lunes, agosto 2

La última estación: una historia que hace reflexionar

El cineasta Michael Hoffman (Haway) nos sorprende con una película histórica: La última estación, en la que recrea los últimos años de vida de uno de los grandes escritores universales: León Tolstoi. Ayer domingo estuve viéndola y me encantó.


La historia se centra en la tormentosa vida del autor de Guerra y Paz, con Sofía Behrs, con quien compartió toda su vida, y cuyo sentido práctico fue el complemento ideal para este hombre idealista y ascético. Tolerante, a medias, con la forma de vida que preconiza y suele practicar su marido, Sofía se entera que el hombre con el que comparte su vida ha decidido, en nombre de sus ideales, renunciar a su título nobiliario, a sus propiedades e incluso a su familia en favor de la pobreza. La condesa, mujer de coraje, se rebela y muestra una indignación hasta cierto punto justificada, pues no comprende el idealismo de su marido, sobre todo si éste afecta a la continuidad del patrimonio familiar.

La batalla sentimental que emprende Sofia, queda reflejada en la película con distintas escenas en las que se muestran las artimañas y el histerismo con que la mujer intenta manejar el asunto. Y no es extraño, porque parecía el único camino posible, ya que, a sus espaldas, varios seguidores de su marido, como se suele decir: "más papistas que el papa", trataban de convertir al escritor en una especie de icono. Para ello estaban dispuestos incluso a acabar con un matrimonio de más de cuarenta años. Sobre todo Wladimir Chertkov, que es quien le presiona y acaba convenciéndole de que redacte un testamento, en el que cede todos los derechos de autor al pueblo ruso.
Aunque en unas pinceladas, la historia nos habla de que Sofía no sólo era la esposa fiel y administradora pragmática de los bienes de la familia, sino una auténtica compañera y colaboradora de Tolstoi, quien se sirvió de ella durante años, como correctora y trascriptora de sus escritos. Especialmente se habla de Guerra y Paz; un novelón que ella reescribió unas cuantas veces y en la que intervino, aportando su inteligencia y realismo al perfil de los personajes. En el fondo se aborda, aunque como digo, de pasada, el papel de las mujeres de tantos y tantos hombres ilustres, cuyos nombres y cualidades han sido silenciados. Sofía no estaba dispuesta a que esto ocurriera con su dedicación a aquel hombre, al que amó apasionadamente, pero con el que le resultaba difícil estar de acuerdo en su ideales.
Quien queda en medio del conflicto es Valentín Bulgakov, un joven de unos treinta años, quien pronto comprende las intrigas e intereses de Chertkov. El muchacho, no cabe de gozo cuando es aceptado como secretario del escritor, al que admira profundamente.  Poco a poco va entrando en la vida de la comunidad Tolstoyana; (algo así como las comunas hippie que hemos conocido en los años sesenta)  en las que se practica, teóricamente, el pensamiento de Tolstoi: amor universal, ascetismo, pacifismo, etc. Allí abre los ojos a la realidad y, aunque le cuesta, comprende que hay demasiado sectarismo. El propio escritor, a través de sus preguntas, le obliga a pronunciarse, a pensar por sí mismo; en definitiva, a ser más auténtico. Y es que, como ocurre y ha ocurrido históricamente, la interpretación del pensamiento de alguien, puede convertirse en algo irreconocible para el propio autor. Ahora bien, quien realmente produce una auténtica revolución en el muchacho es Masha, una joven que encontró en la comunidad. Ella estaba buscando algo y se adentró en aquella especie de secta que preconizaba la vida sencilla y pacífica. Pero aquello le quedaba pequeño, porque era un espíritu libre. Valentín conoce la sexualidad real, el amor carnal y la libertad de pensamiento, a través de Masha, ya que la joven era una auténtica heterodoxa, que se saltaba continuamente las estrictas reglas del grupo.  
 Esta relación, y las luchas de Tolstoi y Sofía, a las que asiste como espectador privilegiado, hacen comprender a Valentín la complejidad de la vida, y por supuesto, del amor. Los ideales Tolstoyanos de AMOR UNIVERSAL, en cierto modo, se encarnan en una persona, en una mujer inteligente y decidida a seguir su propio camino, sin el lastre de la doctrina, sea ésta de un signo u otro. Al fin y al cabo eso era el movimiento en el que estaban inmersos: una nueva religión, con sus sacerdotes, acólitos, rituales y normas morales.

Casi desde el inicio, Valentín se sintió muy próximo a la condesa Sofía y se convirtió en un confidente fiel de ésta, a quien incluso salvó de un intento de suicidio; una de sus artimañas para llamar la atención de su marido. Pero ni esta argucia, ni sus dotes de seducción, servirían de nada a la condesa, pues lo único que logró fue que el hombre abandonase la casa familiar, apoyado por su propia hija. La historia acaba con la muerte del escritor en unas condiciones bien curiosas, pero eso sí, teniendo junto a él a su mujer, que, pertinaz, lo siguió en su huida.
El filme plantea unas cuantas cuestiones de mucho interés;  pero a mí personalmente me ha interesado  esa oposición entre el idealismo masculino, que queda fielmente reflejado en Tolstoi y sus seguidores varones,  y el espíritu más prágmático, simbolizado en las mujeres, que tienen que estar ahí, en la retaguardia, sirviendo de apoyo en las cosas de la vida cotidiana; esas sin las cuales nadie podría mantener una carrera literaria, profesional o política. 
Se esboza el tema de la situacion de dependencia servil del campesinado ruso, en los años anteriores a la revolución, y cómo no, el nacimiento de los medios de comunicación, que con su voracidad, y como si de una estrella del cine o la televisión se tratara, ya entonces, no dejan morir tranquilo a un hombre que dejó grandes obras literarias para la humanidad entera.    
El filme, cuyo elenco encabezan los nominados al Oscar, Christopher Plummer y Helen Mirren se ha estrenado en Estados Unidos y en Alemania y ahora llega a nuestras pantallas, para aliviarnos de la superficialidad y cutrez de la cartelera de verano. ¡Ah, que se me olvidaba! La ambientación de la peli es una preciosidad y no digamos el trabajo de los actores... ¡Me ha encantado!

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