martes, marzo 23

Doble cumpleaños


Mi querida amiga: Un día como hoy,  vine al mundo hace ya la friolera de cincuenta y nueve años. Mi madre siempre decía que nací “entre dos luces”, que es lo mismo que, al atardecer o a la hora de la puesta de sol, pero claro, mucho más bonito es cómo ella lo decía. Era, por lo visto, un Viernes Santo y mi padre estaba a punto de salir para asistir a la procesión. Total, que es mi cumpleaños: 22 de marzo, principio de la primavera.  
Casualmente, el veinte, o sea, hace dos días, mi hijo cumplió veintiséis.  ¡Cómo pasa el tiempo, amiga mía! No puedo creer que hayan pasado tantos años. No estoy segura de haberte contado alguna vez la historia de esta maternidad, en esa época, por cierto, algo tardía. ¡Hay que ver…, cómo han cambiado las cosas! En el año 84 tener un hijo a los 33 años era ya muy tarde. Cuando me quedé embarazada sentía que estaba ya al final de mi vida reproductiva, pero sobre todo, tenía la sensación de que si me dedicaba unos años a criar a una criatura, me iba a hacer mayor y no tendría posibilidad ninguna de ejercer una profesión; de incorporarme a la nueva sociedad que estábamos estrenando.
Era mi último año en la Universidad y esperaba terminar mis estudios para incorporarme a la vida laboral,  que había dejado a los veintidós años, para dedicarme a criar a mi primer hijo. Tenía miedo, Ángeles, mucho miedo a no poder estar a la altura, a volver a empezar de nuevo, porque habían pasado diez años desde mi primer parto.  Todavía recuerdo un poema que escribí en el que expresaba mi sorpresa por la tristeza que me embargaba ese primer amanecer, después de instalarme en la habitación de la clínica, con mi niño al lado. Sí,  sorpresa y desconcierto, porque lo que yo esperaba era estar inundada de felicidad por la llegada de aquel ser cuya llegada a la vida había sido concienzudamente preparada. Desde el inicio del embarazo, y una vez superados los miedos,  todo fueron mimos, cuidado…, una dulcísima espera. Recuerdo esa etapa como unas de las más plenas de mi vida.  De ahí mi gran desconcierto y la sensación de vacío y tristeza que me acompañó en las primeras semanas. 
Por eso, me sorprendo muchas veces cuando escucho a tantas mujeres hablar de su maternidad con esa naturalidad, como si fuera algo tan sencillo eso de traer un hijo al mundo. Y no hablo del hecho fisiológico, ¡qué va! De hecho, para mí el parto es lo de menos. Lo que verdaderamente me preocupaba a mí en esa época era lo que venía luego: la crianza y la educación de una criatura.
Aunque suene raro, no acabo de creerme las palabras de tantas y tantas mujeres, cuando después de un parto, se manifiestan las más felices del mundo.  ¿Sabes lo que pienso, Ángeles…? Pues que decimos lo que pensamos que se espera de nosotras. No quisiera herir la sensibilidad de nadie; quizás haya madres que de verdad sientan de ese modo. Pero ¿qué pensaría la gente de una mujer que acaba de dar a luz y se atreve a expresar sus miedos y sus inseguridades ante lo que le espera? Hasta puede ser que algunas ni se atrevan a sentirlo ni a pensarlo, ¡cómo lo van decir en voz alta…!. 
La maternidad, ya sabes cuantas veces lo hemos hablado,  tiene mucho de mito,  y por tanto, también de tabú. A todos nos dicen desde muy pronto en qué consiste eso de ser una buena madre. La literatura, la canción popular, los dichos y refranes…, toda nuestra cultura habla de esa madre ideal a la que las mujeres tenemos que ajustarnos si queremos ser consideradas como tales. Seguro que te viene a la memoria alguna de esas coplillas flamencas en las que se ensalzan las virtudes de esa madre, que debe ser la aspiración de cada mujer.


Fíjate en esta afirmación que he recogido de un listado sobre dichos y refranes: “Una madre tiene algo de Dios y mucho de ángel”  No puede ser más explícito. ¿Cómo no sentir miedo ante este modelo…? Tener el poder, la omnipotencia, la sabiduría de  Dios y la bondad de un ángel… ¡Cielo santo…! ¿No es demasiado pedir…? 
Ese mito de la madre amantísima, esa consideración de que el amor materno no tiene fisuras; de que es algo absoluto y eterno, convierte en tabú cualquier otro discurso,  cualquier otro sentimiento que implique duda o ambivalencia sobre la maternidad real. ¡Esa es la palabra: REAL! Porque en la vida real, ser madre es todo un trabajo; un oficio para el que nadie se prepara. Somos tan ilusos que pensamos que la naturaleza es la que da a las mujeres la sabiduría, o la intuición para poder ejercer ese papel de forma perfecta..., bueno, eso si consideramos perfecto ese ideal.
Pero no es así Ángeles. En fin…, tú no tuviste esa experiencia, no llegaste a tener hijos, pero fuiste hija de una mujer que  desde luego no se puede decir que hiciera honor al modelo ideal. Muchas veces me hablaste de su falta de muestras de afecto, no sólo físico, sino psicológico; de su abandono;  de la huida de la realidad que practicó durante años, para no tener que enfrentarse a decisiones difíciles en su época y que debía haber tomado, para protegeros. Y era una madre. De esas madres no se suele hablar, pero existen y quizás quieren a sus hijos… ¿de otra manera? No lo sabemos.
Hay un libro muy interesante que leí hace años: Nacemos de mujer, se llama. Me ayudó mucho a comprender lo que muchas mujeres pueden sentir, pero no expresar. La autora hablaba de la variedad de sentimientos y emociones que le causaba a ella la experiencia de ser madre: entre la rabia, el sufrimiento…, la preocupación… y el inmenso cariño,  gratificación y felicidad.  Porque en definitiva, ella hablaba de la maternidad real y de mujeres de carne y hueso, no de santas.  Y es que la vulnerabilidad con la que el ser humano llega al mundo, hace que la madre pierda  de vista su realidad personal. El bebé lo ocupa todo y así suele ser durante meses… Dejas de existir; tus necesidades pasan a segundo o tercer plano y eso es durísimo, de verdad, y mucho más cuando no se cuenta con apoyos no sólo materiales, sino emocionales. 
Mientras escribo, estoy pensando que a las mujeres actuales eso les debe costar mucho más. Un hijo cambia la vida, es evidente. Pero si esa vida está centrada en la profesión y en las satisfacciones individuales, me temo que una razón de tanto divorcio podría ser ésta: la incapacidad para superar esas dificultades que implica hacerse cargo de otra vida.
Se nos pide demasiado Ángeles, y mucho más en este último medio siglo; una época de abundancia, en la que el amor y la felicidad se han convertido en ideas y metas centrales de la vida. Eso hace que muchas mujeres lleven un enorme peso a sus espaldas. Tengo una amiga que está pasando un mal momento familiar. Me sorprendió hace unos días, cuando me explicaba que su hijo de 21 años está pasando por una etapa en la que se plantea salir de la casa familiar para irse a vivir solo, porque según él, sería más feliz de ese modo. Pues mi amiga soltó la siguiente frase: “Eso quiere decir que yo no lo  hago feliz”  ¿Qué te parece…? ¿Una mujer debe preocuparse por no hacer feliz a su hijo de 21 años…? No se me ocurrió otra cosa que preguntarle si a esa edad esperaba eso de su madre. Se dio cuenta de que, efectivamente, a ella no le importaba su madre, sino las amigas, o el novio. Y sin embargo,  mi amiga siente que tiene la obligación de hacer feliz al muchacho y a  toda la familia. Ese es un error muy generalizado que seguramente tiene mucho que ver con el mito de la mujer-madre llena de bondad y omnipotencia.  Nadie hace feliz a nadie, o al menos no deberíamos esperar eso de ninguna persona; esas expectativas son excesivas y falaces, hacen daño a quien espera y a quien se cree que debe dar esa clase de amor.
Bueno…, bueno…, querida amiga, que  hoy estoy un poco insoportable, ¿no…? Empecé recordándote mis miedos e inseguridades,  hace ya veintiséis años, y mira en qué ha ido derivando esta carta. Lo cierto es que, a pesar de todo, ese hijo, al que me costó tanto  acostumbrarme, ha sido la alegría de mi casa y todavía hoy transmite tal vitalidad y optimismo,  que a su lado es difícil estar triste o sentir desconfianza en el futuro.  Llegó con la primavera y, haciendo honor a esa estación,  es toda una explosión de luz y de vida.   
...Y en Jerez empieza de verdad el buen tiempo. Son más de las siete de la tarde y aún hay luz detrás de los cristales. Los atardeceres ahora son rosados y muy cálidos y el aroma de azahar llega hasta mi balcón.  
Un abrazo y mi recuerdo
TERESA

2 comentarios:

  1. Teresa!!! me ha dejado perpleja y me ha hecho recordar lo que sentía cuando se hablaba de LA MADRE, en el acto cívico que se hacía en honor a ella en mi colegio. Algo de lo que decían me molestaba, me causaba desconcierto... era un idílico que resonaba en mi cabeza, tan irreal y tan desproporcionado a la vez. Qué duro tiene que ser para las madres "dar la talla" para callar las voces de la conciencia social, la cual muchas veces es sólo poesía.

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  2. Tus miedos y debilidades se reflejan perfectamente en este texto.

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