelo nunca se deshidrató, lo puedo jurar. Sabía perfectamente cuando tenía que beber agua y nunca salía al campo sin su botija de barro, para mantenerla fresquita.
Y nada de comer chorizos, ni alimentos muy grasos o calientes, no. Con poca cosa se fabricaba su gazpachito: unos ajos, un miajón de pan duro, un buen chorro de aceite de oliva, vinagre sal y agua. Porque en mi pueblo se hacía así el gazpacho, sin tomate ni nada. Era como una bebida refrescante, estimulante y nutritiva. Si estaba en la huerta, sacaba su navajilla de la capacha, y partía un buen tomate recién cogido de la mata, le ponía un poquito de sal y con un cacho de pan, que eso no podía faltar, se daba un banquete de verano…
¿Qué os parece? ¡Ah! Y todo eso debajo de una higuera, o a la sombra del arandal, que era como un porche, delante del cortijo, pero más rústico, hecho de cañas. Sí, en el lugar más fresquito, como ahora nos aconsejan, como si fuéramos estúpidos, que seguro lo somos, porque la verdad es que hemos perdido nuestro contacto con la naturaleza y desconocemos las reglas más simples para desenvolvernos en este medio
Ni que decir tiene que la gente de la época de mi abuelo, aunque no tenía aire acondicionado, se las apañaban muy bien para tener la casa fresquita. Mi abuela, por ejemplo, limpiaba las habitaciones bien temprano, cuando el sol no había llegado todavía a la zona alta del pueblo, donde vivía, y echaba un buen riego al portal, a la cocina y, por supuesto, a la calle. En lo de la calle participaban todas las vecinas; cada una se ocupaba de su trozo, que barrían con un escobón muy duro, hecho con ramas de palma, o esparto, para sacar la porquería de entre las piedras.
Después del riego matutino, daba gusto de pasar por cualquier barrio, del fresquito que hacía, y la hermosa luz que desprendían las blanquísimas fachadas de las casas.
Ahora que, cuando llegaba la una del medio día, la calle era un desierto. Entonces, las casas se convertían en un reducto protector; con sus puertas entornadas, el cortinón de listas o de tela alpujarreña, una especie de parapeto, para la luz cegadora del sol.  
La puerta en la hora de la siesta
Las madres no nos permitían salir a jugar, ni eran horas de hacer visitas a las amigas o vecinas. Todo quedaba en suspenso; la quietud era casi absoluta y la siesta una obligación, más que un placer. El camastro era la fórmula más aceptada por la gente menuda. Una manta en el suelo, en la parte más fresca de la casa, y silencio hasta las siete de la tarde. Mi calle entonces, volvía a renacer. Los niños y las niñas salíamos, recién lavados y repeinados, con la merendilla en las manos. Las madres abrían de par en par la puerta, y era el momento en el que jóvenes y no tan jóvenes se sentaban en el umbral, o buscaban la compañía de las vecinas.



Todas, en sillas bajas de enea, con la labor en las manos, y vigilando a los chiquillos, mientras llegaba la hora de la cena, que, por cierto, siempre era muy ligera: pipirrana, gazpacho, pisto de pimientos y tomates, patatas fritas con huevos… y fruta, fruta de la que traía el abuelo o mi padre de la huerta. Cuando el sol ya se había escondido en el “Natín”, ellos entraban en el pueblo, con su burro o la mula, cargados de hortalizas y frutas variadísimas; algunas para la venta y otras para el consumo familiar.
Eran tiempos de vecindad, de larguísimas trasnochás bajo el cielo más oscuro y estrellado que nunca se haya visto; tomando el fresco, contando chascarrillos y cuentos de miedo, buscando la osa mayor, y churreteando, que de todo había. Hasta que llegaba el sueño.
Tomando el fresco
Ni mi abuelo ni mi padre subieron nunca a dormir al piso de arriba. Me refiero a los meses de calor. Ellos, como tantos hombres del campo, tenían la costumbre de colocar un colchón, o simplemente una manta, en el umbral de la casa, en el suelo y dejaban la puerta entreabierta para que entrara el relente. Vaya, que no soportaban el calor de los colchones de lana y de las habitaciones recalentadas de todo el día. Así, las mujeres también disfrutaban de un espacio de intimidad para, si era preciso, desprenderse del máximo de ropa y dormir a pierna suelta en la cama de matrimonio.
Lo dicho: en Andalucía siempre ha hecho calor, y siempre hemos sabido convivir con esa realidad, echando mano de la sabiduría popular, de la gastronomía de la zona, adaptando las casas a las condiciones de cada estación. No sabíamos siquiera a qué temperatura estábamos, porque no era cuestión de gastar el dinero en termómetros y la radio no se ocupaba gran cosa del tiempo. Quizás por eso no existía eso de la ola, y nadie dejaba de segar y trillar el trigo, de arrancar los garbanzos, o de ir a la huerta si había que traer fruta y hortalizas para ir tirando… Y sobre todo, el clima se convertía en un aliado para la convivencia y la sociabilidad...

Serrat cantando a la nit de Sant Joan

Ya ha pasado un año, ¡Cómo corren los días! Otro Sant Joan, otra verbena no vivida. Y yo, como siempre: nostálgica. Es una sensación que no me produce tristeza en absoluto. Me encanta este estado de evocación positiva.

lunes, junio 20

Eso de beber dos litros de agua al día...

Me lo temía. Desde hace un tiempo vengo escuchándolo y, por suerte, sigo mi instinto y hago caso a mi naturaleza. Sólo bebo el agua que me pide el cuerpo: me parece de lógica.

ENTREVISTA:
J.C : Ahora mismo tenemos la moda del consumo extraordinario de agua, 2 ó 3 litros de agua al día. ¿Es objetivamente bueno el consumo de agua y en qué proporción?
El negocio del agua embotellada
JJ : El 60% - 70% de nuestro peso es agua. Hay una moda que consiste en estar tomando continuamente agua, y eso que para una persona normal no tiene mucha trascendencia, para los enfermos cardiópatas, sobre todo, es una barbaridad, porque al final lo que hacen es acabar con insuficiencia cardiaca o con líquido en los pies o en la tripa, lo que llamamos edemas, y no tiene sentido que esos pacientes estén tomando diuréticos para extraer agua y sal, que es lo que no saben manejar bien y, sin embargo, estén tomando 2 ó 3 litros de agua diarios, como les hacen creer los medios: periódicos, televisión, etc...
JC : ¿En qué medida debemos consumir el agua?
JJ : Si uno tiene los riñones bien, el corazón bien y el hipotálamo -que es donde está el centro de la sed- también bien, pues debe de beber agua cuando tiene sed; ni una gota más ni una gota menos . ¿Qué es lo que ha pasado? Pues, primero, que hay una campaña de marketing muy importante para que todos bebamos agua, y seguramente llenemos los bolsillos de empresarios que no conocemos; y, segundo, el fenómeno del estar bien.Las esteticistas son nuestras grandes enemigas, son las que han convencido a mujeres, y a hombres también, de que bebiendo mucha agua se quitan las arrugas, y no es verdad, ya que no se quita ni una sola arruga bebiendo agua.
Yo invito a nuestros lectores a que hagan una prueba: Que se pesen ahora mismo y, a continuación, se beban 2 litros de agua, se vuelvan a pesar y pesarán 2 Kg. más, ya que cada litro de agua pesa un kilo. *
Esa agua va a los riñones, los cuales la van a filtrar enviándola a la vejiga. Cuando empiecen a orinar, en 1 ó 2 horas orinarán dicha agua. Se vuelven a pesar y pesarán lo mismo que al principio. ¿Qué han hecho? Han intercambiado el agua de su cuerpo. *
Al cabo de esas 2 horas, el número de moléculas de agua que hay en su cuerpo es exactamente el mismo que había 2 horas antes.Lo peligroso no es la deshidratación sino la intoxicación por agua.*
Los atletas que en los maratones se mueren o se colapsan, sabemos desde el año 2002, que es por intoxicación por agua.En la maratón de Boston, el año 2002, a 488 corredores se les sacó sangre antes y después de correr la maratón, y se vio que la mayor parte de los corredores tenían el sodio bajo, es decir, habían bebido demasiada agua; y que los que colapsaban y los que llegaban a la meta y perdían el conocimiento o estaban confusos, no sabían lo que hacían, pues todos ellos tenían intoxicación por agua. Ninguno de los que tenían cierta deshidratación, tenían ningún problema de confusión ni de síncope, es decir, que lo que mata es la intoxicación por agua y no la deshidratación.

JC : ¿Cuáles son los efectos de la bajada de los índices de sodio?
JJ : A partir de un sodio bajo, de menos de 125 partes por 1.000, se empieza a tener temblores, confusión, pérdida de memoria y, al final, uno se puede colapsar y hasta morirse.Tengo aquí la foto de una chica inglesa que había tomado drogas, se encontró mal y pensó que estaba deshidratada, y se bebió 3 ó 4 litros de agua inmediatamente. Y, ¿qué es lo que pasa? Que hasta que los riñones empiezan a filtrar esa agua, las células se hinchan transitoriamente y también se hinchan las células del cerebro, que están metidas en un cofre, que es el cráneo, que no se puede dilatar.Por lo tanto, las células del cerebro se encuentran aprisionadas, pudiendo llegar a un trastorno nervioso que lleva al coma y a la muerte.
Debido a este mecanismo es por lo que se muere la gente que corre en los maratones: porque entran en edema cerebral y al final se puede uno morir por intoxicación de agua.
JC : ¿Los síncopes son accidentes siempre graves?
JJ : No necesariamente. Hay síncopes vasovagales que apenas tienen trascendencia. Los síncopes son un signo de alarma que hay que estudiar. Hay muchos tipos de síncopes, por ejemplo, la lipotimia es un síncope y nadie se alarma por una lipotimia sin más.
JC : ¿Cuál sería el consumo natural, aceptable, plausible de agua?
JJ : Hay dos puntos. La persona que está haciendo una vida normal, y el atleta o persona que entrena mucho.La persona que no hace ningún tipo de ejercicio físico importante, tiene que beber lo que tenga sed, ni una gota más ni una gota menos.
Tenemos el centro de la sed y si, por ejemplo, usted se come ahora una anchoa (anchoveta salada en conserva) que contiene mucha sal, a los cinco minutos necesita usted beber, y lo que le pide su cuerpo beber es la cantidad de agua exacta que usted necesita para disolver la sal que contiene esa anchoa.
Es un mecanismo tan fino que no lo puede duplicar nadie, y, sobre todo, no lo puede duplicar la televisión, donde se ve un anuncio que invita a tomar 2 ó 3 litros de agua al día. Eso es publicidad engañosa y alguien deberá meter mano en esta historia, porque eso no induce más que a que gane mucho dinero gente que nos está engañando. Los atletas es otro problema.
Siempre se ha dicho a los atletas 'bebe por delante' y eso además se ha trasmitido también al público. Bien, pues está claro que el atleta bueno, el que gana el maratón, ha bebido mucha menos agua que el que llega de último. El último es el que ha estado bebiendo todo el tiempo y al final tiene intoxicación por agua. Bueno, igual bebe porque no es bueno, y su carrera en vez de 2 horas dura 6 horas Los atletas buenos beben poco y, en todo caso, están un poco deshidratados, no sobrehidratados. Estar sobrehidratado no es nada bueno.
JC : ¿A usted le parece que beber 3 litros de agua diarios es una barbaridad?
JJ : Sí, me parece una barbaridad, ya que lo único que está haciendo es intercambiar su agua. Si de verdad el agua le hubiese servido para algo, a la mañana siguiente pesaría 3 kilos más.
JC : ¿Ni siquiera ha mejorado algo el riñón, no se ha producido ninguna limpieza celular? Le hablo de tópicos que escuchamos.
JJ : En absoluto se produce ninguna limpieza celular. En todo caso, lo que hacemos es hacer trabajar al riñón de más o sin necesidad


Entrevistado: Dr. Juan José Rufilanchas Sánchez (JJ:)
Cirujano cardiovascular del Hospital Ruber Internacional de Madrid.
Entrevistador: Julio César Iglesias (JC:), periodista.

jueves, junio 9

El premio a la tenacidad

Cuando la conocí, era una joven madre que no había cumplido los treinta años. No recuerdo ni el día ni el momento en que cruzamos la primera palabra, pero si entré en contacto con ella fue porque tenía algo; un estilo que no cuadraba con las demás madres de la escuela; menuda y vivaracha, la sonrisa siempre a punto y un entusiasmo por todo, fuera de lo común. 

Castillo de Las Guardas
Hablaba de su infancia como ese paraíso perdido que algún día recuperaría. Fue niña de campo, de experiencias sensoriales y emotivas, a las que siempre acudía en sus relatos; en esos momentos de confidencias con los que entreteníamos muchos paseos domingueros, o los sabrosos cafés a media tarde, mientras los niños jugaban en la habitación de al lado, lejos de nuestras miradas. Conocedora de heladas matutinas, de toques de campanas, de rosados atardeceres, a la vera del cortijo donde vivió sus primeros años. Trepadora de árboles, buscadora de aventuras y misterios, por caminos y veredas, junto a la rivera del rio Guarimar; un paisaje y unos aromas que la han hecho como es; que son una parte muy importante de su identidad.
El lavadero del pueblo en la actualidad
Tal vez fue ese pasado común, ese aprendizaje de las cosas importantes de la vida, en contacto directo con la naturaleza, esa confianza en las personas sencillas, lo que nos acercó. Las dos teníamos una mirada algo idílica sobre nuestra infancia y soñábamos con volver algún día al paisaje perdido.
Yo sabía de su generosidad con todos. Había observado su capacidad para comprender las razones de los demás y por eso casi nunca se quejaba; podía incluso asumir responsabilidades ajenas, y siempre con una sonrisa a punto, como sin dar importancia a esas cualidades que la hacían admirable a mis ojos. Tenía casi diez años menos que yo y era más madura. Se mostraba más capaz de controlar sus emociones y de sobrellevar con éxito los pequeños contratiempos que nos depara la vida. Seguramente la echaba de menos por ese motivo. En mis días de soledad, hubiera querido tenerla cerca, disfrutar de su positividad, de su optimismo y de esa manera suya de quitar hierro a los dolores humanos. Pero mi orgullo me impedía decírselo abiertamente. Más bien esperaba que fuese ella quien se acercara; como si esperase que adivinara cómo me sentía y qué necesitaba.
Mari
Con los niños era la madre que todos desearíamos: cariñosa, desprendida, juguetona, casi siempre disponible, porque ellos eran lo primero. Diríase que no le pesaba ese papel maternal que a mí, por ejemplo, siempre se me hizo cuesta arriba. Y por eso, por todo eso, le confiaba el cuidado de mi hijo, cuando yo me encontraba con dificultades. Y no digamos con la aguja… Era primorosa, y lograba tener sus propios ingresos ejerciendo el oficio, de maneras diferentes, eficientemente y con gusto.
Me admiré cuando logró instalarse en plena sierra de Collserola. Durante años fue ideando ese momento en el que dejaría las cuatro paredes del piso, para poder disfrutar de las añoradas puestas de sol, y sembrar su pequeño huerto. Un éxito que debe a su firme voluntad, a su empeño en ser feliz. Por eso, contrariamente a la mayoría de la gente, nunca ha vivido para trabajar; sus ambiciones no han ido por ese camino tan trillado de tengo que ganar mucho dinero, tengo que tener éxito. Ella ha encontrado el camino para hacer en cada momento lo que le apetecía, lo que le resultaba más cómodo, más agradable, más adecuado a su circunstancia personal y familiar. Y la vida la ha premiado.
Juntas un dia importante en Cádiz
Hoy, la noticia de su ingreso en la Universidad, cuando está a punto de cumplir los cincuenta años, me ha confirmado lo que ya sabía: que esta pequeña gran mujer tiene una voluntad de hierro, una capacidad de trabajo impresionante, que conseguirá lo que se proponga.
Mari, Maria Ignacia, amiga mía. No sé cómo te sentirás, pero te aseguro que yo estoy feliz y muy emocionada. Ya ves, yo he conseguido volver a mi añorado sur. Tú, tienes tu huerto, tu puesta de sol y, muy pronto, te sentarás en las aulas de la Universidad: un sueño que celosamente has guardado para tí. Demasiado humilde, demasiado humilde.

Tu amiga, siempre…
Tere

domingo, junio 5

Hora de despertar

Un artículo estupendo, escrito por mi paisano Antonio Muñoz Molina. Más claro no se puede decir: aquí cada cual tiene que asumir su responsabilidad.


"He pensado desde hace muchos años, y lo he escrito de vez en cuando, que España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella. Un delirio inducido por la clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía, que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi siempre de tipo identitario o festivo, o una mezcla de los dos. La broma empezó en los ochenta, cuando de la noche a la mañana nos hicimos modernos y amnésicos y el gobierno nos decía que España estaba de moda en el mundo, y Tierno Galván -¡Tierno Galván!- empezó la demagogia del político campechano y majete proclamando en las fiestas de San Isidro de Madrid aquello de “¡ El que no esté colocao que se coloque, y al loro!” Tierno Galván, que miró sonriente para otro lado, siendo alcalde, cuando un concejal le trajo pruebas de los primeros indicios de la infección que no ha dejado de agravarse con los años, la corrupción municipal que volvía cómplices a empresarios y a políticos.
Por un azar de la vida me encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche de su clausura: en una terraza de no sé qué pabellón, entre una multitud de políticos y prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la clausura. Era un símbolo tan demasiado evidente que ni siquiera servía para hacer literatura. Era la época de los grandes acontecimientos y no de los pequeños logros diarios, del despliegue obsceno de lujo y no de administración austera y rigurosa, de entusiasmo obligatorio. Llevar la contraria te convertía en algo peor que un reaccionario: en un malasombra. En esos años yo escribía una columna semanal en El País de Andalucía, cuando lo dirigía mi querida Soledad Gallego, a quien tuve la alegría grande de encontrar en Buenos Aires la semana pasada. Escribía denunciando el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de la enseñanza pública, el disparate de un televisión pagada con el dinero de todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en lo superfluo y la mezquindad en lo necesario. Recuerdo un artículo en el que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome traidor a mi tierra; hubo una carta colectiva de no sé cuantos ofendidos por mi artículo, entre ellos, por cierto, un obispo.
Recuerdo un concejal que me ausaba de “criminalizar a los jóvenes” por sugerir que tal vez el fomento del alcoholismo colectivo no debiera estar entre las prioridades de una institución pública, después de una fiesta de la Cruz en Granada que duró más de una semana y que dejó media ciudad anegada en basuras el orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la dificultad y la satisfacción del hacer. Es algo que viene de antiguo, concretamente de la época de la Contrarreforma, cuando lo importante en la España inquisitorial consistía en mostrar que se era algo, a machamartillo, sin mezcla, sin sombra de duda; mostrar, sobre todo, que no se era: que no se era judío, o morisco, o hereje. Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en identidad colectiva haya sido la base de una gran parte de los discursos políticos ha sido para mí una de las grandes sorpresas de la democracia en España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de izquierdas, ser de derechas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la Macarena, ser machote, ser joven. La omipresencia del ser cortocircuita de antemano cualquier debate: me critican no porque soy corrupto, sino porque soy valenciano; si dices algo en contra de mí no es porque tengas argumentos, sino porque eres de izquierdas, o porque eres de derechas, o porque eres de fuera; quien denuncia el maltrato de un animal en una fiesta bárbara está ofendiendo a los extremeños, o a los de Zamora, o de donde sea; si te parece mal que el gobierno de Galicia gaste no sé cuántos miles de millones de euros en un edificio faraónico es que eres un rojo; si te escandalizas de que España gaste más de 20 millones de euros en la célebre cúpula de Barceló en Ginebra es que eres de derechas, o que estás en contra del arte moderno; si te alarman los informes reiterados sobre el fracaso escolar en España es que tiene nostalgia de la educación franquista. He visto a alcaldes y a autoridades autonómicas españolas de todos los colores tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York en presuntos viajes promocionales que solo tienen eco en los informativos de sus comarcas, municipios o comunidades respectivas, ya que en el séquito suelen o solían venir periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas. Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para “presentar” un premio de poesía. Presentar no se sabe a quién, porque entre el público solo estaban ellos, sus familiares más próximos y unos cuantos españoles de los que viven aquí. Cuando era director del Cervantes el jefe de protocolo de un jerarca autonómico me llamó para exigirme que saliera a recibir a su señoría a la puerta del edificio cuando él llegara en el coche oficial. Preferí esperarlo en el patio, que se estaba más fresco. Entró rodeado por un séquito que atascaba los pasillos del centro y cuando yo empezaba a explicarle algo tuvo a bien ponerse a hablar por el móvil y dejarnos a todos, al séquito y a mí, esperando durante varios minutos. “Era Plácido”, dijo, “que viene a sumarse a nuestro proyecto”. El proyecto en cuestión calculo que tardará un siglo en terminar de pagarse.
Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no solo para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos que somos: que haya listas abiertas y limitación de mandatos, que la administración sea austera, profesional y transparente, que se prescinda de lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que nuestro país necesita para
ser viable y para ser justo, que las mejoras graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático estén siempre por encima de los gestos enfáticos, de los centenarios y los monumentos firmados por vedettes internacionales de la arquitectura. Y autocrítica, insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar sobre lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar haciéndose responsable del privilegio que es la educación pública, el tan solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la madre responsabilizándose de los buenos modales de su hijo, cada uno a lo suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812, trabajadores de todas clases, como decía la de 1931.
Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto".

Antonio Muñoz Molina

miércoles, junio 1

Joan Báez: una voz que nos llega del pasado y nos sirve para el presente


Ya sabéis que simpatizo con en el Movimiento 15 M. En Jerez, suelo estar por las tardes en las asambleas a ver qué se cuece por allí y de paso tomo imágenes. Esta vez he querido captar la heterogeneidad del grupo y creo que lo he conseguido. Y buscando la música más adecuada para el video, he encontrado esta tan hermosa de la gran Joan Báez, una activista de los años sesenta; una de las voces más escuchadas de entonces y una canción que le viene como anillo al dedo a la Plaza del Arenal de Jerez.