domingo, abril 24

Tarde de Viernes Santo en Jerez

El Viernes Santo, como el resto de la semana, anunciaba lluvia. Desde primeras horas de la mañana la gente se preparaba para otro día de espera, de rogatorias y de frustración. A mí, la verdad, no me preocupaba en exceso; si a caso lo sentía por todas las ilusiones rotas; por la gran cantidad de energías y de inversiones fracasadas. A medio día saqué del congelador un guiso de garbanzos y tagarninas, cocinado por mi amiga Maga. Perfecto, pensé, para un día como hoy, vigilia de toda la vida. Para estar más de acuerdo con la fecha, había hecho un arroz con leche riquísimo, y aunque el primer plato era contundente, no lo dudé: ese sería el postre.
Sobre las cuatro de la tarde las distintas cofradías miraban al cielo y debatían sobre la posibilidad de salir a la calle. Ninguna de ellas se atrevió. Por la televisión veo imágenes de desconsuelo de niños y mayores. Es curioso, pero es real y hay que respetar los sentimientos ajenos. 
San Telmo
Las cámaras se sitúan delante de la Ermita de San Telmo. Allí se venera una de las imágenes con más personalidad de Jerez: el Cristo de la Expiración, llamado también el Cristo de las melenas, ya que ese es el rasgo más característico de la escultura: una gran melena que se mueve con el viento y le da un realismo impresionante.
Desde que lo vi la primera vez, hace ya cinco años, lo sigo con mi cámara, buscando el plano mejor, tratando de encontrar esa imagen que refleje la belleza del paso. Por eso, sin pensarlo dos veces, cogí la cámara y me acerqué a la ermita. Al menos podré captar el ambiente, pensé.
Por el camino me di cuenta de que el cielo, hasta ese momento cubierto de nubarrones blancos, cada vez se abría más al azul, y el sol anunciaba una tarde sin lluvia.
Las puertas de San Telmo estaban abiertas, la gente se amontonaba en la plaza, expectantes y muy confiados en que la tarde se presentaba favorable a su Cristo.
La puerta de San Telmo, a la espera...
Llegar y, como se suele decir, besar el santo. La banda de música suelta sus primeras notas, al tiempo que el paso asoma por la portada del templo. La Saeta de Serrat es la música que se escucha y la gente se emociona.
Un hombre a punto de llorar
El momento cumbre se produce cuando los costaleros levantan al Cristo. El volumen de la banda se alza al mismo tiempo, pero en segundos todo queda en silencio: un hombre, desde una terraza, con su voz rota y emocionada, dedica una hermosísima saeta al Señor de la Expiración. 
La saeta
A mi alrededor, muchos rostros emocionados, lágrimas y ojos vidriosos. Me contengo, salgo de la plaza diciéndome a mí misma que no quiero llorar. Pero soy consciente del poder de la masa; de todo lo que tienen estas tradiciones de catarsis social. 
Una cofradía original
Me dirijo a San Miguel. Allí podré captar imágenes pintorescas. San Miguel es un barrio popular, el barrio del flamenco, lugar de nacimiento de la mismísima Lola Flores. Junto al imponente monumento de la artista se reúne la gente, porque es un lugar con mucho arte, como se dice por aquí. Allí me detengo y espero. Mientras, un hombre con una discapacidad física manifiesta, canta una saeta de forma desgarradora.
Un hombre en su silla de ruedas canta una saeta
Mi cámara se adueña de multitud de rostros, de imágenes infantiles que ya forman parte del ceremonial. Desde que nacen, lo mismo que en otros lugares muchos hacen a sus hijos socios del Barça, aquí entran en la cofradía de éste o aquel Cristo o virgen. Es sorprenderte ver a tanta chiquillería participando de la procesión, siguiendo las estrictas normas que le marcan.
Un niño penitente
Bajando por la Cruz Vieja ya parece claro que la tarde va a dejar lucirse a esta original y valiente cofradía, la única que ha procesionado. El momento álgido del trayecto es ese en el que quedo prendida de la voz de una joven que, delante del paso y en plena calle se arranca con una hermosísima saeta, llena de fervor y pasión. Consigo grabarla con la cámara de video y mientras capto la impresionante imagen, mis ojos se inundan por la emoción. 
La muchacha que canta
Otros, encaramados en la estatua de Lola asisten de espectadores. Viejos, madres con bebés, personas discapacitadas en sus sillas de ruedas, jóvenes, adultos… todo tipo de gente se arremolina y trata de empaparse del sabor y el fervor de la fiesta. 
Niños subidos en la estatua de Lola Flores
Ya no me reprimo, sino que dejo correr por mis mejillas un rio de lágrimas durante un buen rato. No quiero dejar pasar esta ocasión privilegiada y sigo al Cristo por las callejuelas sin esconder mi emoción. Ese es el misterio y la magia de esta tierra. Lo mismo te arrancas a bailar con una balería, que te deshaces en llanto ante una saeta.

miércoles, abril 20

Roscos de Anís y otras humildes delicias

Apenas la primavera hacía acto de presencia, con sus aromas, con aquella radiante luz, que se colaba por las rendijas de los viejos postigos, las mujeres se afanaban en la anual y rutinaria tarea del blanqueo. Entonces, tras el largo y frio invierno, la casa renacía.  La Semana Santa inauguraba la nueva estación.

El Domingo de Ramos era obligado estrenar algo, así que las madres compraban un retazo de tela en la tienda de Peñas y se lo llevaban a Tomasa la modista. Ella y otras tantas eran maestras en el arte de la aguja. Así, casi todas las niñas podíamos presumir de vestido nuevo en esos días, a veces deslucidos por las lluvias primaverales. También mi tía Mª Dolores se dedicaba a la costura y era ella quien normalmente me cosía la ropa.

Como en cada festividad importante, la Semana Santa tenía su propia gastronomía. Además de los días propios de abstinencia, todos los viernes de Cuaresma, en los que estaba prohibido por la doctrina de la Iglesia comer carne, al llegar el Viernes Santo, se imponía el conocido potaje con bacalao. Para las familias más humildes era la oportunidad de incluir en su dieta una proteína que durante el resto del año apenas nadie podía probar. Curiosamente, la regla de los viernes de Cuaresma no resultaba difícil para éstos, ya que la carne era un producto prohibitivo en aquellos tiempos de escasez. Excepto los embutidos y el tocino, la mayoría de la población se apañaba diariamente con los guisos de legumbres, el arroz, y las hortalizas que lograban cultivar, sobre todo los propietarios de las huertas.

Las madres de familia y las abuelas aprovechaban esos días para dar alguna pequeña y dulce alegría a chicos y grandes. Era el tiempo de las natillas con huevos nevados, del arroz con leche, cubierto con canela, las blandillas y los roscos de anís. No se requería mucho gasto ni tampoco una infraestructura muy complicada. Todo se cocinaba en el fuego y con ingredientes propios o que se podían agenciar a través de algún trueque. Mi madre disponía prácticamente de todos los productos, aunque a veces las gallinas no ponían suficientes huevos y había que comprarlos, así como la leche; un auténtico lujo para nosotros, incluso en los años sesenta. 
Hojuelas
Los dulces fritos eran los que más se hacían, aprovechando que disponíamos de aceite en abundancia; de ahí que, desde muy chicas, las niñas aprendíamos las recetas de las blandillas, las hojuelas y los roscos de anís.
Roscos de anís. Al lado una foto con mi madre
Cuando llegaban esos días, nos levantábamos temprano porque había que encender la candela, ir a por la leche a casa de Marca la de Esteban y preparar todos los utensilios necesarios. Mi madre siempre me requería para esos menesteres, incluso si había que matar algún pollo o conejo para el arroz del Domingo de Ramos, allí estaba yo, sujetando el animal ya sacrificado, mientras ella lo pelaba y lo troceaba.
Para mí no era ningún engorro; no suponía ninguna molestia, porque salía de la rutina y me sentía útil. La vida en un pueblo, en aquellos tiempos, podía ser totalmente plana, sin alicientes ni motivaciones.
Recuerdo la maña que tenía mi madre para conseguir batir las claras de los huevos a punto de nieve. Con las yemas hacía las natillas. Yo la observaba y luego le ayudaba a adornar el plato con esa especie de nata que se conseguía. Era la diferencia entre unas simples natillas, y las de la Semana Santa o cualquier otra fiesta especial: los huevos a la nieve.
Natillas con huevos a la nieve
Pero sobre todo me resultaba divertido ayudar a hacer los roscos de anís, porque había que tener mucho tino para que salieran bonitos y no se quemaran. Además, mientras se iban haciendo, siempre podía probar la masa y luego picar algún rosquillo ¡Estaban tan deliciosos…! Mi tarea concreta era la de un pinche: mi madre freía los roscos, pero yo tenía que estar al tanto de darles la vuelta para que no se quemaran. Era materialmente imposible que una persona sola pudiera controlar todo el proceso.
Los moldes para los roscos (uno antiguo de hierro negro y el otro actual)
El Domingo de Resurrección era el cierre de la Semana Santa. Entonces, el horno de Mª Dolores y Cristóbal se ponía a rebosar. Todo el mundo preparaba los Hornazos: una especie de bollo de harina y aceite, que se coronaba con un huevo o dos. Así se celebraba la Pascua, con algo tan sencillo como alimenticio. Ese día casi todo el pueblo salía al campo en grupos de amigos o familia y, aprovechando la bonanza del tiempo, pasábamos un día de esparcimiento, con esta torta de pascua como alimento principal.
El hornazo de un huevo


Un mundo no tan lejano, pero ya desaparecido, y que hoy he rememorado, gracias a vuestro interés por la receta de mis rosquillos.

La receta de los roscos

 

La foto color sepia

Ya no puedes decir que no me quieres.
El gesto de tu mano te delata.
Acaricias mi cabello,
enérgicamente asías mi cintura,
hasta notar los cuerpos acoplados,
dulcemente enlazados.
Mira, observa tu dulce sonrisa,
tu mejilla, apenas rozando la mía,
tus ojos entornados,
llevándome… o dejándote llevar
por un momento mágico,
un instante de gozo,
que ha quedado plasmado para siempre en una foto.

sábado, abril 16

Círculos femeninos: un sistema de apoyo y de crecimiento

Jean Shinoda y la Diosa Atenea
Jean Shinoda Bolen - Doctora en Medicina y Analista Junguiana


Tengo 68 años. Nací y vivo en Los Ángeles.
Soy doctora en Medicina, analista junguiana y profesora de Psiquiatría en la Universidad de California.
Estoy divorciada y tengo dos hijos.
Iraq es Vietnam una y otra vez, es una pena que tengamos que aprender a través de tanto sufrimiento.
La espiritualidad une y las religiones dividen.
-¿Quejarse es perder el tiempo?
-¡Claro!
-Hay mucho que aprender...
-Por eso a mí me interesan las mujeres maduras, con humor y activas.
A partir de los 40 años empieza lo mejor si eres capaz de darte cuenta de la cantidad de cualidades potenciales que hay dentro de ti.
Entonces te entran ganas de convertirte en bruja.
-No sé yo...
-Se lo diré de otra manera: una persona con poder personal.
-Eso me gusta.
-Las brujas sabias dicen la verdad con compasión, y no comulgan con lo que no les gusta, pero no tienen la rabia de las mujeres más jóvenes.
Algunos hombres excepcionales pueden llegar a ser brujas, los que tienen compasión, sabiduría, humor y no están supeditados al poder.
-¿Algo más?
-Sí, las brujas sabias son capaces de mirar hacia atrás sin rencor ni dolor; son atrevidas, confían en los presentimientos, meditan a su manera, defienden con firmeza lo que más les importa, deciden su camino con el corazón, escuchan su cuerpo, improvisan, no imploran, ríen, y tienen los pulgares verdes. -¡...!
Un círculo femenino
-Tienen mano con las plantas. Y también con los animales.
Primero aprenden a amar lo que hacen, luego alientan a otros al crecimiento.
Saben reconocer lo frágil y lo que tiene valor, y también lo que debe ser podado.
-¿Y hay que esperar a la vejez para ello?
-Cuanta más edad, más camino aprendido.
La observación compasiva de la vida de los demás te enseña mucho, y las mujeres sabias se pasan mucho tiempo observando.
Hay casos, pocos, de sabias a partir de los 30 o 35, pero esas a los 60 son increíbles.
-¿Qué nos quiere transmitir?
-Que las mujeres tienen la oportunidad de cambiar el mundo en las próximas décadas. Pero que si no lo hacen ahora, probablemente ya no lo harán.
-¿Por qué dice eso?
-Tras los extremismos de la revolución feminista, el péndulo está en el centro y las mujeres que se lo permiten pueden llegar al equilibrio, a ser completas, fuertes y vulnerables al mismo tiempo.
-¿Un camino colectivo?
-Por supuesto. No tengo la menor duda de que un pequeño grupo comprometido puede cambiar el mundo.
Afrodita
En realidad, así ha sido hasta ahora.
-¿Y cuál es el secreto?
-El millonésimo círculo.
Yo aliento a las mujeres a formar círculos que tengan un componente espiritual.
Simplemente escuchando los problemas, anhelos y miedos de otras mujeres y contando los tuyos, adquieres fuerza.
-Perdone, pero por qué un círculo.
-Cuando uno está sentado en círculo y en silencio se da cuenta de que hay una conexión espiritual con poder transformador.
Yo pertenezco a uno desde hace 18 años: encendemos una vela, guardamos silencio, contamos lo que nos preocupa, debatimos, y juntamos nuestras energías con un propósito.
-¿Convocan el poder interior?
-Interior y exterior.
La espiritualidad, la física cuántica y el budismo dicen lo mismo: Todo y todos estamos conectados y por tanto lo que cada uno haga influye en el mundo.
En los círculos de mujeres trabaja el campo mórfico, las teorías de Rupert Sheldrake.
-¿El centésimo mono?
-Sí, este biólogo desarrolló la hipótesis de que cuando una masa crítica de monos llega a un determinado conocimiento, éste se transmite de forma intuitiva e inmediata a los miembros de su especie.
Del mismo modo, un número crítico de círculos de mujeres pueden realzar las cualidades femeninas tan necesarias para que el mundo cambie.
-¿Por qué no círculos mixtos?
-Entre mujeres hay una conexión natural.
Algunos estudios evidencian que cuando una mujer que sufre estrés habla con otra mujer, ambas liberan la hormona de la maternidad que provoca que el estrés descienda.
-Curioso.
Aislamiento
-Si las mujeres estuvieran implicadas en los procesos de paz, todo sería más fácil, ¡pero si los que negocian son machos alfa...!
-¿Qué ocurre cuando se encuentra un hombre estresado con otro?
-Cuando un hombre estresado se encuentra con otro, segregan testosterona, lo que provoca o bien la huida o el enfrentamiento.
Pero si ese mismo hombre acude a una mujer que le comprende, una bruja sabia, su adrenalina baja y su autoestima sube.
Y basta con que se siente a su lado.
-Es bonito eso que dice.
-Estamos llenas de recursos poderosísimos a los que no prestamos atención, como el conocimiento intuitivo. Poderes que se pueden desarrollar en los círculos.
Apoyo entre amigas
-Propóngame un viaje interior.
-Sea auténtica, sea consecuente con su persona interior y averigüe qué quiere hacer con su preciosa vida.
Desde fuera intentarán responder por usted a las preguntas esenciales, no lo permita.
Desvele qué tipo de arquetipo domina en usted.
-¿A qué se refiere?
-Sus patrones internos que yo resumo en siete diosas.
Cada mujer debe identificar a sus dos o tres diosas dominantes, que van desde la autónoma Artemisa y la fría Atenea, hasta la nutritiva Deméter, la creativa Afrodita o Hera, la diosa del matrimonio.
Diosas griegas: Démeter y Era
-No será tan simple.
-No, pero si podemos llevar una vida en la que el arquetipo y el papel que desempeñamos coinciden, nos sentiremos satisfechas.

jueves, abril 14

Una primavera casi olvidada

Un día de primavera de 1966, casi coincidiendo con el aniversario de la Segunda República, una efeméride que, por cierto, en ese momento para mí no tenía ninguna relevancia, abandoné el pueblo donde nací. Seguramente ha vuelto a mi memoria este viaje, porque desde hace unos días se habla de esa fecha, por motivos naturalmente ajenos a mi vida.
Estación de Linares-Baeza
El taxi, de Ramón el de “Chuchina”, nos trasladó a la estación de Baeza, el lugar más cercano donde llegaba el tren. Emprendí esa aventura acompañada de mi padre. Con nosotros iban otras dos personas: al mayor le llamaban Francisco el de "El Chatillo". Una de sus hijas era muy amiga mía, pero ella se quedaba en el pueblo con su madre y su hermana, hasta que el padre encontrara trabajo y vivienda. El otro, era un muchacho algo más joven que yo, de la familia de los Valdivia.   
Yo acababa de cumplir los quince años y dejaba atrás el paisaje que me vio crecer y que tardé en descubrir: Sierra Mágina; las calles empedradas de la Carrera Alta; el llano, en la parte alta de El  Terrero, lugar de mis juegos y correrías infantiles,  bajo la mirada atenta y escrutadora de mi abuela, que no me quitaba ojo de encima; eso sí, siempre con su labor en las manos. Adiós al viejo castillo; una imagen que era algo así como la seña de identidad del pueblo. Todo lo que hasta ese momento había tenido valor para mí, lo iba a perder: mi madre, mis abuelos, mis primas, mis amigas, mi hermanilla, a la que desde pequeña aprendí a cuidar y proteger… Mi mundo estaba a punto de ser engullido por ese otro del que sabía bien poco, casi nada: Barcelona. 
El castillo de mi pueblo, con Sierra Mágina al fondo
Aquella era la primera vez que veía un tren, y por supuesto, la primera vez que viajaba en ese medio. Tal era el aislamiento y la sencillez en el que había transcurrido mi vida hasta ese momento. A mi pueblo llegaban varios coches de línea semanales y muy pocas personas disponían de vehículo propio. Es natural que para una adolescente como yo, aquello fuese una auténtica aventura. Sólo han transcurrido cuarenta y cinco años de eso, pero… ¡El país era tan diferente…! Desde principio de los años sesenta, cuando tanta gente se tuvo que marchar a trabajar a Alemania, Suiza, Francia, Cataluña, Navarra, País Vasco, Madrid…, ya se oía hablar de El Sevillano; un tren en el que viajamos miles de andaluces, camino del Levante y de Cataluña.
Grupos de emigrantes hacia distintos lugares de España y Europa
Mi memoria no alcanza a recordar muchos detalles sobre cómo eran los vagones; quizás pudiera hacer literatura y recrearlos, diciendo que sus asientos eran de madera, que tenían unos departamentos, donde los viajeros intercambiaban todo tipo de viandas y conversaciones, e intentaban de vez en cuando echar una cabezadita, para aliviar el cansancio. Pero no, lo único que sí recuerdo con claridad y debo contar es que, las veinticuatro horas que duró el viaje, transcurrieron en el descansillo de uno de los vagones, sentados sobre las humildes maletas de madera o de cartón, cuando no, encima de los bultos, bolsas, mantas y demás bártulos, con los que nos marchábamos a la ciudad.
Bagón restaurado de El Sevillano
Pasillo del tren
No es de extrañar que a media noche te despertaras con alguna cabeza descansando sobre tu brazo o tu hombro, según la altura del vecino; entonces, con disimulo, te movías y cada cual se volvía a su lugar. Estoy segura que aquellos sencillos roces no tenían la más mínima mala intención: simplemente el cansancio y la postura no se podían aguantar de otro modo. 
Equipaje
Durante el día, procurábamos movernos por los pasillos, por cierto, repletos de paquetes y abarrotados de personas que iban de un lado para otro. No siempre era fácil tener a mano una ventanilla donde asomarse y contemplar el variadísimo paisaje por el que transitaba nuestro tren. Por eso, casi siempre, se compartía ese privilegio con alguien y se aprovechaba para entablar conversación, incluso para hacer alguna nueva y efímera amistad. ¡Eran tantas horas…! 
Mi encuentro con un muchacho moreno, de ojos negros, que debía tener dieciséis o diecisiete años, es algo que no he olvidado. Estuvimos muy cerca durante todo el viaje y tuvimos ocasión de hacernos con una ventana, en la que pasamos varias horas contemplando el paisaje y charlando de nuestras cosas. Al pasar por el Levante, cerca ya de Tarragona, el mar nos sorprendió en plena conversación. Estaba anocheciendo y era difícil distinguir el color del agua y delimitar con exactitud la linea del horizonte, cuyos perfiles se teñían de distintas tonalidades, todas igual de hermosas. Es difícil describir algo tan novedoso, la inmensidad, la terrible belleza de aquella gran masa de agua, que hasta entonces sólo era una fantasía, una imagen cinematográfica como mucho… La gente de tierra adentro, como es mi caso, suele recordar ese momento mágico en el que se encuentra con el mar. Para nosotros, es un medio ciertamente ajeno, siempre misterioso y que percibimos como algo amenzante.
Para mi compañero de viaje, aquello no era nuevo. Se había marchado a Barcelona al cumplir los catorce años. Justo la edad para poder empezar a trabajar; un alivio para sus padres, jornaleros sin tierra y con un puñado de hijos que alimentar. No recuerdo su nombre, pero sí que tenía un trabajo en Correos. Yo por entonces, además de joven, era muy tímida, y mucho más con los chicos de mi edad. Sin embargo, pasamos mucho tiempo charlando; él, haciendo gala de su experiencia en la ciudad, me aconsejaba sobre cómo tenía que comportarme en el nuevo mundo que me esperaba. Yo, escuchaba y compartía con él mis sueños, mis miedos…, y seguro que las expectativas que me habían hecho abandonar mi casa, sin saber muy bien qué me iba a encontrar. Gracias que al llegar a Barcelona, sabía que habría alguien esperándonos. Mis tíos ya llevaban tres años viviendo en la ciudad y nos acogerían en su casa, hasta que mi padre pudiera alquilar una vivienda para nosotros. Sólo entonces mi madre, mi hermano, a punto de acabar sus estudios, y la pequeña de la casa, se reunirían con nosotros.  
El barrio donde inicié mi aventura barcelonesa: La Verneda con Sant Martí de Provençal en primer plano
 El día 17 de abril de 1966, sobre las 10 de la noche, llegamos a la Estación de Francia. Nos dirigimos, en taxi, hacia el barrio donde vivían mis tíos. En el trayecto, el corazón saltaba dentro de mi pecho, no precisamente de gozo, sino por la incertidumbre, el desasosiego y el miedo que aquella situación me causaba. Me enfrentaba a una nueva vida, pero con un nada desdeñable agravante: ya no tenía a mi madre para marcarme el camino y para cuidar de mí. Creo que en esos primeros momentos no fui consciente de la gran pérdida que suponía para mi lo que dejaba atrás; tal vez porque era muy joven y tenía delante un mundo, que, por un lado, me asustaba, pero que por otro, me atraía y estaba lleno de promesas y posibilidades. Tenía que aprovecharlo.

Nota: Las fotos de la estación de Linares, son propiedad de: ttp://eduardoazaustremesa.blogspot.com/2009/08/viaje-en-el-sevillano-barcelona.html 

martes, abril 12

Crónica de unos días mágicos

Se acabó la algarabía, la euforia… el festival de cariño y emociones; las visitas inesperadas que me han devuelto a un tiempo muy lejano.
Días antes, quizás semanas, Maga, atenta a mis necesidades, se adelantaba y ponía su sello artístico y fantasioso en unas simples servilletas de papel. Luego, me sorprendía con el punto de libro y las invitaciones. Nada que se pueda pagar con dinero: un lujo. 
Manolo, generoso como siempre, aparece con un precioso proyector. Algo que no esperaba en absoluto: sorpresa. La mañana del dia veintidós, el cartero (que no siempre llama dos veces) me entregaba los paquetes que llegan de Barcelona y de Valencia.Como tantas veces, Silvia tiene el poder de dejarme con la boca abierta con sus regalos. Ella no improvisa, busca, investiga. Diríase que un día cualquiera fija su mirada en un objeto siempre bello y delicado y espera la ocasión para sorprender a sus amigas. Una exquisita bandeja de cristal, con una imagen del pintor Checo Alfons Mucha.
La bandeja
De Valencia me llegó un hermoso colgante doble, de mi color preferido: lila. Hay amigos de un tiempo, que luego desaparecen de tu vida, pero hay amigos que, a pesar del tiempo y de la distancia, sabes que están ahí, que tienes un lugar en su corazón, vaya, que te quieren. Esos son Pepe y Marianela. También Teresa ha sabido llegar a mí a través de un libro sobre una mujer especial: Frida Kahlo. “He pensado en ti cuando lo vi”, me dijo por teléfono. Siento un pellizco de afecto y de añoranza, mientras la escucho, como siempre afectuosa y atenta. Montse, Lourdes, Mª Lluisa, Mª Rosa, Mª Antonia, Mª José…mi ahijada Laura y su ensayo de croché color lila...Llamadas cariñosas, alegres… En Facebook Tesa me regala una tarta dibujada por ella misma, en fin,  mis amigas de aquí, de allí, de los lugares en los que ha transcurrido mi vida y que me han ido construyendo como mujer.
Y el broche final.  Sobre las nueve de la noche, el timbre me hace abandonar mi ordenador. Detrás de la puerta de la calle, Eme, Maga, Luana y Ana Hérica sostienen una maceta y una tarta y entre risas entonan el cumpleaños feliz. No salgo de mi asombro cuando me coronan la reina del día, con banda incluida. ¡Qué gozada! Nunca, en toda mi vida me han agasajado de esta forma. Luego, un rato dulcísimo, que compartimos con Manolo. 
El día 25 la casa parece otra: mis hijos, mis hermanos, amigos que llegan, otros que hay que ir a recoger y dejar bien instalados en el pequeño hotel Casa Valeria. Los nervios van dejando paso a la alegría del disfrute. Miro a Manolo y siento que para él ésta es una ocasión excepcional. Está feliz y empieza a relajarse. Unas exquisitas y humildes lentejas colman de felicidad a Pablo, abandonado a su poca o mucha habilidad culinaria desde hace ya cinco años. Es sorprendente con qué poco se puede hacer feliz a la gente. Mi amiga Mari Pepa (ahora ya no se hace llamar así) que siempre será aquella muchachita de rostro redondeado, ojos azules y sonrisa tímida, se mueve con total naturalidad en mi casa y ayuda a Mariana en la cocina. Con ellas seguro que todo funcionará a la perfección, pienso. Una agradable y feliz sorpresa, tenerlas cerca en este momento tan especial. 
Libro
Mariona ha traído a esta tierra a “6qu” Un regalo que se hace a sí misma, tan necesitada de desconexión y de compartir con la persona querida paisajes nuevos y experiencias gozosas. ¡Cuánta generosidad la suya! Y cuánto voy a sentir no poder compartir más tiempo con ella y reírnos… y hablar larguísimamente de lo humano y de lo divino.  Su presencia, lo mismo que la de las otras amigas y amigos que han llegado desde muy lejos, son el mejor regalo. 
María Cos ha viajado durante días por todo el Mediterráneo para poder acompañarme. Esas cosas sólo las hacen las personas que te quieren de verdad. Para colmo, llega accidentada y con menos energía de la que ella es capaz en un estado normal. Pero con su voluntad de siempre y sus ganas de conocer, se propone sacar provecho a esta visita.
La noche me regala la locura de Rafa. No me sorprende en absoluto. Me acerco a recogerlo a la RENFE y me recibe con los brazos abiertos y levantándome desde la cintura por el aire, como si aún tuviésemos 16 años. Treinta y tantos años sin vernos. Mucho tiempo y muchos vacíos que serán difíciles de llenar en veinticuatro horas, que es lo que va a estar con nosotros.
La sonrisa traviesa y vivaracha de Mari, dando, como siempre fuerza y animosidad a Carlos, llena el salón de mi casa, cuando nos dan las diez de la noche. Qué regalo, qué tranquilidad me transmite contar con ese entusiasmo y optimismo. Por eso, cuando salimos a tomarnos una cerveza, todos juntos, ya no estoy nerviosa. Sé que todo va a ir sobre ruedas. 
El día 26 nos regala un cielo casi… casi azul, y una temperatura ideal para disfrutar del jardín. Aunque inicialmente Ana nos brindó la casa de campo de su familia como un lugar fantástico para la celebración, un contratiempo de salud de su padre, a última hora,  nos obliga a cambiar el lugar. La casa de mi hermana en Arcos ha sido todo un hallazgo.
Todos colaboran: unos con los vehículos; otros preparando las ensaladas a primera hora de la mañana; o colocan las mesas... el hielo para las bebidas. Los más hábiles con el cuchillo, cortan el jamón con la maestría que requiere la ocasión.
Las cocineras más apañadas
Hasta Ana, la peque de la familia dibuja un cartel que indica dónde está situado el ropero, mientras, su hermana, aparece y desaparece… ¿qué se puede hacer con la timidez? Mientras, los más hábiles con la tecnología: Maga y mis hijos, se dedican a preparar el proyector y aprovechan para conocerse mejor. La anfitriona, mi hermana, tiene que dejar otros quehaceres, y se une a mí en la recepción de los invitados: Pilar y Pepe, que, por cierto, me han sustituido y atienden con suma amabilidad y encantados, a los catalanes; Mª Carmen y Carlos, Ana Hérica, Luana, Eme, Ana, Juanjo, Hortensia y Jesús, Pedro y Maria Eugenia, Jesús... Cada cual con un detalle, a cual de todos más bonito y adecuado... y Raquel, además nos obsequia con su dulcísimo y exquisito postre. Hay presentaciones, abrazos, algarabía, extrañeza, sorpresas… y calor, amistad, agradecimiento… Luego, el ágape, que todos disfrutan y celebran, hasta quedar bien satisfechos. 
El postre y su creadora: Raquel  
La tarde nos sorprende disfrutando de los audiovisuales: tres nada más y nada menos. La sorpresa para mí es el de mi hermana: un precioso cuento con el que seguramente le resulta más fácil expresar esas cosas que han sido importantes en nuestra trayectoria. La risa se confunde con la lagrimilla de emoción.
El colmo de la diversión llega con el corto que mis hijos nos regalan a su padre y a mí. Se trata de algo tan creativo, divertido, pero a la vez absurdo y loco, que las lágrimas ahora son de la risa. Acabamos a las seis de la tarde comiendo un riquísimo arroz con conejo, cocinado por Pepe y Mariana, al que nadie se resistió. Lo dicho: una locura.
Rafa y Hortensia en pleno baile 


                                                            
Los bailones del grupo
La tarta, portada por mis hijos, llevaba el sello gaditano: Tereza, habían puesto, junto a las consabidas Felicidades. Mientras se perdían las luces del día, la hermosa puesta de sol nos alumbró mientras movíamos el esqueleto, con todo tipo de músicas: pasodobles, sevillanas… hasta llegar al Twist, con el que todos los chicos y chicas ye-yés del grupo disfrutamos de lo lindo.
Mis hijos me traen la tarta
Nadie parecía tener prisa. La noche cerrada era el momento propicio para las canciones de siempre, cantadas a coro, el regalo de la hermosa voz de Eme, el monólogo de Ana Hérica, yo… desmelenada, imitando a Lola Flores y poco a poco la despedida…
El grupo al completo
 El “Hasta siempre, ha estado todo muy bien, la comida exquisita, qué hijos tienes…” Y la generosidad de Pedro y M. Eugenia, que esa noche se prestaron a alojar a mi amigo Rafa, que con su energía, gracia y vitalidad, consiguió animar la fiesta, cuando todos estábamos ya algo cansados.
Gracias a todos, por este día, por otros muchos que me habéis regalado y por tantas y tantas cosas que ni siquiera soy capaz de nombrar.
Con mis hermanos y las parejas respectivas 
Y la vida sigue… Los hábitos, las costumbres, los rituales cotidianos vuelven a la casa; como si nada hubiera pasado. Pero ha pasado. Se cumplió el tiempo: marzo de 2011, sesenta años desde aquel jueves santo del 51.

Mi abuela era como un ángel

"Mi abuela era un Ángel” A Isabel se le iluminan los ojos… y se le humedecen, mientras nos ofrece imágenes de una vida humilde, pero donde no faltó nunca el amor y un plato de comida en la mesa. Nació en una mala época, plena posguerra, y perdió a su madre siendo muy niña. Su abuela, supo suplantar el cariño y el cuidado materno, con su fortaleza, su coraje... y su amor, que ofrecía a diestro y siniestro; mientras se ganaba la vida con el trabajo agotador de la mujer que no dispone más que de sus manos, un cuerpo fuerte y una voluntad de hierro.
Isabel
Su cabello completamente blanco, y siempre bien arreglado, enmarca un rostro aún bello, a pesar de sus más de setenta años. Llaman la atención unos ojos clarísimos, que debieron ser su mejor arma de seducción en otro tiempo. A primera vista, Isabel es una mujer imponente, altiva, incluso algo distante. Pero a medida que vamos creando un espacio de confianza y confidencias, muestra esa otra naturaleza suya, la más íntima y quizás la más auténtica. Isabel entra en el mundo de las confidencias… sin miedo ni artificios, de una forma sencilla y directa. Tiene una sensibilidad muy acusada y sus emociones hacen que se le rompa la voz cada vez que vuelve la mirada a su vida con la abuela; pero también se le alegran los ojos cuando escucha a Antonio Machín cantar eso de “Mira que eres linda”. Escuchando a sus cantantes preferidos se le ensancha el corazón de gozo; quizás porque esas músicas están ligadas a momentos felices, a la historia de amor que tan feliz la ha hecho y que apenas acaba de perder: un marido de los que no hay, eso parece, cuando exclama emocionada: “Mis hijos… yo quiero mucho a mis hijos, pero mi marido… eso no se puede explicar”... y una tímida lágrima resbala por su mejilla.